miércoles, 30 de diciembre de 2015

LOS PADRES TAMBIÉN JUEGAN

                                                              ¡Feliz Año Nuevo!


Termina el año con una inquietud en auge: la actuación de los padres de los deportistas jóvenes. Cada vez se entiende mejor que, se quiera o no, los padres también juegan; y por tanto, deben prepararse para que su actuación favorezca y  no perjudique el paso de sus hijos por el deporte. Este es una gran escuela para la vida, pero no basta con que los chicos participen; además, es fundamental que los adultos: entrenadores, directores, padres, psicólogos, árbitros y demás actores, hagamos bien el papel que nos corresponde; y los padres tienen el suyo.

En mi libro “Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo” se destacan y comentan los aspectos más trascendentes del comportamiento de los padres de deportistas jóvenes. Uno de ellos es el apoyo que proporcionan a sus hijos, un elemento fundamental tanto en lo logístico como en lo emocional. Los chicos necesitan que sus padres estén lo suficientemente involucrados como para dedicarles tiempo, cubrir sus gastos (dentro de lo posible), hacer gestiones, tomar decisiones, etc.; y a su vez necesitan sentir que están a su lado, los acompañan en los retos que afrontan, los apoyan con independencia del éxito deportivo, comprenden cómo se sienten y están ahí para compartir los buenos momentos y, sobre todo, cuando las cosas van mal. 

Sin embargo, en el empeño por proporcionarles dicho apoyo, los padres deben cuidar dos aspectos: no sobreproteger a los chicos y, en la medida posible, evitar presionarlos. El apoyo no puede suponer dárselo todo hecho, eliminar dificultades a las que deberían enfrentarse, mitigar los malos momentos buscando culpables externos, solucionárselo todo o poner más medios de los razonables según el nivel y el momento, ya que eso puede propiciar una sobreprotección que tarde o temprano se volverá en contra. El esfuerzo, la perseverancia, la búsqueda de soluciones y la superación de dificultades son elementos importantes para que los chicos se sientan competentes y salgan adelante. Los padres deben establecer el límite entre el apoyo y la sobreprotección, algo que a veces no será fácil.

Del mismo modo, aunque existe una presión ligada al apoyo que es casi inevitable (el deportista se puede sentir "obligado" a responder al apoyo que recibe de sus padres), lo importante es no añadir más presión mediante un apoyo exagerado. “Mis padres se sacrifican mucho por mí y no quiero defraudarlos. Por eso, me siento obligada a ganar”. Ojo con el exceso de apoyo y, sobre todo, con comentarios que le echen leña al fuego: “Con todo lo que estamos haciendo por ti, y tú eres incapaz de jugar bien”. “Lo tienes todo para triunfar. ¡A ver qué haces!”.

La presión añadida no depende únicamente de un apoyo desproporcionado. También, de las expectativas de los padres según las perciben los chicos; y esa percepción depende de lo que observan que los padres hacen o dicen: sus decisiones, comentarios, juicios de valor, reproches, elogios, gestos… Cuando están bien informados, la mayoría de los padres suelen actuar con bastante acierto, aunque son especialmente críticas las situaciones que provocan emociones intensas, y de ahí la trascendencia de identificarlas y controlarlas con estrategias concretas que sugiere el libro. También es clave que los padres controlen su propia motivación: tanto el exceso como una motivación que se base en que el hijo gane, tenga éxito deportivo y llegue a la élite, más que en objetivos relacionados con sus experiencias diarias y su desarrollo deportivo, saludable y humano: disfrutar, aprender, tener salud, fortalecer el cuerpo y la mente, desarrollar valores, relacionarse con los demás… Si los comportamientos de los padres reflejan que les importa mucho que el hijo gane o triunfe como deportista, este se sentirá presionado, y lo que es peor, podrá llegar a asociar el éxito deportivo a su valor como persona, algo especialmente grave para su autoconcepto y autoestima. Por el contrario, una gran contribución será que los padres valoren la disciplina, el esfuerzo, la constancia, el disfrute y la actitud positiva de los chicos cualesquiera que sean los resultados.

Que los padres no estén obsesionados con el rendimiento deportivo contribuye a que su comportamiento sea más apropiado, pero eso no quiere decir que permitan a sus hijos hacer lo que les venga en gana. Para que el deporte tenga un valor educativo debe existir un compromiso: menor o mayor según proceda, pero un compromiso; y los padres deben propiciar que el hijo cumpla con el compromiso que haya adquirido. Previamente, conviene que valoren si se trata de un compromiso razonable para su edad y condiciones, y sobre todo, si el chico está suficientemente motivado y será capaz de cumplirlo. Después, deben dejar que sea el muchacho quien tome la decisión asumiendo la responsabilidad que conlleva: es decir, aceptando cumplir con el compromiso en un determinado plazo de tiempo (por ejemplo: ir a entrenar dos tardes a la semana y jugar un partido los sábados siendo puntual y siguiendo las instrucciones del entrenador). Una vez tomada la decisión, los padres deben exigir al chico que cumpla lo acordado y apoyarlo para que pueda hacerlo.

Según sea el deporte y las circunstancias de cada club/escuela y cada chico, los padres tendrán que asumir un mayor o menor protagonismo. En ocasiones (como suele suceder en la mayoría de los deportes colectivos), recogerlos de los entrenamientos, llevarlos a los partidos y darles el apoyo emocional que necesiten. En otros casos (como suele ser frecuente en algunos deportes individuales), además, tendrán que asumir funciones como apuntarlos a los torneos o acompañarlos en las competiciones en ausencia del entrenador. Es importante que los padres comprendan bien cuáles son sus cometidos y se impliquen en la medida apropiada: ni más, ni menos. Y por supuesto, que respeten el rol de los profesionales que trabajan con su hijo, especialmente el entrenador, procurando mantener una comunicación constructiva que contribuya a que la actividad resulte beneficiosa para el chico.

También es conveniente que los padres asuman la responsabilidad de observar el funcionamiento de las personas que trabajan con sus hijos y, cuando llegue el momento, tomen las decisiones oportunas: ¿seguir? ¿cambiar? Para eso, es importante que conozcan los objetivos que el entrenador/club persigue y el estilo de trabajo que utiliza, así como las ventajas e inconvenientes que representan para su hijo; y consecuentemente, tendrán que decidir si se trata del lugar apropiado. Una vez tomada la decisión, deben confiar en los profesionales y comprender que las decisiones que estos adopten no serán siempre las que ellos tomarían o que más benefician al hijo (sobre todo, en deportes de equipo). Puesto que parte del proceso formativo que favorece el deporte es que los jóvenes aprendan a aceptar las decisiones adversas y sobreponerse a las dificultades, estas se deben considerar valiosas oportunidades que conviene aprovechar en lugar de desperdiciarlas sobreprotegiendo al chico. Por supuesto, en casos de abuso, explotación o comportamientos vejatorios, los padres tendrán que actuar para erradicarlos.

“Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo” es un libro escrito para padres de deportistas jóvenes, pero no solo para ellos: también para entrenadores, directivos, psicólogos del deporte y otros que trabajan con niños y adolescentes. Así lo confirman quienes hasta la fecha lo han leído. En una primera parte, plantea la situación de los padres y la necesidad de involucrarlos y formarlos para que sumen y no resten, y también explica las características específicas del deporte en estas edades: concepto, objetivos, planificación, entrenamientos, competiciones...  Después, se refiere a las características psicológicas de los deportistas jóvenes: su motivación, autoconfianza, autoestima, mecanismos de autoprotección, competitividad, personalidad… En la tercera parte, se centra en algunas cuestiones clave: los errores, titulares y suplentes, los árbitros, las lesiones, el dopaje, el abuso de los deportistas, los estudios, la presión añadida, la relación entre entrenadores y padres… A continuación se exponen dos investigaciones sobre padres de deportistas jóvenes. Y la parte final incluye consejos prácticos para que los padres puedan conocer y controlar su motivación, sus emociones y su comportamiento (en casa, en los entrenamientos, en las competiciones, etc.), así como sugerencias para los entrenadores, clubes y psicólogos sobre cómo organizar programas para padres.

¿Un buen regalo para estas fiestas? Si así lo pensáis, podéis pedirlo en cualquier librería o encargarlo directamente en la editorial Dykinson  para que os lo envíen.


¡Feliz año y muchas gracias a todos los que tenéis la amabilidad de seguir el blog!

¡Qué 2016 os traiga salud y buenas experiencias. Qué sea un año para seguir aprendiendo y creciendo. Qué se cumplan vuestros deseos!

Un fuerte abrazo

Chema Buceta
30-12-2015

Twitter: @chemabuceta

jueves, 24 de diciembre de 2015

CUENTO DE NAVIDAD

                                      Para que un equipo funcione no basta con lo superficial

Llegó octubre, y con él la cuenta atrás: tres meses escasos para ese día tan especial que merecía el esfuerzo de todo el año. Momento que aprovechaba para reunir a su gente y comprobar cómo marchaba el trabajo, todavía a tiempo de organizar los últimos detalles y enderezar lo que hiciera falta. En los últimos cien años, la actividad había aumentado formidablemente, y aquella logística sencilla en el garaje de sus trineos, que antaño le había bastado, se había transformado en una gran multinacional con filiales y socios en numerosos países de los cinco continentes. Aunque le había costado, había aprendido a delegar, a no controlarlo todo, a confiar en quienes le rodeaban, pues entendió a tiempo que de otra manera habría sido imposible esa fantástica cita anual que millones de beneficiarios ansiaban, pero eso sí, tenía claro que no podía perder ese sello de identidad que le hacía único, y eso le exigía estar pendiente.

En esta reunión, entre otros puntos de la agenda, había que distribuir los países en los que el 25 de diciembre se entregarían los encargos. Algunos estaban decididos, pero otros tenían que ser asignados, y él alentó que los candidatos hablaran y se pusieran de acuerdo. Tras más de una hora de discusión, seguían sin estarlo.

--- A mí me viene mal Paraguay, porque tengo una prima en Nueva Zelanda que quiere que vaya a visitarla…

--- Ya, pero es que yo ya estuve en Paraguay el año pasado, y nunca he visitado Nueva Zelanda… Y además soy más antiguo que tú…

--- A Nueva Zelanda quiero ir yo este año. Como todo empieza más pronto, puedo acabar antes y salir con mis perros a pasear por el Polo…

--- Lo siento, pero a ti te toca España y Portugal que ya te has librado diez años seguidos, y allí siempre hay mucho trabajo…

--- Yo a España no voy, y a México tampoco… Iría a Paraguay, pero este año me viene mal…

Quedó horrorizado. Predominaba la comodidad individual sobre la generosidad que ineludiblemente debe fluir para que los equipos de alto rendimiento funcionen y cumplan sus objetivos. ¿Dónde estaba ese espíritu de equipo que consideraba imprescindible? Durante cientos de años, duendes, renos, humanos y otros colaboradores ocasionales, habían formado un extraordinario equipo capaz de conseguir resultados asombrosos que ni siquiera sus principales competidores, los Reyes Magos de Oriente, muy meritorios pero presentes en muchos menos lugares, habían podido emular. Trabajar en equipo era básico, y para eso, pensaba él, la primera piedra era la generosidad.

--- En las entrevistas que hacemos a quienes quieren entrar en nuestra empresa, todos los candidatos dicen que saben trabajar en equipo y que lo consideran fundamental --- solía explicar en las conferencias que impartía en las mejores universidades de duendes--- pero lo importante es valorar su generosidad: hasta qué punto son capaces de poner en un segundo plano su comodidad para adaptarse con el mejor talante a las necesidades del grupo: si están dispuestos a ceder, a contribuir a que las cosas funcionen en lugar de entorpecerlas pensando en uno mismo... Y ahí es dónde muchos fallan: se quejan, ponen pegas, anteponen lo suyo al interés general...

--- Disculpe, Papá Noel – recordaba que había levantado la mano uno de los asistentes a una conferencia en Western North Pole Iceberg University --- ¿Quiere decir que no hay que pensar en uno mismo, en los intereses individuales?

--- No es eso, querido amigo --- contestó él --- Claro que hay que pensar en uno mismo, y de hecho se debe buscar el beneficio individual, ya sea material, emocional o espiritual, allí donde se esté; pero siempre bien entrelazado con el beneficio colectivo. “Si ayudo al equipo, si contribuyo a sus logros, también me beneficio a mí”. Y para eso es importante comprender lo que el equipo necesita y tener una actitud positiva y generosa para adaptarse a las necesidades del grupo sin esperar nada a cambio, dejando en segundo plano la propia comodidad. Esa generosidad es clave!

Recordando esta anécdota se sintió todavía peor. Él predicaba todo eso y, precisamente en su propio equipo, ¡sucedía lo contrario! Tremendo. “Delegar está bien”, pensó, “pero quizá me he pasado”. “No”, rectificó. “Seguramente no he acentuado y fomentado lo suficiente la unidad del equipo, la interacción positiva de todos y la trascendencia del objetivo común; quizá he descuidado la comunicación con los míos: escucharlos más, transmitirles más, atender sus necesidades individuales; y también es probable que nos hayamos acomodado: como siempre sale bien…”.  

Detuvo la reunión para un cacao-break y lo aprovechó para meditar sobre la estrategia a seguir. La cuestión, ahora, no era lamentarse, quejarse de los demás o de uno mismo, sino centrarse en lo que podía hacer para reconducir la situación. Y cuando pasara todo, tendría que reflexionar y tomar medidas para que no volviera a suceder: empezando por él mismo, por su liderazgo. No era importante quien iba a Paraguay, Nueva Zelanda o España, pues todos estaban perfectamente cualificados y entrenados para hacerlo bien, pero sí era un grave obstáculo esa falta de generosidad, de saber estar en un equipo, de espíritu colectivo, ya que eso podía derivar en limitarse simplemente a cumplir, algo totalmente incompatible con la excelencia que su exigente atención al cliente y sus excepcionales servicios requerían.


Como suele indicar el guión del día de Navidad, amaneció nublado. Un leve rayo de luz entró por la única rendija que se lo permitía y se posó en sus ojos hasta despertarlo. Sorprendentemente, había descansado bien tras una cena copiosa, algunas copas y pocas horas. Y hasta se sintió contento sin ningún motivo. Más tarde, en la comida en casa de su madre, a diferencia de otros años, sus hermanos y cuñados le notaron especialmente simpático. Y llegó la hora de abrir los regalos que yacían junto al árbol.  Un pijama (¡uno más!); una corbata (¡otra más!); un jersey (!!!); y ¡Oh! un sobre cerrado. Expectante, lo abrió; y desplegó un papel con un mensaje que le sobrecogió: “¿Paraguay, Nueva Zelanda o España? ¿Tú que vas a hacer?”.  Recordó algo que había soñado y reflexionó sobre lo secundario que a menudo eclipsa lo fundamental, la falta de generosidad que con frecuencia interfiere en el buen funcionamiento de los equipos y cómo él, a partir de este momento, podría mejorar.

Hohohoho!

¡Feliz Navidad!


Chema Buceta
24-12-2015

Twitter: @chemabuceta


domingo, 6 de diciembre de 2015

EL UNO POR EL OTRO Y LA CASA SIN BARRER

                                                    ¿Quién tiene la responsabilidad?


En estos días hemos asistido a un hecho asombroso. El todopoderoso Real Madrid, en su partido de Copa del Rey contra el Cádiz de la segunda división B, alineó a un jugador que acumulaba una sanción de la temporada anterior. Un error impensable en uno de los clubes con más recursos del mundo que de momento le ha costado la eliminación de la competición.

¿Quién tiene la culpa? El club echa balones fuera y señala a la federación y a quien tenga la desgracia de pasar por ahí, pero parece obvio que el problema está en casa y no fuera. ¿Quién tiene la responsabilidad de saber cómo se encuentran las sanciones de los jugadores y avisar al entrenador de los que por ese motivo no están disponibles? ¿Alguien en concreto? Hasta en el equipo más modesto de barrio hay una persona que se encarga de estos temas y lleva la cuenta en su libreta. Supongo que en el Madrid utilizarán Ipads de última generación, pero…

En realidad, parece que estamos ante un caso de lo que en Psicología se denomina “Holgazanería social”. Esta se produce cuando al haber varias personas que podrían asumir una determinada funcin ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ina determinada funcidrante un caso de los que en Psicologa cuenta en su libreta. dores tanto si la temporada anteriorón, ninguna de ellas lo hace. “El uno por el otro y la casa sin barrer”.  Se sabe que cuanto mayor es el número de personas, mayor es el riesgo de holgazanería social, y por eso los grupos grandes, los staffs numerosos y las organizaciones que cuentan con muchos empleados deben estar muy alerta para prevenir un problema que como en este caso, puede tener consecuencias graves.

Una medida fundamental es definir claramente cuál es la responsabilidad individual de cada persona, sobre todo en las situaciones que por ser ambiguas, complejas, novedosas o poco frecuentes no esté muy claro o pueda haber más de uno con responsabilidades similares. También hay que revisar la rigidez de la jerarquía. Si hay un jefe controlador por el que tiene que pasar todo, que quiere saberlo todo y decidirlo todo, que penaliza gravemente las decisiones que él no toma y los errores que sus subordinados cometen, el efecto suele ser que estos adoptan una posición pasiva, y en lugar de anticiparse a los problemas se limitan a actuar cuando el jefe se lo dice. Así, personas inteligentes y preparadas a las que se podría sacar más provecho, se convierten en ejecutivos que apenas piensan, asumiendo que si el jefe no les hace el encargo será porque se lo hará a otro, lo atenderá él mismo o no lo considerará prioritario. 

Según se ha sabido en este caso, no solo alguien del club debió ver la circular de la federación sobre los jugadores sancionados, o simplemente saber la situación en la que el jugador llegaba, sino que además, al parecer, unos días antes alguien externo alertó a la entidad de lo que podría pasar, e increíblemente, nadie tomó medidas. No conozco los detalles, pero de ser así, refuerza la idea de una organización excesivamente presidencialista que en lugar de empoderar a las personas provoca que se conviertan en “holgazanes sociales”, y la consecuencia es el muy triste ridículo, otro más, del que fuera nombrado mejor club de fútbol del siglo pasado.

Dicho ridículo es todavía mayor cuando en vez de aceptar públicamente el error y sus consecuencias con la dignidad que correspondería a la grandeza de ese club, se buscan excusas infumables y hasta un precedente en un modestísimo equipo de fútbol femenino para recurrir y recurrir y así parecer que se están defendiendo los intereses de la entidad. De esta manera, como tantas otras veces en los últimos años, se intenta tapar la mala gestión de una organización que ha ido sustituyendo a algunos de sus mejores trabajadores por otros más mediocres, y que aún contando todavía con algunos buenos profesionales, los minimiza con jefes que en función de lo que estamos viendo cada poco tiempo, parece obvio que no dan la talla. Lo ocurrido es un buen ejemplo de cómo una mala gestión de los recursos humanos tarde o temprano pasa factura incluso en las organizaciones más ricas.

Dice el famoso verso 20 del Cantar de Mío Cid: “¡qué buen vassallo, si oviesse buen señor!” (¡qué buen vasallo sería si tuviera un buen señor!). En esta y otras muchas organizaciones, hay bastantes personas que podrían rendir mejor si tuvieran jefes competentes que las motivaran, involucraran y empoderaran en lugar de propiciar el miedo a errar, la pasividad ante la duda constante y la holgazanería social.


Chema Buceta
6-12-2015

Twitter: @chemabuceta