Dicen que sucedió en México a finales del siglo pasado. Como
todos los años en honor a los muertos, desde finales de octubre se habían
instalado esos espectaculares altares adornados con cempazuchitl, la atractiva flor naranja que nunca falta, junto a los
vestidos y algunas pertenencias de los difuntos, su comida favorita,
crucifijos, imágenes de la Virgen… Y en la noche del primero de noviembre, las
calles se abarrotaron de personas disfrazadas de zombis, catrinas y otros atavíos relacionados con la muerte que al son de
embriagadora música bailaban y cautivaban a quienes lo presenciaban.
Según cuentan, Pedro Hernández, a quien a sus 30 años
seguían diciendo Pedrito, embaucado en tan extraordinario ambiente, se había
pasado de tomar tequilas y regresó a su casa a una hora temprana para dormir la
mona. Pero al dar la media noche, el ruido que intuyó en una instalación deportiva cercana
interrumpió su sueño. Lo ignoró y volvió a cerrar los ojos, pero fue inútil.
Ese sonido extraño se apoderó de él y, sin saber por qué, se vistió y salió a
la calle para acercarse y comprobar qué era. La puerta estaba ligeramente
abierta, y sin pensárselo, la atravesó. Ya dentro, el murmullo se concretó en
voces cuyo contenido no comprendió, pero tuvo claro que allí había gente que
gritaba. Sin embargo, no había luces encendidas y la oscuridad reinaba sin
oposición alguna. Eso le asustó. Pero sus piernas no le obedecían, y
guiadas por una poderosa fuerza que las atraía como un
imán, continuaron avanzando.
--- No temas, Pedrito --- una tenebrosa voz a sus espaldas,
le habló --- Y por favor, no te vuelvas. Aún, no.
Aunque hubiera querido, no lo habría podido hacer. Estaba
petrificado, incapaz de mover un músculo. Al otro lado de la puerta que ahora
enfrentaba, sabía que se encontraba la cancha donde tantas veces había jugado
al basketball, como allí le dicen, y
era evidente que había gente ¿jugando un partido sin luz? Y encima esa voz
poderosa y lúgubre que conocía su nombre (!!!). Empezó a sudar, a flaquear,
pero el pánico le mantuvo en pie.
--- Todos los años nos reunimos para enfrentarnos en una
competición que entre nosotros es tradicional
--- continuó la voz --- Y esta vez hemos elegido este sitio. Somos discretos.
Normalmente nadie se da cuenta, pero se ve que tú tienes un don especial.
--- ¿Yo? Estee… no sé, es una broma ¿verdad? --- balbuceó
Pedro.
--- No lo es --- aseguró la voz --- Comprendo que te
sorprenda porque hay muchas cosas que mientras vivimos no sabemos, pero esto va
muy en serio.
--- He tomado mucho tequila esta noche y podría creerme casi
cualquier cosa, pero esto es demasiado --- apuntó Pedrito, todavía incrédulo.
--- ¡Vuélvete! --- ordenó la voz.
--- ¡Dios mío! ¡Virgen de Guadalupe! --- exclamó el treintañero
aterrorizado --- ¡Qué horrible disfraz!
--- ¡No menciones a Dios! Y no es un disfraz. Intenta
tocarme y lo comprobarás.
Tras dudarlo un instante, muy lentamente, Padro movió una
mano hacia esa escalofriante cara troceada de un solo ojo saliente y llena de
pus, y la traspasó sin que hubiera un contacto. Lo intentó una y otra vez, pero
nada. ¡Veía la cara, pero no había forma de tocarla!
--- Esto es un sueño --- exclamó, mientras se restregaba los
ojos --- No está pasando, no está pasando, no está pasando... me voy a la cama.
Pero pronto comprobó que por muchos pellizcos, cachetes y
violentos tortazos que se daba, el tétrico panorama no cambiaba. Esa cara a
trozos que le hablaba seguía ahí, sin inmutarse, mirándole con ese horrible ojo hasta
que se convenciera de que era real.
--- ¡Ohhh! ¡No! Lo que pasa es que estoy muerto --- concluyó
Pedro --- Esta noche he muerto, y ahora estoy aquí con mis nuevos
compañeros ¡Nooooo!
--- Estás vivo y seguramente aún por mucho tiempo ---
replicó la voz --- pero nosotros sí estamos muertos, y de vez en cuando podemos
comunicarnos con los que vendréis después, aunque aparte de los rituales con
nuestros espíritus, sólo en casos muy especiales.
--- Esteee… no sé qué decir, la verdad --- marmulló Pedrito
--- Así que sólo en casos especiales… ¿Y por qué yo?
--- Bueno, nosotros no te hemos elegido, pero en nuestras
ceremonias de ultratumba hemos deseado que viniera alguien como tú. ¡Y ha
funcionado!
--- ¿Alguien como yo? No quiero ofenderte, no te lo tomes a
mal, pero es que no entiendo nada.
--- Es muy sencillo. Desde hace cientos de años, en esta
noche de muertos abandonamos las tumbas para celebrarlo. Es nuestro día ¿no?
Pues como es lógico, lo celebramos.
Pedro estaba atónito. De vez en cuando, con discreción,
seguía azotándose el trasero para comprobar si estaba despierto, pero no perdía
detalle del sorprendente relato. La voz continuó:
--- Cuando me uní al grupo en 1412, tras morir en una
batalla, existía la tradición de celebrar torneos con lanzas y espadas, pero
como no podíamos hacernos mucho daño, el interés fue decayendo. Hasta que
aparecieron los deportes actuales, que nos dieron la oportunidad de disfrutar y
competir a pesar de nuestras limitaciones. Esta noche, en muchos lugares del
mundo se están celebrando competiciones deportivas entre muertos, y antes de
que salga el sol podremos conocer los resultados en nuestro boletín interno. ¿Sorprendido?
Levemente, pues se encontraba paralizado, asintió el
muchacho moviendo la cabeza con una ligera sonrisa que evidenció auténtico terror.
La explicación prosiguió:
--- A nosotros nos encanta el basketball. Y por eso, todos los años jugamos un partido entre
veteranos y noveles que genera una gran expectación. Para ser veterano tienes
que llevar más de 100 años muerto, y comprenderás que eso es una gran
desventaja, ya que tenemos a pocos que practicasen este deporte estando vivos,
mientras que los noveles tienen mucha cantera. Eso sí, para poder jugar con los noveles tienes
que llevar muerto por lo menos 10 años. Es más justo ¿no crees?
Pedrito no creía nada. Sólo escuchaba atemorizado, aunque le
tranquilizó saber que al ser necesarios esos 10 años, no estaba allí por si,
muriéndose de repente, pudiera reforzar al equipo de los noveles.
--- El caso es que siempre hemos perdido y estamos hartos,
porque luego se pasan el año mofándose de nosotros cuando nuestros espíritus se
encuentran en algún ritual --- informó la voz --- La verdad es que hemos
mejorado mucho, pero nos falta algo, y aquí es dónde entras tú. ¿Qué te parece?
--- Yo, esteee…
--- Mira, como nuestros jugadores no son tan expertos en
este deporte, lo que hemos hecho en los últimos 50 años es asustar a los
rivales para ponerles nerviosos. En eso tenemos más experiencia nosotros. Estamos
más deteriorados y, si nos lo proponemos, damos mucho miedo.
--- ¡No me digas! --- exclamó Pedrito, con tono irónico.
--- Sí, así es. Y la estrategia funcionó al principio, los
primeros 20 años o así. Los asustábamos, ellos jugaban peor que otras veces y los
partidos eran más igualados, aunque seguimos sin ganarlos, y ahora ya se han
acostumbrado y lo del miedo no funciona.
--- Claro, de tanto hacerlo, se han acostumbrado, es lógico,
suele pasar --- confirmó Pedro.
--- Por eso tenemos que cambiar de estrategia, y como te
dije, aquí entras tú.
--- ??? Yo del basketball de los muertos no sé nada ---
Pedrito se puso la venda antes de sufrir la herida.
--- Bueno, en realidad es igual que el de los vivos. Sólo
cambia que los jugadores estamos muertos, pero por lo demás es igual…
--- Ya…
--- Sabemos que tú eres psicólogo y trabajas con deportistas
--- avanzó la voz --- En mi época de vivo esa profesión no existía. Había
barberos que sacaban muelas, herreros para los caballos y las armaduras y no faltaba
el cura que nos bendecía antes de las batallas, pero los tiempos han cambiado y
todos esos ya no nos sirven. Ahora, te necesitamos a ti.
Cuentan quienes dicen conocer algo de esta historia, que
Pedro aceptó el desafío y se lo tomó muy en serio. Tenía poco tiempo, pero
reunió al equipo de los veteranos y les sugirió que se centraran en sus
fortalezas. Los que podían hablar, pues algunos no tenían boca, apuntaron
acciones concretas en las que podrían destacar. Pensaron que un tal Louis al que
habían cortado la cabeza y la llevaba en una mano, podía atraer la atención del
adversario que llevaba el balón para que otros se lo quitaran. En esto último podía
ser muy bueno Pancho, pues sus brazos estaban despegados del resto del cuerpo y
se movían con mucha autonomía. A María la habían enterrado en una fosa común
tras una epidemia, y por tanto estaba acostumbrada al contacto, por lo que era
la jugadora ideal para bloquear el rebote. Y tenían a un gran tirador,
Hermenegildo, practicante incansable lanzando piedras en los jarrones de flores del cementerio en
que ¿descansaba? Un antiguo capitán del ejército de Benito Juárez era el
entrenador, y Pedrito le aleccionó sobre los tiempos muertos, aunque cambiando
el nombre por razones obvias. Poco más se sabe realmente de lo que pasó en ese
vestuario fúnebre, pero lo cierto es que el equipo de los veteranos salió a la
cancha pleno de autoconfianza, comunicación positiva y espíritu colectivo, y así
consiguió su primera victoria en el clásico de los muertos.
Pedro Hernández continuó su trabajo como psicólogo del
deporte con los clientes vivos que, cada vez más, requirieron sus servicios, y
se dice que por algún motivo oculto, la noche de muertos siempre se hartaba de
tequila y abandonaba las celebraciones antes de la medianoche. Hace unos años
cayó enfermo y estuvo a punto de morir, pero finalmente se recuperó, y se comenta que viendo a su madre todavía angustiada le dijo:
--- ¿Por qué te has preocupado, mamá? No ves que no puedo
morirme hasta que no cambien las reglas para que pueda seguir apoyando a los veteranos?
--- Claro, hijo. Todavía tienes mucha fiebre. Pero mamá está
aquí contigo.
(dedicado a mis amigos de México, donde mejor se entiende la muerte como parte de la vida, con mi mayor respeto a
todos los muertos y a quienes tanto los extrañamos)
Chema Buceta
1-11-2016