En el reciente curso de la FIBA Europe para árbitros
internacionales de baloncesto, varios ex árbitros de reconocido prestigio, ahora
instructores, comentaron que sus principales errores se habían producido cuando
no habían sido capaces de controlar sus emociones. Lo mismo le sucede a
numerosos entrenadores, deportistas, artistas, directores de empresa, oradores
y, en general, tanto en el ámbito laboral como en el privado, a cualquier
persona (con los hijos, la pareja, los
amigos, tomando decisiones…). En muchos episodios de nuestras vidas nos invaden
emociones: estamos eufóricos, nerviosos, enfadados, tristes… Controlarlas y, en
ocasiones aprovecharlas, nos ayuda a funcionar mejor. Pero si, por el
contrario, son las emociones las que nos controlan a nosotros, nuestro rendimiento será peor: pudiendo cometer graves errores que no se producirían en otras
circunstancias, y que, por desgracia, pueden tener efectos muy perjudiciales. ¡Lo
siento, estaba muy nervioso!
En la mayoría de los casos, controlamos nuestras emociones
la mayor parte del tiempo: bien porque no son demasiado intensas, se presentan
en momentos en los que podemos permitirnos apartarnos de otras
responsabilidades, o hemos desarrollado un cierto grado de habilidad para tolerarlas
sin que nos afecten en exceso. Este último es el caso de personas que son
capaces de rendir a un nivel elevado en situaciones muy estresantes o muy
motivantes, sin que las emociones vinculadas a éstas interfieran. ¿Pero… son
capaces siempre? Muchos deportistas, por ejemplo, controlan sus emociones
durante casi todo el partido, pero son controlados por éstas en los minutos más
trascendentes. Sucede a menudo en otros contextos: por ejemplo, el directivo
que lidera con eficacia el 80% del tiempo, pero se ve superado por sus enfados
o preocupaciones el otro 20%, y es aquí cuando mete la pata gravemente. Otros
ni siquiera consiguen estos porcentajes, y se ven constantemente desbordados
por emociones que dirigen su funcionamiento. ¿Conocemos a alguno? A nosotros no
nos pasa, claro… pero ¿quizá a algún amigo?
Hoy en día se habla mucho del crecimiento personal. Éste conlleva,
en gran parte, el desarrollo de habilidades para el autocontrol emocional. Sin
él, otras capacidades, por buenas que sean, quedan atrapadas bajo la influencia
de emociones incontroladas. Pero… no es fácil hablar de nuestras emociones, ni
siquiera con nosotros mismos. No estamos acostumbrados. A muchos, nos asusta.
Preferimos no pensar en ello. “Ojos que
no ven…”
Dominar habilidades para el autocontrol emocional no
significa eliminar nuestras emociones, sino controlarlas y sacar el máximo
provecho de ellas. Todas las emociones pueden tener un efecto positivo si somos
capaces de ponerlas a nuestro servicio. Por ejemplo, el enfado controlado tras
una decepción puede estimular acciones apropiadas para sacarse la espina. La
ansiedad controlada puede alertar sobre una amenaza y provocar que nos pongamos
las pilas. El desánimo controlado después de un fracaso puede favorecer el
establecimiento de objetivos más realistas. Evidentemente, disfrutamos más y
funcionamos mejor con emociones positivas que negativas, pero éstas, bien
controladas, también pueden ayudar; y sobre todo, es importante controlarlas
para que no entorpezcan. Además, el control emocional favorece que busquemos y
acentuemos más las emociones positivas, consiguiendo que prevalezcan sobre las
adversas. Todo un reto conocer y pilotar las emociones propias. ¿Nos da
vértigo?
Al contrario de lo que a veces se lee o escucha, el proceso
de conocer, comprender y controlar las emociones propias no exige hurgar en el
interior para detectar las causas. A algunos aficionados a las catarsis de
medio pelo (incluyendo psicólogos de trasnochadas escuelas y muchos que se
llaman coach), les encanta escarbar para interpretar lo que sucede en el
interior de otros, obligando a los que caen en sus irresponsables manos, a
meterse dentro de sí mismos para encontrar supuestas respuestas que suelen
aportar más confusión, quizá culpabilidad, y una mayor falta de control. ¡Please,
help! ¡Virgencita que me quede como estoy!
El autocontrol comienza por aprender a identificar, de forma
no amenazante, las emociones más relevantes que influyen en el propio
funcionamiento favoreciéndolo o perjudicándolo, sin necesidad de interpretar
sus posibles causas. Continua por relacionar tales emociones con situaciones
concretas en las que se controlan o, por el contrario, se escapan al propio
control. Y sigue por desarrollar estrategias eficaces para propiciar las emociones
que favorecen un buen funcionamiento y controlar las que lo perjudican.
Por ejemplo: (1) Identifico la ansiedad. (2) Discrimino
entre la ansiedad que me favorece y la que me perjudica. (3) Detecto las
situaciones en las que suelo controlar la ansiedad, facilitando que me
favorezca (4) Detecto las situaciones en las que la ansiedad suele controlarme
a mí y me perjudica. (5) Desarrollo habilidades para propiciar, si procede, la
ansiedad que me favorece. (6) Aprendo a anticipar la ansiedad que me perjudica
y desarrollo habilidades para controlarla.
¿Sencillo? Decirlo, sí; Hacerlo es otra cosa: exige un
entrenamiento. Sobre todo cuando nos enfrentamos a situaciones nuevas,
trascendentes, críticas, bajo la evaluación de los demás. ¿Hacemos algo para
aprender a controlar nuestras emociones, o dejamos que nos sigan controlando ellas
cuando más necesitamos rendir?
El proceso señalado a modo de ejemplo, bien ejecutado, sin
necesidad de hurgar en las causas ni divagar sobre cuestiones filosófico-espirituales,
permite desarrollar un método muy eficaz para el autocontrol emocional. Es
cierto, no obstante, que en una fase de entrenamiento más avanzado puede ser
apropiado en algunos casos, no en todos, explorar posibles creencias rígidas que
subyazcan a las emociones más frecuentes. Por ejemplo, el director que a menudo
se enfada por el bajo rendimiento de sus empleados, quizá deba reflexionar
sobre alguna creencia propia que favorezca, en mayor o menor medida, dicho
enfado. “No están motivados; lo que quieren es hacer lo menos posible; como la
empresa no es suya les da igual…” A veces, este tipo de creencias están en la
superficie y se detectan con facilidad (el propio interesado las manifiesta
abiertamente), proporcionando la oportunidad de explorarlas con la ayuda de un
buen psicólogo o un coach experimentado. Otras veces, se encuentran ocultas y
el acceso a ellas no es sencillo, entre otras cosas porque es probable que el propio
protagonista no desee hacerlo.
Explorar posibles creencias subyacentes exige una apertura
mental que sólo se consigue a partir de una gran confianza con el psicólogo o
el coach, y aún así, muchas personas se sienten muy incómodas y rechazan la
introspección. Algo que hay que respetar, pues debe ser un ejercicio libre en
el que el interesado se involucre y adopte un rol activo, en lugar de verse
forzado por un especialista dominador (algo que no entienden ni saben manejar
muchos psicólogos y coaches). Además, no por profundizar más, el control
emocional es mayor. Muchas veces, al contrario: intentar comprender lo que en
principio está más oculto, propicia que las emociones negativas rebasen la
capacidad de autocontrol. ¿Parece fácil? ¿Puede cualquiera montar un
chiringuito, hacerse unas tarjetas con un diseño molón y ponerse a dar
consejos?
La conclusión de todo esto, a la que llegaron los árbitros
FIBA coincidiendo con otras muchas personas en diferentes contextos, es que si se
consigue mejorar la capacidad de autocontrol emocional, se rinde mejor. Una buena noticia: todos
podemos mejorar esta capacidad. ¿Manos a la obra?
Chema Buceta
7-6-2013
twitter: @chemabuceta
¡Ay, Emociones! ¡qué haríamos sin ellas! ¿no crees?. Qué importante es saber gestionarlas.
ResponderEliminarAsí es. Gestionar bien las emociones es muy importante. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarMuy interesante.Algún día me gustará compartir contigo 2 experiencias reales que cierto político orador vivió y que cierta torera hubo de solucionar echando buenos capotes ¿falta de autocontrol o exceso de machista inseguridad?
ResponderEliminar