Recordó a su hijo Alfonso, al que honró con su mismo nombre
porque estaba seguro, aunque no lo confesara, de que llegaría a alcanzar lo que
él, en otra época, sólo había podido soñar sin ni siquiera tener una sola oportunidad:
¡triunfar en el fútbol! Al niño no le faltó de nada. Lo tuvo todo para ser uno
de los mejores; y eso a pesar de su madre, Eva, amante pero gran ignorante del deporte; cuya
estúpida preocupación porque el niño no se hiciera daño, entorpecía cualquier
intento por motivar al chaval. Hasta decía delante del pequeño que él, ¡su padre!, le estaba presionando.
“¿Presionarle, yo? ¡Qué tontería!” reflexionó. “El niño era un blandengue; como
su madre y todos los de su familia de mediocres perdedores...” Pero él, su
padre, quería que fuera un ganador, y se volcó en ese empeño sin escatimar
esfuerzo. de la pintura y la arquitectura,
Según decían quienes le conocían, Alfonso se obsesionó con que
su hijo disponía de grandes cualidades para el fútbol y tenía que llegar a
profesional. Eso le llevó a cambiar sus turnos en el trabajo para poder estar
con el niño en todos los entrenamientos y llevarle a donde hiciera falta. Además,
compró una cámara de video, cuando no eran tan corrientes como ahora, y se hizo
especialista en grabarlo todo: entrenamientos, calentamientos, partidos,
acciones concretas, futuros rivales… hasta partidos de profesionales que no se
televisaban. Antes de cada entrenamiento, instruía a su hijo sobre lo que debía
y no debía hacer, y en el trayecto de vuelta aprovechaba para aleccionarle
sobre los errores cometidos; recriminándole habitualmente su falta de espíritu
combativo:
--- Alfonso, a veces pareces una niña… y este es un deporte
de hombres… ¡Tienes que tener hambre de balón, coño! ¡Y pelear, pelear, pelear!
Me pones de los nervios cada vez que te veo parado... ¡pelea, coño, pelea!
--- Pero es que…
--- ¡Ni pero ni nada, coño! ¡Sé un hombre y pelea!
--- Papá, yo peleo…
--- ¿Qué tú peleas? ¿Qué tú peleas? No me hagas reír, coño.
¿Eso es pelear? Mira, yo no tuve las facilidades que tú tienes. Éramos ocho
hermanos y mi padre no pudo ayudarme a ser futbolista… ni siquiera vino a verme
jugar… pero yo moría en el campo… luchaba como un cabrón y no me dejaba quitar
el balón como te pasa a ti, ¡joder! ¡Qué pareces una marquesa, me cago en…! Si
a mi me hubieran dado la oportunidad…
El niño bajaba la cabeza, y entre avergonzado y culpable,
trataba de esconder los ojos, muchas veces inmersos en lágrimas que le
delataban y no podía evitar. Con bastante frecuencia, el regreso a casa era una
auténtica tortura que se prolongaba durante la cena. Y los sábados, cuando se
jugaban los partidos, era todavía peor. Alfonso padre se transformaba en un
incontrolado energúmeno que además de increpar e insultar al árbitro por
cualquier motivo, criticar al entrenador y recriminar a los compañeros de su
hijo, no paraba de darle a Alfonsito instrucciones contradictorias. Ese disparatado
comportamiento provocaba en el chico una gran ansiedad que le impedía disfrutar
y, dentro de sus posibilidades, jugar mínimamente bien. Además, pasaba
muchísima vergüenza por el lamentable espectáculo que a la vista de todos
ofrecía su progenitor. Un tremendo bochorno que, con poco éxito, intentaba
soportar haciendo oídos sordos y mirando para otro lado.
Después, tras el suplicio público, llegaba el tormento de la
charla en el coche y durante la comida; y todavía quedaba la sesión de video
del domingo por la tarde. En ella, de unas dos horas ¡con suerte!, despertaba
el entrenador dormido que Alfonso llevaba dentro, ¡su auténtica vocación! según
decía, y se sucedían y repetían, una y otra vez, las imágenes del día
anterior y de algunos entrenamientos de la semana, acompañadas de las oportunas
explicaciones para corregir los múltiples errores del chaval.
--- El video, como el algodón, no engaña, hijo… Mira que mal
lo has hecho --era uno de sus más habituales argumentos; sin que faltaran sabrosos
reproches por la “falta de actitud, las pérdidas de concentración y no haberle
echado los suficientes cojones” que tan obvios se mostraban en la implacable e
inapelable grabación.
El martirio resultaba insufrible, pero había que aguantar.
Alfonsito, con doce años, se sentía atrapado en una invisible ratonera de la
que no sabía cómo salir. Siempre le había gustado el fútbol, pero ahora, aunque
no quería reconocerlo, lo odiaba. Y por supuesto, quería a su padre; pero no le soportaba, y encima se sentía muy culpable por decepcionarle tanto. Ni que
decir tiene que Alfonso no era consciente de los sentimientos de su hijo. A él
sólo le preocupaba, “por el bien del chico”, que triunfara en el fútbol. Y eso
exigía esfuerzo y sacrificio. Él, su padre, tenía que ayudarle a triunfar
haciendo lo que fuera necesario; incluso renunciando a su propia vida. La carrera
futbolística del futuro Butragueño era lo primero.
(Fragmento
de mi libro “Quien no tenga un cable cruzado que tire la primera piedra”
publicado por Dykinson http://www.dykinson.com/Novela.pdf
)
Por desgracia, no sólo en el fútbol, la actitud y el
comportamiento de algunos padres de deportistas jóvenes perjudica el funcionamiento
de sus hijos, limita sus posibilidades de rendimiento y contribuye a que el
deporte, en lugar de ser beneficioso como herramienta formativa y de ocio,
resulte una experiencia negativa.
Pero no basta con quejarse. Clubs,
federaciones y otras organizaciones deportivas y educativas deben tomar medidas
para instruir/orientar a los padres con el objetivo de conseguir que su comportamiento
no sólo se aleje del de esta historia ¿de ficción?, sino que en lugar de restar, sume. Los
padres aportan mucho. Sin su compromiso, muchos niños no harían deporte. No hay
que ignorarlos o aceptarlos como algo inevitable, sino ayudarlos a encontrar su
espacio.
Chema Buceta
9-8-2013
twitter: @chemabuceta
www.psicologiadelcoaching.es
Gracias profe Buceta, sin lugar a dudas un tema importante en el deporte, sobre todo en el infantil y es que seguramente la mayorìa de los que hemos estado inmersos en èste hemos encontrado obstàculos sobre todo con los padres, algunos quieren vivr en sus hijos lo que no han podido y dejan de lado la parte lùdica y formativa que ofrece el deporte, no les interesan las herramientas que el niño puede adquirir no solo para el deporte tambièn para la vida, un abrazo.
ResponderEliminarDe acuerdo con tus comentarios. Muchas gracias. Un abrazo
EliminarMuchas gracias, adhiero a la importancia de quienes están a cargo en las edades formativas. Saludos, Juan Casajus / Twitter @JuanCasajus
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo. Un abrazo
ResponderEliminarGran post, Chema. Yo tengo 16 años y juego al baloncesto, en el cual, desde mi experiencia, hay menos energúmenos que en el fútbol. No obstante, es inevitable encontrarse con alguno y que te entren ganas de mandarle callar simplemente por respeto a los rivales o al público.
ResponderEliminarEs una cosa de la que hay que darse cuenta y a la que creo que no se le da la importancia que merece. Nos debemos preocupar por construir un ambiente formativo a través del deporte, y no un ambiente destructivo, así que coincido al 100% contigo. Muchas gracias por tu atención.
Un saludo.
Javier, muchas gracias por tu comentario. Me parece genial que tengas esta perspectiva del deporte. Seguro que puedes hacer mucho desde tu posición de jugador en defensa de los valores que debe desarrollar la práctica deportiva.
ResponderEliminarUn placer conocerte.
Saludos
Estimado Chema, al leer el texto se me vinieron a la cabeza unas publicidades que circulaban en un canal deportivo argentino. Te dejo el link por si te interesa y te robo amablemente la historia para cuando aborde la temática con mis alumnos.
ResponderEliminarUn abrazo
http://www.youtube.com/watch?v=kcnoL1HsmHA
EXTRAORDINARIO...SIMPLEMENTE EXTRAORDINARIO!!!!!
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