(Artículo publicado en el número de junio de 2014 de la
revista GIGANTES DEL BASKET)
En una temporada de records, muy buen baloncesto y
contundente victoria frente al Barcelona en la semifinal, a muchos ha
sorprendido la derrota del Real Madrid en la final de la final four. También, que el amplio marcador en esa semifinal se
produjera sólo unos días después del triunfo del Barca en la liga española.
Cada partido es diferente, y por supuesto existen razonamientos
técnico-tácticos y de condición y forma física que pueden influir en estos
resultados. Además, está el factor psicológico, cuyo peso, menor o mayor, puede
contribuir de manera decisiva a que los jugadores tomen o no las decisiones
correctas y ejecuten sus acciones mejor o peor.
El estado mental no es siempre algo consciente, sino muchas
veces inconsciente o que el jugador elude valorar. No digo que sea este el
caso, pues no lo conozco de primera mano, pero sucede con cierta frecuencia que
estados de exceso de tensión o relajación que son ignorados o negados por los
protagonistas, acaban repercutiendo negativamente en su rendimiento en el
campo. De hecho, uno de los principales objetivos del entrenamiento psicológico
es despertar ese estado de alerta para que lo que se ignora pase a ser
reconocido y, en la medida posible, controlado.
Esta vez, desde fuera, parece muy probable que en el partido
de liga, la motivación del Barca haya sido superior a la del Madrid, más
pendiente de la cita europea, donde dio el do de pecho en esa semifinal sin
piedad para su adversario. Durante toda la temporada, el Madrid había mostrado en
Europa que era el gran favorito, y en Milán, con esa incontestable paliza a su
gran rival, esa idea se fortaleció. Más aún, cuando su adversario en la final era el que se consideraba más débil de los
cuatro. Creo que es la tercera vez
consecutiva en que el pobre “convidado de piedra” a la final four gana la Euroliga. ¿Sorpresa? ¿Mala suerte de quien
debería ganar?
Jugar con menor presión que el favorito, contribuye a que el
rendimiento sea mayor, y eso compensa las diferencias baloncestísticas. La
presión psicológica tiene que ver con la obligación de ganar para responder a
las expectativas ajenas y propias. Se espera que el favorito gane, que culmine
el largo recorrido de la temporada con esa victoria en la final, y eso genera
un estrés que se añade al que ya conlleva la trascendencia del partido per se. ¿Sus efectos? Una
sobreactivación que explica el rendimiento deficiente de ciertos jugadores y el
equipo como conjunto, sobre todo en los momentos más críticos del partido,
cuando el estrés es mayor. Si además se suma que el equipo contrario, al jugar
muy motivado y sin esa presión, rinde a un buen nivel, se puede explicar que un
año más lo que se esperaba que debía suceder, no haya sucedido.
La cuestión es si equipos como el Madrid o el CSKA harán
algo específico para solucionar esto, o como de costumbre, se centrarán en los
fichajes, la planificación, los entrenamientos, el video, los planteamientos
tácticos, el buen rollo, el apoyo emocional, más video… (todo necesario, sin
duda, pero ¿suficiente?) y simplemente seguirán confiando en que el próximo año tendrán más
suerte en el momento de la verdad.
Chema Buceta
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