La tragedia que ha supuesto la muerte de una persona en
Madrid tras una reyerta entre seguidores ultra del Atlético de Madrid y el Deportivo
de La Coruña que, según parece, se habían citado para pegarse antes del partido (!!!), ha
sido la desgraciada noticia del pasado fin de semana. Desde entonces, son
muchos los que se rasgan las vestiduras, buscan culpables y hablan de tomar
medidas. ¿De verdad nos sorprende? Las peleas entre grupos ultra no son
una novedad, y menos aún el fuego cruzado de graves insultos y amenazas entre
los no afines cada vez que coinciden o a través de las redes sociales. Lo que
impacta ahora, y es lógico, es el lamentable desenlace de esa brutalidad premeditada,
pero son muchos los que pudiendo actuar para prevenir y corregir, prefieren la
venda en los ojos o mirar solo de perfil, para no ponerle el cascabel al gato.
En estos días, presidentes, entrenadores, jugadores,
periodistas y otros protagonistas del fútbol, se han pronunciado contra esa violencia salvaje
que ensucia el espíritu de solidaridad y fair
play que es, o debería ser, uno de los pilares básicos del deporte. Muchos
han coincidido en echar balones fuera, señalando que no es un problema del
fútbol, sino de la sociedad en general. En
parte es cierto: el problema refleja el gran vacío interior de unos individuos desubicados,
sin rumbo, que buscan su identidad siendo parte de una tribu de fanáticos en la
que se encuentran cómodos. Allí, dan
valor a su existencia compartiendo con sus colegas la defensa irracional de
unos colores, el odio al rival y una agresividad exacerbada, propios de quienes
necesitan alardear para escapar de sus carencias y proteger así su autoestima,
probablemente muy débil bajo ese escudo de macho violento protegido por el
grupo.
El fútbol es la excusa, el vehículo que canaliza ese
desajuste intelectual, emocional y social de estos delincuentes, pero no por
ello está exento de responsabilidad. No es el culpable directo de que los
ultras se citen para pegarse y ocurran desgracias como esta, pero sí de cobijar
y, sin quererlo, estimular a estos grupos de vándalos. Probablemente, los protagonistas no se dan cuenta, pero a
través de las decisiones que adoptan (y no adoptan), determinados comportamientos y las declaraciones que
hacen en los medios de comunicación, siembran pequeñas semillas que sumadas a otros
ingredientes, pueden constituir el germen de actitudes violentas y acciones salvajes como las que hemos visto esta y otras veces. Pero muchos prefieren no mirar.
Echan la culpa al vecino, y en todo caso, entonan un mea culpa discreto y expresan sus buenas intenciones. Pero ahí queda todo. En cuanto escampa la tormenta de la actualidad, pasan la página y se vuelven a poner la venda.
Un claro ejemplo es la ambigüedad que preside la actuación
de los clubs respecto a sus grupos ultra. Por un lado, rechazan la violencia y
de vez en cuando, hartos de sus reincidencias, expulsan a socios violentos; pero
al mismo tiempo, salvo el Barcelona, el Real Madrid y algún otro, siguen
permitiendo que existan estos grupos, los protegen y los alimentan. Una doble
moral. No quieren problemas con ellos ("me montan un pollo en cualquier momento, quizá sepan dónde vivo, cuál es mi coche, quiénes son mis hijos...") y se justifican alegando que son los hinchas que más animan al equipo. Un club de primera división se echó atrás en la contratación de un
entrenador porque recibió presiones de los ultra; esos mismos que el
pasado fin de semana en el estadio interrumpieron con sus abucheos el minuto de
silencio en memoria de la mujer policía asesinada en un atraco. Y como este,
muchos otros casos de sometimiento a los violentos. En lo que respecta al Deportivo,
el colmo sería que presionado por esos ultras que tan mal lo representan, se sumara como institución a hacer del delincuente fallecido
un mártir, participando en sus “funerales de estado” y permitiendo que, por
ejemplo, a partir de ahora se coree su nombre en el minuto del partido que
corresponda a la hora de su muerte (!!!). (Espero no dar ideas!)
También hay que mencionar los gestos de aprecio a los ultra de los jugadores. Prefieren no enfrentarse a ellos, ganarse su simpatía con el
apoyo simbólico de los saludos, las fotos, los aplausos tras el partido, etc.
Como es lógico, no están de acuerdo con su violencia, pero sin querer la
potencian con gestos que les conceden tanto protagonismo. Los ultra llegan a
creer que forman parte del equipo con una misión específica: la defensa
fanática del mismo por cualquier medio. Y deducen que su apoyo es imprescindible; que sin
ellos, el equipo se siente desprotegido; que cualquier pelea violenta equivale a
la lucha de los jugadores en el campo. ¿Exagerado lo que digo? Puede parecerlo para
el lector sensato que lo valora desde su propia perspectiva, pero hay que ponerse en la piel
de estos individuos desubicados. Aquí tienen la oportunidad de expresar su
frustración, agresividad e identificación con la tribu, amparados en la
justificación de una misión que cumplir y el beneplácito que creen tener de los
directivos y los jugadores.
En esta misma jornada, un entrenador de primera división, en
la rueda de prensa posterior al partido, declaró que “había que ganar por lo
civil o lo criminal”. De toda su intervención,
ese fue el corte que los periodistas seleccionaron para sus crónicas. Lo
escuché varias veces en la radio y la televisión. Resulta obvio que es una
metáfora habitual en el mundo del fútbol, algo que para la mayoría es solo una
forma de expresar la necesidad y el deseo de conseguir los tres puntos, pero
para los salvajes de los grupos ultra puede ser un germen de violencia futura.
Posible interpretación: “Todo vale con tal de ganar; también la violencia;
ellos en el campo, nosotros, fuera”. Lo que dice un entrenador, jugador o
directivo delante de un micrófono, tiene una enorme repercusión social; y más
aún, en quienes con entusiasmo reciben cualquier carnaza que alimente su
agresividad. La fama exige asumir la responsabilidad de cuidar bien lo que se
dice o escribe, y algunas declaraciones, aún sin mala intención, como es este caso, son
muy poco afortunadas. Se habla en
caliente, sin medir las posibles consecuencias; y encima, el “todo vale” con
tal de ganar lectores o audiencia, propio de periodistas y medios de
comunicación irresponsables que mal utilizan su influencia social, suele
acentuar los mensajes que más daño causan. ¿Apología involuntaria de la
violencia?
Volviendo a la tragedia de Madrid, lo más urgente es
castigar a los responsables directos y ahondar en los errores que hayan podido
cometer los clubs y otras instituciones implicadas. Pero lo más importante es
que sirva para tomar medidas contundentes que permitan erradicar de una vez a
estos grupos de violentos, ya que además de constituir un grave peligro para los
ciudadanos y servir de refugio a jóvenes sin rumbo, ensucian el deporte, y eso es algo que no deberíamos permitir si creemos en él como uno de los principales escenarios de la superación humana, la solidaridad y el respeto. Para conseguirlo, no debe temblar la mano a quienes tienen la responsabilidad de las
decisiones relevantes: entre ellas, expulsar a estos individuos de los clubs y
los estadios y endurecer las leyes para que los delitos de vandalismo sean severamente castigados, al tiempo que se destacan y premian las acciones correctas. Pero además,
es el momento de que los protagonistas del fútbol dejen de echar balones fuera
y sean más conscientes de la influencia de sus declaraciones y comportamientos,
asumiendo la responsabilidad que por su
fama y ejemplaridad les corresponde. ¿Actuamos ya, o esperamos al siguiente muerto?
Chema Buceta
2-12-2014
@chemabuceta
www.psicologiadelcoaching.es
Poco después de publicar el artículo, sale una nota del Atlético de Madrid diciendo que expulsan como peña oficial al Frente Atlético. Ese es el camino. El Deportivo dice que cierra la grada de los Riazor Blues durante dos partidos como algo simbólico. ¿Medias tintas? También he oído que el funeral del ultra asesinado se celebrará en el estadio de Riazor. ¿Funeral con todos los honores? ¿Qué mensaje se está transmitiendo?
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