Las medallas de oro y plata, en piragüismo de Marcus
Cooper (apellido de su madre que prefiere él) y en atletismo de Orlando Ortega, se añaden al exiguo bagaje de la delegación española en estos Juegos
de Río. Se ha intentado vender que conseguir 17 o 18 medallas sería un éxito.
Sin embargo, esas son las que logramos en los Juegos de Atlanta hace 20 años,
por lo que parece que desde entonces no hemos evolucionado; y por lo que se
está viendo, es probable que ni siquiera nos mantengamos. Algunos culpan a la
crisis económica que en los últimos años ha restringido los recursos, y en parte puede ser causa,
pero es que antes de la crisis tampoco hemos superado ese listón. ¿Son todo
causas externas?
En la escasez, se argumenta que no todo son las medallas, que
estas son muy difíciles, que hay que valorar los diplomas y las marcas, e
incluso que lo más importante es que nuestros representantes “lo están dando
todo”. Todo esto es cierto, pero al
igual que los títulos en otras competiciones, el principal baremo de los Juegos
Olímpicos son las medallas. Estamos en el entorno del más alto rendimiento, no
en los juegos escolares o de un campamento de verano, y los países deben
preparar a sus deportistas para ganar. Después se puede ganar o no, porque así es el deporte, pero si no existen esa ambición y las
correspondientes medidas para alcanzar los objetivos más altos, es lógico que
los resultados sean modestos, inferiores a los de otros países de nuestro
entorno que nos superan en el medallero con indiscutible claridad.
Evidentemente, no todos pueden ganar, porque los adversarios
también compiten; pero ¿se ha hecho lo suficiente para que exista la posibilidad
de subir al podio? Desde mucho antes, claro. A largo plazo, se debe pensar en
qué deportes conviene invertir más y cómo llevar a cabo la mejor preparación de
posibles futuros campeones. Y no es sólo una cuestión de cantidad, sino también
de calidad. Entrenar mucho, no es suficiente, e incluso puede ser perjudicial si no se hace correctamente. Muchos jóvenes se quedan en el camino por quemarlos antes de
tiempo. Otros por lesiones debidas al sobreentrenamiento. Y otros, por
conformarse con metas menores. Para muchos, el objetivo puede ser llegar a
competir en unos Juegos Olímpicos en lugar de prepararse para ganar una medalla. El matiz es definitivo. Si desde joven te conformas
con ser campeón de España, tener una beca y poder participar en unos Juegos,
ahí te quedas. Seguramente lo darás todo el día de la competición, pero ¿y antes? ¿Lo diste todo para tener opción a la medalla? ¿Y quiénes te acompañaron en el camino, tus entrenadores, los directivos? ¿lo dieron todo, o se conformaron con éxitos menores y la acreditación para poder desfilar?
Participar en los Juegos no es un regalo, sino algo que los
deportistas se ganan a pulso con su sacrificio y sus actuaciones previas, por lo que estar ahí ya supone un primer éxito que nadie niega. Y
como es lógico, todos los deportistas tienen sus limitaciones. Muchos que llegan tan alto como
sus condiciones, experiencia y máxima entrega les permiten, por mucha ambición
que tengan, no pueden alcanzar el nivel de las medallas, pero participan por
sus propios méritos y merecen el máximo respeto. A estos, no obstante, se les
debería exigir que sus resultados reflejen el alto rendimiento que se les
supone. Sergio Fernández, por ejemplo, no ha podido alcanzar la final de los
400 metros vallas, pero en la semifinal ha batido el record de España. Es evidente
que había otros corredores mejores, pero él ha llegado en
las mejores condiciones y ha hecho su mejor carrera de siempre. Sin duda, se puede decir que él sí ha dado todo. ¿Es suficiente?
De momento, sí, por supuesto. ¡Chapó! ¿Más adelante? Habrá que ver si quiere y
puede seguir progresando para conseguir más. Ojála no se conforme y quiera y pueda aspirar a objetivos más altos.
Las instituciones responsables también deben decidir si se
conforman con éxitos como los de Marcus, Orlando y Sergio o, sin olvidar a estos, ponen los medios necesarios para preparar a
otros deportistas que puedan hacerlo incluso mejor. La nacionalización de Orlando
Ortega ha sido una buena medida para paliar la preocupante sequía de medallas
olímpicas del atletismo español (desde Atenas, 2004), y además ha ayudado a
este excepcional atleta a tener la oportunidad de mejorar su vida y la de su
familia, tal y como él mismo, bañado en lágrimas, reconoció y agradeció
efusivamente tras la plata lograda. Es emocionante ver cómo el deporte puede
ayudar a quienes lo necesitan para abrirse paso más allá de él. Pero tiene un
precio, claro: la ambición, el esfuerzo ilimitado, la ausencia de excusas,
agarrarse a esa tabla como el naufrago que no tiene otra y la valora como si
fuera el mejor barco. ¡Admirable! Orlando ya fue finalista olímpico antes de
ser español y su entrenador sigue siendo su padre, también cubano, por lo que
su éxito no refleja el esfuerzo de nuestro deporte salvo por las facilidades puestas a su disposición, pero es un fantástico ejemplo de ambición que debe servir de estímulo a
quienes pueden venir detrás y a las propias instituciones.
Contrastan con estos ejemplos, los malos resultados de la
mayoría de nuestros atletas y otros deportistas que no han alcanzado el mínimo
rendimiento que en función de su trayectoria les correspondería. Algunos (no en
atletismo) se han quedado sin medallas aun siendo favoritos. Otros, siendo
realistas, no tenían esa opción, pero tampoco han sido capaces de igualar las marcas
que otrora lograron. ¿Razones? En cada
caso habría que analizarlas con objetividad en lugar de pasar la página. El
deporte no son las matemáticas, y existen diversos factores que pueden influir
en los malos resultados. El primer paso es analizarlos sin echar balones fuera.
Por eso sorprenden las declaraciones de algunos que han fracasado diciendo que
están muy contentos porque “lo han dado todo” y a otra cosa, mariposa.
Darlo todo no es sólo luchar el día de la competición, sino
también, antes que eso, hacer todo lo posible para llegar en las mejores condiciones para rendir al
máximo. Sin embargo, algunos deportistas han llegado lesionados o sin
recuperarse bien de antiguas lesiones; otros compiten enfermos o por algún motivo perjudicados; otros, no se sabe; pero el caso es que
su rendimiento ha decepcionado. Y seguro que los primeros que están afectados
son ellos; pero entonces, no digas que estás muy contento. Reconoce que no has
estado bien y apunta que tendrás que analizar las causas para hacerlo mejor más
adelante. Punto. Sería una declaración responsable.
Los Juegos Olímpicos no son una competición más en la que el deportista se representa a sí
mismo, a su club o a su sponsor, sino un
evento muy especial, el más grande en el mundo del deporte, que justifica las ayudas públicas para que los protagonistas representen a su
país en un entorno de alto rendimiento. Por eso, decir que no llegabas en buena
forma, pero que te has divertido, lo has dado todo y te vas muy satisfecho, tras
no haber rendido como te correspondía, refleja una gran falta de
profesionalidad y también de respeto. En algunos casos, las circunstancias
personales pueden justificar el bajo rendimiento, y eso también hay que valorarlo, pero en otros se debe exigir
una mayor autocrítica. Con independencia de los factores externos que han
podido influir en mi deficiente resultado ¿qué podría haber hecho yo, ahora y
antes, que no hecho? ¿Qué puedo aprender de todo esto? ¿Cómo podría rendir
mejor en ocasiones futuras? Autocrítica y ambición van muy unidas. Si uno se
conforma, no hay autocrítica; y sin esta es muy difícil ambicionar y perseguir de
verdad metas mayores. ¿De verdad lo he dado todo?
Chema Buceta
17-8-2016
Twitter: @chemabuceta
algo muy similar pasa con los atletas mexicanos, ademas de eso justifican sus resultados por diversos factores. La justificación siempre merma la autocrítica siendo esta la que te hace crecer y mejorar.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Mauricio. Estamos de acuerdo. Un saludo.
ResponderEliminar