La inesperada derrota
abultadísima del Barcelona frente al Liverpool (4-0) le ha dejado fuera de
la Champions a pesar de la amplia
ventaja que traía del partido de ida (3-0), y eso ha desatado multitud de comentarios
críticos y explicaciones contundentes de quienes opinan con facilidad de todo y
enseguida encuentran la clave y los culpables. Entre las diversas
críticas, algunos han apelado a la “falta de actitud” de los jugadores. ¿Falta de actitud en una semifinal de la Champions, un equipo que aspira a ganarla y ha demostrado ese deseo
durante toda la temporada? No parece muy probable. Entonces, ¿cómo se explican esos errores de (supuestas) "falta de concentración" y "ausencia de echarle... energía"?
Con frecuencia se
identifica una aparente pasividad y falta de concentración (colocarse a destiempo, reaccionar tarde, no llegar a los balones
divididos antes que los contarios, perder el balón por no darse cuenta del peligro, etc.) con la falta
de motivación o de actitud. Es un error grave. Es cierto que estas carencias
conllevan un nivel de activación más bajo del que sería óptimo para rendir al máximo, y
que esta activación baja se manifiesta con cierta pasividad y despistes, pero estos también pueden ser la
consecuencia de un exceso de ansiedad.
Al contrario que la falta de motivación
o actitud, la ansiedad provoca un aumento del nivel de activación, pudiendo
situarlo por encima (no por debajo) del nivel óptimo que favorece el mejor
rendimiento. Cuando esto ocurre, se poduce un estrechamiento de la atención
(el jugador está como dentro de un túnel) que dificulta detectar los riesgos, reaccionar a tiempo y tomar decisiones acertadas. Aunque pueda parecerlo, no es por falta de concentración, sino por una capacidad atencional menor como consecuencia del exceso de activación.
Además, el exceso de activación provoca un agarrotamiento
muscular que perjudica la precisión; y, asimismo, propicia bien un exceso de movilización de energía
que se refleja en acciones impulsivas inapropiadas (faltas que no vienen al
caso, querer solucionarlo todo de cualquier manera, exceso de individualismo…), bien una cierta parálisis que puede confundirse con pasividad, pero que en realidad no lo es. Es
difícil acertar al cien por cien estando fuera del equipo, pero considerando la
trascendencia del partido, lo que vimos allí parece relacionarse más con el
exceso de ansiedad que con la falta de actitud. Más con el agobio, el bloqueo mental, el agarrotamiento y la parálisis que provocan el miedo a perder que con la falta de suficiente interés y concentración.
Se ha recordado también
un fracaso similar del año anterior, cuando tras ganar a la Roma en casa (4-1),
el Barcelona perdió en la vuelta (3-0) y también quedó eliminado. Casi todos
los protagonistas fueron los mismos y, con pequeños matices diferentes, la
situación fue muy parecida y el desenlace, idéntico. Este antecedente debería haber servido al Barcelona para que esta vez, aprendida la lección, no le sucediera lo mismo, y
probablemente, es algo que habrán tenido presente en la preparación del partido, pero... ¿Cómo? ¿Con qué efecto?
En estos casos, cuando el recuerdo se limita a destacar el batacazo sufrido, si en el partido presente las cosas se complican, como sucedió en Liverpool, lo más probable es que se active el
miedo a que suceda lo mismo (es decir, que aumenten la ansiedad y los síntomas
de parálisis). Sin embargo, el fracaso anterior puede resultar positivo si de verdad se analiza con rigor lo sucedido y se sacan conclusiones constructivas que, en
lugar del miedo, activen su “antídoto”: la autoconfianza. La cuestión es si, en
su momento (la temporada pasada tras el fracaso de Roma), se llevó a cabo dicho
análisis dedicándole el tiempo y la profundidad que merecía una situación tan
relevante (¿Qué hemos hecho bien y deberíamos volver a hacer si se presenta
esta situación en el futuro? ¿Qué hemos hecho mal y deberíamos cambiar?).
No me refiero a un análisis de los directivos para evaluar posibles fichajes, también necesario, sino al que deben realizar los técnicos y los jugadores, sobre lo sucedido en el terreno de juego. Es bastante probable, ya que suele suceder, que una vez aliviado el grave disgusto, en lugar de hacer ese análisis, técnicos y jugadores cambiaran con
rapidez el “chip” para centrarse en los siguientes partidos, desaprovechando ese fracaso para poner las bases de un futuro éxito cuando las condiciones,
como sucedió ahora, fuesen similares. Tal vez, aquello se tomó como una desgracia
que no volvería a suceder, y se pasó página demasiado pronto. Suele ocurrir: un
mal día, un mal partido, fútbol es fútbol… Ahí acaba todo.
Evidentemente, el análisis
constructivo de lo sucedido la temporada anterior habría facilitado mucho la
preparación mental para el partido de este año. ¿Cómo se ha preparado este
partido? Es bastante probable que se haya recordado lo que sucedió en Roma para
alertar a los jugadores y que no se confiaran. Eso está bien. También
lo está, por ejemplo, que Valverde (el entrenador) diera descanso a la gran mayoría de los
jugadores titulares en el partido de liga anterior al de Liverpool, dando así una señal inequívoca
de que no había que confiarse y era necesaria la mejor artillería. Si
el partido hubiera ido razonablemente bien, tal y como se esperaba, quizá
habría bastado, pero al no ser así porque el rival también juega, lo más
probable es que ese estado de alerta, en principio positivo, se convirtiera en miedo con las consecuencias señaladas.
La preparación
psicológica de un partido como este requiere no sólo alertar, sino, además,
anticipar los problemas que pueden plantear el adversario y el devenir del
partido, así como concretar acciones para evitar o contrarrestar tales problemas. ¿Qué puede pasar si nos meten un gol muy pronto?
¿Cómo nos puede afectar? ¿Qué tenemos que hacer si eso ocurre? ¿Qué puede pasar
si nos marcan un segundo gol y nos meten el miedo en el cuerpo? ¿Qué hicimos (o
no hicimos) en Roma que ahora, si eso ocurriera, deberíamos cambiar? ¿Qué
estrategia utilizaremos si eso sucede? Sin duda es más cómodo no pensar en los
posibles problemas y refugiarse en querer creer que todo irá bien si uno no se
confía, pero es más conveniente pasar por la
incomodidad de anticipar lo malo que podría ocurrir y su posible remedio, que agobiarse, agarrotarse,
bloquearse y cometer errores graves cuando las dificultades no previstas se
presentan.
De nuevo aquí, se echa en
falta la presencia de un psicólogo deportivo que colabore estrechamente con el
entrenador (que yo sepa, el Barcelona no lo tiene; y si estoy equivocado, pido disculpas). Uno de los cometidos del psicólogo es detectar y estudiar las
circunstancias de cada situación que, reduciendo o aumentando su nivel de
activación, pueden afectar al funcionamiento mental de los jugadores; y, en
base a esto, su función es asesorar al entrenador para que ponga en marcha las medidas
apropiadas (mensajes, videos, decisiones…) que puedan influir favorablemente en
el estado psicológico del equipo. La presencia del psicólogo no garantiza el
resultado final, como tampoco lo garantizan el entrenador, los restantes
miembros del staff o los propios
jugadores (entre otras cosas, porque el adversario también juega), pero aumenta
la probabilidad de controlar factores que, a veces con mucho peso, pueden influir
en ese resultado final.
En el Liverpool parece
que predominó la motivación excepcional del que, tras el primer partido, tenía
mucho que ganar y poco que perder y, alentado por la pasión de su público, se
lo jugó todo a una carta valiente. En estos casos, el peligro suele ser que
esa motivación elevada provoca una activación muy alta, y esta favorece un
estado de aceleración e impulsividad que finalmente conduce a cometer muchos
errores. Sin embargo, en esta ocasión, el equipo supo arriesgar sin suicidarse,
predominando siempre una motivación alta pero controlada, seguramente gracias a
una preparación que alimentó esa motivación no sólo desde el deseo, sino también
anticipando problemas y potenciando la autoconfianza. Por el contrario, lo que
parece que predominó en el Barcelona fue el temor a perder, a repetir el
fracaso del año anterior. El contraste fue brutal; y el marcador final,
consecuente. ¡Otra vez lo mismo! ¿Se puede aprender?
Chema Buceta
8-5-2019
@chemabuceta
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