Una de las principales diferencias entre los Juegos
Olímpicos y otros grandes eventos como los campeonatos del mundo o
continentales, es que los deportistas forman parte de un gran equipo que abarca
a todas las especialidades. Cada uno participa en su deporte, pero todos pertenecen
al equipo olímpico de su país. Esta circunstancia conlleva ventajas e inconvenientes.
Entre las primeras, se convive con deportistas distintos a los habituales, se
aprende de otros deportes, se desarrolla un ilusionante espíritu de equipo y, a
veces, se produce un beneficioso contagio de optimismo y autoconfianza que
ayuda a rendir mejor. Entre los inconvenientes, uno del que se habla poco pero
que afecta a muchos deportistas, es el nerviosismo general que les rodea cuando
las medallas no llegan.
He observado y analizado esta situación más de una vez ; y
es lo que intuyo que podría pasar en el equipo ol
ímpico
de España tras cuatro días de competición sin aparecer en el medallero. Se ha
hecho una previsión de posibles preseas y los resultados obtenidos, de momento,
no apuntan en esa dirección; y aunque es
cierto que todavía quedan oportunidades muy razonables, el fracaso de los
primeros deportistas que optaban a los preciados metales, contribuye a que la
decepción y el nerviosismo se apoderen de directivos, técnicos, medios de
comunicación y público en general, generándose una “ansiedad ambiental” que
puede afectar a los que todavía tienen que competir.
La ansiedad se transmite mediante comportamientos que
denotan tensión; voces, gestos y mensajes negativos, derrotistas y fuera de
lugar; y comentarios aparentemente positivos como “tu vas a ganar la primera
medalla para España” que pretenden motivar, pero que para muchos son un elemento
de presión, un dardo envenenado, una piedra más en la mochila de la
responsabilidad que se añade a las que, de por sí, ya están pesando. Hoy, “el salvador
del deporte español”, nuestra “gran esperanza”, era Ander Elosegui en las aguas
bravas. Ha estado magnífico; pero tres de sus rivales, también; y como le
ocurrió en Pekín, ha quedado cuarto. Un notable éxito que, sin embargo, en
lugar de destacarse como tal, es probable que alimente el pesimismo y el
nerviosismo de los que rodean y siguen a nuestros deportistas.
Como Ander, otros días fueron otros los “salvadores”, y
seguirá habiéndolos hasta que comprendamos que la ansiedad ambiental y llevar
sobre los hombros esa responsabilidad colectiva provocan que el rendimiento de
los deportistas sea inferior al que cabría esperar, determinando las pequeñas diferencias
que en la mayoría de los casos separan el éxito del fracaso. Como es obvio, este
problema afecta más a unos deportistas que a otros, pero en general, consciente
o inconscientemente, todos o casi todos lo sufren de alguna manera. Para más
inri, en la medida que avanzan los Juegos sin el resultado esperado, el
nerviosismo aumenta y la presión sobre los siguientes que compiten es mayor. Por
tanto, por el bien de los que todavía esperan su turno, confiemos en que las
deseadas medallas no se hagan de rogar mucho. ¿Mañana? ¿Quién es nuestro
salvador?
Mientras llegan las preseas, y también después, deportistas
y entrenadores deben aislarse del ambiente pesimista, de nerviosismo o
aparentemente motivante que les puede rodear, y asumir, únicamente, la responsabilidad
que les corresponde, pero no más. Cargar con el peso de ser “el salvador” de tu
deporte o de tu país, además de ser injusto, constituye un error que, en la
mayoría de los casos, vaticina un nuevo fracaso.
Chema Buceta
31-7-2012
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