España ha vencido a Francia en los cuartos de final de baloncesto masculino. En el último cuarto, a falta de un minuto y medio para el final, el equipo español ganaba por un punto tras un parcial de ¡7-4 en los ocho minutos y medio de ese cuarto! Jugadores profesionales de altísimo nivel, algunos de ellos en la NBA, fallaban y fallaban sus tiros de tres, de dos y hasta de uno, como si fueran principiantes; y no es que las defensas fueran implacables: al contrario, salvo acciones esporádicas y el gran trabajo de Llull sobre Parker, se centraron en proteger las zonas cercanas a la canasta y permitieron bastantes tiros cómodos que los atacantes erraron. Utilizando una expresión propia del baloncesto, “se les encogió el brazo”.
¿Qué explicación tiene ese bajo rendimiento en jugadores tan
experimentados y laureados? Sólo hay una: la excepcional trascendencia del
partido les ha superado. No importa que hayan jugado finales de la NBA o
cientos de partidos de gran importancia; los Juegos Olímpicos son únicos: una
cita especialmente estresante como no hay otra en el deporte. Sólo se juegan
cada cuatro años, y su repercusión social es gigantesca. El partido de hoy lo ha mostrado.
El estrés es una reacción del organismo ante situaciones que
le resultan amenazantes (como un partido de estas características). Y nadie se
libra de él, por muy bueno que sea en lo suyo. Las grandes estrellas del
deporte también lo sufren, aunque la mayor parte de las veces son capaces de
controlarlo e incluso de transformarlo en motivación. Pero en momentos muy
críticos, y más en partidos de gran trascendencia, puede ocurrir, como hoy, que
el estrés minimice su rendimiento. Sus efectos son claros:
provoca un exagerado aumento del nivel de activación (el organismo se activa
más de lo necesario) que por un lado, estrecha el foco de atención (la
atención del jugador no capta todo lo que debería) y favorece una peor lectura
del juego (y, por tanto, peores decisiones); por otro, incrementa la tensión
muscular, el agarrotamiento del cuerpo, y eso afecta a la precisión de los pases y los lanzamientos.
Es decir, peores decisiones sobre cómo, cuándo, quién y desde dónde tirar, y
peor ejecución de los tiros. ¿Os suena a los que habéis visto el partido?
En este agónico partido, el estrés no se presentó por sorpresa en el último cuarto,
aunque fuera en éste cuando más se hizo notar; sino que saludó desde el inicio con evidentes síntomas de agarrotamiento general, ausencia de frescura, falta
de segundos y terceros esfuerzos en defensa, escaso ímpetu para robar el balón
y correr, juego muy conservador, malas decisiones en ataque y poca precisión
(los porcentajes de acierto en el tiro fueron bastante deficientes; en tiros
libres, por ejemplo, ninguno de los dos equipos alcanzó el 70%). Como colofón, en
el último minuto, con el partido ya decidido, influyó en las lamentables acciones
violentas de algunos jugadores franceses, fruto de la frustración y el exceso
de tensión acumulada.
España ha ganado este partido y está en semifinales, pero
tanto en éste como en otros encuentros menos trascendentes, ha mostrado síntomas
de estrés incontrolado que han afectado su rendimiento. En el pasado, estos
jugadores y este equipo han sido capaces de enfrentarse a situaciones de enorme
trascendencia controlando el estrés que las rodeaba y rindiendo a un altísimo
nivel; pero por algún motivo, en Londres, de momento, no está sucediendo eso, y
es el estrés el que, más de lo que debiera, controla a nuestra selección. Esperemos
que, como otras veces, cambie esta tendencia y nuestros jugadores jueguen con
la intensidad, frescura, velocidad, creatividad, buena lectura y alta precisión
a la que nos tienen acostumbrados.
Chema Buceta
8-8-2012
twitter: @chemabuceta
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