Amaneció antes de lo habitual en
fecha tan señalada. Solía hacerlo muy pronto, pero esta vez se adelantó a lo
que acostumbraba. A la activación que le provocaba esa emoción tan especial de
los grandes días, se sumaba la preocupación por no poder rendir con la eficacia
que en él era habitual: esa que le había dado tanta fama en todos los rincones
del mundo. Elvis Presley, los Beatles, John Wayne, Marilyn Monroe, Pelé, Michael
Jordan, Messi… y muchos más a lo largo de la historia, habían sido o seguían
siendo muy grandes, pero ninguno como él. Sus registros eran incomparables a
los de cualquier otro astro del alto rendimiento en cualquier campo; a tanta
distancia, que ni siquiera constaban en el libro Guinness de los records, so
pena de desanimar a cualquier posible contrincante. Es cierto que jugaba con
cierta ventaja, pero eso no le restaba el indiscutible mérito de sus
inigualables logros. Eso sí, tenía claro que su único rival era el mismo; y su exigente
reto, superarse cada año. Un objetivo muy ambicioso con un listón que cada vez se
situaba más alto. Hasta ahora siempre había respondido, y los repetidos éxitos
que atribuía a su buen hacer y el de su competente equipo, habían fortalecido
su autoconfianza, por lo que aparentemente no había razón alguna para dudar.
Sin embargo, esta vez algo le preocupaba. Sus muchachos,
como él los llamaba, estaban demasiado pendientes de satisfacer su vanidad
individual, y eso, bien lo sabía él, podía perjudicar el rendimiento colectivo
en detrimento de un nuevo éxito. Era mucho lo que estaba en juego; muchos los
que tenían una fe ciega en ellos: los que lo esperaban todo sin ninguna excusa y sufrirían una
decepción irreparable si ellos erraban. No quería
dudar de su equipo, de su motivación y capacidad extraordinarias demostradas
año tras año con creces, pero sabía que eso no era suficiente, que sin un buen
trabajo colectivo ese enorme potencial se empequeñecería y el rendimiento sería
deficiente.
Ya en pie, mientras se arreglaba la barba, meditó sobre lo
que sucedía. Dancer y Dasher, directores de los flancos izquierdo y derecho
respectivamente, llevaban un tiempo sin apenas hablarse. Los dos se quejaban de
que el otro tiraba para su lado sin preocuparse de coordinar el esfuerzo de
ambos, y ninguno aceptaba su culpa. En lo único que coincidían era en atacar a
Rudolf, el que guiaba a todos, su lugarteniente, un líder que no acertaba a
poner orden. Quería imponer su autoridad porque sí, y esa era ya una estrategia
demasiado desgastada. Dancer, Dasher y los demás estaban hartos de que les
impusieran todo; los tiempos habían cambiado, y querían opinar, sentirse
escuchados y participar más en el diseño de la estrategia y la toma de
decisiones. Además, Rudolf había adquirido demasiado protagonismo en los medios
de comunicación. Las últimas portadas del North Pole Times y los informativos
del TV Glacier News sólo hablaban de él, como si los éxitos del equipo fueran
sólo suyos, y eso molestaba a los otros. Esta crisis de liderazgo, razonaba él,
estaba afectando al resto del equipo. Prancer y Vixen rivalizaban por su
extraordinaria resistencia corriendo y su exultante belleza, hasta el extremo
de priorizar sus logros individuales y su apariencia sobre la preparación que
necesitaban en este momento. Prancer llegó tarde a un entrenamiento por asistir
a una sesión de fotos para el Hello Christmas, la revista más vendida en estas
fechas, y Vixen ni siquiera apareció por estar posando para el Reindeer Play
Boy. ¡Por Dios! Algo inconcebible en un momento tan crítico. Por su parte,
Comet y Cupido asistieron a un programa de telebasura en el que acabaron
discutiendo por defender cada uno lo suyo. Y Blitzen y Donner, conocidos como
el relámpago y el trueno, hacía ya unos días que se habían declarado la guerra.
Blitzen decía que sin él, el trueno no tendría sentido; y Donner que en su
ausencia, el relámpago tampoco. ¡Un desastre, vamos!
Terminando de vestirse pensó que, probablemente, el caos que
había repasado se debía en parte a un éxito tan continuado. Sus muchachos se habían
olvidado de que éste no había llegado por sus incuestionables virtudes personales, sino gracias al esfuerzo colectivo
y la responsabilidad individual a su servicio; y quizá querían pensar que sin
estos ingredientes se podría conseguir lo mismo. Grave error, claro. Él, tan viejo
y sabio, era consciente de ello. Evidentemente, algo estaba fallando con esos talentosos muchachos. ¿Debería cambiarlos? Podía planteárselo, pero no ahora.
Demasiado tarde. El día era hoy, y los necesitaba. No era momento de cambiar,
sino de sacar lo mejor de ellos. ¿Y él? Parecía claro que algo habría hecho
mal, porque en definitiva era el líder supremo. ¿O se quedaba más tranquilo
echándole las culpas a los otros, quejándose de su falta de compromiso, de su
vanidad, de sus estúpidas rivalidades? Debía reflexionar sobre eso. Quizá el
éxito y el paso de los años le habían hecho acomodarse. ¡Uf! Necesitaba
reciclarse, pensar en algo que le sacara de ese estancamiento. Se lo propuso
para la siguiente temporada. Un nuevo reto. Pero ahora debía hacer algo más
urgente. El día era hoy, ¡y no podían fallar!
Reunió a su equipo; y en vez de hablar él, como todos los
años, para una última arenga que los motivara, les comentó lo siguiente:
--- Creo que estáis lo suficientemente preparados para actuar
cada uno por vuestra cuenta, y por eso he pensado que esta vez nos dividiremos.
Cada uno tendrá su zona y será responsable de ella. No habrá interferencias.
Cada uno a lo suyo.
Dicho esto, guardó silencio. Nadie dijo nada. Sin salir de
su asombro, pues no lo esperaban, sólo se miraron de reojo como esperando que
alguno reaccionara. Pero nadie lo hizo. El silencio más absoluto protagonizó
unos segundos que se hicieron eternos. Él continuó:
--- Os daré un tiempo para que preparéis vuestra estrategia.
Hoy es el día, y como bien sabéis, se espera mucho de nosotros. No hay tiempo
que perder. Así que a prepararlo todo.
Sin que la sorpresa los abandonara, se pusieron a la tarea.
Inicialmente, la energía que les proporcionaba su vanidad les hizo pensar que
sólo era cuestión de proponérselo, planificarlo y tener la voluntad de hacerlo, pero
poco a poco se fueron dando cuenta de su impotencia. Solos no podían con tan
pesada carga, y elegir compañeros nuevos, además de ser prácticamente imposible
con tan poco tiempo, no les garantizaba la exitosa compenetración con sus
socios de siempre. Dancer, en el flanco izquierdo, necesitaba a Dasher en el derecho
y viceversa. A Prancer de nada le servía
su inigualable resistencia sin la de Vixen corriendo a su lado, pues ambas se
complementaban. ¿Y qué era la felicidad que transmitía Comet sin el amor de
Cupido, o al revés? Los dos comprendieron rápido que como el delantero con el gol en ese juego moderno que llamaban fútbol, ninguno podría culminar
con su precioso regalo sin el decisivo esfuerzo de los compañeros que hacían el trabajo oscuro. ¿Y qué decir del trueno sin el relámpago, o al
contrario? Tanto Donner como Blitzer se habrían perdido sin las señales de su alter ego. Por su parte, Rudolf se dio
cuenta de que sin sus muchachos no era nadie, que eran ellos quienes hacían
posible ese éxito del que tanto se vanagloriaba. Los nueve comprendieron que
necesitaban a los demás. Cuando volvieron a reunirse con él, éste aprovechó el
clima de buena predisposición que ahora predominaba:
--- ¿Qué os parece si entre todos decidimos cuál es nuestro
objetivo común, y hablamos sobre la mejor forma de lograrlo? --- volvió a
sorprenderlos.
Así lo hicieron, y el ejercicio sirvió para que el grupo se
sintiera más unido que nunca. La cooperación y el buen talante se pusieron en
marcha. Muchas de las ideas que salieron eran antiguas estrategias que en el
pasado les habían funcionado. La diferencia estaba en que, esta vez, eran ellos
quienes las habían propuesto, y él quien las había aceptado. Además, surgieron
algunas sugerencias interesantes que enriquecieron el método. Y por supuesto,
él aportó su sabiduría para señalar algunas directrices que, por su forma de
hacerlo, todos aceptaron de buen grado. La autoconfianza colectiva y el
espíritu de equipo eclipsaron cualquier otro sentimiento. ¡Ahí estaba su
fuerza!
Terminada la reunión, él, Papá Noel, sintió que le
abandonaba la preocupación que le había robado el sueño, y dejó que la emoción
de la Navidad, sin dejar de controlarla, le invadiera hasta los mismísimos huesos. Todo
estaba listo para la gran noche. Subió a su trineo, dejó unos minutos de
silencio para que cada uno de sus nueve renos visualizara su actuación, y
notando la adrenalina favorable que se respiraba, dio la orden de partida:
Hohohoho!!!!
¡FELICES FIESTAS A TODOS!
Chema Buceta
24-12-2012
twitter: @chemabuceta
Espectacular Chema. Muchas gracias por el post. Un abrazo desde Cartagena, de un reciente antiguo alumno.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu amable comentario. Un abrazo.
EliminarJuego, set y partido Mr Buceta :-)
ResponderEliminarNoli
Muchas gracias, Noli. Es un honor que lo hayas leído. Un abrazo.
EliminarSutil y claro. Muy bonito para leer un 25 de diciembre. Su unen un cuento, estas fechas y el amor por el deporte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Manuel. Un abrazo.
Eliminar¡¡¡Que bonita historia y sobre todo que bien aplicada a un equipo de trabajo tan importante en éstas fechas!!!Un abrazo y feliz navidad a todo el equipo de la Unes.
ResponderEliminarQuique Andrés
Muchas gracias, José Enrique. Un abrazo.
EliminarEquipo de la Uned
ResponderEliminarSimplemente... "magistral". Felicidades por el post y muchas gracias por compartir estas perlas. :)
ResponderEliminarEs un placer, Angélica. Muchas gracias por tu amable comentario. ¡Feliz año!
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