No es fácil
controlar todos los factores que pueden incidir en el cuándo de una decisión
compleja; más aún, si existen distintas opciones con sus ventajas e inconvenientes,
y ninguna de ellas sobresale sobre las demás. Si hago esto ahora… si hago lo
otro más tarde… si espero un poco más… Prácticamente un empate. ¿Moneda
al aire, penaltis o prórroga? En ocasiones, la experiencia pasada es buena
consejera; otras veces, lo contrario: “como salió bien, vuelvo a hacerlo”. El peligro es que las circunstancias, aunque solo sea levemente, hayan cambiado y no se aprecie, y lo que funcionó antes, fracase ahora. Para
que la probabilidad de acertar sea mayor, resulta clave leer y analizar con
objetividad las circunstancias presentes que tienen peso. No se hace cuando falta una estrategia previa que contemple las distintas
opciones. Tampoco, si no se dispone de información in
situ o se carece de la habilidad de leer y actuar en consecuencia. Si Contador
quiere acertar, debe tener una estrategia trazada, disponer de información sobre la situación de la carrera y sus propias fuerzas, y ser capaz
de leerlo todo para decidir lo que mejor proceda.
Un enemigo muy poderoso y habitualmente ignorado, son algunas emociones muy
intensas que estrechando la atención, dificultan captar la información relevante y propician una mala lectura de las circunstancias que influyen en la decisión.
En ese túnel mental es complicado ver lo que resulta obvio desde fuera:
contemplar las distintas opciones, valorar los riesgos y decidir con acierto el qué, el
cómo y el cuándo. Estas emociones conllevan una sobreactivación
que provoca un bloqueo mental; y este paraliza o empuja a la acción a destiempo, ocasionando que las buenas ideas se
malgasten por no decidir en el momento oportuno. Conozco a entrenadores, directivos y otras
personas con proyectos estupendos que sin embargo los desaprovechan por no controlar
bien sus emociones. Una lástima ese bloqueo mental. La idea era genial,
pero estaban nerviosos y... ¿Precipitación? ¿Inhibición?
La sobreactivación que provoca el bloqueo mental puede alimentarse de dos grandes fuentes
psicológicas: la motivación y el estrés. En el caso del estrés, tanto su
manifestación de ansiedad (nerviosismo, miedo…) como de hostilidad (enfado,
agresividad…). Así, el deseo exagerado de una decisión (motivación), el enojo
por sentirse maltratado (estrés: hostilidad) o la urgencia por salir de una
situación agobiante (estrés: ansiedad) pueden provocar precipitación; mientras
que el nerviosismo ante la incertidumbre o el miedo a errar (estrés: ansiedad),
fomentan la inhibición. ¿Nos suena el jugador que, deseoso de resolver el
partido en los últimos minutos, se precipita al tirar? ¿Y el que por miedo a
fallar, desperdicia una oportunidad valiosa? ¿Conocemos a alguno que por estar picado con
un contrario, se la haya jugado irresponsablemente para demostrarle que es mejor? ¿Y
al que teme perder el balón y decide quitárselo de encima cuanto antes? ¿Algún
entrenador o directivo al que atenazan los nervios y decide tarde… o nunca? ¿Conocemos casos similares fuera del deporte?
En estos días, a raíz de la eliminación de España en el
mundial de baloncesto, se ha criticado al seleccionador nacional por diversos
motivos. Entre ellos, se ha señalado que el partido contra Francia no se había preparado bien
y que en los momentos críticos de ese partido, se quedó bloqueado y no fue
capaz de tomar las decisiones apropiadas. Preparar bien el partido implica
tener claros los recursos propios para superar al rival, así como anticipar las dificultades que podrían surgir y tener planes listos por si
estas se presentan. Suele ser habitual lo primero, y menos lo segundo, sobre todo cuando las expectativas de éxito son muy altas y es más cómodo no pensar en los posibles problemas. Cuando se comete el error de no anticipar lo suficiente las posibles dificultades, si estas aparecen, las emociones adversas y el consiguiente bloqueo mental son bastante probables (España-Holanda en el mundial de fútbol). Sin embargo, a partir de un buen trabajo de anticipación es más fácil reconocer
las situaciones críticas que aconsejan tomar o no una decisión en un determinado
momento. “Los tiros exteriores no entran y es difícil pasar balones dentro;
estamos en el minuto ocho del tercer cuarto y el marcador es…”. ¿Es el momento
de tomar una decisión previamente pensada, o todavía no?
La mayoría (por no decir todos)
de los que somos o hemos sido entrenadores, alguna vez
(seguramente, más de una) hemos sufrido en el banquillo un bloqueo mental. Ese partido en el que las cosas no salían como
habíamos pensado, o que comenzó con viento a favor y este cambió, incluso con
ventajas amplias en el marcador que se fueron esfumando, con los jugadores
espesos, erráticos, desorientados… más aún siendo favoritos, con la obligación
de ganar. La ansiedad acechaba, la atención se estrechaba, y en ese túnel
mental la información que aportaban nuestros ayudantes (si la había) nos
resultaba incómoda, al igual que cualquier esfuerzo para pensar. La proximidad
del toro eclipsaba lo que desde la barrera habríamos visto con claridad. En un
primer momento es posible que nos precipitásemos dando palos de ciego que no
solucionaron nada, hasta que nos quedamos paralizados, sin reaccionar. Seguimos
el partido (es decir, fuimos detrás de lo que sucedía) como si fuéramos
espectadores nerviosos, quizá gritando, animando y hablando sin decir nada,
pero sin dirigir con un rumbo, salvo en lo más obvio; esperando que algún jugador
tuviera un golpe de inspiración que sacara de la tormenta al equipo. Solemos dedicar miles de horas al pick and roll o las múltiples variantes en defensa. ¿Cuánto a controlar las emociones propias que nos bloquean?
Para prevenir o aliviar el bloqueo mental, además de anticipar las posibles dificultades, son necesarias habilidades
específicas para combatir la sobreactivación que influye en nuestro
comportamiento: tanto en el qué, el cómo y el cuándo de las decisiones, como en la
precisión de la ejecución. 2 canastas de 22 lanzamientos de tres en el fatídico
partido contra Francia, así lo demuestran. Puede que algunos fallos respondan a
malas decisiones, pero otros encuentran su explicación más probable en la
sobreactivación provocada, en un principio, por el deseo incontrolado de
superar un marcador adverso; después, por el temor a perder un partido que se esperaba ganar con claridad y sin embargo se
escapaba. Lo más grave de todo esto, derrota aparte, es que al igual que en la
selección de fútbol, el Madrid de baloncesto en la final four y el play-off y
tantos y tantos ejemplos, lo más probable es que el problema no se ataque
directamente para ponerle remedio. Se pasará la página. Punto. Y cuando se abra
una nueva, habrá buenos propósitos, una organización potente e infinidad de
ayudantes para analizar videos y fomentar el buen rollo, pero en el momento de
la verdad, todo eso servirá de poco cuando, como esta vez, las emociones adversas
tomen el timón.
14-9-2014
@chemabuceta
www.psicologiadelcoaching.es
- De nuevo felicitaciones por la entrada y la oportunidad de vincular contenido y situaciones o vivencias recientes.
ResponderEliminar- Entiendo que la toma de decisiones se ve sometida a la influencia de estos factores de estado o situación y también a otros de rasgo o de personalidad. ¿Se ha hecho o conoce algún estudio que correlacione rasgos caracteriales y tendencia a la decisión menos adaptada a la situación? ¿Qué resultados arroja?
- Lo expuesto en la entrada me recuerda a lo que se denomina capacidad de mentalización y su deficiencias en personas impulsivas.
Gracias. pablo
El patrón "impusividad-reflexividad" en parte puede explicar la mayor tendencia a decidir en un sentido u otro, sobre todo en situaciones de estrés. Así se demostró en la tesis doctoral de la Dra. Milagros Ezquerro con jugadores de tenis. Sin necesidad de medir este patrón, cada persona puede autoobservarse para conocer su tendencia a la precipitación o la inhibición en situaciones críticas.
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