La semana pasada tuvo lugar un simposio organizado por la
Fundación de Baloncesto Colegial sobre el baloncesto en los colegios y su
función educativa. Como es lógico, las más o menos 100 personas que disfrutamos
de este interesante evento estamos de acuerdo con el “Basketball is Education” que a través de esta y otras actividades
promueve esta fundación, totalmente comprometida con los valores educativos que
desarrolla el deporte. Uno de los temas fue el de los padres de los
deportistas, y dentro de este, salió a relucir la motivación que tienen los
padres. Aquí y en otros escenarios, cuando se pregunta a los padres qué les
motiva de que sus hijos hagan deporte, suelen responder, sobre todo, que el
hijo disfrute, desarrolle valores o realice una actividad sana, pero eso no
implica que, además, existan otros motivos, en principio secundarios y
bastantes veces “ocultos”, que en determinados momentos pueden influir en su
comportamiento. Así lo demuestra el estudio que para completar mi libro “Mi
hijo es el mejor, y además es mi hijo”, realizamos con 259 padres/madres de
España y México que contestaron a un Cuestionario de Motivación de Padres
elaborado a tal efecto (tanto el cuestionario como los datos de ese estudio se
pueden encontrar en el citado libro).
Esos otros motivos tienen que ver con el “éxito deportivo”,
“compartir con el hijo” y el “ego del padre/madre”. Así, aunque muchos padres señalan que sus
principales motivos tienen que ver con el disfrute, la salud, la socialización
y el crecimiento personal de su hijo, reconocen asimismo que les motiva que su
hijo gane, destaque o llegue a la élite. También, el poder participar ellos de alguna manera, que el
muchacho llegue donde ellos no pudieron, sentirse orgullosos del hijo o
presumir de sus éxitos. Precisamente, en una de las mesas de ese simposio sobre
baloncesto escolar, uno de los padres aseguró que “los padres queremos ganar… y
a los chicos quizá no les importa tanto, pero a los padres, sí”. Un padre
sincero que dijo lo que muchos sienten pero no se atreven a confesar. Como es obvio,
si aun no siendo la principal, la motivación por el éxito deportivo es muy
potente, tendrá un impacto notable en lo que los padres dicen y hacen. El hijo pierde y se enfadan, le
echan la bronca porque no se ha esforzado o buscan culpables externos; y cuando
las cosas no van como les gustaría, presionan al chico para que se esfuerce más, critican al
entrenador, etc.
A su vez, la motivación por “compartir con el hijo” puede
ser beneficiosa si los padres se limitan a disfrutar de un tema en común
y a ayudar y apoyar al hijo en lo que necesite, pero sin rebasar la
responsabilidad que les corresponde. Cuando no controlan este tipo de
motivación, es muy probable que se metan en las funciones del entrenador
y asuman un protagonismo inapropiado opinando de todo, dando instrucciones técnicas a su hijo y
agobiándole con un control excesivo. Aquí se situaría el padre que controla meticulosamente las
comidas, las horas de sueño, etc., establece objetivos para los partidos, graba
todo en video, lleva registros de rendimiento, da múltiples consejos y cosas por el estilo. No es
difícil pasar del simplemente querer compartir una actividad apasionante como
es el deporte, a que la implicación propia (de los padres) se convierta en un motivo
de mucho peso que llegue a eclipsar a otros motivos.
Y algo parecido sucede
con los motivos relacionados con el ego del padre. En un principio no existen o
no suelen ser los que más influyen, pero en bastantes casos, a veces sin ser
conscientes los padres, llegan a tener un peso significativo. Todos conocemos a
padres que disfrutan presumiendo de sus hijos deportistas y alimentan con sus
comentarios expectativas poco realistas que, tarde o temprano, pueden pasar
factura en forma de frustración, culpabilidad, baja autoestima, etc. En muchos
casos, los padres no ven o no quieren ver estos tipos de motivos que, en
definitiva, se relacionan con asumir el deporte de sus hijos en primera
persona, como si fueran ellos los principales actores. Sin duda, ayudaría mucho
sensibilizar a los padres sobre estas cuestiones para que analicen qué es lo
que les motiva de que sus hijos hagan deporte. Así, podrían tener más
conciencia sobre esos motivos en principio “ocultos” y sería más probable que
pudieran controlarlos (a veces, con la ayuda especializada de los psicólogos del deporte).
Además de la motivación nociva, también tienen mucho
peso las emociones que no se controlan. De hecho, en una encuesta a 1500
personas de diferentes países que también se comenta en ese libro, el mayor
acuerdo se produce respecto a la afirmación: “los padres deben aprender a controlar
sus emociones”. El deporte, por su propia naturaleza, es una actividad muy
emotiva, y si encima el que está jugando es tu hijo, pues más aún. Y todavía
más si lo que te motiva es el éxito o alimentar tu ego. La mayoría de los padres sufre viendo
competir a sus hijos, y ese sufrimiento es otro ingrediente a tener en cuenta. Como
lo es la falta de conocimiento sobre el deporte, las consecuencias de
administrarlo mejor o peor, la trascendencia de su comportamiento como padres y
qué hacer para contribuir favorablemente y no perjudicar. La falta de
información explica muchos comportamientos inadecuados, y de hecho, cuando se
informa a los padres, muchos de esos comportamientos desaparecen o disminuyen.
Si además los padres aprenden a controlar su motivación y sus emociones, los
resultados son todavía mejores.
Por desgracia, todavía existen muchos clubes y escuelas
deportivas que ignoran su responsabilidad de contribuir a la formación de los
padres. Piensan que ignorándolos, teniéndolos lejos, no se complican la vida y solucionan el "problema" que suponen esos padres que quieren saber, les cuesta entender y pueden resultar incómodos, pero
no por eso los hijos dejan de sufrir a sus desinformados padres. Coinciden
muchos deportistas jóvenes en esas agobiantes charlas post-partido que sus
padres les sueltan en el coche regresando a casa. Los padres lo hacen con su
mejor intención, pero ¿quién les ha explicado lo ineficaces y
contraproducentes que suelen ser esos comentarios en caliente? Como sucede en el coche y no en las
instalaciones deportivas, los entrenadores y directores deportivos prefieren
pensar que la situación no existe, o no es su problema, pero esos y otros monólogos
inapropiados pueden llegar a influir muy negativamente en el funcionamiento de
los deportistas. Ignorarlo y quejarse de los padres es lo más fácil; mucho más
que aceptar la responsabilidad de formarlos e integrarlos. Es la solución de
quienes piensan en pequeño. Pero si de
verdad pensamos en grande, con el convencimiento de que el deporte es una
herramienta educativa muy poderosa a la que queremos sacar el máximo partido, hay que reconocer la trascendencia de los padres y contar
con ellos, contribuyendo a que comprendan las cuestiones clave y
actúen para sumar. Eso supone organizar actividades apropiadas para los padres como
un elemento más de la actividad deportiva de los chicos, así como mantener con
ellos una comunicación constructiva que por supuesto no se debe confundir con
esos decálogos tan ridículos sobre lo que no tienen que hacer.
Los padres son una pieza fundamental para que el deporte
cumpla sus grandes objetivos educativos en la infancia y la adolescencia. ¿Pensamos en
grande?
Chema Buceta
7-12-2016
@chemabuceta
Quiero aprender a pensar a lo grande... Y he encontrado de quién aprender.
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