sábado, 23 de junio de 2018

EL "MARRÓN" DEL PENALTI


"Si acierto seré un héroe; si fallo, un villano"


Avanza el mundial de fútbol y, más allá del muy cansino monotema de Messi, Ronaldo y alguno más, y la absurda insistencia en destacar actores individuales en un deporte colectivo, sobresale, antes de lo habitual, un protagonista del que apenas se habla, como si fuera un insignificante personaje de reparto que pinta mucho menos que, por ejemplo, el soporífero tiki-taka o las infranqueables barreras defensivas que hacen insoportables algunos partidos. Gracias al VAR, gran enemigo de los acalorados debates en el bar, el penalti está saliendo a escena en casi todos los partidos; y sin que nadie lo discuta. En el bar se podía discrepar de la decisión del árbitro, pero si lo dice el VAR eso “va a misa (a la mezquita o a donde sea, según proceda)”.

En los mundiales, al igual que en las fases finales de los torneos continentales para selecciones nacionales, a partir de los octavos de final, los penaltis suelen ser decisivos en muchos partidos. Más de un equipo abandona la liza por no estar tan fino como su adversario desde los 11 metros, y raro es que el campeón no haya pasado alguna eliminatoria gracias a su mayor acierto desde ese botón que adorna las áreas o (el portero) entre los tres palos. Por eso suele extrañar que, como a veces se sabe después, los equipos no preparen esta suerte según su trascendencia merece, como dando por hecho que tener en el equipo a varios especialistas es suficiente para salir victorioso, a pesar de que, mundial tras mundial, la realidad muestra lo contrario.

En primer lugar, la trascendencia de los penaltis que deciden un partido finalizado en empate es mucho mayor que la de un penalti durante el tiempo de juego. Además, mientras este último, aun produciéndose varias veces, lo puede tirar el mismo jugador, en la tanda de cinco o más penaltis tienen que intervenir varios, lo que supone, en bastantes casos, que futbolistas que incluso pueden llevar toda la temporada sin haber tirado una sola pena máxima, tienen que asumir ahora esa responsabilidad. No es extraño que, con bastante frecuencia veamos a jugadores que, llegado el momento, se “esconden” para no ser elegidos o alegan alguna razón que justifique su ausencia; y por supuesto, no faltan las caras pálidas y agarrotadas que transmiten la enorme tensión de quien se dispone a ejecutar ese lanzamiento decisivo. No es el caso de todos los que lanzan; incluso hay algunos a los que esto los estimula y agranda; pero sí de muchos; y entre estos no es difícil explicar, en base a ese exceso de tensión, los disparos defectuosos que facilitan la intervención del portero o envían el balón fuera de la diana. Los porteros también juegan, por supuesto, y muchas veces el mérito es sobre todo suyo, pero, obviamente, la calidad del lanzamiento influye en la probabilidad que tiene el portero de acertar, ya que es el lanzador quien tiene la iniciativa y toda la ventaja.

Mundial tras mundial, todos estos argumentos sugieren la necesidad de tomarse más en serio la preparación de los penaltis, incorporando estrategias psicológicas para que los elegidos puedan gestionar el gigantesco impacto emocional que provoca esta situación, favoreciendo, así, que la probabilidad de acertar sea mayor. ¿Por qué no se hace, salvo en alguna excepción? Una razón puede ser ignorar o no querer ver la necesidad de un tipo de entrenamiento que no es habitual, así como la participación de un profesional, el psicólogo del deporte, que tendría que asesorar a los entrenadores para diseñar los ejercicios apropiados y, a su vez, trabajar directamente con los futbolistas (lanzadores y porteros) para desarrollar habilidades eficaces de autocontrol emocional. Otra razón puede ser que, guiados por el partido a partido, los equipos se centren en la primera fase y no piensen más allá, aplazando el asunto de los penaltis en beneficio de otras prioridades; aunque, claro, cuando llegan esos partidos, quizá ya sea tarde.

Es discutible si el “partido a partido” debe ser siempre el criterio a seguir, y en cualquier caso, no es incompatible con una estrategia global de la competición que también tenga en cuenta las posibles necesidades tras la primera fase, sobre todo si tu equipo aspira a ganar el mundial o a llegar lejos. Pero, además, la presencia del VAR ha concedido al penalti un protagonismo inesperado ya desde el primer momento. Creo que no ha habido un solo día sin penaltis, algunos en más de un partido. El penalti ha encontrado en el VAR a un fiel aliado que le hace justicia, situándole en el papel de actor principal que injustamente se le había negado; y parece que a más de uno le ha pillado por sorpresa. 

Es innecesario señalar que el penalti es la forma más probable de marcar un gol, y más aún, cuando el abuso del tiki-taka y las murallas defensivas numantinas propician que haya muchos partidos en los que apenas se tira entre los tres palos. Por eso, si bien durante un partido no tiene la trascendencia decisiva que en una tanda tras un empate, se ha convertido en una oportunidad muy valiosa, más probable que antaño, que se debería aprovechar. Es decir, hay que tomárselo más en serio; prepararlo bien; no escatimar esfuerzo ni conocimiento para que los lanzadores y los porteros ejecuten esta jugada con la máxima eficacia.   

La mayor trascendencia del penalti en esta primera fase conlleva una mayor responsabilidad de los lanzadores. Esta es la única jugada en la que al portero se le perdona que no acierte, pero no así al lanzador, de quien se asume que, gracias a su evidente ventaja, tiene la obligación de marcar. El futbolista lo sabe, y aunque después se le pueda disculpar por haber errado, esa “obligación” genera una presión que a muchos les atenaza, favoreciendo una mala decisión sobre el lanzamiento y/o una ejecución deficiente. En realidad, en este campeonato, la trascendencia del penalti convierte a este en un “marrón”. Si se consigue el gol, es lo que había que hacer; si se falla, es un error muy grave que puede afectar al resultado final no sólo por haber perdido esa oportunidad, que quizá sea la mejor o casi la única en todo el partido, sino por lo que afecta negativamente al funcionamiento posterior del que lo lanzó y falló, y en ocasiones a la moral del conjunto del equipo, sobre todo si, a pesar de correr, pelear, tocar el balón, etc., no ve puerta ni aunque el partido durara tres días.

Tres casos interesantes. En la primera parte de su primer partido, Perú dominó a Dinamarca, y antes del descanso llegó su gran oportunidad. Cuevas lanzó el penalti fuera de la portería. Se retiró al vestuario llorando, y en la segunda parte, él y el equipo fueron otros. Dinamarca ganó 1-0. En el segundo partido, perdieron contra Francia, también 1-0. Francia es superior, y a Perú no se le puede negar su espíritu de lucha, pero en dos partidos no ha marcado un solo gol. Su mejor oportunidad pasó, y lo que es peor, es muy probable que ese error les haya afectado. Desde luego, Cuevas no ha vuelto a jugar bien. Otra razón para trabajar psicológicamente. El error se puede producir, pero hay que superarlo y seguir adelante. La prepración psicológica es la clave.

Segundo caso .Messi también falló un penalti en el primer partido de Argentina, y se le culpó del empate contra Islandia. De momento, sigue desaparecido en combate, y eso que se trata de un jugador acostumbrado a tirar penaltis. Pero estos penaltis no son lo mismo. El tercer caso es el del jugador de Túnez (no recuerdo su nombre) que tiró el penalti contra Inglaterra. Estaba lívido antes de lanzar, pero a pesar de todo, marcó. Cuando vio que la pelota entraba su expresión reflejó que sentía un gran alivio, más que por marcar (esto es una mera especulación) por el hecho de haberse quitado de encima el “marrón”. El miedo a fallar puede ser terrible, y, aunque ambos vayan de la mano, para algunos jugadores la satisfacción es mayor por no haber fallado que por haber acertado.


Chema Buceta
23-6-2018

@chemabuceta

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