Los Juegos son algo grande, y como tal, también tienen su
cara cruel. Muchas veces, la diferencia entre el éxito y el fracaso es muy
pequeña, mínima, casi inapreciable. Es el caso de los que se quedan a las
puertas de las medallas o los diplomas: unas centésimas de punto, un segundo, una
canasta, un leve error, una decisión adversa de los jueces… Ésto ha sido,
precisamente, lo que le ha pasado hoy al judoka español Sugoi Uriarte. Hizo una
competición muy buena, cayó en la semifinal por la mínima y perdió la medalla
de bronce por decisión de los jueces
tras haber empatado con su rival. Al parecer, una penalización recibida a pocos
segundos del final, pudo influir en una decisión que podría haber caído de
cualquier lado. Un caso similar fue ayer el del equipo español masculino de
gimnasia artística: tras una brillante actuación se quedaron a pocas centésimas
de entrar en la final y conseguir el diploma olímpico, su gran objetivo. Cuando
la meta ha estado tan cerca, escapándose por los pelos, el golpe psicológico
que acompaña al resultado adverso suele ser muy fuerte. He conocido a muchos deportistas
que lo han sufrido y han tardado mucho en recuperarse. Si tienen la suerte de
competir en otras pruebas, pueden desquitarse en parte con un buen resultado en
éstas; y si pertenecen a deportes en los que los Juegos Olímpicos no tienen
tanto peso (tenis, fútbol…) enseguida se sumergen en su mundo y éste les
absorbe. Pero si no es así, la secuela que queda suele ser muy grande: la herida
tarda en cerrarse; y la cicatriz queda para siempre. Aunque algunos deportistas
intentan ser positivos inmediatamente, suele ser inevitable un periodo
caracterizado, según los casos, por el dolor, la rabia, la culpabilidad, la
sensación de fracaso, las dudas, la irritabilidad, la desgana, el desánimo, la
depresión… Es un periodo de duelo y aceptación que en muchos casos se prolonga
durante meses. Un tiempo que el deportista debe darse a sí mismo, necesario
para que la herida comience a cerrarse. Para ayudarle, el apoyo de las personas que le rodean,
siempre que no le agobien, es fundamental; y también puede ser muy valioso el
trabajo con un psicólogo. Después, si el
deportista continua en el deporte de élite, debe buscar nuevos retos que con el
tiempo le ayuden a sacarse la espina en la medida posible. A veces, sobre todo
para los que se retiran, la asignatura queda pendiente, y es en otras facetas
de la vida en las que surge la oportunidad de resarcirse. En cualquier caso,
siendo muy cruel, la experiencia conlleva un gran aprendizaje, una increíble
oportunidad de fortalecerse mentalmente, de crecer como deportista y como
persona; y el paso del tiempo la sitúa en el lugar destacado que merece: una
experiencia única en la vida, la de haber sido capaz de competir al más alto
nivel en unos Juegos Olímpicos. ¡Ánimo, muchachos! ¡La vida sigue!
Chema Buceta
29-7-2012
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