Elisabeth (Liz) Cambage es, en la actualidad, una de las mejores
jugadoras de baloncesto del mundo, quizá la más determinante. Sin ir más lejos,
lo demostró con la selección de Australia en la Copa del Mundo celebrada en Tenerife
el año pasado (recuérdense, por ejemplo, sus 33 puntos en la semifinal contra
España) y lo sigue haciendo en Las Vegas Aces, su equipo de la WNBA (la NBA
femenina), donde destaca como máxima anotadora y reboteadora. En la actualidad, en gran parte gracias a su decisiva aportación, las Aces lideran la conferencia oeste y son uno de los grandes favoritos para
ganar la competición. Sus 2,03 metros de altura, su extraordinaria fuerza física
y habilidad atlética, y su saber jugar hacen a Cambage prácticamente imparable;
y si se la defiende mínimamente bien con un entramado de ayudas, es a costa de
dejar demasiado libres a sus compañeras. Y anotar frente a ella exige superar un sólido muro casi inexpugnable, sabiendo, además, que como mucho habrá una única oportunidad, pues son muy pocos los rebotes que se pueden capturar en sus dominios.
Cambage nació en Londres (Inglaterra), precisamente hoy 18
de agosto hace 28 años, pero lamentablemente para Gran Bretaña, tiene la
nacionalidad australiana. En Australia es uno de los grandes ídolos que adora
todo el país. Cuando juega, no deja indiferente a nadie. Su superioridad, prepotencia,
arrogancia y frecuentes quejas a los árbitros por las innumerables faltas que recibe provocan enojo y rechazo fervientes
en los seguidores del adversario, pero esa altivez, aire de ir sobrada y
capacidad de machacar al rival encandilan apasionadamente a los suyos. En la final de los
Juegos de la Commonwealth del año pasado en Gold Coast nos enfrentamos (Inglaterra)
a Australia. Campo lleno: unos 12.000 espectadores. Liz estaba muy molesta por
la defensa agresiva que recibía, protestó a los árbitros con muy malas formas y
se ganó una técnica. Siguió protestando con gestos burlones y la
descalificaron. Mientas abandonaba el campo camino del vestuario, saludando
como si diera la vuelta al estadio tras una final olímpica, recibió del público
una ovación impresionante, como pocas he visto en una cancha de baloncesto.
En Australia, Cambage está por encima del bien y del mal, se
la adora incondicionalmente, (casi) se le permite todo. ¿Una diosa? Su
impecable trayectoria deportiva, los suculentos emolumentos de sus contratos,
el prestigio, la fama, la veneración de sus seguidores y su imagen de
superioridad y autosuficiencia permiten concluir que es una persona de
incuestionable éxito. Dotada para el baloncesto como casi ninguna otra, ha logrado
desarrollar ese don y situarse en el Olimpo de los grandes héroes. ¿Alguien tan
excepcional puede ser de carne y hueso?
Hace unos días, la NBA (masculina) anunció que todos sus equipos
tendrán que tener, obligatoriamente, un servicio profesional de atención psicológica
para cuidar la salud mental de los jugadores. La medida responde a una
necesidad creciente, pues cada vez se conocen más casos que sufren
trastornos psicopatológicos: fundamentalmente, trastornos de ansiedad y depresión
que afectan a su bienestar, su salud, sus relaciones interpersonales, su
funcionamiento general y su rendimiento.
Como ya he comentado en otros escritos, se trata de enfermedades
muy serias que incluso pueden tener consecuencias tan graves como (en el caso
de la depresión) el suicidio, y que aun no llegando tan lejos, pueden hundir a
quienes las sufren en un abismo de debilidad, impotencia, incomprensión, baja
autoestima y culpabilidad. Más aún en el caso de los deportistas de élite, ya
que al ser personas de notorio éxito a quienes la vida sonríe más que a la gran
mayoría de los mortales, ídolos que nos representan en las grandes citas, con
los que llegamos a identificarnos emocionalmente, se espera de ellos que sean fuertes,
sin debilidades, capaces de grandes hazañas reservadas a los elegidos, auténticos
ganadores acostumbrados a derribar cualquier obstáculo, a no rendirse nunca y a
hacernos triunfar con ellos. ¿Dioses?
Volvamos a Liz Cambage. A raíz de ese anuncio de la NBA, en una carta
a “The players Tribune”, se ha mostrado partidaria de que la WNBA adopte esa
misma medida para poder atender a las muchas jugadoras que lo necesitan, algo que
considera básico, pues (el psicólogo) es como “un fisioterapeuta para tu
cerebro”. Y sustenta su argumento en los estados de ansiedad y depresión que ella
misma sufre desde hace bastante tiempo. ¡Quién lo diría al verla jugar! Liz habla
de sus problemas con el alcohol, de la medicación que toma para aliviar la ansiedad
y la depresión y de cómo todo esto perjudica a su salud y, a veces, a su rendimiento.
Confiesa, incluso, que en 2016 llamó a su madre para decirle que no quería
seguir viviendo y estuvo al borde del suicidio (¿sorprende?). Y ahora, aun sintiéndose mejor, sigue llevando
la vergüenza y la culpa de haber causado a los suyos esa terrible preocupación.
Impresionante, ¿verdad? Tras esa idolatrada fachada de jugadora ultra exitosa, de
aparente seguridad sin fisuras y alta valoración de sí misma, parece esconderse
una persona que lucha con dificultad para aliviar su fragilidad emocional. ¿De
carne y hueso?
Añade Liz que sus problemas de salud mental han sido el
motivo por el que esta temporada cambió de equipo, buscando tener más cerca el
apoyo de su familia: “la única forma de seguir jugando en la WNBA”. Y la
depresión fue la causa de que haya estado dos partidos sin jugar. Oficialmente,
se anunció que era para descansar (DNP-rest; Did Not Play- rest), pero según
ella, debería haber dicho “DNP-mental health”, un paso adelante para reconocer que
los problemas de salud mental existen entre los deportistas y no hay que escandalizarse por ello, sino poner remedio. Para la mayoría resulta difícil comprender
que una persona tan exitosa sufra episodios de depresión tan severos, pero la
realidad es que los deportistas, por muy exitosos que sean, no son dioses, sino
personas de carne y hueso, y, por tanto, no son inmunes a la enfermedad mental.
Es más, cómo se explica en el programa “¿Éxito y depresión? de mi canal de Youtube,
“Los Cables Cruzados”, cuyo enlace se puede encontrar más abajo, existen razones específicas de
peso que hacen vulnerables a los deportistas y a otras personas de éxito.
Cambage no es el único caso. Este mismo verano hemos sabido
de otros, y cada vez son más los deportistas que hacen públicos estos trastornos
mentales. No es fácil teniendo en cuenta esa imagen de invulnerabilidad que parece
asociada al deportista exitoso y la incomprensión que conlleva manifestar una
debilidad. Muchos deportistas asumen que tienen que responder a esa fortaleza sin resquicios que los demás esperan de ellos, y eso agrava el problema. Y la mayoría no tiene
el apoyo necesario para abrirse, expresar su sufrimiento y afrontar el
tratamiento apropiado. Por eso, Chapeau, Liz Cambage, por esta declaración tan
valiente. Sin duda va a ayudar a que se comprenda mejor que los deportistas pueden
sufrir enfermedades mentales y necesitan ayuda profesional.
Hasta la fecha, muchos deportistas que sufren depresión,
trastornos de ansiedad u otras patologías como la anorexia nerviosa, la bulimia
o la adicción al alcohol, padecen en silencio hasta que no lo soportan más y la
enfermedad mental termina con sus carreras. Entonces desaparecen de la escena
deportiva y ya no se sabe de ellos, pero eso no quiere decir que sus problemas
hayan desaparecido. Muchos se sienten aliviados sin la exigencia permanente de
tener que rendir en su deporte, y algunos logran levantar el vuelo, aunque a veces con
secuelas psicológicas que permanecen durante mucho tiempo. Para otros, aun
sintiéndose inicialmente aliviados, el calvario continúa. Por desgracia, a veces
tenemos noticia de ex deportistas de éxito que se suicidan o sufren un deterioro
grave que contrasta ¿inexplicablemente? con sus días de gloria. ¿Cómo es posible que
se haya suicidado, o lo haya intentado, un campeón olímpico? ¿Podría haberse hecho algo para evitarlo? Por suerte, también hay deportistas que por su cuenta
buscan el apoyo de un psicólogo clínico sin que se le de publicidad y, a veces, ni siquiera
se sepa en sus clubes, y hay clubes que facilitan este servicio con psicólogos
externos respetando la confidencialidad de los tratamientos.
El psicólogo del deporte sin una formación clínica no es un
especialista que pueda tratar las enfermedades mentales, pero sí un profesional
que, además de contribuir a optimizar el rendimiento deportivo, está preparado
para velar por la salud mental de los deportistas adoptando medidas eficaces
para prevenir estas enfermedades, detectarlas lo antes posible y, si fuera
necesario, contactar con el psicólogo clínico para poder tratarlas. No es
necesario que el psicólogo clínico trabaje dentro del club, pero conviene que
tenga una cierta relación con este, de forma que el psicólogo del deporte y los
propios deportistas puedan acudir a él cuando proceda. Asimismo, es aconsejable
que el psicólogo clínico, además de sus conocimientos específicos sobre las patologías y su
tratamiento, comprenda las circunstancias relacionadas con el deporte que hacen
vulnerables a los deportistas. En definitiva, son necesarios psicólogos clínicos
que, aunque trabajen en otros ámbitos, estén especializados en patologías
asociadas al deporte.
Lo novedoso de la medida adoptada por la NBA, y ahí está su mayor
fortaleza, es que no se trata de la iniciativa de un club o un deportista, sino
de la organización que regula la competición y el funcionamiento de todos sus
asociados. Seguir esa estela supondría, por ejemplo, que instituciones como la
FIFA, la FIBA, la Liga de fútbol, la Euroliga, la ACB o una federación, impusieran
la obligación de contar con psicólogos que velaran por la salud mental de los
deportistas. Sin duda, sería un gran paso para evitar y tratar el sufrimiento
de muchos de ellos.
Ahora bien, la prioridad debería estar en la prevención, y por
tanto, es el psicólogo del deporte quien tiene que estar en los clubes y las
federaciones trabajando con los deportistas antes de que esas enfermedades mentales
se apoderen de ellos. De esa forma, se evitarían trastornos como los de Cambage
y otros deportistas de élite, así como los de muchos deportistas jóvenes que destacan
pero se quedan en el camino (en bastantes casos como consecuencia de estos
trastornos); y cuando surja la enfermedad, el psicólogo del deporte podrá
detectarla en su fase más temprana, y el deportista tendrá en ese psicólogo de
confianza un excelente apoyo. Después, si fuera necesario, se podrá derivar al deportista
a un psicólogo clínico. Llegado el caso, la labor inicial del psicólogo del deporte
habrá sido muy valiosa para aliviar el problema y facilitar el trabajo
posterior de su colega clínico.
En el inicio de este proyecto, no creo que la NBA tenga tan
claro cómo se puede aplicar la medida adoptada, y habrá que ver en qué se
traduce de facto esta obligación de sus afiliados; pero debemos dar la
bienvenida a una normativa que reconoce la importancia de la salud mental de
los deportistas y de los profesionales que pueden preservarla. Ojalá se aplique
bien y sea un precedente a imitar por otras organizaciones del deporte.
Chema Buceta
18-8-2019