domingo, 18 de agosto de 2019

¿DIOSES, O DE CARNE Y HUESO?

                                                       



Elisabeth (Liz) Cambage es, en la actualidad, una de las mejores jugadoras de baloncesto del mundo, quizá la más determinante. Sin ir más lejos, lo demostró con la selección de Australia en la Copa del Mundo celebrada en Tenerife el año pasado (recuérdense, por ejemplo, sus 33 puntos en la semifinal contra España) y lo sigue haciendo en Las Vegas Aces, su equipo de la WNBA (la NBA femenina), donde destaca como máxima anotadora y reboteadora. En la actualidad, en gran parte gracias a su decisiva aportación, las Aces lideran la conferencia oeste y son uno de los grandes favoritos para ganar la competición. Sus 2,03 metros de altura, su extraordinaria fuerza física y habilidad atlética, y su saber jugar hacen a Cambage prácticamente imparable; y si se la defiende mínimamente bien con un entramado de ayudas, es a costa de dejar demasiado libres a sus compañeras. Y anotar frente a ella exige superar un sólido muro casi inexpugnable, sabiendo, además, que como mucho habrá una única oportunidad, pues son muy pocos los rebotes que se pueden capturar en sus dominios.

Cambage nació en Londres (Inglaterra), precisamente hoy 18 de agosto hace 28 años, pero lamentablemente para Gran Bretaña, tiene la nacionalidad australiana. En Australia es uno de los grandes ídolos que adora todo el país. Cuando juega, no deja indiferente a nadie. Su superioridad, prepotencia, arrogancia y frecuentes quejas a los árbitros por las innumerables faltas que recibe provocan enojo y rechazo fervientes en los seguidores del adversario, pero esa altivez, aire de ir sobrada y capacidad de machacar al rival encandilan apasionadamente a los suyos. En la final de los Juegos de la Commonwealth del año pasado en Gold Coast nos enfrentamos (Inglaterra) a Australia. Campo lleno: unos 12.000 espectadores. Liz estaba muy molesta por la defensa agresiva que recibía, protestó a los árbitros con muy malas formas y se ganó una técnica. Siguió protestando con gestos burlones y la descalificaron. Mientas abandonaba el campo camino del vestuario, saludando como si diera la vuelta al estadio tras una final olímpica, recibió del público una ovación impresionante, como pocas he visto en una cancha de baloncesto.

En Australia, Cambage está por encima del bien y del mal, se la adora incondicionalmente, (casi) se le permite todo. ¿Una diosa? Su impecable trayectoria deportiva, los suculentos emolumentos de sus contratos, el prestigio, la fama, la veneración de sus seguidores y su imagen de superioridad y autosuficiencia permiten concluir que es una persona de incuestionable éxito. Dotada para el baloncesto como casi ninguna otra, ha logrado desarrollar ese don y situarse en el Olimpo de los grandes héroes. ¿Alguien tan excepcional puede ser de carne y hueso?

Hace unos días, la NBA (masculina) anunció que todos sus equipos tendrán que tener, obligatoriamente, un servicio profesional de atención psicológica para cuidar la salud mental de los jugadores. La medida responde a una necesidad creciente, pues cada vez se conocen más casos que sufren trastornos psicopatológicos: fundamentalmente, trastornos de ansiedad y depresión que afectan a su bienestar, su salud, sus relaciones interpersonales, su funcionamiento general y su rendimiento.

Como ya he comentado en otros escritos, se trata de enfermedades muy serias que incluso pueden tener consecuencias tan graves como (en el caso de la depresión) el suicidio, y que aun no llegando tan lejos, pueden hundir a quienes las sufren en un abismo de debilidad, impotencia, incomprensión, baja autoestima y culpabilidad. Más aún en el caso de los deportistas de élite, ya que al ser personas de notorio éxito a quienes la vida sonríe más que a la gran mayoría de los mortales, ídolos que nos representan en las grandes citas, con los que llegamos a identificarnos emocionalmente, se espera de ellos que sean fuertes, sin debilidades, capaces de grandes hazañas reservadas a los elegidos, auténticos ganadores acostumbrados a derribar cualquier obstáculo, a no rendirse nunca y a hacernos triunfar con ellos. ¿Dioses?

Volvamos a Liz Cambage.  A raíz de ese anuncio de la NBA, en una carta a “The players Tribune”, se ha mostrado partidaria de que la WNBA adopte esa misma medida para poder atender a las muchas jugadoras que lo necesitan, algo que considera básico, pues (el psicólogo) es como “un fisioterapeuta para tu cerebro”. Y sustenta su argumento en los estados de ansiedad y depresión que ella misma sufre desde hace bastante tiempo. ¡Quién lo diría al verla jugar! Liz habla de sus problemas con el alcohol, de la medicación que toma para aliviar la ansiedad y la depresión y de cómo todo esto perjudica a su salud y, a veces, a su rendimiento. Confiesa, incluso, que en 2016 llamó a su madre para decirle que no quería seguir viviendo y estuvo al borde del suicidio (¿sorprende?).  Y ahora, aun sintiéndose mejor, sigue llevando la vergüenza y la culpa de haber causado a los suyos esa terrible preocupación. Impresionante, ¿verdad? Tras esa idolatrada fachada de jugadora ultra exitosa, de aparente seguridad sin fisuras y alta valoración de sí misma, parece esconderse una persona que lucha con dificultad para aliviar su fragilidad emocional. ¿De carne y hueso?

Añade Liz que sus problemas de salud mental han sido el motivo por el que esta temporada cambió de equipo, buscando tener más cerca el apoyo de su familia: “la única forma de seguir jugando en la WNBA”. Y la depresión fue la causa de que haya estado dos partidos sin jugar. Oficialmente, se anunció que era para descansar (DNP-rest; Did Not Play- rest), pero según ella, debería haber dicho “DNP-mental health”, un paso adelante para reconocer que los problemas de salud mental existen entre los deportistas y no hay que escandalizarse por ello, sino poner remedio. Para la mayoría resulta difícil comprender que una persona tan exitosa sufra episodios de depresión tan severos, pero la realidad es que los deportistas, por muy exitosos que sean, no son dioses, sino personas de carne y hueso, y, por tanto, no son inmunes a la enfermedad mental. Es más, cómo se explica en el programa “¿Éxito y depresión? de mi canal de Youtube, “Los Cables Cruzados”, cuyo enlace se puede encontrar más abajo, existen razones específicas de peso que hacen vulnerables a los deportistas y a otras personas de éxito.

Cambage no es el único caso. Este mismo verano hemos sabido de otros, y cada vez son más los deportistas que hacen públicos estos trastornos mentales. No es fácil teniendo en cuenta esa imagen de invulnerabilidad que parece asociada al deportista exitoso y la incomprensión que conlleva manifestar una debilidad. Muchos deportistas asumen que tienen que responder a esa fortaleza sin resquicios que los demás esperan de ellos, y eso agrava el problema. Y la mayoría no tiene el apoyo necesario para abrirse, expresar su sufrimiento y afrontar el tratamiento apropiado. Por eso, Chapeau, Liz Cambage, por esta declaración tan valiente. Sin duda va a ayudar a que se comprenda mejor que los deportistas pueden sufrir enfermedades mentales y necesitan ayuda profesional.

Hasta la fecha, muchos deportistas que sufren depresión, trastornos de ansiedad u otras patologías como la anorexia nerviosa, la bulimia o la adicción al alcohol, padecen en silencio hasta que no lo soportan más y la enfermedad mental termina con sus carreras. Entonces desaparecen de la escena deportiva y ya no se sabe de ellos, pero eso no quiere decir que sus problemas hayan desaparecido. Muchos se sienten aliviados sin la exigencia permanente de tener que rendir en su deporte, y algunos logran levantar el vuelo, aunque a veces con secuelas psicológicas que permanecen durante mucho tiempo. Para otros, aun sintiéndose inicialmente aliviados, el calvario continúa. Por desgracia, a veces tenemos noticia de ex deportistas de éxito que se suicidan o sufren un deterioro grave que contrasta ¿inexplicablemente?  con sus días de gloria. ¿Cómo es posible que se haya suicidado, o lo haya intentado, un campeón olímpico? ¿Podría haberse hecho algo para evitarlo? Por suerte, también hay deportistas que por su cuenta buscan el apoyo de un psicólogo clínico sin que se le de publicidad y, a veces, ni siquiera se sepa en sus clubes, y hay clubes que facilitan este servicio con psicólogos externos respetando la confidencialidad de los tratamientos.  

El psicólogo del deporte sin una formación clínica no es un especialista que pueda tratar las enfermedades mentales, pero sí un profesional que, además de contribuir a optimizar el rendimiento deportivo, está preparado para velar por la salud mental de los deportistas adoptando medidas eficaces para prevenir estas enfermedades, detectarlas lo antes posible y, si fuera necesario, contactar con el psicólogo clínico para poder tratarlas. No es necesario que el psicólogo clínico trabaje dentro del club, pero conviene que tenga una cierta relación con este, de forma que el psicólogo del deporte y los propios deportistas puedan acudir a él cuando proceda. Asimismo, es aconsejable que el psicólogo clínico, además de sus conocimientos específicos sobre las patologías y su tratamiento, comprenda las circunstancias relacionadas con el deporte que hacen vulnerables a los deportistas. En definitiva, son necesarios psicólogos clínicos que, aunque trabajen en otros ámbitos, estén especializados en patologías asociadas al deporte.

Lo novedoso de la medida adoptada por la NBA, y ahí está su mayor fortaleza, es que no se trata de la iniciativa de un club o un deportista, sino de la organización que regula la competición y el funcionamiento de todos sus asociados. Seguir esa estela supondría, por ejemplo, que instituciones como la FIFA, la FIBA, la Liga de fútbol, la Euroliga, la ACB o una federación, impusieran la obligación de contar con psicólogos que velaran por la salud mental de los deportistas. Sin duda, sería un gran paso para evitar y tratar el sufrimiento de muchos de ellos.

Ahora bien, la prioridad debería estar en la prevención, y por tanto, es el psicólogo del deporte quien tiene que estar en los clubes y las federaciones trabajando con los deportistas antes de que esas enfermedades mentales se apoderen de ellos. De esa forma, se evitarían trastornos como los de Cambage y otros deportistas de élite, así como los de muchos deportistas jóvenes que destacan pero se quedan en el camino (en bastantes casos como consecuencia de estos trastornos); y cuando surja la enfermedad, el psicólogo del deporte podrá detectarla en su fase más temprana, y el deportista tendrá en ese psicólogo de confianza un excelente apoyo. Después, si fuera necesario, se podrá derivar al deportista a un psicólogo clínico. Llegado el caso, la labor inicial del psicólogo del deporte habrá sido muy valiosa para aliviar el problema y facilitar el trabajo posterior de su colega clínico.

En el inicio de este proyecto, no creo que la NBA tenga tan claro cómo se puede aplicar la medida adoptada, y habrá que ver en qué se traduce de facto esta obligación de sus afiliados; pero debemos dar la bienvenida a una normativa que reconoce la importancia de la salud mental de los deportistas y de los profesionales que pueden preservarla. Ojalá se aplique bien y sea un precedente a imitar por otras organizaciones del deporte.

Chema Buceta
18-8-2019



sábado, 20 de julio de 2019

SOBREPROTECCIÓN

                                            Sobreprotegiéndoles los hacemos más débiles



Hace unos días me encontré con Diego López, en la actualidad portero del Español, con el que coincidí en el Castilla (entonces Real Madrid B) cuando él jugaba en ese equipo y yo trabajaba como psicólogo en ese club. En muchas charlas y algunos escritos le he puesto como ejemplo de perseverancia y profesionalidad. Diego estuvo una temporada completa sin jugar un solo partido ¡ni uno! hasta que el entrenador le puso en el último de la liga, ya en mayo, que era intrascendente. ¿Intrascendente? Para el equipo, sí; pero para él, no. Aprovechó la oportunidad y fue el portero que jugó los partidos del play-off de ascenso. Después, su carrera ha sido muy buena, ocupando las porterías de equipos profesionales de primer nivel como Real Madrid, Villarreal, Sevilla y, ahora, Español. 

¿Cómo lo hizo? Estando preparado cuando esa ocasión le llegó. He conocido a otros que en la suplencia se han quejado de lo “injusta” que era su situación y, ocupados en lamentarse por una decisión que no dependía de ellos, han tirado la toalla o han descuidado su preparación; y cuando pasó el tren de la oportunidad, no estaban listos para cogerlo. Durante ese año, Diego fue un ejemplo de no quejarse, entrenar como si fuera a jugar cada domingo y cuidarse al máximo para estar listo cuando el entrenador lo creyera oportuno, y esa perseverancia tuvo su recompensa. No es fácil esforzarte día tras día viendo que no obtienes el resultado inmediato que te gustaría, pero en eso consiste la perseverancia. Cuando el viento sopla a favor es fácil estar motivado y seguir avanzando; pero cuando ruge en contra, la fortaleza mental es la clave para no rendirte y continuar luchando.

Me comentaba Diego que, en general (lógicamente hay excepciones), ese espíritu de lucha en la adversidad ya no se observa en los deportistas jóvenes. Y el comentario coincide con lo que me han dicho las jugadoras más veteranas de la selección de Gran Bretaña de baloncesto, lo que se habló en la última tertulia “Al Límite” de radio Marca con Tati Rascón, ex jugador de tenis y actual presidente de la federación madrileña, y otros muchos testimonios que destacan la escasa tolerancia a la frustración de los jóvenes cuando no reciben una gratificación inmediata y necesitan perseverar en la adversidad. Esta circunstancia no es exclusiva del deporte, sino algo más general que, como sucede en este, se manifiesta en otras muchas áreas: la educación, lo laboral, las relaciones interpersonales, etc. La gran mayoría de los jóvenes domina las nuevas tecnologías, y abundan los que tienen estudios superiores, másteres, formación específica en asuntos concretos y experiencias diversas, pero muchos carecen de la suficiente fortaleza mental para afrontar satisfactoriamente las situaciones adversas.

El deporte proporciona una gran oportunidad para que los jóvenes se fortalezcan, pero esa oportunidad hay que aprovecharla y no, como sucede a menudo, desperdiciarla. Para poder llegar a la élite, como Diego López, las jugadoras británicas o los mejores tenistas, el fortalecimiento mental es fundamental. Pero también lo es para los miles de jóvenes que pasan por el deporte y jamás llegan. Y aquí surge una pregunta importante para los padres, entrenadores, directivos y otros responsables del deporte en la infancia y la adolescencia: ¿Queremos que el deporte sirva para desarrollar el fortalecimiento mental de los jóvenes, contribuyendo, así, a prepararlos mejor para enfrentarse a las adversidades que les planteará su vida? Lo más probable es que la respuesta sea afirmativa en un porcentaje altísimo, casi unánime, pero ¿cuántos actúan de manera coherente con dicha respuesta?

En mi libro “Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo”, cuya información puede encontrarse en el enlace adjunto, explico los pasos que se pueden dar para desarrollar el fortalecimiento mental de los deportistas jóvenes. Entre otras medidas, es importante enfrentarlos progresivamente a situaciones adversas que les obliguen a salir de la “zona de confort” y que, con el debido esfuerzo, puedan manejar con cierto éxito, acostumbrándose a tolerar lo que no les gusta y a perseverar para conseguir sus objetivos centrándose en lo que depende de ellos. 

Para eso, sobre todo a partir de cierta edad, se pueden programar situaciones adversas de distinto tipo, pero la mejor estrategia es aprovechar las adversidades que de forma natural se vayan presentando en la propia actividad, y es aquí donde los adultos juegan un papel fundamental. 

Centrándome en los padres, el mayor problema que dificulta el aprovechamiento de la adversidad para el fortalecimiento mental es la “sobreprotección” de sus hijos. Asistimos hoy en día a una sobreprotección de los jóvenes en numerosas facetas: se trata de facilitarles la vida sin exigirles demasiado esfuerzo, de solucionarles cualquier dificultad por la vía rápida, de darles todo (o casi todo) lo que desean con la mayor inmediatez y sin valorar si se lo han ganado, de evitar cualquier tipo de contrariedad o sufrimiento. También, a veces, se trata de no enfrentarse a los hijos, bien por pereza, bien porque les resulta desagradable o porque prefieren dedicar el tiempo a otra cosa. Es mucho más cómodo dejarles hacer lo que les apetece. ¿Das la lata? Pues aquí tienes un Ipad para que me dejes en paz. ¿No quieres ir a entrenar? Pues no vayas. 

No es extraño que así salgan niños "emocionalmente blanditos” que, en su vida adulta, a pesar de ser unos genios de los ordenadores, se encontrarán incapaces de salir adelante cuando deban enfrentarse a situaciones adversas sin la protección de sus progenitores.

Ejemplos de sobreprotección en el deporte hay muchos. Y es una lástima, porque hay múltiples oportunidades de fortalecimiento mental que, por este motivo, se desaprovechan. Javier tiene 15 años y juega al fútbol en el equipo de su barrio. Lleva dos partidos saliendo desde el banquillo cuando solo quedan diez/doce minutos y está muy disgustado porque cree que “no es justo”, que “él entrena mejor que otros compañeros que juegan más”. Ese es el tema de conversación en casa, y el padre, también enfadado, va a hablar con el entrenador para pedirle explicaciones y tratar de solucionar esta situación adversa. Este padre acaba de perder una gran oportunidad. Cuando finalice la temporada, quizá sea el momento de hablar con el entrenador y valorar si el chico tiene que cambiar de equipo, pero ahora, el muchacho debe aprender a aguantarse y centrarse en lo que depende de él para mejorar su situación, y es él, en todo caso, quien debe hablar con el entrenador, no su padre.

Por su parte, Cecilia, de 12 años, jugadora de baloncesto, falta a los entrenamientos de su equipo cuando no le apetece entrenar. Sus padres la sobreprotegen permitiendo que se quede en casa, en lugar de obligarla a cumplir con el compromiso que ella ha adquirido de entrenar dos veces a la semana. Permitir que los chicos no cumplan con el compromiso que ellos mismos han acordado (no impuesto) es una forma de sobreprotección. 

La sobreprotección también se produce cuando se inventan reglas absurdas como jugar partidos sin resultados, cerrar el partido cuando hay una diferencia muy grande u otras por el estilo. Si se compite, se compite; y es responsabilidad de los adultos inscribir a los chicos en las competiciones que son de su nivel para que la mayoría de las veces  puedan competir frente a rivales similares y se produzcan todo tipo de resultados, así como manejar las victorias y las derrotas con la sensatez que procede, sin destacarlas más que el esfuerzo y los progresos, enseñando a los jóvenes a aceptar que ganar y perder son parte del juego. 

Eso sí, soy partidario de evitar que en el deporte infantil de equipo haya listados de máximos goleadores, anotadores, reboteadores y otras clasificaciones individuales, ya que eso perjudica el desarrollo de valores vinculados a saber estar y trabajar en equipo.  

Basta de reglas sobreprotectoras. La última que he conocido, que no sé si se llegará a implantar, es que, para evitar diferencias grandes en baloncesto, el ganador de cada cuarto sumará un punto, con lo cual el marcador más abultado solo podrá ser de 4-0. ¿A qué mente brillante se le puede ocurrir tan aberrante idea? Si seguimos por ahí, llegaremos al ridículo de inventar absurdos como el fútbol sin porterías, el baloncesto sin canastas o la natación sin agua.


Chema Buceta
20-7-2019