La semana pasada tuve el honor de participar en dos eventos
organizados por la multinacional farmacéutica Chemo con Sister Madonna, una
monja norteamericana de 84 años que ha completado infinidad de veces el Ironman, siendo la única mujer que, con
más de 80 años, ha conseguido terminarlo en las 17 horas que establece el
reglamento (!!!). Os recuerdo que el Ironman
consta de tres pruebas seguidas: primero, en el mar o en un lago, hay que nadar
3.800 metros (el equivalente a 76 largos de una piscina olímpica); después, se
trata de pedalear 180 kilómetros en una bicicleta (según donde viváis, calculad
la distancia); y por último, nada más y nada menos, zapatillas al canto y a correr
una maratón (42,195 kilómetros). Los que hemos corrido la maratón o la media
maratón, podemos hacernos una pequeña idea. ¡Y con 80 años!
La “Monja de Hierro”, como así la llaman, comenzó a
practicar deporte a los 47 años, una edad a la que muchos ya se consideran
viejos para estos y otros trotes. Mundialmente
conocida en el entorno del Ironman y
más allá de este, su extraordinario ejemplo es fuente de inspiración para
muchas personas, deportistas o no. Ella dice, no obstante, que cada uno debe
encontrar su camino y plantear sus propios retos desde una perspectiva
realista. Un matiz importante que a veces, eclipsado por sus
espectaculares logros, pasa desapercibido. Es frecuente que con el propósito de estimular nuestra
motivación, se nos hable de modelos excepcionales como la Hermana Madonna; y el
efecto puede ser el contrario. Sus impresionantes gestas pueden impactarnos inicialmente, pero
después los vemos como héroes lejanos, inalcanzables, y sin dejar de admirarlos, tiramos la
toalla. A veces, hasta podemos sentirnos culpables por no ser capaces de emularlos o alcanzar retos más modestos.
El buen ejemplo no está en la magnitud del reto, sino en el
hecho de plantearnos un objetivo que nos obligue a salir de la zona de confort
para superarnos. No es la comparación con lo que consiguen otros lo que da o
quita valor a nuestro desafío, sino el significado que nosotros le damos: ¿Por qué lo hago?
¿Qué significa para mí? ¿A qué sobreesfuerzo me obliga? ¿Estoy dispuesto a intentarlo dando lo mejor? ¿Cómo me siento afrontándolo? Retos aparentemente pequeños
pueden ser grandes en el proceso de crecimiento de una persona, un grupo o una
organización. De hecho, lo son cuando se persiguen con disciplina, sacrificio y
un extra de motivación y esfuerzo controlados. Los desafíos espectaculares que
pronto se abandonan o ni siquiera se intentan, solo sirven para disfrutar del
instante de la fantasía inicial, pero en muchos casos debilitan nuestra autoconfianza.
Los retos que realmente aportan son los que no se quedan en buenos propósitos,
sino que en verdad se convierten en acciones concretas, poniéndose en
el asador lo mejor de uno mismo. Partiendo de un planteamiento realista, los retos eficaces conllevan
un compromiso firme y un sobreesfuerzo inteligente que, se consigan o no, hacen
del proceso una enriquecedora experiencia.
Sister Madonna insistió en la trascendencia de tener un
objetivo. En su ausencia, es difícil que nos embarquemos en esfuerzos que nos
hagan crecer. Cuando el objetivo se consigue, hay que buscarse otro. Y si no
se alcanza, también. De lo contrario, es fácil caer en la autocomplacencia, el
conformismo, el acomodamiento. Recalcó también la importancia de aceptar las
dificultades y los reveses como parte del proceso. “Bienvenidas las
dificultades, porque nos obligan a dar lo mejor de nosotros mismos para
superarlas; si no hubiera dificultades, no haríamos ese esfuerzo enriquecedor”.
Y en cuanto a los fracasos, son inevitables. El que no fracasa es porque no lo
intenta; y por tanto, no aprovecha la impagable experiencia de darlo todo y
fracasar, con las grandes enseñanzas que eso conlleva si uno es capaz de
analizar lo sucedido con objetividad. En más de una ocasión, la Monja de Hierro
no ha logrado el objetivo de acabar el Ironman
en el tiempo establecido. Una vez, con más de 80 años, llegó tarde al control
de las 17 horas por ¡sólo 2 minutos! “¿Desanimada? ¿Decepcionada? Sí: ¿Destruida?
¡NO!”. El fracaso invita a una reflexión tranquila y sincera sobre lo sucedido, aceptando
las circunstancias ajenas que no sea posible cambiar y asumiendo constructivamente los errores
que en el futuro se puedan modificar. Y después… ¡a por el siguiente objetivo!
El Ironman de la
mayoría de nosotros no está en la macroprueba de la natación, la bicicleta y la
maratón, sino en otros retos deportivos o de otra índole, bien sea en el ámbito
profesional o personal. Desafíos que nos obligan a superarnos y ser cada vez
mejores en el dominio sobre nosotros mismos. El medio no importa. Su magnitud,
tampoco. Un poco, a veces, importa el reconocimiento que de esos desafíos hagan los demás. ¿Vanidad? Somos humanos, y es lógico que nos afecte lo que piensan quienes nos rodean. Pero parte de nuestro crecimiento personal consiste en dejar de ser esclavos de ese reconocimiento. Disfrutarlo: Sí; Depender de él: No. En realidad, lo único que verdaderamente importa a nuestros compañeros más críticos: el
concepto que tenemos de nosotros mismos (autoconcepto) y la estima que nos
dispensamos (autoestima), es la satisfacción personal de haber luchado
noblemente dándolo todo en el intento. ¿Hasta cuándo? Tú verás. Cambia tus
objetivos, adáptalos a tus nuevas prioridades y circunstancias, pero si te
detienes, estás muerto. Y si crees que ya lo estás, todavía estás a tiempo de
resucitar. ¡Decide!
Chema Buceta
10-11-2014
@chemabuceta