Se las prometía muy
felices la selección española de rugby, pues “sólo” tenía que ganar a Bélgica,
un rival inferior, para estar en el próximo mundial. Un sueño que se había alimentado
de méritos propios, derrotando en el último mes a Rumanía y Alemania, y una cobertura mediática y
asistencia masiva de público, incluyendo al Rey Felipe VI, como nunca antes se
había visto. En las últimas semanas, los buenos resultados, la presencia del
monarca y las declaraciones del entrenador y los jugadores hablando de las
excelencias de este equipo, su deseo insaciable de victoria, su determinación
irreductible y su autoconfianza sin fisuras, calaron en los medios de
comunicación y las redes sociales, y estos rescataron al rugby de su habitual
anonimato. No, al nivel de protagonismo de Messi o Ronaldo, pero sí para
despertar el interés de un gran número de personas.
Aprovechando esta plataforma
mediática, también se habló de los valores del rugby: su deportividad, el
respeto al árbitro, el tercer tiempo, etc. Somos muchos los que admiramos este
deporte como ejemplo de máximo esfuerzo y al mismo tiempo respeto; en el que
se lucha sin cuartel pero nadie protesta las decisiones del árbitro, se valora al adversario y se compite
con dignidad; el escenario perfecto para educar a los jóvenes que lo practican
y los adultos que los rodean; el modelo a seguir por otros deportes en los que,
lamentablemente, con bastante frecuencia, se producen hechos bochornosos dentro y
fuera del campo.
Como pasa tantas veces en
el deporte, y más últimamente, gracias al potente impacto de las campañas agitadoras de los
medios de comunicación, las redes sociales y, dónde existen, los departamentos
de marketing o similares, el exceso de motivación puede jugar en contra de aquellos a
quienes se pretendía beneficiar. La explicación psicológica es muy clara. Por
un lado, esa sobremotivación contribuye a elevar el nivel de activación general
del organismo (activación fisiológica y mental), y esa sobreactivación incide negativamente en el rendimiento. Así,
el jugador sobreactivado toma peores decisiones y actúa con dosis de
impulsividad o, al contrario, agarrotamiento, que no son las más apropiadas
para rendir al máximo. Esto puede ocurrir durante todo el partido o sólo en algunas
fases del mismo; incluso únicamente en pocas jugadas, pero provocando errores que resultan
decisivos.
Al mismo tiempo, puesto
que las “estrategias” para motivar se suelen basar en el “seguro que podemos”, “tenemos
que ganar como sea”, “no hemos llegado hasta aquí para fracasar”, "no podemos fallar", “vamos a
hacer historia”, etc. y la euforia y “confianza absoluta” que se
transmiten desde todas partes llegan a predominar en el ambiente, se crea una expectativa triunfal y
una obligación de ganar (más aún, si se considera inferior al rival) que, de no cumplirse como se esperaba (por ejemplo, yendo
con el marcador en contra o teniendo más dificultades de
las previstas), transforman la motivación inicial en un estrés perjudicial que provoca una mayor sobreactivación e incide negativamente en el rendimiento.
No sé si es esto lo que
le ha sucedido a la selección española de rugby, pero tiene pinta. Se trata de un
partido que hay que ganar sí o sí, y las cosas no salen como se pensaba ante un rival inferior.
Siempre con el marcador en contra. 12-0 en el descanso. No se consigue puntuar
hasta que falta poco para el final, casi sin tiempo para remontar. Según se ha dicho después, “el
equipo jugó mal”, “no estuvo a la altura”; y finalmente,
Bélgica ganó. Una “tragedia” que no se esperaba. ¿Jaque al rugby? (Todavía queda la repesca; pero al parecer, la mejor oportunidad era esta).
Hasta aquí, algo que le
puede suceder al más pintado, comprensible en deportes que necesitan salir del
anonimato y aprovechan los focos para hacer
ruido, darse a conocer más, vender entusiasmo y atender y atraer a seguidores y patrocinadores. Lógico. Ahora bien, si además se pretende obtener un buen
resultado, es importante compaginar todo eso con el estado psicológico que el
equipo necesita para ganar, y este, en los grandes partidos, no suele ser el de
una euforia desmedida que provoca el subidón de los que más c… tienen, sino un
estado de calma que compense la excitación lógica de ese momento y favorezca el
análisis objetivo de las fortalezas y puntos débiles, la anticipación de
dificultades que podrían plantearse y la elección y puesta en práctica de las
mejores estrategias. El partido ya provoca una motivación alta, y por tanto, no hay que
echarle más leña al fuego, sino compensar esa motivación para que no se pase de la raya
y pueda canalizarse inteligentemente en beneficio del rendimiento.
Considerando la euforia
existente antes del partido, es lógico que la decepción por la derrota de España
haya sido grande, pero lo peor de todo, tal y como ha manifestado Alhambra
Nievas, nuestra prestigiosa arbitro internacional, es que “se ha perdido mucho
más que la clasificación directa a un mundial”. Ya en la retransmisión del partido,
conforme este avanzaba y se veía que esa victoria tan esperada no se iba a
producir, el comentarista empezó a hablar del mal arbitraje, y cuando terminó
el partido se permitió resumir que “en este partido ha habido un protagonista:
el árbitro”, cuya actuación contraria nos había hecho perder el partido. Esto
no es nuevo, ya que este y otros comentaristas deben pensar que su misión es
defender a la patria buscando un enemigo, el árbitro, cuando los resultados no
acompañan. Una gran falta de responsabilidad social que una televisión pública debería
tener muy en cuenta al seleccionar, aleccionar y evaluar a sus comentaristas deportivos.
¿Nos extrañamos de que haya espectadores o entrenadores que agredan a los árbitros o les
insulten sin impunidad? ¿Es esta la mejor educación que puede ofrecer el deporte,
menospreciando la autoridad del árbitro, humillándole y echándole la culpa de
nuestros propios fracasos, en lugar de mirar hacia dentro para evaluar lo que
hemos hecho mal? Es impropio de un comentarista profesional que tiene el poder
del micrófono, abusar de este para culpar al árbitro como si fuera un hincha, un forofo, sin
asumir la responsabilidad del daño que puede hacer a quienes le escuchan. Y es
impropio de una televisión pública que sus profesionales transmitan un estilo
de funcionamiento cobarde que justifica el fracaso echando la culpa a quien no puede defenderse.
El segundo comentarista,
alguien del mundo del rugby, intentó contrarrestar la lamentable acusación del
profesional de televisión, diciendo que había que respetar los valores del
rugby, lo que suponía no hablar del árbitro, centrarse en superar esta decepción
y pensar ya en la repesca que todavía da opción a clasificarse. Unas palabras
muy sensatas en un momento difícil, muy coherentes con esos valores que tanto
admiramos en este deporte. Pero la sorpresa no tardó en llegar; los jugadores
españoles acorralaron al árbitro, supongo que le dijeron de todo (esto no puedo
corroborarlo) y le obligaron a retirarse del campo protegido por personas que
se interpusieron entre ellos y otras que sujetaron a los más envalentonados. Por un momento pensé que estaba en un partido de fútbol; pero no,
aunque parezca increíble, ¡era rugby!; de ahí las declaraciones de Alhambra
Nievas y otros muchos de este deporte que se han sentido avergonzados. ¿Futbolización del
rugby?
Pasado un día, los
jugadores, el entrenador y algún otro han pedido perdón, pero lo han hecho con
la boca pequeña. Algunos han reconocido la gravedad de lo sucedido para la
buena imagen de un deporte que presume de valores como el respeto y la
deportividad por encima de todo, pero lo han achacado más a la actuación supuestamente partidaria del árbitro y, en menor medida o en absoluto, al inaceptable comportamiento propio. Este ha quedado eclipsado por su insistencia en que el árbitro les perjudicó
y fue el principal responsable de la derrota. Alegan que era rumano y este
resultado ha beneficiado a Rumanía; y que desde el primer momento, fue a por
nosotros, a no dejarnos jugar; en fin, un atraco.
Si en el rugby es posible que
el árbitro sea de la misma nacionalidad que un tercer equipo implicado, es
porque no se duda de su honestidad y se asume que se comportará
con el fair-play que le corresponde y dignifica. Por eso no es extraño ver en un Gales-Escocia, por ejemplo, a un árbitro inglés, a pesar de que Inglaterra tambien participa en el torneo. Y si el árbitro se equivoca y te perjudica, se acepta con deportividad que es parte del juego. Se supone que ese es el ADN del rugby; una seña de identidad
de la que este deporte se jacta. ¿O no? Evidentemente, se pueden cambiar las normas sobre las designaciones de los árbitros, pero habrá
que hacerlo en el lugar apropiado y nunca en caliente. Y si aceptas jugar el
partido con ese árbitro (aunque sea porque te lo imponen y no han atendido tu
reclamación previa), pase lo que pase, hay que aguantarlo con dignidad y no
dudar de su integridad, centrándote en lo que depende de ti para ganar el
partido. ¿O es que lo hicimos todo bien? ¿De qué deporte estamos hablando?
¿Jaque al rugby?
Dice Alhambra Nievas que “debemos
honrar los valores que el rugby defiende no sólo cuando es fácil, sino también
cuando más cuesta”, y, de acuerdo con ella, sin duda se ha perdido, y se sigue perdiendo, una gran
oportunidad de honrar esos valores, pues efectivamente, es en la adversidad cuando se demuestran
los valores que tanto se pregonan. ¿Qué pueden
pensar, hoy, los jóvenes que practican rugby, a los que se enseñan esos valores
que ahora se han traicionado? ¿Qué ejemplo les han dado los jugadores
internacionales, los ídolos en quienes se fijan, acorralando y persiguiendo al árbitro? ¿Qué ejemplo les siguen
dando empeñándose en culpabilizarlo?
La frustración por no
haber logrado un objetivo que se creía prácticamente alcanzado (casi se vendió la piel del oso antes de cazarlo) ha puesto el
foco en un arbitraje que, según comentan muchos y yo no lo discuto, es muy probable que nos haya perjudicado, pero eso no es
excusa para desviar la atención de los errores propios y, lo que es peor, traicionar la ética
de un deporte hermoso, ejemplo de esfuerzo, deportividad y respeto que el
deporte y la sociedad necesitan por encima de jugar un mundial. Sin embargo, de
las declaraciones de algunos protagonistas se deduce que esto último es lo único que
importa: “por lo civil o lo criminal” ha dicho el capitán. En el deporte de élite,
la ambición por superarse y alcanzar metas valiosas, y la lucha sin
rendición para poder lograrlo, perseverando sin tregua, levantándose una y
otra vez cada vez que se tropieza, son valores de gran importancia que también enriquecen la educación
de quienes lo observan, pero eso no justifica que cualquier medio valga; y el camino que,
por su esencia, debe seguir el deporte, del que el rugby ha presumido siempre,
es el del respeto a las reglas, el adversario y los árbitros, y el desarrollo de la
fortaleza de aceptar la victoria y la derrota con la misma dignidad, con la
cabeza alta, sin buscar excusas ni culpables externos.
Chema Buceta
19-3-2018
@chemabuceta
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