domingo, 26 de mayo de 2019

CUMPLIR UN TRÁMITE O AMBICIONAR UN TÍTULO

 
Motivación y Autoconfianza: combinación ganadora

Mentalmente, la temporada del Barcelona terminó tras esa estrepitosa derrota inesperada frente al Liverpool en la Champions. La herida fue tan profunda que no se ha podido curar en las semanas siguientes a la debacle. Según parece, además del palo recibido, la autoconfianza y la autoestima como equipo quedaron muy dañadas, y eso ha dificultado estimular la motivación por desafíos “menores”: la liga estaba prácticamente decidida y bastaba un mínimo esfuerzo, pero la copa exigía jugar una final frente a un rival que la ambicionaba y tenía el potencial para disputarla.
En la tertulia Al Límite de radio Marca del día de la final, se comentaron unas declaraciones recientes de Piqué sobre lo ocurrido en Liverpool, y Messi, en rueda de prensa del día anterior, pidió disculpas a la afición por no haber cumplido con la expectativa de la Champions. Sin duda, es de esa derrota, que además recordaba el trágico precedente del año anterior en Roma, de lo que más se ha hablado desde que ocurrió, y, seguramente, lo que más ha estado en la cabeza de los protagonistas. Por su trascendencia, parece lógico que así sea durante un tiempo razonable, pero dos días antes de una final lo que reflejaba es que la enorme llaga no había cicatrizado, dificultando que floreciera el suficiente interés por ganar un título, la copa, que había sido habitual en los últimos años.
Si les hubiéramos preguntado a todos los jugadores si querían ganar la copa, es evidente que habrían respondido afirmativamente, y sin duda sería una respuesta sincera, pero ¿hasta qué punto? ¿Tanto como para contrarrestar las secuelas anímicas de esa dolorosa derrota en la competición que se consideraba el objetivo principal de la temporada? Nadie puede dudar de la motivación del equipo por ganar la copa, pero ¿era suficiente? ¿Bastaba con las pilas a medio cargar, o era necesario un nuevo sobreesfuerzo para recargar toda la energía?
Al contrario, parece que, para el Valencia, el impacto psicológico de haber sido eliminado sin paliativos por el Arsenal en la semifinal de la segunda competición europea ha sido mucho más leve y, así, no ha interferido en la motivación ambiciosa por los objetivos siguientes: lograr el cuarto puesto en la liga y ganar la copa. 
Por tanto, en la final de la Copa del Rey se enfrentaron dos equipos con estados psicológicos muy diferentes. Uno, muy tocado en su autoconfianza y sin la ambición suficiente, como afrontando un trámite antes de cerrar la temporada y desconectar. Otro, con mucha ambición por ganar y la autoconfianza fuerte tras alcanzar el objetivo del cuarto puesto. En términos generales, el Barcelona es superior al Valencia, pero en sus partidos previos no había habido tanta distancia y, sobre todo, esa diferencia psicológica podía equilibrar la balanza e incluso decantarla, como así sucedió, a favor del equipo que, en teoría, no partía como favorito.
Es evidente, que las circunstancias del Barcelona y el Valencia no son las mismas. Para el primero, aun habiendo ganado la liga, quedar eliminado de la Champions, y más de la manera que sucedió, es un enorme fracaso, y ganar la copa, un título que, si bien no menosprecia, considera de carácter menor y en ningún caso compensa la pérdida europea. Para el segundo, la eliminación de la UEFA league se puede asumir con facilidad si se alcanza el objetivo principal de, gracias al cuarto puesto, conseguir plaza en la siguiente Champions. Y ganar la copa, el gran éxito de un equipo que, aun siendo de los mejores, no suele ganar títulos. Por tanto, lo que para el Barcelona es un gran fracaso, para el Valencia es una decepción asumible, y lo que para este es un éxito (cuarto puesto en la liga) para aquel sería otro fracaso monumental. Y ganar la copa, si bien para ambos sería un éxito, lo es mucho más para el Valencia. Tras esta final, el entrenador del Valencia ha calificado la temporada de su equipo con una (¿exagerada?) “matrícula de honor” por quedar eliminado en semifinales de UEFA league, cuarto en liga y campeón de copa. Si el bagaje del Barcelona hubiera sido este, la calificación habría sido de suspenso rotundo, provocando una crisis con consecuencias mayores. Una gran diferencia ¿verdad?  
Lo expuesto explica, en principio, el estado psicológico en el que ambos equipos han afrontado este partido. Pero, además, hay otro factor. ¿Cómo ha manejado cada equipo ese estado psicológico? Para el Valencia era más fácil, porque tenía objetivos ambiciosos por los que luchar, y además, venía de haber superado momentos difíciles a lo largo de la temporada que seguramente habrán fortalecido su autoconfianza colectiva. Para el Barcelona era más difícil, pero ¿se ha hecho algo para, al menos, aliviar esa situación adversa y afrontar el partido en condiciones más favorables? Está claro que el día anterior a una final no es el momento para que el mejor jugador del equipo pida disculpas a la afición por algo sucedido unas semanas antes, sino de centrarse sólo en ese partido para tener más opciones de ganarlo. No es el momento de mirar atrás y lamentarse o disculparse por lo que no se puede cambiar, sino de intentar sacarse la espina con un nuevo título, aunque se considere de menor importancia. Pero...
De nuevo aquí, se echa en falta al psicólogo del deporte que piense en medidas que, aun siendo difícil, puedan ayudar a cambiar el chip mental. Es una de las principales funciones de un psicólogo en el deporte de élite: saber cuando es el momento de analizar en profundidad y cuando, sin embargo, ese análisis se debe aplazar en beneficio de centrarse en los objetivos inmediatos; saber cómo estimular la motivación y potenciar la autoconfianza cuando se recibe un palo y hay que reaccionar en poco tiempo; saber cómo asesorar a los entrenadores y los jugadores para poder llegar al siguiente desafío en las mejores condiciones psicológicas.
Obviamente, lo psicológico no es el único factor que influye en el desarrollo y desenlace de un partido, y por supuesto, habrá otras razones de peso que puedan explicar lo sucedido en esta final de copa, pero es muy posible que la diferencia en el aparente estado mental de ambos equipos haya contribuido significativamente a lo que hemos visto.
Chema Buceta
26-5-2019
@chemabuceta

miércoles, 8 de mayo de 2019

¿MALA ACTITUD, O BLOQUEO MENTAL?

                                            Un año después, ha vuelto a pasar



La inesperada derrota abultadísima del Barcelona frente al Liverpool (4-0) le ha dejado fuera de la Champions a pesar de la amplia ventaja que traía del partido de ida (3-0), y eso ha desatado multitud de comentarios críticos y explicaciones contundentes de quienes opinan con facilidad de todo y enseguida encuentran la clave y los culpables. Entre las diversas críticas, algunos han apelado a la “falta de actitud” de los jugadores. ¿Falta de actitud en una semifinal de la Champions, un equipo que aspira a ganarla y ha demostrado ese deseo durante toda la temporada? No parece muy probable. Entonces, ¿cómo se explican esos errores de (supuestas) "falta de concentración" y "ausencia de echarle... energía"?

Con frecuencia se identifica una aparente pasividad y falta de concentración (colocarse a destiempo, reaccionar tarde, no llegar a los balones divididos antes que los contarios, perder el balón por no darse cuenta del peligro, etc.) con la falta de motivación o de actitud. Es un error grave. Es cierto que estas carencias conllevan un nivel de activación más bajo del que sería óptimo para rendir al máximo, y que esta activación baja se manifiesta con cierta pasividad y despistes, pero estos también pueden ser la consecuencia de un exceso de ansiedad. 

Al contrario que la falta de motivación o actitud, la ansiedad provoca un aumento del nivel de activación, pudiendo situarlo por encima (no por debajo) del nivel óptimo que favorece el mejor rendimiento. Cuando esto ocurre, se poduce un estrechamiento de la atención (el jugador está como dentro de un túnel) que dificulta detectar los riesgos, reaccionar a tiempo y tomar decisiones acertadas. Aunque pueda parecerlo, no es por falta de concentración, sino por una capacidad atencional menor como consecuencia del exceso de activación. 

Además, el exceso de activación provoca un agarrotamiento muscular que perjudica la precisión;  y, asimismo, propicia bien un exceso de movilización de energía que se refleja en acciones impulsivas inapropiadas (faltas que no vienen al caso, querer solucionarlo todo de cualquier manera, exceso de individualismo…), bien una cierta parálisis que puede confundirse con pasividad, pero que en realidad no lo es. Es difícil acertar al cien por cien estando fuera del equipo, pero considerando la trascendencia del partido, lo que vimos allí parece relacionarse más con el exceso de ansiedad que con la falta de actitud. Más con el agobio, el bloqueo mental, el agarrotamiento y la parálisis que provocan el miedo a perder que con la falta de suficiente interés y concentración.

Se ha recordado también un fracaso similar del año anterior, cuando tras ganar a la Roma en casa (4-1), el Barcelona perdió en la vuelta (3-0) y también quedó eliminado. Casi todos los protagonistas fueron los mismos y, con pequeños matices diferentes, la situación fue muy parecida y el desenlace, idéntico. Este antecedente debería haber servido al Barcelona para que esta vez, aprendida la lección, no le sucediera lo mismo, y probablemente, es algo que habrán tenido presente en la preparación del partido, pero... ¿Cómo? ¿Con qué efecto?

En estos casos, cuando el recuerdo se limita a destacar el batacazo sufrido, si en el partido presente las cosas se complican, como sucedió en Liverpool, lo más probable es que se active el miedo a que suceda lo mismo (es decir, que aumenten la ansiedad y los síntomas de parálisis). Sin embargo, el fracaso anterior puede resultar positivo si de verdad se analiza con rigor lo sucedido y se sacan conclusiones constructivas que, en lugar del miedo, activen su “antídoto”: la autoconfianza. La cuestión es si, en su momento (la temporada pasada tras el fracaso de Roma), se llevó a cabo dicho análisis dedicándole el tiempo y la profundidad que merecía una situación tan relevante (¿Qué hemos hecho bien y deberíamos volver a hacer si se presenta esta situación en el futuro? ¿Qué hemos hecho mal y deberíamos cambiar?). 

No me refiero a un análisis de los directivos para evaluar posibles fichajes, también necesario, sino al que deben realizar los técnicos y los jugadores, sobre lo sucedido en el terreno de juego. Es bastante probable, ya que suele suceder, que una vez aliviado el grave disgusto, en lugar de hacer ese análisis, técnicos y jugadores cambiaran con rapidez el “chip” para centrarse en los siguientes partidos, desaprovechando ese fracaso para poner las bases de un futuro éxito cuando las condiciones, como sucedió ahora, fuesen similares. Tal vez, aquello se tomó como una desgracia que no volvería a suceder, y se pasó página demasiado pronto. Suele ocurrir: un mal día, un mal partido, fútbol es fútbol… Ahí acaba todo.

Evidentemente, el análisis constructivo de lo sucedido la temporada anterior habría facilitado mucho la preparación mental para el partido de este año. ¿Cómo se ha preparado este partido? Es bastante probable que se haya recordado lo que sucedió en Roma para alertar a los jugadores y que no se confiaran. Eso está bien. También lo está, por ejemplo, que Valverde (el entrenador) diera descanso a la gran mayoría de los jugadores titulares en el partido de liga anterior al de Liverpool, dando así una señal inequívoca de que no había que confiarse y era necesaria la mejor artillería. Si el partido hubiera ido razonablemente bien, tal y como se esperaba, quizá habría bastado, pero al no ser así porque el rival también juega, lo más probable es que ese estado de alerta, en principio positivo, se convirtiera en miedo con las consecuencias señaladas.

La preparación psicológica de un partido como este requiere no sólo alertar, sino, además, anticipar los problemas que pueden plantear el adversario y el devenir del partido, así como concretar acciones para evitar o contrarrestar tales problemas. ¿Qué puede pasar si nos meten un gol muy pronto? ¿Cómo nos puede afectar? ¿Qué tenemos que hacer si eso ocurre? ¿Qué puede pasar si nos marcan un segundo gol y nos meten el miedo en el cuerpo? ¿Qué hicimos (o no hicimos) en Roma que ahora, si eso ocurriera, deberíamos cambiar? ¿Qué estrategia utilizaremos si eso sucede? Sin duda es más cómodo no pensar en los posibles problemas y refugiarse en querer creer que todo irá bien si uno no se confía, pero es más conveniente pasar por la incomodidad de anticipar lo malo que podría ocurrir y su posible remedio, que agobiarse, agarrotarse, bloquearse y cometer errores graves cuando las dificultades no previstas se presentan.

De nuevo aquí, se echa en falta la presencia de un psicólogo deportivo que colabore estrechamente con el entrenador (que yo sepa, el Barcelona no lo tiene; y si estoy equivocado, pido disculpas). Uno de los cometidos del psicólogo es detectar y estudiar las circunstancias de cada situación que, reduciendo o aumentando su nivel de activación, pueden afectar al funcionamiento mental de los jugadores; y, en base a esto, su función es asesorar al entrenador para que ponga en marcha las medidas apropiadas (mensajes, videos, decisiones…) que puedan influir favorablemente en el estado psicológico del equipo. La presencia del psicólogo no garantiza el resultado final, como tampoco lo garantizan el entrenador, los restantes miembros del staff o los propios jugadores (entre otras cosas, porque el adversario también juega), pero aumenta la probabilidad de controlar factores que, a veces con mucho peso, pueden influir en ese resultado final.

En el Liverpool parece que predominó la motivación excepcional del que, tras el primer partido, tenía mucho que ganar y poco que perder y, alentado por la pasión de su público, se lo jugó todo a una carta valiente. En estos casos, el peligro suele ser que esa motivación elevada provoca una activación muy alta, y esta favorece un estado de aceleración e impulsividad que finalmente conduce a cometer muchos errores. Sin embargo, en esta ocasión, el equipo supo arriesgar sin suicidarse, predominando siempre una motivación alta pero controlada, seguramente gracias a una preparación que alimentó esa motivación no sólo desde el deseo, sino también anticipando problemas y potenciando la autoconfianza. Por el contrario, lo que parece que predominó en el Barcelona fue el temor a perder, a repetir el fracaso del año anterior. El contraste fue brutal; y el marcador final, consecuente. ¡Otra vez lo mismo! ¿Se puede aprender?


Chema Buceta
8-5-2019

@chemabuceta