(Este no es un artículo de análisis político, sino sobre el
liderazgo de los grupos. El ejemplo es oportuno, y por eso se utiliza).
Tras las elecciones a los parlamentos de Galicia y el País
Vasco, ha surgido el debate sobre la continuidad de los actuales líderes del
PSOE al frente del partido. Evidentemente, es una decisión (en la que no entro)
que requiere valorar diversas circunstancias. Entre ellas, el desgaste de los
que lideran, algo que resulta bastante obvio. Algunos líderes, incluyendo al de
mayor rango, han perdido el carisma y la credibilidad que disfrutaron en otro
momento. Otros, nunca los tuvieron. A la mayoría se les identifica con una
etapa de retroceso, y a eso hay que añadirle el descontento general con la
clase política. Además, estos líderes han sido elegidos en votaciones muy
apretadas (a las que siguieron purgas de los compañeros vencidos), que han sido
efecto y después causa de divisiones internas que debilitan a los que lideran.
Losas demasiado pesadas para remontar un vuelo exitoso en tiempos de
turbulencias.
Aparte de otros detalles significativos, sólo hay que
observar a estos líderes en sus apariciones en público. Parece que hablan
porque es parte de su cometido y no tienen más remedio (“otro discurso más”),
más que por el convencimiento de lo que dicen y el deseo de atraer y
sensibilizar a la audiencia. Lo muestran en el lenguaje no verbal y la
verborrea cansina, en la falta de sintonía entre sus palabras y sus gestos. Y es
evidente, lo corroboran los resultados, que sus mensajes repetitivos no calan.
Incapaces de transmitir un mínimo entusiasmo, carecen de fuerza para persuadir
y mover a los electores (e incluso a muchos militantes propios). Cada vez que
escucho a uno de ellos, tengo la impresión de que en lugar de ganar
adeptos, los pierden.
En cualquier campo, cuando un líder se encuentra tan
desgastado como lo están estos, su capacidad de influencia es mínima y el
rendimiento del grupo se resiente. Le pasa al entrenador deportivo o al
directivo de empresa. Cuando están “frescos” respecto a sus jugadores o
empleados, sus mensajes tienen un impacto favorable; pero en la medida que se
desgastan su influencia como líderes disminuye, y los mensajes no llegan con la
misma fuerza. Sus liderados les oyen, pero apenas les escuchan; y el esfuerzo colectivo
se deteriora, dando paso a esfuerzos individuales en la dirección que cada uno
cree más conveniente: en muchos casos para salvar los propios muebles.
Cuando el desgaste, como en este caso, es demasiado grande,
lo más normal es que resulte irrecuperable. El líder tira como puede de la poca
energía que le queda, pero esta no es suficiente para movilizar las acciones que
el grupo requiere para tener éxito. La batería está agotada, y la única posibilidad
de recargarla es retirarse durante algún tiempo. Sin embargo, para el que
lidera y los que le rodean, cegados por el hábito y las ataduras del poder, es
difícil verlo; por lo que apelan a la experiencia, la responsabilidad de no
abandonar el barco, el verse con fuerzas suficientes, la confianza (ciega) en el éxito y otros argumentos
que parten de la percepción propia: autoengaños para ignorar el fracaso, preservar
la autoestima y justificar una continuidad que no se apoya en el factor más
importante: la percepción de los demás, de aquellos a quienes se debe atraer,
motivar, involucrar, hacer creer que las propuestas son posibles, que existe un
proyecto ilusionante, una razón para esforzarse, para salir a votar y otorgar
la confianza a líderes creíbles.
¿Qué equipo deportivo podría ganar con un entrenador tan
desgastado como el secretario general del PSOE y algunos de sus principales
espadas? Véase lo que está ocurriendo con Bielsa en el Athletic (En otro artículo lo
comentaremos). Gracias por seguirme.
Chema Buceta
27-10-2012
Twitter: @chemabuceta
www.psicologiadelcoaching.es