Lo que pasa dentro, se cuece fuera
El gran comienzo de temporada del Atlético de Madrid, con superioridad manifiesta y victoria en el Bernabeu incluida, ha acentuado elogios que venían prodigándose desde la llegada de su entrenador, Cholo Simeone. Uno de los que más se oye, coincide con lo que el mismo técnico destaca en cada rueda de prensa: “el éxito está en ser un equipo… jugar como equipo… pensar como equipo… trabajar al servicio del equipo… Equipo, equipo, equipo…
Si preguntásemos a mil o más entrenadores de deportes
colectivos, prácticamente todos, por no decir todos, coincidirían en señalar
que actuar como equipo es un factor fundamental. Y no sólo en los partidos: también en el día a día, ya que lo que ocurre fuera, se refleja dentro. Quizá
en menor porcentaje, pero también mayoritariamente, opinarían así jugadores y directivos.
Sin embargo, una cosa es pensarlo y manifestarlo, y otra que eso suceda en la
medida apropiada. En general, salvo en situaciones de deterioro irreversible,
la mayoría de los equipos funcionan bien como tales gran parte del tiempo; pero
no tanto, cuando se necesita un sobreesfuerzo o se enfrentan a la adversidad: conflictos,
momentos de mayor dificultad, malos resultados, frustraciones individuales, críticas
duras… Es ahí cuando el concepto de equipo adquiere verdadera
trascendencia y se pueden observar las fortalezas y las carencias. Para
recoger entonces, hay que haber sembrado con anterioridad. Si no se sientan las bases
en tiempos de paz, es muy improbable que cuando se necesite, el grupo funcione como equipo a un alto nivel de exigencia, por muchas arengas y
declaraciones cargadas de tópicos que se hagan. Una cosa es la apariencia, lo
que se pretende mostrar, y otra la realidad. Ésta se demuestra con hechos, no con
palabras.
Actuar como un equipo no garantiza superar a otros con mayor
talento o que también funcionan bien como tal, pero contribuye a alcanzar el
máximo rendimiento de ese grupo y, por esa vía, a que sea mucho más probable que se
supere el listón del que se parte. El Atlético de Madrid actual es un buen
ejemplo. Ya lo fue la temporada pasada, incluyendo sus peores momentos, que los
hubo. Ahora, quizá no pueda mantener
este nivel tan alto de rendimiento y buenos resultados, pero lo que está
mostrando es ese significativo espíritu de equipo que subyace al lema de los
mosqueteros. Se observa en la generosidad de los constantes apoyos al compañero
que tiene el balón, las ayudas y relevos en defensa, cómo protegen la espalda
del que no puede retroceder a tiempo, la confianza del que presiona sabiendo que hay más rojiblancos detrás, los desplazamientos sin balón para crear espacios que aprovechan otros, ese lenguaje no verbal que transmite unidad y apoyo mutuo…
Existe una parcela de rendimiento individual, pero no se trata de cumplir por
libre, sino de contribuir al engranaje colectivo. El talento al servicio del
equipo. La responsabilidad de acudir en ayuda del compañero necesitado. La
confianza en que los demás estarán ahí cuando uno lo necesite. “Uno para todos
y todos para uno”.
Se habla del espíritu de Simeone como una de las claves: su
ambición, determinación, espíritu de lucha, liderazgo eficaz… Elementos
fundamentales que marcan la diferencia. Uno de ellos, es el control de las
expectativas. Insiste en el planteamiento realista de ir partido a partido, en
lugar de dejarse llevar por delirios de grandeza. Otro es que tiene claro, y
así lo transmite, el rol de cada jugador en el equipo. Es importante tener
buenos jugadores, pero no basta. Deben saber qué se espera de ellos y cómo deben coordinar
su esfuerzo. No siempre los de mayor talento individual encajan
unos con otros; por sus características o intereses particulares, algunos pueden estorbarse mutuamente. Se suma por un lado, pero se resta más por otro. En bastantes ocasiones, se ficha pensando en las cualidades positivas sin tener
muy en cuenta cómo se ensamblarán con las de los compañeros, qué rol ocupará ese
jugador en el equipo, y cómo afectará al rol de otros. Una patata
caliente para el entrenador que no ha intervenido. ¿Bale? En el Atlético, parece que
no ocurre; que los fichajes se ajustan a las necesidades reales, lo que facilita
que el entrenador no dude y pueda explicar a cada jugador cuál es su función,
el valor que debe aportar para que el equipo triunfe. Eso transmite
confianza y fortalece el compromiso.
En gran parte, lo que sucede en el campo se cuece fuera. Caprichos
que alimentan egos frente a decisiones coherentes. Dudas que no se despejan
versus ideas claras. La credibilidad de unos que disminuye; la de los otros, que
aumenta. Voluntades que se distancian, mientras que otras se unen. Soldados muy cualificados que avanzan a
trompicones, sin referencia, frente a mosqueteros conjurados que asumen su
lema. El marcador: 0-1; ¿es esa la diferencia?
Chema Buceta
30-9-2013
twitter: @chemabuceta