Se ha celebrado en Chennai, India, la final del campeonato
del mundo de Ajedrez, en la que el candidato, Magnus Carlsen, noruego de
veintidós años, ha derrotado al hasta ahora campeón, el indio Viswanathan
Anand, quien disfrutaba del cetro desde 2007. En sus declaraciones, Carlsen
acentuó la importancia de haber controlado la presión psicológica a diferencia de su rival, “ya que incluso en el
campeonato del mundo, esta puede hacer que un gran campeón se derrumbe”. Anand lo confirmó como posible
causa de sus errores en las partidas definitivas. Curiosamente, en abril, en el
torneo de candidatos que decidía quien sería el aspirante, Carlsen y el ruso Kramnik llegaron a la última partida empatados. Sus rivales no se jugaban nada; ellos,
todo. ¡Y los dos perdieron! ¿Presión psicológica?
Lo que conocemos como presión psicológica no es un enemigo
invisible, sino un estrés elevado relacionado con situaciones trascendentes de
alta dificultad y exigencia. Este estrés provoca una sobreactivación que
perjudica el rendimiento. Le sucede a muchos deportistas en las competiciones,
sobre todo si en estas se juegan mucho, la expectativa de éxito de quienes les
rodean es muy alta y su autoconfianza no es suficientemente robusta. Estar a
punto de conseguir algo grande, tener miedo a perder y defraudar a otros, que
el partido no transcurra como todos esperaban, o la obligación de rendir con precisión en
una acción decisiva, son ejemplos de situaciones que pueden contribuir a este estrés perjudicial.
En el deporte, como en otros ámbitos de alto rendimiento,
los mejores suelen tolerar y gestionar con eficacia la presión psicológica la
mayor parte de las veces. En general, son personas que han desarrollado una
sólida fortaleza mental: transforman las amenazas en retos, se centran en lo
que depende de ellos y convierten la presión en una energía favorable que les ayuda
a prepararse y rendir a alto nivel. En muchos casos, esto les diferencia de
otros destacados deportistas, empresarios, directivos, actores, etc. que
carecen de esta habilidad. Sin embargo, hasta el mejor escribano echa un borrón, y por
muy campeones que sean, se trata de personas de carne y hueso que, a veces,
como demuestra lo sucedido a Anand, pueden verse superadas por una presión psicológica
que no consiguen controlar. No debe sorprendernos que jugadores como Messi o
Roben fallasen penaltis clave en los partidos más decisivos de la Champions (en
2012), que Gasol no convierta los tiros libres en los minutos finales de
algunos partidos trascendentales (por ejemplo: final del Eurobasket, 2007) o que
cualquiera con la “cabeza bien amueblada” pinche en algún momento y se “le crucen
los cables”.
Obviamente, el rendimiento no depende sólo de este factor. A
veces, de forma errónea, se achaca la falta de rendimiento a la presión psicológica cuando
existen explicaciones más básicas y con mayor peso: como (en el deporte) la
falta de condiciones físicas, habilidades técnicas/tácticas y preparación
apropiada, o circunstancias externas, como la fortaleza del rival. Estas
variables son las que principalmente determinan las posibilidades reales de
rendimiento. A partir de ahí, la mejor o peor gestión del estrés lo optimizará o minimizará; y así, los que
más rinden en función de sus posibilidades reales, suelen ser aquellos que la mayor
parte del tiempo toleran y controlan bien la presión psicológica. Eso sí, si bien sus errores
en esta faceta son pocos, a veces muy pocos, la trascendencia de estos puede ser
enorme, ya que suelen producirse en los momentos más críticos. Seguramente,
Anand tiene una gran habilidad para controlar la presión psicológica, pero de
pronto surge una situación concreta, muy trascendente, en la que no puede
controlarla, y entonces juega por debajo de su nivel, cometiendo errores que le
cuestan el campeonato del mundo. Como él, otros muchos. ¿Podemos hacer algo? ¿O
debemos resignarnos? (¡Ya la hemos…!).
El entrenamiento psicológico se suele plantear para atender
a deportistas que presentan déficits muy evidentes; por ejemplo, aquellos que
suelen rendir mal en las competiciones a diferencia de los entrenamientos. Otras
veces, se organiza como parte de un plan de entrenamiento global, programándose con el
objetivo de desarrollar habilidades mentales que puedan aplicarse en diferentes
situaciones. Sin embargo, se suele obviar con deportistas que casi siempre
funcionan bastante bien en la parcela psicológica, sin tener en cuenta la
trascendencia de esos momentos, escasos pero muy relevantes, en los que podrían
verse superados por el estrés. Es lógico: el buen rendimiento habitual eclipsa
la necesidad de prevenir tal circunstancia excepcional. Pero cuando esta acontece, les pilla por sorpresa, sin recursos excepcionales para controlar la presión, y el deportista pincha en el momento menos oportuno. Después, se asumen los errores como algo inevitable y, en la
mayoría de los casos, no se hace nada para prevenir este problema en el futuro.
¿Ignorancia? ¿Ausencia de un psicólogo del deporte que sepa entrenar al
deportista?
En estos casos, el trabajo psicológico más general resulta
insuficiente; siendo necesaria una intervención muy específica centrada en la
prevención y el control del estrés en las situaciones concretas que se consideren más relevantes. Al tratarse de
personas que suelen funcionar bien en lo mental, y situaciones poco frecuentes
y a veces lejanas, este tipo de trabajo (que por ejemplo se hace con algunos
deportistas olímpicos) puede ser difícil de aplicar, pero constituye la clave
para dar un paso más de calidad que diferencie de los mejores a los que todavía
lo son más; de los que obtienen mucho provecho de sus posibilidades, a los que además
son capaces de superar su propio listón.
La optimización del rendimiento pasa por ensanchar los
propios límites por poco margen que uno tenga, y el entrenamiento psicológico
muy específico puede ser, en bastantes casos, la llave que los deportistas y
otros profesionales necesitan. Seguirán siendo de carne y hueso, pero la
probabilidad de que pinchen será mucho menor. Sin duda, un reto importante para
los psicólogos del deporte y de otras áreas del rendimiento en sus funciones de
detectar y evaluar esta necesidad, alertar y motivar a los interesados y
diseñar y aplicar la intervención más eficaz. ¿Hacemos algo?
Chema Buceta
26-11-2013
twitter: @chemabuceta