Me envía Severino Fernández, psicólogo del deporte formado
en la UNED, una información publicada en La Voz de Galicia, bajo el título “El
fútbol coruñés adoptará medidas para evitar goleadas escandalosas”. Al parecer,
se trata de proponer a la federación gallega o en cualquier caso establecer un
“pacto de caballeros” (sic), medidas
para el fútbol-8, entre 6 y 12 años. Entre ellas, en las edades de 6-8 años,
que se deje sacar al portero adversario y no se pueda presionar en el campo
contrario, que cuando haya una diferencia de cinco goles no se refleje en el
acta y que no se publiquen los nombres de los que marcan los goles, ya que se han
detectado casos de padres que dan dinero a sus hijos según su clasificación en
la tabla de goleadores (!). Para justificar estas medidas se pone como ejemplo
un partido que finalizó con el resultado de 25-0, siendo el objetivo de las mismas que “los niños no se sientan humillados con este tipo de marcadores”.
Es cuestionable si entre 6-8 años, incluso hasta 10 años,
debería haber competiciones oficiales regidas por la federación. Resulta obvio
que si se hace, en gran parte se debe a que hoy en día la principal fuente de
financiación del deporte de base son los padres de los deportistas, y por
tanto, cuanto antes se empiece a ofrecerles servicios que les enganchen, mejor.
Mi opinión es que en esas edades sería más apropiado que los chicos jugaran al
fútbol u otros deportes principalmente en el colegio, o en su defecto en
escuelas deportivas del barrio, y que participaran en competiciones internas entre equipos igualados. Sería suficiente para engancharlos
en la práctica deportiva siempre que otros ingredientes (entrenador,
contenidos, etc.) funcionasen adecuadamente. Y que los grandes
clubes tengan equipos en estas edades recogiendo a los niños que más destacan, me parece una aberración que no favorece
a los chicos elegidos ni a sus sufridos rivales.
Por supuesto, estas
competiciones internas, y cualquier otro torneo en estas edades, no deberían
destacar tablas de goleadores; y no tanto para evitar que los padres den dinero
(pues podrán seguir haciéndolo por otros motivos) sino porque el fútbol es un
deporte de equipo y destacar tanto la individualidad no es lo más apropiado
para desarrollar valores como la generosidad, el saber estar y trabajar en
equipo y otros relacionados con lo colectivo. Claro que no es extraño que sucedan estas cosas cuando
asistimos continuamente a entregas de premios individuales (bota de oro, balón de
oro, el mejor gol, etc.) y en los medios de comunicación se insiste en destacar
el éxito individual (por ejemplo: “Morata derrotó al Sporting” ¿él solo?)
eclipsando lo colectivo. Lo primero vende más, y se ignora la irresponsabilidad
social que todo esto conlleva. Se culpa a los padres, pero en bastantes casos
estos no hacen más que imitar el modelo de deporte que se les muestra. “Si a
Ronaldo le dan un premio por ser el máximo goleador, ¿por qué no a mi hijo?”. “Si
algunos delanteros tienen primas según los goles que marcan, pues mi hijo
también; así lo motivo”. Lo ven algo natural.
Respecto a las medidas mencionadas, está claro que lo mejor
es que los niños jueguen partidos igualados la mayor parte de los días, pero no
es grave que en algunos partidos, siempre que sean la excepción y no la norma,
existan resultados abultados. Si un equipo pierde un día 25-0, no pasa nada; y si
la mayoría de los días le sucede algo parecido, es que no está en la
competición adecuada. Pero la solución no está en eliminar el resultado del
acta, ya que por mucho que se
enmascare, ese resultado se habrá producido y los protagonistas lo sabrán y lo recordarán. Pensar que es humillante perder
25-0 contradice lo que es el deporte, pues la victoria y la derrota son parte
cotidiana del mismo y ninguna derrota por amplia que sea debe considerarse humillante. Si creemos
que el deporte puede contribuir a desarrollar valores como saber ganar y
perder, manejar el éxito y tolerar la frustración, perder es parte de ese
proceso, y una derrota abultada debe aprovecharse para que los chicos
comprendan que eso es algo que puede pasar y aprendan a superarlo. Si sucede a
menudo tampoco tiene por qué ser humillante siempre que los adultos que rodean
a los niños lo manejen bien. Será, eso sí, muy desmotivante, pudiendo provocar una
frustración difícil de superar y el abandono de la actividad, por lo que antes
de inscribir a un equipo en una competición, la responsabilidad de quienes lo
hacen incluye saber si el nivel del equipo corresponde al de esa competición.
“Es que en mi provincia no hay otra”. Entonces, será mejor organizar torneos
internos hasta que el equipo esté más preparado para competir contra otros.
Recuerdo iniciativas como no llevar la cuenta del marcador
que han fracasado rotundamente. La esencia del juego, aunque sea el parchís, es
ganar. Cuando se juega un partido el objetivo es ganar, y por cuantos más goles
o canastas, mejor; y si se elimina ese ingrediente, un partido carece de
sentido. Otra cosa es que los adultos (entrenadores, padres, dirigentes,
organizadores…) valoren ganar por encima del esfuerzo, el aprendizaje, la
diversión y la deportividad. El problema no es la competitividad ni que los
chicos pongan su mejor empeño para intentar ganar, sino que los adultos, con su
comportamiento diario, acentúen los resultados deportivos por encima de los objetivos
formativos que debería perseguir el deporte infantil. Es ridículo que los niños
practiquen un deporte de competición pero compitiendo a medias (!!!), que jueguen al fútbol sin un
resultado o que se borren o maquillen los resultados abultados como si no hubieran existido. ¡Eso sí
que es humillante! Mucho más digno es aprender a asumir la superioridad del
rival y reconocer sin sentirse humillado que “hoy hemos perdido 25-0 porque
hemos jugado contra un equipo muy bueno”, en vez de aprender a engañarse con un
“hemos perdido 5-0”, sabiendo que en realidad han sido 25 pero que por pena
solo cuentan 5. No es bueno exponer a los niños a múltiples experiencias
frustrantes cuando por su corta edad aún no están preparados, pero tampoco lo
es sobreprotegerlos con engaños tan humillantes como ese.
En cuanto a cambiar algunas reglas como dejar sacar al
portero o no presionar en el campo contrario, en principio no soy partidario
salvo que existan motivos relacionados con el aprendizaje deportivo. Por
ejemplo, prohibir la defensa de zona en mini-basket puede ayudar a desarrollar
mejor la técnica individual de los jugadores tanto en defensa como en ataque. No lo veo, sin embargo, como medida sobreprotectora del equipo más débil. Por este
camino, podríamos llegar al absurdo de obligar a que todos los equipos tuvieran
que tirar un mínimo de veces a gol sin que lo impidiera el contrario, e incluso
a marcar siempre algún gol para no irse de vacío o poner en el acta un mínimo
de dos goles aunque no los hubieran conseguido. Todo esto para que ¿no se
sientan humillados?
La solución al mal uso del deporte infantil no está en
inventarse reglas sobreprotectoras, sino en que este esté en manos de
profesionales bien formados y dirigentes sensatos que entiendan lo que tienen
entre manos, sepan gestionar el deporte como herramienta educativa y asuman la
responsabilidad de ayudar/formar a los padres para que también contribuyan en
la dirección correcta.
Chema Buceta
7-10-2016
(Se puede encontrar más información sobre este tema en mi
libro “Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo”, publicado por la editorial www.dykinson.com )
@chemabuceta