En menos de una semana,
el Real Madrid ha sido eliminado de la Copa del Rey, (prácticamente) se ha despedido
de la liga y ha caído en la Champions, sufriendo la humillación de tres
derrotas consecutivas en su propio estadio, con un gol a favor y ocho en contra. No
voy a analizar los motivos futbolísticos de estos malos resultados, pues para
eso están los especialistas, aunque es interesante observar cómo los elogios de
hace sólo tres semanas, tras empatar en Barcelona y ganar a domicilio al Atleti
y al Ajax, se han convertido ahora en disparos a diestro y siniestro.
Sin duda, las derrotas
contra el Barcelona han sido muy dolorosas por su inapelable contundencia y la
constatación de los tumbos que el Madrid ha ido dando, ya desde la
“planificación” de la temporada, tanto en el campo como en los despachos. Pero
quedaba la Champions, y se quería creer que lo sucedido el año pasado se podría repetir (muy mala
temporada en España, pero se gana la Champions), salvándose
así los muebles. Por eso, ese 1-4 contra el Ajax ha sido especialmente sangrante.
Centrándome sólo en
lo psicológico, hay varios factores que, en cierta medida, han podido
contribuir a que el Madrid haya quedado eliminado tras haber ganado allí por 1-2. El primero es
este resultado tan favorable, pues hacía presagiar que el partido de vuelta
sería “fácil”. En esa misma dirección apuntó la autoexclusión de Sergio Ramos
con esa tarjeta amarilla provocada. Todo el mundo sabe que esto se suele hacer
en el partido anterior a otro de trascendencia menor en el que la participación del sancionado no se considera necesaria, por lo que el mensaje del
capitán estaba claro.
El mayor impacto del liderazgo no está en las arengas a
los compañeros o las declaraciones públicas que apelan a la tradición, el
orgullo, echarle huevos o cualquier otro tópico de “ganador” que los
aficionados quieren oír, sino en las acciones de quienes lideran, ya que son estas las que infuyen decisivamente en las
actitudes y comportamientos de los liderados. En este caso, el capitán vende el oso
antes de cazarlo, y por eso se permite ausentarse del partido de vuelta como si
fuera simplemente un trámite.
Paralelamente, parece muy
probable que la autoconfianza colectiva se hubiera debilitado tras los malos
resultados frente al Barcelona. Ya en el segundo partido (el de liga), sin
entrar en lo futbolístico, el ímpetu del equipo no fue el mismo. La sensación
que dio fue de cierta aceptación de la situación, de saberse impotente a pesar
de tener que superar un solo gol. En parte es lógico tras el varapalo y la
eliminación de la copa en un partido en el que, jugando mejor, fue incapaz de
hacer valer la ventaja que traía del partido de ida. La autoconfianza colectiva
es un elemento psicológico de gran trascendencia para contrarrestar el estrés
(la ansiedad) que conlleva un partido importante y favorecer el máximo
rendimiento. En su ausencia, se cometen más errores, se cree menos en que el
desafío es posible, predominan más la impulsividad y el esfuerzo individual por
encima de lo colectivo y hasta es más probable que se produzcan lesiones
(¿casualidad las dos lesiones en la primera parte frente al Ajax?).
Otro factor a tener en
cuenta es la ausencia de jugadores carismáticos en los papeles principales del
equipo. No entro en si futbolísticamente es lo apropiado, pero para la cohesión
de equipo no suele ser una buena medida. Evidentemente, esto no quiere decir
que haya que poner a las vacas sagradas, hagan lo que hagan, en detrimento de
compañeros que están mejor, pero es importante que los jugadores que más pueden
sumar o restar se sientan muy involucrados, de forma que tiren del equipo y no
al contrario; y si en un mes con tantos partidos trascendentes hay varios pesos
pesados que apenas cuentan, mal asunto.
En estas circunstancias,
los partidos “trampa” (es decir, aparentemente más “fáciles”), como este contra
el Ajax, son más peligroso aún, ya que, de manera más o menos consciente, se
perciben como un pequeño respiro y, al mismo tiempo, una buena oportunidad para,
casi con seguridad, sin necesidad de hacer un buen partido, borrar derrotas dolorosas
y continuar vivos. El problema llega cuando las cosas no salen como preveía un
guion que auguraba un partido de guante blanco. Evidentemente, había que jugar,
pero no se esperaba que un equipo que ni siquiera lidera una liga menor, al que
se había ganado en su casa y que necesitaba por lo menos dos goles, pudiera
darle la vuelta a la eliminatoria. De hecho, el capitán se había autoexcluido pensando
ya en el siguiente rival.
Los dos goles del Ajax en los primeros 20 minutos,
estropearon ese partido que se intuía cómodo. Entonces, la amenaza de un nuevo
fracaso, la fragilidad de una autoconfianza colectiva débil y la falta de
jugadores con peso que tirasen con eficacia del carro favorecieron que la ansiedad tomase
las riendas, reflejándose en la precipitación, el desorden, la ausencia de
criterio, la falta de puntería y, probablemente también, en cierta medida, las
lesiones de dos jugadores que abandonaron el campo en la primera parte.
Jorge Valdano denunció
algunos de estos síntomas desde su posición de comentarista. Tras los goles del
Ajax, subrayó repetidamente que el Madrid tenía que poner pausa en su juego, en
vez de querer resolver el partido impetuosamente. Con acierto señaló que el
equipo perseguía el gol en lugar de centrarse en jugar bien para, a partir de
ahí, sumar en el marcador. Puede parecer paradójico, pero tiene mucho sentido.
Sobre todo en momentos de mayor estrés y dificultad, para conseguir un
determinado objetivo (en este caso, marcar goles), el camino no es obsesionarse
con el objetivo en sí, sino centrar la atención en lo que hay que hacer para
que ese objetivo sea más probable. Como es lógico, cuando queda poco tiempo, la
estrategia será diferente a la que más conviene en la primera parte, pero en
cualquier caso, se trata de controlar la situación mediante un esfuerzo
colectivo inteligente, en lugar de actuar impulsivamente o yendo por libre.
Se está destacando que,
en este partido, se echó en falta a Sergio Ramos, tanto en lo futbolístico como
en su capacidad de liderazgo. Seguramente, fue así. Pero el partido se juega desde mucho antes de los 90 minutos, y lo que parece que sí caló en
las semanas y los días previos fue su inconfundible mensaje: No hace falta que
yo juegue; podemos vender, ya, la piel del oso.
Chema Buceta
6-3-2019
@chemabuceta