martes, 1 de noviembre de 2016

¿CUENTO? DE DÍA DE MUERTOS





Dicen que sucedió en México a finales del siglo pasado. Como todos los años en honor a los muertos, desde finales de octubre se habían instalado esos espectaculares altares adornados con cempazuchitl, la atractiva flor naranja que nunca falta, junto a los vestidos y algunas pertenencias de los difuntos, su comida favorita, crucifijos, imágenes de la Virgen… Y en la noche del primero de noviembre, las calles se abarrotaron de personas disfrazadas de zombis, catrinas y otros atavíos relacionados con la muerte que al son de embriagadora música bailaban y cautivaban a quienes lo presenciaban.

Según cuentan, Pedro Hernández, a quien a sus 30 años seguían diciendo Pedrito, embaucado en tan extraordinario ambiente, se había pasado de tomar tequilas y regresó a su casa a una hora temprana para dormir la mona. Pero al dar la media noche, el ruido que intuyó en una instalación deportiva cercana interrumpió su sueño. Lo ignoró y volvió a cerrar los ojos, pero fue inútil. Ese sonido extraño se apoderó de él y, sin saber por qué, se vistió y salió a la calle para acercarse y comprobar qué era. La puerta estaba ligeramente abierta, y sin pensárselo, la atravesó. Ya dentro, el murmullo se concretó en voces cuyo contenido no comprendió, pero tuvo claro que allí había gente que gritaba. Sin embargo, no había luces encendidas y la oscuridad reinaba sin oposición alguna. Eso le asustó. Pero sus piernas no le obedecían, y guiadas por una poderosa fuerza que las atraía como un imán, continuaron avanzando.

--- No temas, Pedrito --- una tenebrosa voz a sus espaldas, le habló --- Y por favor, no te vuelvas. Aún, no.

Aunque hubiera querido, no lo habría podido hacer. Estaba petrificado, incapaz de mover un músculo. Al otro lado de la puerta que ahora enfrentaba, sabía que se encontraba la cancha donde tantas veces había jugado al basketball, como allí le dicen, y era evidente que había gente ¿jugando un partido sin luz? Y encima esa voz poderosa y lúgubre que conocía su nombre (!!!). Empezó a sudar, a flaquear, pero el pánico le mantuvo en pie.

--- Todos los años nos reunimos para enfrentarnos en una competición que entre nosotros es tradicional --- continuó la voz --- Y esta vez hemos elegido este sitio. Somos discretos. Normalmente nadie se da cuenta, pero se ve que tú tienes un don especial.

--- ¿Yo? Estee… no sé, es una broma ¿verdad? --- balbuceó Pedro.

--- No lo es --- aseguró la voz --- Comprendo que te sorprenda porque hay muchas cosas que mientras vivimos no sabemos, pero esto va muy en serio.

--- He tomado mucho tequila esta noche y podría creerme casi cualquier cosa, pero esto es demasiado --- apuntó Pedrito, todavía incrédulo.

--- ¡Vuélvete! --- ordenó la voz.

--- ¡Dios mío! ¡Virgen de Guadalupe! --- exclamó el treintañero aterrorizado --- ¡Qué horrible disfraz!

--- ¡No menciones a Dios! Y no es un disfraz. Intenta tocarme y lo comprobarás.

Tras dudarlo un instante, muy lentamente, Padro movió una mano hacia esa escalofriante cara troceada de un solo ojo saliente y llena de pus, y la traspasó sin que hubiera un contacto. Lo intentó una y otra vez, pero nada. ¡Veía la cara, pero no había forma de tocarla!

--- Esto es un sueño --- exclamó, mientras se restregaba los ojos --- No está pasando, no está pasando, no está pasando... me voy a la cama.

Pero pronto comprobó que por muchos pellizcos, cachetes y violentos tortazos que se daba, el tétrico panorama no cambiaba. Esa cara a trozos que le hablaba seguía ahí, sin inmutarse, mirándole con ese horrible ojo  hasta que se convenciera de que era real.

--- ¡Ohhh! ¡No! Lo que pasa es que estoy muerto --- concluyó Pedro --- Esta noche he muerto, y ahora estoy aquí con mis nuevos compañeros  ¡Nooooo!

--- Estás vivo y seguramente aún por mucho tiempo --- replicó la voz --- pero nosotros sí estamos muertos, y de vez en cuando podemos comunicarnos con los que vendréis después, aunque aparte de los rituales con nuestros espíritus, sólo en casos muy especiales.

--- Esteee… no sé qué decir, la verdad --- marmulló Pedrito --- Así que sólo en casos especiales… ¿Y por qué yo?

--- Bueno, nosotros no te hemos elegido, pero en nuestras ceremonias de ultratumba hemos deseado que viniera alguien como tú. ¡Y ha funcionado!

--- ¿Alguien como yo? No quiero ofenderte, no te lo tomes a mal, pero es que no entiendo nada.

--- Es muy sencillo. Desde hace cientos de años, en esta noche de muertos abandonamos las tumbas para celebrarlo. Es nuestro día ¿no? Pues como es lógico, lo celebramos.

Pedro estaba atónito. De vez en cuando, con discreción, seguía azotándose el trasero para comprobar si estaba despierto, pero no perdía detalle del sorprendente relato. La voz continuó:

--- Cuando me uní al grupo en 1412, tras morir en una batalla, existía la tradición de celebrar torneos con lanzas y espadas, pero como no podíamos hacernos mucho daño, el interés fue decayendo. Hasta que aparecieron los deportes actuales, que nos dieron la oportunidad de disfrutar y competir a pesar de nuestras limitaciones. Esta noche, en muchos lugares del mundo se están celebrando competiciones deportivas entre muertos, y antes de que salga el sol podremos conocer los resultados en nuestro boletín interno. ¿Sorprendido?

Levemente, pues se encontraba paralizado, asintió el muchacho moviendo la cabeza con una ligera sonrisa que evidenció auténtico terror. La explicación prosiguió:

--- A nosotros nos encanta el basketball. Y por eso, todos los años jugamos un partido entre veteranos y noveles que genera una gran expectación. Para ser veterano tienes que llevar más de 100 años muerto, y comprenderás que eso es una gran desventaja, ya que tenemos a pocos que practicasen este deporte estando vivos, mientras que los noveles tienen mucha cantera. Eso sí, para poder jugar con los noveles tienes que llevar muerto por lo menos 10 años. Es más justo ¿no crees?

Pedrito no creía nada. Sólo escuchaba atemorizado, aunque le tranquilizó saber que al ser necesarios esos 10 años, no estaba allí por si, muriéndose de repente, pudiera reforzar al equipo de los noveles. 

--- El caso es que siempre hemos perdido y estamos hartos, porque luego se pasan el año mofándose de nosotros cuando nuestros espíritus se encuentran en algún ritual --- informó la voz --- La verdad es que hemos mejorado mucho, pero nos falta algo, y aquí es dónde entras tú. ¿Qué te parece?

--- Yo, esteee…

--- Mira, como nuestros jugadores no son tan expertos en este deporte, lo que hemos hecho en los últimos 50 años es asustar a los rivales para ponerles nerviosos. En eso tenemos más experiencia nosotros. Estamos más deteriorados y, si nos lo proponemos, damos mucho miedo.

--- ¡No me digas! --- exclamó Pedrito, con tono irónico.

--- Sí, así es. Y la estrategia funcionó al principio, los primeros 20 años o así. Los asustábamos, ellos jugaban peor que otras veces y los partidos eran más igualados, aunque seguimos sin ganarlos, y ahora ya se han acostumbrado y lo del miedo no funciona.

--- Claro, de tanto hacerlo, se han acostumbrado, es lógico, suele pasar --- confirmó Pedro.

--- Por eso tenemos que cambiar de estrategia, y como te dije, aquí entras tú.

--- ???  Yo del basketball de los muertos no sé nada --- Pedrito se puso la venda antes de sufrir la herida.

--- Bueno, en realidad es igual que el de los vivos. Sólo cambia que los jugadores estamos muertos, pero por lo demás es igual…

--- Ya…

--- Sabemos que tú eres psicólogo y trabajas con deportistas --- avanzó la voz --- En mi época de vivo esa profesión no existía. Había barberos que sacaban muelas, herreros para los caballos y las armaduras y no faltaba el cura que nos bendecía antes de las batallas, pero los tiempos han cambiado y todos esos ya no nos sirven. Ahora, te necesitamos a ti.

Cuentan quienes dicen conocer algo de esta historia, que Pedro aceptó el desafío y se lo tomó muy en serio. Tenía poco tiempo, pero reunió al equipo de los veteranos y les sugirió que se centraran en sus fortalezas. Los que podían hablar, pues algunos no tenían boca, apuntaron acciones concretas en las que podrían destacar. Pensaron que un tal Louis al que habían cortado la cabeza y la llevaba en una mano, podía atraer la atención del adversario que llevaba el balón para que otros se lo quitaran. En esto último podía ser muy bueno Pancho, pues sus brazos estaban despegados del resto del cuerpo y se movían con mucha autonomía. A María la habían enterrado en una fosa común tras una epidemia, y por tanto estaba acostumbrada al contacto, por lo que era la jugadora ideal para bloquear el rebote. Y tenían a un gran tirador, Hermenegildo, practicante incansable lanzando piedras en los jarrones de flores del cementerio en que ¿descansaba? Un antiguo capitán del ejército de Benito Juárez era el entrenador, y Pedrito le aleccionó sobre los tiempos muertos, aunque cambiando el nombre por razones obvias. Poco más se sabe realmente de lo que pasó en ese vestuario fúnebre, pero lo cierto es que el equipo de los veteranos salió a la cancha pleno de autoconfianza, comunicación positiva y espíritu colectivo, y así consiguió su primera victoria en el clásico de los muertos.

Pedro Hernández continuó su trabajo como psicólogo del deporte con los clientes vivos que, cada vez más, requirieron sus servicios, y se dice que por algún motivo oculto, la noche de muertos siempre se hartaba de tequila y abandonaba las celebraciones antes de la medianoche. Hace unos años cayó enfermo y estuvo a punto de morir, pero finalmente se recuperó, y se comenta que viendo a su madre todavía angustiada le dijo:

--- ¿Por qué te has preocupado, mamá? No ves que no puedo morirme hasta que no cambien las reglas para que pueda seguir apoyando a los veteranos?

--- Claro, hijo. Todavía tienes mucha fiebre. Pero mamá está aquí contigo.


(dedicado a mis amigos de México, donde mejor se entiende la muerte como parte de la vida,  con mi mayor respeto a todos los muertos y a quienes tanto los extrañamos)

Chema Buceta
1-11-2016

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