viernes, 27 de julio de 2012

¡COMIENZAN LOS JUEGOS!

Llegó el día D. ¡Por fin! En los tres Juegos Olímpicos que he participado (Barcelona como entrenador; Atlanta y Sidney como psicólogo) pude comprobar el extraordinario ambiente que se respira en la Villa Olímpica en los días previos. La alegría, la camaradería, y el optimismo rebosan por todas partes. Es un momento mágico en el que la euforia se contagia y los deportistas sueñan con un éxito que, factible o no, quieren ver a su alcance. Esta motivación tan especial, exclusiva de los Juegos, aporta una increíble energía que impulsa a los deportistas a dar lo mejor de sí mismos; pero también, en bastantes casos, se convierte en enemigo si éstos no son capaces de controlarla.
La motivación muy elevada e incontrolada provoca que los deportistas desarrollen expectativas de rendimiento poco realistas y una “falsa confianza” caracterizada por la huida hacia delante del “sí puedo” “seguro que lo consigo” sin una base real. Muchos se sienten muy bien en esa ficción placentera que, acorde con el entorno tan positivo que les rodea, han alimentado; evitando, además, el análisis objetivo y cualquier otro ejercicio de preparación racional que puedan acercarles a la incertidumbre y amenaza de fracaso propias de competiciones tan trascendentes (para la mayoría, una de las más importantes de su carrera; para muchos, la más importante).
La experiencia nos ha enseñado la relevancia de preparar bien a los deportistas antes de llegar a la Villa, de forma que puedan disfrutar de los muy motivantes estímulos allí presentes, pero sin que éstos les superen. Son momentos muy críticos en los que, más que nunca, los deportistas deben potenciar el autocontrol emocional, así como ser realistas y preparar su participación con objetividad, anticipando dificultades probables y centrándose en lo que depende de ellos, pues sólo así podrán desarrollar una sólida autoconfianza (en vez de una falsa confianza).
Asimismo, resulta clave que entrenadores, directivos, médicos, etc., transmitan tranquilidad en lugar de avivar una motivación ya muy alta que no necesita más leña. Precisamente, éste es uno de los errores más habituales de quienes, con su mejor intención, no dejan de dar ánimos, augurar éxitos, etc. agobiando a los deportistas e incluso haciendo que se sientan presionados por temor a no responder a lo que se espera de ellos. (He conocido a muchos que procuran evitar a estos “motivadores”, yéndose a otro comedor de la Villa, madrugando para no coincidir en el desayuno, sentándose lejos en el autobús y ¡hasta aislándose en el baño!).  Los deportistas agradecerán que quienes les rodean controlen su propia motivación y ansiedad, y les permitan estar tranquilos. ¡Mucha suerte a todos!



Chema Buceta
27-7-2012
www.palestraweb.com
www.psicologiadelcoaching.es

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