domingo, 25 de noviembre de 2012

¿QUIÉN ES ESTA VEZ, ROCKY O GLADIATOR?

      ¿Son apropiados los videos "electrizantes" para motivar a los deportistas antes de la competición?




Parece que se han puesto de moda los videos para motivar a los deportistas antes de la competiciones. Trozos emocionantes de películas comerciales como Braveheart, Gladiator, Rocky… cortos de héroes que subieron al Everest con una sola pierna, hicieron la maratón del desierto sin apenas agua o movieron con setenta años piedras de más de cien kilos para rescatar a un indefenso niño…  imágenes y declaraciones de deportistas de éxito (Phelps, Comaneci, Ginóbili, ¿Maradona? ¿Armstrong?...) contando su vida y cómo fueron capaces de conseguir sus sueños…  Todo eso vale para hacer montajes “inspiradores” en los que a veces, también, se mezclan grabaciones propias de triunfos gloriosos; por supuesto, siempre con música electrizante para subir el espíritu y, en ocasiones, letreros oportunos con etiquetas o frases inapelables (“Nadie se acuerda del que quedó segundo”, por ejemplo). El propósito es conseguir un subidón que estimule las ganas de triunfar; la ambición y el ansia por la victoria; la fe en que se puede lograr cualquier objetivo si uno tiene la voluntad de no rendirse y superarse a sí mismo (“querer es poder”); la creencia de que no existen los límites. Atractivo, cool, grandilocuente, espectacular… ¿quién no lo compra?

A veces se habla de éste o aquél entrenador que antes de un partido decisivo que su equipo ganó, puso uno de estos videos; y como ganó, se supone que película brillante le fue de perlas: “Fíjate lo que hizo antes de la final: les puso cortes de Gladiator, Los Tres Mosqueteros e Indiana Jones…” De ahí han surgido numerosos imitadores que fascinados por la llamativa herramienta y su aparente credibilidad, consideran que han encontrado la mejor manera de preparar psicológicamente a sus deportistas. “Es que lo hizo Guardiola”. No hay que pensar más. Se hace un video para motivar y ya está.

En el ámbito empresarial se ha abusado de este tipo de videos para, supuestamente, motivar a los empleados y desarrollar ciertos valores, pero últimamente da la impresión de que la gente está hasta las narices de que la intenten comer el coco con estos rollos… aunque aún quedan coletazos. Y por supuesto, no faltan estos supervideos en el poco imaginativo repertorio de muchos coaches y vendedores del crecimiento personal u otras etiquetas similares. Youtube está lleno de ejemplos. Algunos muy meritorios, es cierto, pero la mayoría “más de lo mismo”. Y sobre todo, ¿se usan correctamente para que su efecto sea favorable, o se emplean de manera indiscriminada sin saber muy bien por qué y qué efecto tendrán?

Evidentemente, nunca se habla de los cientos de videos que se pusieron antes de las muchas derrotas. El perdedor no interesa, por lo que éstos se ignoran. Nadie analiza si, de alguna manera, ese superdinámico video de los trecientos arqueros acorralados que derrotaron a cientos de miles que los acosaban con artillería, pudo influir en el fracaso deportivo.  Se pasa la página sin analizarlo; y es probable que en una ocasión posterior se vuelva a usar el mismo video u otro tecnológicamente más avanzado.

El video, como la charla del entrenador o cualquier otro recurso que pretenda influir en el estado psicológico de los deportistas (o de cualquier otra persona), no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio, una herramienta: el vehículo que se elige para transmitir una idea, un mensaje, y provocar un proceso mental que favorezca el mejor funcionamiento posible, el máximo rendimiento. En ningún caso debería ser el juguete con el que disfruta el que lo compone cortando y pegando hasta sentirse orgulloso de su “obra de arte”; o el gran hallazgo del que lo descubre navegando por las redes sociales. A muchos les gusta tanto el producto que justifican la supuesta necesidad de usarlo. Otras veces, el proceso es el contrario: quieren hacer algo con los deportistas, algo diferente, moderno, que les impacte, y ¡gran idea! buscan el video mágico: si es posible, el mismo que usó Guardiola… o en la misma línea.

¿Qué necesitan los deportistas en un momento concreto? Esta es la pregunta clave: el punto de partida para determinar la estrategia psicológica. Después habrá que decidir cómo se aplica dicha estrategia, pero siempre a partir de esa respuesta. Y puede suceder que los deportistas no necesiten, e incluso les perjudique, el mensaje de ese video que tanto gusta a su entrenador. ¿Necesitan motivarse? Se asume que el entrenador siempre debe motivar a sus deportistas, y no es así. Lo tendrá que hacer cuando sea necesario: es decir, cuando aquellos no estén lo suficientemente motivados y, por tanto, necesiten de la acción del técnico para cubrir este déficit. En general, aumentar o fortalecer la motivación suele ser un objetivo más propio de periodos no muy cercanos a las competiciones: cuando haya decaído el interés o éste sea insuficiente para pedir más esfuerzo.

Sin embargo, antes de una competición (partido, prueba, etc.), y sobre todo si ésta es muy importante, los deportistas suelen estas bastante motivados y no necesitan motivarse más. ¿Cabe pensar que no estén motivados antes de una final o un partido en el que se jueguen algo importante? Hay excepciones, claro, pero la gran mayoría lo está sin que el entrenador tenga que hacer nada especial, por lo que en caso de hacerlo (por ejemplo, poniendo uno de esos videos electrizantes) se corre el riesgo de provocar una sobremotivación que no sólo no favorecerá el rendimiento, sino que podrá perjudicarlo. En general (salvo excepciones) no es el momento, con la competición muy cerca, de potenciar la motivación, sino la autoconfianza; y para este objetivo el tipo de video que podría ayudar suele ser de otro tipo: menos grandilocuente; más centrado en las fortalezas propias, en las buenas acciones que se han hecho en el pasado y conviene repetir ahora, en aquello que es realista y el deportista percibe que está en su mano.

Además, hay tres factores de gran importancia. Uno de ellos, las diferencias individuales. El impacto de un video puede ser parecido para la mayoría de las personas, pero hay diferencias que a veces son determinantes. Lo que a uno le motiva, a otro le estresa. Lo que a uno le anima, a otro le machaca. Lo que a uno le da confianza, a otro le crea inseguridad. Por tanto, mucho cuidado.

Otro factor es el tipo de tarea en la que el deportista debe rendir. Motivar mucho puede ayudar cuando se trata de tareas en las que predomina el esfuerzo físico o es importante una dosis elevada de agresividad. Aunque también aquí hay que medir bien para no pasarse. Por ejemplo, bastantes corredores populares están hipermotivados antes de la salida, y en lugar de aplicar su mejor estrategia para la carrera, comienzan demasiado rápido; después, pagan la factura en la parte final. También he conocido a boxeadores, judocas, futbolistas y de otros deportes cuya ultraagresividad incontrolada se convierte en su peor enemigo. El video para estimular la agresividad funcionó de cine: tan bien que provocó un exceso, y el deportista “se volvió loco” intentando dar golpes a diestro y siniestro, cometiendo faltas, encarándose con el árbitro, etc. Este efecto negativo es todavía más probable cuando se trata de tareas en las que predomina la precisión, pues en estos casos la sobreactivación que provoca el exceso de motivación resulta decisivamente perjudicial. Por ejemplo, la diferencia entre meter la bola ajustada o que vaya fuera, que pase o no la red, etc. es mínima: el tenista debe dar el golpe con una gran precisión; y si está sobreactivado…

El tercer factor es el hartazgo. Cuánto más se utiliza este recurso, menor es su impacto. De hecho, es frecuente que se abuse del video para corregir errores, estudiar al contrario, preparar los partidos y, cada vez más, intentar motivar. Muchos deportistas están hartos de tanto video, y en cuanto se enciende la pantalla desconectan. “¡Otra vez lo mismo! ¡¡Horror!! Toca abrir el paraguas.”

En el artículo anterior escribí sobre la supuesta sobreactivación de Almagro en la final de la Copa Davis. Después vi el video que había preparado el capitán del equipo español para motivar a sus jugadores. Un guión clásico: imágenes de películas comerciales con momentos muy emocionantes/motivantes sobre la superación, etc., mensajes contundentes de hombres duros que no se rinden, etc.,  combinados con escenas de triunfos anteriores en la Copa Davis (jugadores celebrando puntos ganados, grandes abrazos tras las victorias, levantamiento de la copa, etc.) y una frase final: “ahora nos toca el turno a nosotros”. Muy orgulloso del mismo, lo publicó en youtube para que todos pudiéramos ver lo que había hecho (si tengo el honor de que me sigáis en twitter, allí lo puse). Si España hubiera ganado, seguramente él y otros estarían destacando ese video como uno de los elementos que junto al buen rollo contribuyeron a la victoria. Pero perdimos, y el video y sus posibles efectos se han olvidado.

Sin embargo, es un claro ejemplo de herramienta que, muy probablemente (estando fuera del equipo, no lo puedo asegurar), si ha tenido algún efecto, éste ha sido negativo. ¿Necesitaban Almagro y los demás esa sobremotivación? ¿Es que jugando la final de la Copa Davis no estaban suficientemente motivados? ¿Le hacía falta más leña al fuego? ¿Pudo, en cierta medida, influir este video en la sobreactivación tan perjudicial que mostró Almagro en el último partido? Desde luego, no debió contribuir mucho a fortalecer su autoconfianza con imágenes de éxitos pasados en los que él no estaba; ninguna imagen ni mensaje relacionados con lo que él tenía que hacer; y la presión extra por ese “ahora nos toca a nosotros” que, lejos de motivar, es bastante estresante por la sobrecarga de responsabilidad. Y encima en un deporte individual. En un equipo esa responsabilidad se reparte; pero en el tenis recae sobre el jugador que disputa el punto decisivo.

Vuelvo a hacer la pregunta del último artículo. ¿Dónde estaba el psicólogo del deporte? ¿Quién asesoró a Corretja sobre la idoneidad del video? Es cierto que algunos psicólogos también abusan indiscriminada y desacertadamente de esta herramienta, pero cualquiera que esté bien preparado para asesorar a un entrenador sabe que un video eficaz debe tener en cuenta las necesidades psicológicas de los deportistas en cada momento concreto y prever el efecto que una determinada película puede causar.

Chema Buceta
25-11-2012
twitter: @chemabuceta
www.psicologiadelcoaching.es

martes, 20 de noviembre de 2012

MATCH POINT: CUANDO EL BRAZO SE "ENCOGE" NO ES POR PEREZA

  El estrés mal controlado provoca sobreactivación, y ésta agarrotamiento: el brazo no se "encoge" solo.



El pasado fin de semana se jugó la final de la Copa Davis. La República Checa venció 3-2 a España tras un último partido entre Stepanek (37 del ranking ATP) y Almagro (11) que decidió la eliminatoria.  En España han sido muchas las críticas al mal partido de Almagro, al que se acusa de haber estado muy nervioso, con el “brazo encogido” y haciendo un tenis muy conservador más propio de la tierra batida que de una pista rápida. También se ha criticado al capitán, Corretja, por haber puesto a ese tenista en un partido de tanta trascendencia y en una superficie que “no es la suya”. No entro en esta polémica, pero es cierto que la impresión que dio Almagro fue de verse superado por el estrés de una situación de trascendencia superior a la que no estaba acostumbrado, y eso, seguramente, afectó a su rendimiento y, en gran parte, explica el resultado adverso.


Los deportistas de élite, como Almagro, están acostumbrados al estrés que rodea a las competiciones deportivas: la trascendencia, la incertidumbre, la imposibilidad de controlar todos los factores, las expectativas propias y de los demás, la evaluación a la que se someten, la enorme responsabilidad, el estar solo (en los deportes individuales), la presión del público, el sobreesfuerzo físico y mental, los errores, la situación y los cambios en el marcador, el cansancio, la lucha continua con uno mismo y las consecuencias del éxito y el fracaso, entre otros, constituyen elementos estresantes que estos deportistas, a fuerza de enfrentarse a ellos, suelen dominar la mayor parte del tiempo. Sin embargo, incluso para los más grandes, existen momentos concretos en los que el estrés les supera y perjudica su rendimiento. Recuérdense, por ejemplo, los penaltis errados por Messi, Cristiano y Roben en los momentos más decisivos de la pasada Champions.

En el caso de Almagro, aún siendo el 11 del ranking ATP, nunca en su carrera se había enfrentado a un partido de tanta trascendencia, con tanto seguimiento, con tanta responsabilidad social (no jugaba sólo para él, como suele pasar en el tenis, sino para todo un país que le seguía y esperaba su victoria); y además, en un ambiente adverso y sobre una superficie que no es la que mejor le va. Estos dos últimos elementos también estuvieron presentes el primer día contra Berdych, cuando Almagro hizo un gran partido y estuvo a punto de ganar al 6 ATP. La diferencia resulta obvia: el primer día, la victoria no era tan trascendente, y al entrar la derrota dentro de lo que se podía esperar frente a un rival superior, la responsabilidad era mucho menor. Pero el último partido… una victoria del 11 contra el 37 ¡para ganar una Copa Davis! Uff, demasiado ¿no?

Pensando en esta final, cabía esperar que llegado el quinto partido con 2-2, el estrés fuera muy elevado;  y que al no estar acostumbrados a estas circunstancias, pudiera superar a nuestros jugadores. Sin embargo, ¿dónde estaba el psicólogo del deporte para poder ayudar? En el nutrido equipo de  España había jugadores suplentes y sparrings que no podían jugar, entrenadores y otros preparadores de cada jugador, médico, fisioterapeutas, encordadores… y quizá algunos más, todos perfectamente uniformados, levantándose a aplaudir cuando el guión lo exigía (aunque con el viento en contra, las cámaras captaron cómo algunos parecían interesarse más por su móvil). Sin embargo, que yo sepa (si me equivoco, pido disculpas por adelantado), no había un psicólogo del deporte para trabajar con Almagro y los demás. ¿Qué le pasó a nuestra laureada pareja de dobles, reciente campeona del Master? ¿También les superó el estrés? ¿Dónde estaba el psicólogo?

El estrés puede manifestarse de diferentes maneras. La más habitual en el deporte es la ansiedad. Cuando ésta es elevada, conlleva una sobreactivación general (física y mental) que rebasa el nivel de activación óptimo para rendir al máximo. La sobreactivación propicia un estrechamiento de la atención y, como consecuencia de éste, una peor toma de decisiones. Además, provoca un aumento de la tensión muscular, una deficiente movilización de energía y una peor coordinación motriz, lo que repercute en la ejecución de los movimientos técnicos. Si un tenista decide mal (por ejemplo: el desplazamiento que hace, el golpe que da o el momento de darlo) y ejecuta mal (mala flexión de piernas, “brazo encogido”, etc.) es obvio que su rendimiento se resiente; y el problema no está en que no domine las decisiones o la ejecución, sino en la activación que le sobra.

En mi opinión, Stepanek también sufrió este problema, y de ahí sus múltiples errores no forzados en muchos momentos decisivos en los que podía cerrar los juegos. Puede ser muy estresante el punto en el que, si lo ganas, cierras el juego, el set o el partido; no es miedo a ganar, como erróneamente se dice a veces, sino una gran sobreactivación provocada, en este caso, por un exceso de motivación o el temor a perder una gran oportunidad.

Básicamente, la sobreactivación puede observarse de dos maneras: impulsividad y agarrotamiento. En el primer caso, el deportista arriesga más de la cuenta o quiere hacer más de lo que debiera, muchas veces a destiempo. En el segundo, se queda como paralizado y tiende a ser más conservador. Aparentemente, cuando más les superó el estrés, Stepanek lo manifestó con impulsividad y Almagro con agarrotamiento. En ambos casos, pudimos observar errores graves. Sin embargo, es probable que el estilo de juego de mayor riesgo de Stepanek, aún siendo a veces impulsivo, le ayudara a soltar mejor parte de la tensión que le sobraba. Se había hablado de su avanzada edad y su mayor desgaste por haber tenido menos descanso que Almagro, apelándose al razonamiento de los físico para explicar un posible resultado. Una vez más, se ignoró la trascendencia de lo mental, de esa poderosa máquina llamada cerebro que, con sus límites, claro, puede mover montañas. Stepanek no hizo el mejor partido de su carrera, ni Almagro el peor, pero aquél fue más capaz que éste de controlar el estrés de un partido muy especial. Además, el ir delante en el marcador probablemente fortaleciera su autoconfianza: el mejor “antídoto” del estrés.

El equipo español de Copa Davis suele presumir de un buen espíritu de equipo que desde mi posición ajena no niego, aunque es probable que en parte se confunda éste con el buen rollito antes de las eliminatorias y cuando se gana. La imagen de Almagro solo en el banquillo  tras la derrota, mientras todos los checos abrazaban a Stepanek, junto a las declaraciones de algunos a destiempo, hacen pensar que quizá no sea todo tan idílico como a veces se pinta. No obstante, aún si lo fuera, resulta insuficiente como sustituto del entrenamiento/asesoramiento psicológico que podría contribuir en los momentos más críticos, tal y como se ha demostrado en esta final. Se dice ahora que el año próximo la Davis será muy difícil porque muchas eliminatorias se jugarán fuera de casa. Mayor razón para prever que volverá a haber partidos similares a este último. ¿Se hará algo al respecto? ¿Se pensará en incorporar a un psicólogo del deporte para trabajar con los jugadores que lo necesiten y asesorar al capitán sobre los aspectos que influyen en lo psicológico (por ejemplo: su desafortunada expresión facial denotando pesimismo, o el exceso de instrucciones en los intervalos)? ¿O se pasará la página y se volverá a confiar en que, por favor, regrese Nadal y haya buen rollito?  Ojalá tengamos la suficiente humildad para comprender que aún habiendo sido campeones muchas veces, es necesario evolucionar. Y un paso adelante sería incorporar al profesional  de la Psicología que pueda ayudar en lo que, precisamente, ha sido la principal causa de nuestra derrota ahora.


Chema Buceta
20-11-2012

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martes, 13 de noviembre de 2012

CREER O NO CREER EN LA PSICOLOGÍA: ¿ES ESTA LA CUESTIÓN?

  "El psicólogo del deporte puede ayudar al entrenador desde una perspectiva más tranquila y objetiva"





A mediados de octubre celebramos en Madrid la 14 edición de las Jornadas de Actualización en Psicología del Deporte de la UNED, y posteriormente, en México, han tenido lugar dos importantes eventos en los que también he participado: Un emotivo encuentro de antiguos alumnos mexicanos de nuestro Máster, hoy en día profesionales de la Psicología del Deporte, en el que se ha debatido sobre las lecciones aprendidas en los últimos quince años y los retos futuros, y el Congreso Internacional de las Ciencias del Deporte organizado por la Universidad del Fútbol de Pachuca, con un interesante programa sobre Psicología. Los tres acontecimientos han contribuido a una interesante reflexión.


Una de las principales conclusiones ha sido el creciente interés de los entrenadores por la Psicología del Deporte. Todavía hay algunos ignorantes que dicen que “no creen en la Psicología”, algo que es tan absurdo como decir que no creen en la Geografía o las Matemáticas. La Psicología es una ciencia con unas leyes y no un dogma de fe. Los principios de la Psicología que determinan el comportamiento humano en cualquier campo, también en el deporte, tienen una base científica y están ahí, al igual que las leyes de la Física o la Química, se consideren o no. Y de hecho, los mismos que dicen eso se esfuerzan por, por ejemplo, motivar o transmitir confianza a sus deportistas con más o menos acierto, sin reparar en que lo que intentan es aplicar la Psicología. Afortunadamente, cada vez son más los entrenadores que se dan cuenta de la enorme trascendencia de la Psicología  para liderar con eficacia a sus deportistas y aumentar, así, las posibilidades de éxito; y muchos los que buscan la manera de aprender y aplicar esta ciencia incorporándola a su método de trabajo.

También somos más los psicólogos que colaboramos con los entrenadores enriqueciendo su formación o asesorándolos. Aunque es cierto que todavía son muchos los entrenadores que no trabajan con psicólogos del deporte, a veces por desconocimiento, otras por desconfianza, otras porque no han encontrado a la persona adecuada, y en algunos casos, porque las experiencias que han tenido no han sido satisfactorias (y de ahí ese “no creo en la Psicología” que en realidad es más un “no creo en los psicólogos”). Como sucede en cualquier profesión, existen mejores y peores psicólogos del deporte (al igual que hay mejores y peores entrenadores, directivos, jugadores, etc.) y no siempre los psicólogos hemos sabido aportar los mejores servicios al entrenador, lo que en ocasiones nos ha restado credibilidad. Pero no es una cuestión de creer o no creer, sino de elegir al profesional adecuado, confiar en él y establecer las condiciones apropiadas para que pueda desarrollar su función.

Por su parte, como principio básico para poder trabajar con un entrenador, el psicólogo del deporte debe respetar el espacio y la manera de funcionar de aquél; comprenderlo a él y la forma en que influye o intenta influir en sus deportistas; y a partir de ahí, saber cuál es el mejor momento y la mejor manera de escucharlo, ayudarlo a reflexionar y asesorarlo. En general, desde su posición externa, el psicólogo tiene una perspectiva más tranquila y objetiva de la realidad psicológica de los deportistas, lo que unido a sus conocimientos como experto de la Psicología puede ser de gran ayuda para el entrenador, tan involucrado dentro del bosque que es fácil que, algunas veces, no vea los árboles. Por ejemplo, el psicólogo puede detectar la conveniencia de potenciar la autoconfianza más que la motivación en la charla anterior al partido, insistir en motivar o estresar para paliar el conformismo, replantear un objetivo colectivo para unir al grupo, tener en cuenta la particularidad de un determinado jugador, utilizar un estilo de liderazgo más participativo, etc. y aportar este conocimiento para optimizar el funcionamiento del entrenador. Eso sí, siempre que, insisto en esto, sepa elegir el mejor momento para intervenir (cuando el entrenador sea más receptivo), domine la comunicación adecuada para que el entrenador no se sienta invadido o amenazado, y respete la libertad de éste para atender a sus sugerencias o no, sin sentirse mal cuando no lo haga.

Dos de los principales enemigos del psicólogo del deporte son el exceso de entusiasmo por ayudar y la ansiedad por hacer algo. El efecto de ambos es el mismo: meteduras de pata por decir o hacer cosas que no proceden y disminuyen su credibilidad, lo convierten en una amenaza o un estorbo y, en definitiva, cierran las puertas de una intervención eficaz. El valor añadido del psicólogo no está en aportar frases hechas, dar ánimo gratuito, decir “tú si puedes” u ofrecer los consejos que cualquier otro podría dar, sino en saber observar la realidad sin el inconveniente de las emociones intensas que a menudo invaden y dominan a los entrenadores y otros miembros del staff, así como disponer de las habilidades para transmitir en fondo y forma  las observaciones relevantes que puedan ayudar y, entre bastidores, contribuir a poner en marcha procesos de cambio en los que los protagonistas sean el entrenador y sus deportistas.

¿Creemos o no creemos en la Medicina Deportiva? Tan absurda es esta pregunta como la que sería igual respecto a la Psicología. Superémosla definitivamente y, con la conveniente autocrítica, sigamos desarrollando una disciplina tan beneficiosa para el funcionamiento de los deportistas.

Chema Buceta
12-11-2012

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domingo, 4 de noviembre de 2012

¿POR QUÉ SE HA PERDIDO ESTA GRAN OPORTUNIDAD?

 ¡Qué espectáculo habría sido ver a 40000 corredores de todo el mundo unidos por la solidaridad!




Una de las noticias de estos días es la suspensión de la Maratón de Nueva York tras el paso devastador del huracán Sandy que ha afectado duramente a la Gran Manzana. Es lógico que una tragedia como esa adquiera una prioridad y eclipse iniciativas de la vida cotidiana, pero en este caso creo que la decisión de suspender la prueba no ha sido acertada.

En primer lugar, por la razón oficial que se ha ofrecido: “para evitar malas interpretaciones, a pesar de que la carrera no supondría un coste para la ciudad ni interferiría en las ayudas para reparar los daños” ¿Malas interpretaciones? ¿Políticos acobardados “protegiéndose” por si la controversia les pasa una factura electoral?

En segundo lugar, porque se ha tomado la decisión muy tarde, cuando ya estaban allí los participantes llegados de todo el mundo (¡40000 corredores!). ¿Aquí no hay lugar para una mala interpretación? ¿Se suspende la carrera, pero no se renuncia al importante “income” de miles de consumidores (participantes y acompañantes)?

En tercer lugar, relacionado con el punto anterior, por la falta de respeto hacia tantos corredores. Cualquiera que haya corrido una maratón sabe lo que supone prepararla en tiempo, esfuerzo e ilusión: meses de dedicación muy intensa con duros entrenamientos, momentos de gran dificultad y una motivación especial por la autosuperación. Además, esta carrera añade el elevado gasto del viaje y la estancia en la ciudad, más una inscripción que no es precisamente barata ni fácil de conseguir. Y en algunos casos, los participantes pertenecen a grupos que utilizan la carrera como excusa para conseguir fondos para asociaciones benéficas (por ejemplo, un grupo de corredores españoles en favor de una asociación contra el cáncer).

En cuarto lugar, y creo que éste ha sido el principal error, porque se ha perdido una gran oportunidad de aprovechar este gran evento deportivo, de enorme repercusión mundial, a favor de la solidaridad por la tragedia del huracán. Entre otras medidas, por ejemplo, corredores de todo el mundo podrían haber llevado una única camiseta que simbolizara la sensibilidad internacional, intercultural e interracial, parte del dinero de las inscripciones se podría haber dedicado a ayudas a los afectados, e incluso se podría haber utilizado la carrera para atraer, alrededor de su celebración en circunstancias tan especiales, a nuevos sponsors o donantes en beneficio de los que están sufriendo. ¡Qué gran oportunidad perdida! ¡Qué falta de visión! ¡Qué torpeza por el miedo a una supuesta controversia!

En el momento que escribo esto, muchos inscritos siguen en Nueva York. Su esfuerzo de tantos meses no ha servido para cumplir su objetivo, pero lo que es peor: se les ha faltado al respeto y se ha desaprovechado ese espíritu generoso que caracteriza a los corredores populares. En lugar de hacer compras en Manhattan o visitar como turistas la ciudad, podrían haber dado un gran grito de unidad al mundo a favor de la solidaridad, una muestra inequívoca de que el ser humano es capaz de levantarse ante cualquier catástrofe, de que a pesar de todo la vida no se detiene. De hecho, muchos de ellos, a pesar de la suspensión, han decidido correr los 42 kilómetros alrededor de Central Park, simbolizando sí la no rendición, la voluntad de avanzar.

Nueva York, hoy, sigue siendo noticia por su vulnerabilidad. El mensaje de la naturaleza ha sido claro: ni siquiera la ciudad más importante del mundo puede librarse de una tragedia natural. Pero, precisamente hoy, pudo haberlo sido por una reacción valiente: la mayor manifestación internacional de la historia en un mismo lugar, a favor de la solidaridad y la creencia de que el ser humano está dispuesto a luchar. 

Chema Buceta
4-11-2012

twitter: @chemabuceta