viernes, 23 de agosto de 2013

CASILLAS O DIEGO LÓPEZ: ¿QUIÉN LE ASESORA?

   
                                        ¿Es que no sabe cómo está el patio? ¿Quién le asesora?


Ha sorprendido mucho la decisión de Ancelotti, nuevo entrenador del Real Madrid, de no alinear a Casillas en el primer partido oficial de la temporada en beneficio de Diego López. Sin duda, Diego es un gran portero y tiene méritos suficientes para defender esa portería, pero no es esa la cuestión. Un entrenador debe medir siempre el impacto psicológico de sus decisiones, y aparentemente, salvo que haya una intención de momento oculta, no parece haber sido el caso esta vez. Algo extraño en un técnico avalado por una experiencia extensa y numerosos éxitos, que se supone llega al Madrid para cerrar heridas heredadas, aportar tranquilidad y recuperar la buena sintonía interna y con la afición que necesita el equipo para optar a los títulos.

¿Es que nadie le ha explicado cómo estaba, y sigue estando, el patio? Como otros grandes entrenadores, Ancelotti se ha instalado en el Madrid con toda una cohorte de ayudantes, incluido su propio hijo de veinticuatro años, del que, sin mencionarlo mucho, se han querido destacar méritos como investigador que justifican su puesto de ayudante del ayudante. Como le ha sucedido a otros que le precedieron, es probable que Ancelotti acabe refugiándose en la cómoda protección de su guardia pretoriana, pero ¿tan pronto? Lo lógico es que al menos al principio, escuche a alguno de los del Madrid de siempre. ¿Zidane? ¿Le escucha? Y que sus advertencias las tenga en cuenta. ¿No hay alguien que le haya advertido del impacto de una decisión que, guste o no, tiene un enorme calado?

Se puede argumentar que el entrenador, cuando decide las alineaciones, sólo debe pensar en el estado de forma de los jugadores y la idoneidad de los mismos. Parece claro, estoy de acuerdo, que éste debe ser el principal argumento, pero en condiciones similares, otras razones adquieren sentido. En este caso, las dos opciones que tenía Ancelotti para la portería eran buenas. No es que Casillas esté mal y Diego en mejor forma. Mourinho faltó gravemente a Casillas despreciándolo en público, y erró al no ser capaz de lograr una buena sintonía con su capitán, pero acertó en mantener a un Diego López que estaba haciendo grandes partidos y merecía una continuidad que beneficiaba al equipo. Ahora es diferente. Los dos parten de cero en la pretemporada, y los dos parecen estar a un nivel muy alto. 

Casillas viene de defender la portería de la selección española y sigue siendo el mejor o uno de los mejores del mundo. No es un veterano al que hay que contentar para que no de problemas, sino un valor seguro. Además, es el capitán, y necesita volver a encontrar su sitio en la portería del Madrid. Si Ancelotti hubiera optado por él, le habría dado un gran voto de confianza que, por fuertes que sean, hasta los más grandes necesitan. Y habría ganado para su causa a un jugador con mucho peso dentro del vestuario, algo que ahora, en el idilio de la pretemporada y los primeros partidos, quizá le de igual, pero que más adelante podría echar en falta. Asimismo, habría contribuido a un clima de normalidad que tras la convulsa temporada pasada, parece muy aconsejable; en lugar de alentar este fuego y provocar los desagradables silbidos a uno y otro portero en el Trofeo Bernabeu. Por añadidura, se habría distanciado de su controvertido antecesor, algo que le conviene para fortalecer su carisma y liderar con eficacia. Diego López podría haber entrado en el equipo más adelante, aprovechando otras competiciones o circunstancias. El mismo lo habría comprendido y aceptado perfectamente. ¿Por qué ahondar en la herida en lugar de cicatrizarla? ¿Quién le asesora?

El caso es que Ancelotti tomó la decisión de alinear a Diego y no a Casillas. Decisión, no obstante lo dicho anteriormente, muy respetable. Él es el entrenador y esa es su responsabilidad.  Pero la segunda sorpresa es que no lo haya hecho con la convicción suficiente. Todos los entrenadores de fútbol con los que he trabajado o hablado coinciden en que al portero hay que darle confianza, y por eso no son partidarios de hacer cambios en la portería que en otros puestos pueden ser más habituales. La fórmula de que el segundo portero juegue la Copa, contribuye a que tenga su lugar en el equipo, mantenga su motivación y esté preparado para sustituir al primero cuando haga falta, pero sin que éste se sienta demasiado amenazado. No puede dormirse, claro; pero sabe que el entrenador confía en él y que a pesar de algún error, volverá a estar en la portería. Consolidada esta tradición, es difícil entender, para los propios porteros en primer lugar, un sistema en que el entrenador decida cada semana quién es el portero que estará en la alineación. El principal efecto puede ser la inseguridad que eso podría generar en los dos implicados, además de las interminables quinielas durante la semana y la correspondiente polémica en los medios y entre los aficionados, que poco ayudan a ese clima de normalidad.

Por eso sorprende que Ancelotti tome la decisión en el último instante (al menos de cara al público) y diga después que Diego era la mejor opción “para este partido”. ¿Para el siguiente, no? Si verdaderamente cree que Diego López es la mejor opción para defender la portería del Madrid, debería decirlo claramente. Con el máximo respeto a Casillas, obvio, pero sin rodeos, dando la cara. “En este comienzo de temporada, en la liga, Diego López va a ser el portero titular”.  En un principio quizá provocaría cierta polémica, pero él aparecería como un entrenador que está convencido de su decisión y apoya abiertamente al portero que considera mejor. Una buena medida para que Diego se sienta seguro y juegue mejor. También para que Casillas, aunque no le guste, sepa cuál es su situación real. Y para el propio Ancelotti, ¿o quiere estar todas las semanas con la misma canción? Contentar a todos es difícil, pero las medias tintas no suelen ser buenas, y con el tiempo debilitan el liderazgo del entrenador. ¿Quién le asesora?

Chema Buceta
23-8-2013

Twitter: @chemabuceta


viernes, 9 de agosto de 2013

MI HIJO ES EL MEJOR... Y ADEMÁS ES MI HIJO

                                   ¿Quién ayuda a los padres de los deportistas jóvenes?



Recordó a su hijo Alfonso, al que honró con su mismo nombre porque estaba seguro, aunque no lo confesara, de que llegaría a alcanzar lo que él, en otra época, sólo había podido soñar sin ni siquiera tener una sola oportunidad: ¡triunfar en el fútbol! Al niño no le faltó de nada. Lo tuvo todo para ser uno de los mejores; y eso a pesar de su madre, Eva, amante amante de lka mtee Mile de la pintura y la arquitectura,  pero gran ignorante del deporte; cuya estúpida preocupación porque el niño no se hiciera daño, entorpecía cualquier intento por motivar al chaval. Hasta decía delante del pequeño que  él, ¡su padre!, le estaba presionando. “¿Presionarle, yo? ¡Qué tontería!” reflexionó. “El niño era un blandengue; como su madre y todos los de su familia de mediocres perdedores...” Pero él, su padre, quería que fuera un ganador, y se volcó en ese empeño sin escatimar esfuerzo.

Según decían quienes le conocían, Alfonso se obsesionó con que su hijo disponía de grandes cualidades para el fútbol y tenía que llegar a profesional. Eso le llevó a cambiar sus turnos en el trabajo para poder estar con el niño en todos los entrenamientos y llevarle a donde hiciera falta. Además, compró una cámara de video, cuando no eran tan corrientes como ahora, y se hizo especialista en grabarlo todo: entrenamientos, calentamientos, partidos, acciones concretas, futuros rivales… hasta partidos de profesionales que no se televisaban. Antes de cada entrenamiento, instruía a su hijo sobre lo que debía y no debía hacer, y en el trayecto de vuelta aprovechaba para aleccionarle sobre los errores cometidos; recriminándole habitualmente su falta de espíritu combativo:

--- Alfonso, a veces pareces una niña… y este es un deporte de hombres… ¡Tienes que tener hambre de balón, coño! ¡Y pelear, pelear, pelear! Me pones de los nervios cada vez que te veo parado... ¡pelea, coño, pelea!

--- Pero es que…

--- ¡Ni pero ni nada, coño! ¡Sé un hombre y pelea!

--- Papá, yo peleo…

--- ¿Qué tú peleas? ¿Qué tú peleas? No me hagas reír, coño. ¿Eso es pelear? Mira, yo no tuve las facilidades que tú tienes. Éramos ocho hermanos y mi padre no pudo ayudarme a ser futbolista… ni siquiera vino a verme jugar… pero yo moría en el campo… luchaba como un cabrón y no me dejaba quitar el balón como te pasa a ti, ¡joder! ¡Qué pareces una marquesa, me cago en…! Si a mi me hubieran dado la oportunidad…

El niño bajaba la cabeza, y entre avergonzado y culpable, trataba de esconder los ojos, muchas veces inmersos en lágrimas que le delataban y no podía evitar. Con bastante frecuencia, el regreso a casa era una auténtica tortura que se prolongaba durante la cena. Y los sábados, cuando se jugaban los partidos, era todavía peor. Alfonso padre se transformaba en un incontrolado energúmeno que además de increpar e insultar al árbitro por cualquier motivo, criticar al entrenador y recriminar a los compañeros de su hijo, no paraba de darle a Alfonsito instrucciones contradictorias. Ese disparatado comportamiento provocaba en el chico una gran ansiedad que le impedía disfrutar y, dentro de sus posibilidades, jugar mínimamente bien. Además, pasaba muchísima vergüenza por el lamentable espectáculo que a la vista de todos ofrecía su progenitor. Un tremendo bochorno que, con poco éxito, intentaba soportar haciendo oídos sordos y mirando para otro lado.

Después, tras el suplicio público, llegaba el tormento de la charla en el coche y durante la comida; y todavía quedaba la sesión de video del domingo por la tarde. En ella, de unas dos horas ¡con suerte!, despertaba el entrenador dormido que Alfonso llevaba dentro, ¡su auténtica vocación! según decía, y se sucedían y repetían, una y otra vez, las imágenes del día anterior y de algunos entrenamientos de la semana, acompañadas de las oportunas explicaciones para corregir los múltiples errores del chaval.

--- El video, como el algodón, no engaña, hijo… Mira que mal lo has hecho --era uno de sus más habituales argumentos; sin que faltaran sabrosos reproches por la “falta de actitud, las pérdidas de concentración y no haberle echado los suficientes cojones” que tan obvios se mostraban en la implacable e inapelable grabación. 

El martirio resultaba insufrible, pero había que aguantar. Alfonsito, con doce años, se sentía atrapado en una invisible ratonera de la que no sabía cómo salir. Siempre le había gustado el fútbol, pero ahora, aunque no quería reconocerlo, lo odiaba. Y por supuesto, quería a su padre; pero no le soportaba, y encima se sentía muy culpable por decepcionarle tanto. Ni que decir tiene que Alfonso no era consciente de los sentimientos de su hijo. A él sólo le preocupaba, “por el bien del chico”, que triunfara en el fútbol. Y eso exigía esfuerzo y sacrificio. Él, su padre, tenía que ayudarle a triunfar haciendo lo que fuera necesario; incluso renunciando a su propia vida. La carrera futbolística del futuro Butragueño era lo primero.

(Fragmento de mi libro “Quien no tenga un cable cruzado que tire la primera piedra” publicado por Dykinson  http://www.dykinson.com/Novela.pdf )


Por desgracia, no sólo en el fútbol, la actitud y el comportamiento de algunos padres de deportistas jóvenes perjudica el funcionamiento de sus hijos, limita sus posibilidades de rendimiento y contribuye a que el deporte, en lugar de ser beneficioso como herramienta formativa y de ocio, resulte una experiencia negativa. 

Pero no basta con quejarse. Clubs, federaciones y otras organizaciones deportivas y educativas deben tomar medidas para instruir/orientar a los padres con el objetivo de conseguir que su comportamiento no sólo se aleje del de esta historia ¿de ficción?, sino que en lugar de restar, sume. Los padres aportan mucho. Sin su compromiso, muchos niños no harían deporte. No hay que ignorarlos o aceptarlos como algo inevitable, sino ayudarlos a encontrar su espacio.

Chema Buceta
9-8-2013

twitter: @chemabuceta
www.psicologiadelcoaching.es