lunes, 31 de diciembre de 2012

BRINDIS POR EL BALONCESTO FEMENINO


                    Los éxitos del baloncesto femenino son un referente en el deporte español 




En primer lugar, quiero comenzar éste último artículo de 2012 con mis mejores deseos de salud, felicidad y éxitos en el nuevo año a todos los que seguís este blog, con mi más sincero agradecimiento por hacerlo.

Finaliza un año en el que muchos hemos insistido en destacar los brillantes resultados del deporte femenino español en los Juegos Olímpicos de Londres. Para algunos, los más, ha sido una agradable sorpresa; para otros, los menos que seguimos más de cerca la trayectoria de nuestras mujeres deportistas, una gran alegría que en parte compensa el esfuerzo callado de tantas chicas que hacen deporte en condiciones adversas, y tantos entrenadores y directivos tachados bastantes veces de tener los cables cruzados por dedicarse a una actividad materialmente tan improductiva. En los últimos años, el menosprecio tradicional al deporte femenino ha dado paso al respeto, la admiración y el disfrute de los éxitos, si bien, es cierto, que queda aún mucho camino para que las chicas tengan el protagonismo que merece su encomiable progreso. Un ejemplo: cuando se habla de los héroes del 2012, deportistas como Bolt o Phelps destacan en cualquier quiniela, pero apenas nadie señala a Serena Williams a pesar de haber ganado dos medallas de oro, Wimbledon y el Open de los Estados Unidos. Afortunadamente, esta vez en España no se han olvidado las gestas olímpicas de Marina Alabau, Brigitte Yagüe, Mireia Belmonte, Maialen Chourraut, Maider Unda, Teresa Perales (en los paralímpicos) y las chicas de vela, waterpolo, balonmano y sincronizada.

Sin embargo, curiosamente, los dos deportes de equipo que más gloria han dado al deporte femenino español no han estado presentes en Londres, y quizá por eso han quedado eclipsados en el momento de mayor reconocimiento: el hockey, único con una medalla de oro olímpica, pero en línea descendente desde que se  extinguió el excelente trabajo del seleccionador artífice, José Brasa; y sobre todo, el baloncesto, que si bien no ha logrado nunca el metal olímpico, lleva más de una década alcanzando medallas en casi todas las competiciones continentales y mundiales de todas las categorías. Además, a nivel de club, sus éxitos más recientes tampoco tiene parangón. En 2011 y 2012, respectivamente, Perfumerías Avenida y Ros Casares fueron campeones de Europa, y este mismo año la final fue disputada por dos equipos españoles (Ros y Rivas Ecópolis), algo que, me atrevo a decir, ningún otro deporte femenino ha conseguido jamás.

Respecto a los éxitos de la selección nacional, datan de los últimos veinte años, cuando en otras especialidades, salvo el hockey, parecían de ciencia ficción (¡Campeonas de Europa en 1993!); y en la última década, salvo en el pasado europeo (lo que nos costó no estar en Londres), nuestras chicas estuvieron siempre entre las mejores, mostrando el camino a las nuevas generaciones de mujeres de éste y otros deportes. Porque llegar no es fácil, pero lo es menos mantenerse en la élite tanto tiempo, y ahí está el mérito de nuestras selecciones y de todo el baloncesto femenino español: en la continuidad del éxito. Por eso, deportistas con mayúsculas como Carolina Múgica, Blanca Ares, Ana Belén Álvaro, Wonny Geuer, Marina Ferragut, Betty Cebrián y, más recientemente, Amaya Valdemoro, Elisa Aguilar, Laia Palau, Anna Montañana y otras muchas que nos han representado, merecen estar ahí, recibiendo el merecido homenaje por su gran contribución a que el deporte femenino, no sólo el baloncesto, sea hoy un referente.

Por supuesto, no deben quedarse atrás todos los que, desde una posición u otra, luchan cada día para que el baloncesto femenino continúe creciendo. Siempre ha sido éste un ámbito de soñadores que trabajan en el anonimato. Muchas jugadoras que no destacan tanto, pero cuyo esfuerzo y ejemplo engrandecen nuestro deporte. Entrenadores sin exposición a los focos que irradian pasión y lo dan todo por mejorar un bloqueo o un desplazamiento defensivo. Directivos altruistas que se desviven por mejorar las condiciones de trabajo. Todos ellos, en muchos casos, luchando con el viento en contra.  Por suerte, la era digital le ha dado al baloncesto femenino un espacio mediático que antes no tenía, y eso, sin duda, ha contribuido a potenciar su difusión; pero las dificultades son muchas, y los que siguen al pie del cañón, profesionales o no, son casi siempre un ejemplo de constancia en condiciones habitualmente adversas.

En estos días se recuerda el indiscutible éxito de mujeres deportistas que no consiguen ni evitan canastas, y los que formamos parte de la gran familia del baloncesto debemos sentirnos orgullosos y brindar por ello; pero eso sí, con la cabeza bien alta, porque hemos contribuido tanto, o quizá más, al respeto y la dignidad que las deportistas en general gozan en este momento.

¡Feliz año 2013! ¡Qué continúen los éxitos! Sobre todo el de seguir ahí, día a día, resistiendo y avanzando a pesar del viento. ¡Un brindis por el baloncesto femenino!

Chema Buceta
twitter: @chemabuceta
chemabuceta.blogspot.com.es

Este artículo ha sido publicado en http://www.encancha.com/articulo/14898 . Desde aquí quiero agradecer a sus editores esa deferencia así como el apoyo continuo al baloncesto femenino y en general, y desearles lo mejor para el 2013.

lunes, 24 de diciembre de 2012

CUENTO DE NAVIDAD





Amaneció antes de lo habitual en fecha tan señalada. Solía hacerlo muy pronto, pero esta vez se adelantó a lo que acostumbraba. A la activación que le provocaba esa emoción tan especial de los grandes días, se sumaba la preocupación por no poder rendir con la eficacia que en él era habitual: esa que le había dado tanta fama en todos los rincones del mundo. Elvis Presley, los Beatles, John Wayne, Marilyn Monroe, Pelé, Michael Jordan, Messi… y muchos más a lo largo de la historia, habían sido o seguían siendo muy grandes, pero ninguno como él. Sus registros eran incomparables a los de cualquier otro astro del alto rendimiento en cualquier campo; a tanta distancia, que ni siquiera constaban en el libro Guinness de los records, so pena de desanimar a cualquier posible contrincante. Es cierto que jugaba con cierta ventaja, pero eso no le restaba el indiscutible mérito de sus inigualables logros. Eso sí, tenía claro que su único rival era el mismo; y su exigente reto, superarse cada año. Un objetivo muy ambicioso con un listón que cada vez se situaba más alto. Hasta ahora siempre había respondido, y los repetidos éxitos que atribuía a su buen hacer y el de su competente equipo, habían fortalecido su autoconfianza, por lo que aparentemente no había razón alguna para dudar.

Sin embargo, esta vez algo le preocupaba. Sus muchachos, como él los llamaba, estaban demasiado pendientes de satisfacer su vanidad individual, y eso, bien lo sabía él, podía perjudicar el rendimiento colectivo en detrimento de un nuevo éxito. Era mucho lo que estaba en juego; muchos los que tenían una fe ciega en ellos: los que lo esperaban todo sin ninguna excusa y sufrirían una decepción irreparable si ellos erraban. No quería dudar de su equipo, de su motivación y capacidad extraordinarias demostradas año tras año con creces, pero sabía que eso no era suficiente, que sin un buen trabajo colectivo ese enorme potencial se empequeñecería y el rendimiento sería deficiente.

Ya en pie, mientras se arreglaba la barba, meditó sobre lo que sucedía. Dancer y Dasher, directores de los flancos izquierdo y derecho respectivamente, llevaban un tiempo sin apenas hablarse. Los dos se quejaban de que el otro tiraba para su lado sin preocuparse de coordinar el esfuerzo de ambos, y ninguno aceptaba su culpa. En lo único que coincidían era en atacar a Rudolf, el que guiaba a todos, su lugarteniente, un líder que no acertaba a poner orden. Quería imponer su autoridad porque sí, y esa era ya una estrategia demasiado desgastada. Dancer, Dasher y los demás estaban hartos de que les impusieran todo; los tiempos habían cambiado, y querían opinar, sentirse escuchados y participar más en el diseño de la estrategia y la toma de decisiones. Además, Rudolf había adquirido demasiado protagonismo en los medios de comunicación. Las últimas portadas del North Pole Times y los informativos del TV Glacier News sólo hablaban de él, como si los éxitos del equipo fueran sólo suyos, y eso molestaba a los otros. Esta crisis de liderazgo, razonaba él, estaba afectando al resto del equipo. Prancer y Vixen rivalizaban por su extraordinaria resistencia corriendo y su exultante belleza, hasta el extremo de priorizar sus logros individuales y su apariencia sobre la preparación que necesitaban en este momento. Prancer llegó tarde a un entrenamiento por asistir a una sesión de fotos para el Hello Christmas, la revista más vendida en estas fechas, y Vixen ni siquiera apareció por estar posando para el Reindeer Play Boy. ¡Por Dios! Algo inconcebible en un momento tan crítico. Por su parte, Comet y Cupido asistieron a un programa de telebasura en el que acabaron discutiendo por defender cada uno lo suyo. Y Blitzen y Donner, conocidos como el relámpago y el trueno, hacía ya unos días que se habían declarado la guerra. Blitzen decía que sin él, el trueno no tendría sentido; y Donner que en su ausencia, el relámpago tampoco. ¡Un desastre, vamos!  

Terminando de vestirse pensó que, probablemente, el caos que había repasado se debía en parte a un éxito tan continuado. Sus muchachos se habían olvidado de que éste no había llegado por sus incuestionables virtudes personales, sino gracias al esfuerzo colectivo y la responsabilidad individual a su servicio; y quizá querían pensar que sin estos ingredientes se podría conseguir lo mismo. Grave error, claro. Él, tan viejo y sabio, era consciente de ello. Evidentemente, algo estaba fallando con esos talentosos muchachos. ¿Debería cambiarlos? Podía planteárselo, pero no ahora. Demasiado tarde. El día era hoy, y los necesitaba. No era momento de cambiar, sino de sacar lo mejor de ellos. ¿Y él? Parecía claro que algo habría hecho mal, porque en definitiva era el líder supremo. ¿O se quedaba más tranquilo echándole las culpas a los otros, quejándose de su falta de compromiso, de su vanidad, de sus estúpidas rivalidades? Debía reflexionar sobre eso. Quizá el éxito y el paso de los años le habían hecho acomodarse. ¡Uf! Necesitaba reciclarse, pensar en algo que le sacara de ese estancamiento. Se lo propuso para la siguiente temporada. Un nuevo reto. Pero ahora debía hacer algo más urgente. El día era hoy, ¡y no podían fallar!

Reunió a su equipo; y en vez de hablar él, como todos los años, para una última arenga que los motivara, les comentó lo siguiente:

--- Creo que estáis lo suficientemente preparados para actuar cada uno por vuestra cuenta, y por eso he pensado que esta vez nos dividiremos. Cada uno tendrá su zona y será responsable de ella. No habrá interferencias. Cada uno a lo suyo.

Dicho esto, guardó silencio. Nadie dijo nada. Sin salir de su asombro, pues no lo esperaban, sólo se miraron de reojo como esperando que alguno reaccionara. Pero nadie lo hizo. El silencio más absoluto protagonizó unos segundos que se hicieron eternos. Él continuó:

--- Os daré un tiempo para que preparéis vuestra estrategia. Hoy es el día, y como bien sabéis, se espera mucho de nosotros. No hay tiempo que perder. Así que a prepararlo todo.

Sin que la sorpresa los abandonara, se pusieron a la tarea. Inicialmente, la energía que les proporcionaba su vanidad les hizo pensar que sólo era cuestión de proponérselo, planificarlo y tener la voluntad de hacerlo, pero poco a poco se fueron dando cuenta de su impotencia. Solos no podían con tan pesada carga, y elegir compañeros nuevos, además de ser prácticamente imposible con tan poco tiempo, no les garantizaba la exitosa compenetración con sus socios de siempre. Dancer, en el flanco izquierdo, necesitaba a Dasher en el derecho y viceversa.  A Prancer de nada le servía su inigualable resistencia sin la de Vixen corriendo a su lado, pues ambas se complementaban. ¿Y qué era la felicidad que transmitía Comet sin el amor de Cupido, o al revés? Los dos comprendieron rápido que como el delantero con el gol en ese juego moderno que llamaban fútbol, ninguno podría culminar con su precioso regalo sin el decisivo esfuerzo de los compañeros que hacían el trabajo oscuro. ¿Y qué decir del trueno sin el relámpago, o al contrario? Tanto Donner como Blitzer se habrían perdido sin las señales de su alter ego. Por su parte, Rudolf se dio cuenta de que sin sus muchachos no era nadie, que eran ellos quienes hacían posible ese éxito del que tanto se vanagloriaba. Los nueve comprendieron que necesitaban a los demás. Cuando volvieron a reunirse con él, éste aprovechó el clima de buena predisposición que ahora predominaba:

--- ¿Qué os parece si entre todos decidimos cuál es nuestro objetivo común, y hablamos sobre la mejor forma de lograrlo? --- volvió a sorprenderlos.

Así lo hicieron, y el ejercicio sirvió para que el grupo se sintiera más unido que nunca. La cooperación y el buen talante se pusieron en marcha. Muchas de las ideas que salieron eran antiguas estrategias que en el pasado les habían funcionado. La diferencia estaba en que, esta vez, eran ellos quienes las habían propuesto, y él quien las había aceptado. Además, surgieron algunas sugerencias interesantes que enriquecieron el método. Y por supuesto, él aportó su sabiduría para señalar algunas directrices que, por su forma de hacerlo, todos aceptaron de buen grado. La autoconfianza colectiva y el espíritu de equipo eclipsaron cualquier otro sentimiento. ¡Ahí estaba su fuerza!

Terminada la reunión, él, Papá Noel, sintió que le abandonaba la preocupación que le había robado el sueño, y dejó que la emoción de la Navidad, sin dejar de controlarla, le invadiera hasta los mismísimos huesos. Todo estaba listo para la gran noche. Subió a su trineo, dejó unos minutos de silencio para que cada uno de sus nueve renos visualizara su actuación, y notando la adrenalina favorable que se respiraba, dio la orden de partida: Hohohoho!!!!

¡FELICES FIESTAS A TODOS!


Chema Buceta
24-12-2012

twitter: @chemabuceta




domingo, 9 de diciembre de 2012

¡QUÉ BUENOS SOMOS, COÑO!


      Del Bosque es un buen ejemplo de cómo administrar el halago para obtener el mejor rendimiento


El Getafe, modesto equipo de fútbol de la primera división española, está haciendo una temporada bastante buena que merece los consiguientes elogios de los medios de comunicación. Antes del último partido, su entrenador, Luís García, manifestó que había transmitido a los jugadores su descontento por un mal entrenamiento, y añadió esta frase: “el halago debilita”.  Parece obvio que lo que pretendía el “míster” era evitar o contrarrestar el exceso de relajación que se puede producir cuando el éxito y el elogio ensombrecen el camino para lograrlos en favor de la autocontemplación: ¡Qué buenos somos, coño! Algo bastante frecuente, no sólo en el deporte sino en muchos otros ámbitos, cuando se alcanzan o acarician objetivos valorados y no existe más ambición, los elogios superan la tasa a la que se está acostumbrado y/o nos tomamos un respiro aprovechando que las cosas van bien. Evidentemente, no siempre es así. En muchos casos, el elogio fortalece; contribuyendo a potenciar el aprendizaje, la autoconfianza, el buen ambiente y el deseo de continuar avanzando. ¿Dónde está la clave?


La Psicología nos enseña que elogiar una determinada acción favorece que ésta se repita y contribuye a desarrollar un ambiente de trabajo favorable. Es lo que se llama reforzamiento (o refuerzo) positivo social, sin duda la estrategia psicológica más poderosa: una herramienta que los entrenadores, en general, deberían aplicar con asiduidad. Pero elogiar no implica necesariamente reforzar. Para que el elogio sea un refuerzo, es imprescindible que la persona o el grupo elogiado perciba que aquel se debe a algo concreto que se ha hecho, no a algo que se ha conseguido gracias a lo que se ha hecho. Una diferencia fundamental: una cosa es lo que uno hace, y otra lo que uno consigue gracias a lo que hace. Es decir, se refuerza una conducta, una acción concreta, y no el resultado de ésta. Y el que elogia (entrenador, directivo…) debe establecer con claridad la conexión entre el elogio y la acción o acciones que elogia. En general, el refuerzo es más potente cuanto más cerca de la acción se aplica. Si un jugador hace algo bien, y el entrenador, inmediatamente, le dice ¡muy bien!, el elogio tendrá más fuerza como refuerzo que si espera a decírselo dos horas después. Cuanta mayor sea la distancia entre la acción y el elogio, más se tendrá que esforzar quien elogie en establecer la conexión entre ambos, señalando claramente la acción concreta por la que elogia.

El entrenador y el directivo deben utilizar el elogio para reforzar las acciones que consideren fundamentales para rendir, sobre todo aquellas que otros no elogian o que por sí mismas no obtienen refuerzo. Es decir, las que apenas se notan, pasan desapercibidas o implican un trabajo “oscuro” que no se destaca. Por ejemplo, las acciones defensivas, las que requieren sobreesfuerzo físico y las que se refieren al juego sin balón; también las relacionadas con la cooperación, la comunicación eficaz, el apoyo a los compañeros y otros aspectos “invisibles” del trabajo en equipo. Elogiando por estas acciones, el entrenador/directivo dirige la atención de los elogiados hacia las mismas, favorece que éstas se repitan, valora al que así actúa y marca una línea de actuación que será imitada por los que lo observen y quieran obtener también dicho halago. Además, mediante el elogio, el entrenador/directivo establece y modula el nivel de exigencia que en cada caso considera más apropiado. Según exige, así elogia. Si la exigencia aumenta, ya no elogia lo que elogiaba antes, sino lo que exige ahora. Para que las personas no se acomoden, es importante exigirlas más de lo que ya hacen siempre que sea razonable, y el elogio puede y debe contribuir a eso.

El elogio es especialmente importante con deportistas jóvenes para que aprendan buenos hábitos, se sientan bien y quieran seguir en el deporte; también lo es con cualquier persona que necesite fortalecer su interés y su autoconfianza para afrontar nuevos retos o superar malos momentos. Pero a nadie le amarga un dulce y muchos lo extrañan, por lo que elogiar para reforzar es, en general, muy recomendable. Es un error pensar que por el hecho de tratarse de deportistas profesionales o empleados adultos muy cualificados, no necesitan del halago. Todos lo necesitamos; y lo apreciamos, sobre todo, cuando consideramos que está conectado a algo que hemos hecho bien y está en nuestras manos repetir de nuevo.

Cuando el halago es indiscriminado: es decir, no existe una conexión clara entre él y una acción concreta, o reconoce lo que se consigue y no lo que se hace, como suele suceder cuando proviene de fuentes ajenas al entrenador, también provoca una emoción positiva, ya que el reconocimiento de los demás es una de nuestras principales fuentes de gratificación y nos encanta que nos halaguen. Pero no tiene el valor de reforzador y sus efectos son más difíciles de controlar. No es grave si se produce esporádicamente, pero cuando se repite mucho puede desviar la atención de las acciones para triunfar, para centrarla en la autocontemplación, ¡qué buenos somos, coño!, propiciando que las personas bajen la guardia y su rendimiento se resienta. Entonces, el entrenador/directivo, como ha hecho Luís García, no tiene más remedio que actuar para, si es posible, prevenir antes que curar: destacando lo que se hace mal,  anticipando posibles consecuencias negativas, tomando medidas que propicien salir de ese exceso de relajación y, por supuesto, administrando el elogio como refuerzo de las acciones que supongan, precisamente, un cambio favorable. Entre otros grandes entrenadores, Del Bosque es un buen ejemplo de cómo administrar el elogio en beneficio del rendimiento individual y del equipo.

No es cierto, por tanto, que en general, el halago debilite. Lo es cuando se aplica de forma indiscriminada, respecto a lo que se consigue, no lo que se hace, y se abusa de él; sobre todo cuando las personas están expuestas a una gran exigencia y así tienen la oportunidad perfecta para relajarse un poco (algo bastante frecuente en el deporte, pero también en otros ámbitos). En las circunstancias del Getafe, su entrenador parece acertar cuando dice que el halago les debilita y procura paliar este mal. Pero el halago como refuerzo es una herramienta que entrenadores y directivos deben aplicar con generosidad. Habitualmente, se hace menos de lo que convendría. Se asume que no es necesario, y el entrenador/directivo se centra más en las cosas que se hacen mal. Grave error. Incrementar la tasa de elogio como refuerzo sirve para optimizar el rendimiento, mejorar el clima laboral y estrechar la relación del que lidera con sus liderados. Objetivos importantes para quienes tienen la responsabilidad de dirigir personas.

Chema Buceta
9-12-2012
twitter: @chemabuceta

domingo, 25 de noviembre de 2012

¿QUIÉN ES ESTA VEZ, ROCKY O GLADIATOR?

      ¿Son apropiados los videos "electrizantes" para motivar a los deportistas antes de la competición?




Parece que se han puesto de moda los videos para motivar a los deportistas antes de la competiciones. Trozos emocionantes de películas comerciales como Braveheart, Gladiator, Rocky… cortos de héroes que subieron al Everest con una sola pierna, hicieron la maratón del desierto sin apenas agua o movieron con setenta años piedras de más de cien kilos para rescatar a un indefenso niño…  imágenes y declaraciones de deportistas de éxito (Phelps, Comaneci, Ginóbili, ¿Maradona? ¿Armstrong?...) contando su vida y cómo fueron capaces de conseguir sus sueños…  Todo eso vale para hacer montajes “inspiradores” en los que a veces, también, se mezclan grabaciones propias de triunfos gloriosos; por supuesto, siempre con música electrizante para subir el espíritu y, en ocasiones, letreros oportunos con etiquetas o frases inapelables (“Nadie se acuerda del que quedó segundo”, por ejemplo). El propósito es conseguir un subidón que estimule las ganas de triunfar; la ambición y el ansia por la victoria; la fe en que se puede lograr cualquier objetivo si uno tiene la voluntad de no rendirse y superarse a sí mismo (“querer es poder”); la creencia de que no existen los límites. Atractivo, cool, grandilocuente, espectacular… ¿quién no lo compra?

A veces se habla de éste o aquél entrenador que antes de un partido decisivo que su equipo ganó, puso uno de estos videos; y como ganó, se supone que película brillante le fue de perlas: “Fíjate lo que hizo antes de la final: les puso cortes de Gladiator, Los Tres Mosqueteros e Indiana Jones…” De ahí han surgido numerosos imitadores que fascinados por la llamativa herramienta y su aparente credibilidad, consideran que han encontrado la mejor manera de preparar psicológicamente a sus deportistas. “Es que lo hizo Guardiola”. No hay que pensar más. Se hace un video para motivar y ya está.

En el ámbito empresarial se ha abusado de este tipo de videos para, supuestamente, motivar a los empleados y desarrollar ciertos valores, pero últimamente da la impresión de que la gente está hasta las narices de que la intenten comer el coco con estos rollos… aunque aún quedan coletazos. Y por supuesto, no faltan estos supervideos en el poco imaginativo repertorio de muchos coaches y vendedores del crecimiento personal u otras etiquetas similares. Youtube está lleno de ejemplos. Algunos muy meritorios, es cierto, pero la mayoría “más de lo mismo”. Y sobre todo, ¿se usan correctamente para que su efecto sea favorable, o se emplean de manera indiscriminada sin saber muy bien por qué y qué efecto tendrán?

Evidentemente, nunca se habla de los cientos de videos que se pusieron antes de las muchas derrotas. El perdedor no interesa, por lo que éstos se ignoran. Nadie analiza si, de alguna manera, ese superdinámico video de los trecientos arqueros acorralados que derrotaron a cientos de miles que los acosaban con artillería, pudo influir en el fracaso deportivo.  Se pasa la página sin analizarlo; y es probable que en una ocasión posterior se vuelva a usar el mismo video u otro tecnológicamente más avanzado.

El video, como la charla del entrenador o cualquier otro recurso que pretenda influir en el estado psicológico de los deportistas (o de cualquier otra persona), no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio, una herramienta: el vehículo que se elige para transmitir una idea, un mensaje, y provocar un proceso mental que favorezca el mejor funcionamiento posible, el máximo rendimiento. En ningún caso debería ser el juguete con el que disfruta el que lo compone cortando y pegando hasta sentirse orgulloso de su “obra de arte”; o el gran hallazgo del que lo descubre navegando por las redes sociales. A muchos les gusta tanto el producto que justifican la supuesta necesidad de usarlo. Otras veces, el proceso es el contrario: quieren hacer algo con los deportistas, algo diferente, moderno, que les impacte, y ¡gran idea! buscan el video mágico: si es posible, el mismo que usó Guardiola… o en la misma línea.

¿Qué necesitan los deportistas en un momento concreto? Esta es la pregunta clave: el punto de partida para determinar la estrategia psicológica. Después habrá que decidir cómo se aplica dicha estrategia, pero siempre a partir de esa respuesta. Y puede suceder que los deportistas no necesiten, e incluso les perjudique, el mensaje de ese video que tanto gusta a su entrenador. ¿Necesitan motivarse? Se asume que el entrenador siempre debe motivar a sus deportistas, y no es así. Lo tendrá que hacer cuando sea necesario: es decir, cuando aquellos no estén lo suficientemente motivados y, por tanto, necesiten de la acción del técnico para cubrir este déficit. En general, aumentar o fortalecer la motivación suele ser un objetivo más propio de periodos no muy cercanos a las competiciones: cuando haya decaído el interés o éste sea insuficiente para pedir más esfuerzo.

Sin embargo, antes de una competición (partido, prueba, etc.), y sobre todo si ésta es muy importante, los deportistas suelen estas bastante motivados y no necesitan motivarse más. ¿Cabe pensar que no estén motivados antes de una final o un partido en el que se jueguen algo importante? Hay excepciones, claro, pero la gran mayoría lo está sin que el entrenador tenga que hacer nada especial, por lo que en caso de hacerlo (por ejemplo, poniendo uno de esos videos electrizantes) se corre el riesgo de provocar una sobremotivación que no sólo no favorecerá el rendimiento, sino que podrá perjudicarlo. En general (salvo excepciones) no es el momento, con la competición muy cerca, de potenciar la motivación, sino la autoconfianza; y para este objetivo el tipo de video que podría ayudar suele ser de otro tipo: menos grandilocuente; más centrado en las fortalezas propias, en las buenas acciones que se han hecho en el pasado y conviene repetir ahora, en aquello que es realista y el deportista percibe que está en su mano.

Además, hay tres factores de gran importancia. Uno de ellos, las diferencias individuales. El impacto de un video puede ser parecido para la mayoría de las personas, pero hay diferencias que a veces son determinantes. Lo que a uno le motiva, a otro le estresa. Lo que a uno le anima, a otro le machaca. Lo que a uno le da confianza, a otro le crea inseguridad. Por tanto, mucho cuidado.

Otro factor es el tipo de tarea en la que el deportista debe rendir. Motivar mucho puede ayudar cuando se trata de tareas en las que predomina el esfuerzo físico o es importante una dosis elevada de agresividad. Aunque también aquí hay que medir bien para no pasarse. Por ejemplo, bastantes corredores populares están hipermotivados antes de la salida, y en lugar de aplicar su mejor estrategia para la carrera, comienzan demasiado rápido; después, pagan la factura en la parte final. También he conocido a boxeadores, judocas, futbolistas y de otros deportes cuya ultraagresividad incontrolada se convierte en su peor enemigo. El video para estimular la agresividad funcionó de cine: tan bien que provocó un exceso, y el deportista “se volvió loco” intentando dar golpes a diestro y siniestro, cometiendo faltas, encarándose con el árbitro, etc. Este efecto negativo es todavía más probable cuando se trata de tareas en las que predomina la precisión, pues en estos casos la sobreactivación que provoca el exceso de motivación resulta decisivamente perjudicial. Por ejemplo, la diferencia entre meter la bola ajustada o que vaya fuera, que pase o no la red, etc. es mínima: el tenista debe dar el golpe con una gran precisión; y si está sobreactivado…

El tercer factor es el hartazgo. Cuánto más se utiliza este recurso, menor es su impacto. De hecho, es frecuente que se abuse del video para corregir errores, estudiar al contrario, preparar los partidos y, cada vez más, intentar motivar. Muchos deportistas están hartos de tanto video, y en cuanto se enciende la pantalla desconectan. “¡Otra vez lo mismo! ¡¡Horror!! Toca abrir el paraguas.”

En el artículo anterior escribí sobre la supuesta sobreactivación de Almagro en la final de la Copa Davis. Después vi el video que había preparado el capitán del equipo español para motivar a sus jugadores. Un guión clásico: imágenes de películas comerciales con momentos muy emocionantes/motivantes sobre la superación, etc., mensajes contundentes de hombres duros que no se rinden, etc.,  combinados con escenas de triunfos anteriores en la Copa Davis (jugadores celebrando puntos ganados, grandes abrazos tras las victorias, levantamiento de la copa, etc.) y una frase final: “ahora nos toca el turno a nosotros”. Muy orgulloso del mismo, lo publicó en youtube para que todos pudiéramos ver lo que había hecho (si tengo el honor de que me sigáis en twitter, allí lo puse). Si España hubiera ganado, seguramente él y otros estarían destacando ese video como uno de los elementos que junto al buen rollo contribuyeron a la victoria. Pero perdimos, y el video y sus posibles efectos se han olvidado.

Sin embargo, es un claro ejemplo de herramienta que, muy probablemente (estando fuera del equipo, no lo puedo asegurar), si ha tenido algún efecto, éste ha sido negativo. ¿Necesitaban Almagro y los demás esa sobremotivación? ¿Es que jugando la final de la Copa Davis no estaban suficientemente motivados? ¿Le hacía falta más leña al fuego? ¿Pudo, en cierta medida, influir este video en la sobreactivación tan perjudicial que mostró Almagro en el último partido? Desde luego, no debió contribuir mucho a fortalecer su autoconfianza con imágenes de éxitos pasados en los que él no estaba; ninguna imagen ni mensaje relacionados con lo que él tenía que hacer; y la presión extra por ese “ahora nos toca a nosotros” que, lejos de motivar, es bastante estresante por la sobrecarga de responsabilidad. Y encima en un deporte individual. En un equipo esa responsabilidad se reparte; pero en el tenis recae sobre el jugador que disputa el punto decisivo.

Vuelvo a hacer la pregunta del último artículo. ¿Dónde estaba el psicólogo del deporte? ¿Quién asesoró a Corretja sobre la idoneidad del video? Es cierto que algunos psicólogos también abusan indiscriminada y desacertadamente de esta herramienta, pero cualquiera que esté bien preparado para asesorar a un entrenador sabe que un video eficaz debe tener en cuenta las necesidades psicológicas de los deportistas en cada momento concreto y prever el efecto que una determinada película puede causar.

Chema Buceta
25-11-2012
twitter: @chemabuceta
www.psicologiadelcoaching.es

martes, 20 de noviembre de 2012

MATCH POINT: CUANDO EL BRAZO SE "ENCOGE" NO ES POR PEREZA

  El estrés mal controlado provoca sobreactivación, y ésta agarrotamiento: el brazo no se "encoge" solo.



El pasado fin de semana se jugó la final de la Copa Davis. La República Checa venció 3-2 a España tras un último partido entre Stepanek (37 del ranking ATP) y Almagro (11) que decidió la eliminatoria.  En España han sido muchas las críticas al mal partido de Almagro, al que se acusa de haber estado muy nervioso, con el “brazo encogido” y haciendo un tenis muy conservador más propio de la tierra batida que de una pista rápida. También se ha criticado al capitán, Corretja, por haber puesto a ese tenista en un partido de tanta trascendencia y en una superficie que “no es la suya”. No entro en esta polémica, pero es cierto que la impresión que dio Almagro fue de verse superado por el estrés de una situación de trascendencia superior a la que no estaba acostumbrado, y eso, seguramente, afectó a su rendimiento y, en gran parte, explica el resultado adverso.


Los deportistas de élite, como Almagro, están acostumbrados al estrés que rodea a las competiciones deportivas: la trascendencia, la incertidumbre, la imposibilidad de controlar todos los factores, las expectativas propias y de los demás, la evaluación a la que se someten, la enorme responsabilidad, el estar solo (en los deportes individuales), la presión del público, el sobreesfuerzo físico y mental, los errores, la situación y los cambios en el marcador, el cansancio, la lucha continua con uno mismo y las consecuencias del éxito y el fracaso, entre otros, constituyen elementos estresantes que estos deportistas, a fuerza de enfrentarse a ellos, suelen dominar la mayor parte del tiempo. Sin embargo, incluso para los más grandes, existen momentos concretos en los que el estrés les supera y perjudica su rendimiento. Recuérdense, por ejemplo, los penaltis errados por Messi, Cristiano y Roben en los momentos más decisivos de la pasada Champions.

En el caso de Almagro, aún siendo el 11 del ranking ATP, nunca en su carrera se había enfrentado a un partido de tanta trascendencia, con tanto seguimiento, con tanta responsabilidad social (no jugaba sólo para él, como suele pasar en el tenis, sino para todo un país que le seguía y esperaba su victoria); y además, en un ambiente adverso y sobre una superficie que no es la que mejor le va. Estos dos últimos elementos también estuvieron presentes el primer día contra Berdych, cuando Almagro hizo un gran partido y estuvo a punto de ganar al 6 ATP. La diferencia resulta obvia: el primer día, la victoria no era tan trascendente, y al entrar la derrota dentro de lo que se podía esperar frente a un rival superior, la responsabilidad era mucho menor. Pero el último partido… una victoria del 11 contra el 37 ¡para ganar una Copa Davis! Uff, demasiado ¿no?

Pensando en esta final, cabía esperar que llegado el quinto partido con 2-2, el estrés fuera muy elevado;  y que al no estar acostumbrados a estas circunstancias, pudiera superar a nuestros jugadores. Sin embargo, ¿dónde estaba el psicólogo del deporte para poder ayudar? En el nutrido equipo de  España había jugadores suplentes y sparrings que no podían jugar, entrenadores y otros preparadores de cada jugador, médico, fisioterapeutas, encordadores… y quizá algunos más, todos perfectamente uniformados, levantándose a aplaudir cuando el guión lo exigía (aunque con el viento en contra, las cámaras captaron cómo algunos parecían interesarse más por su móvil). Sin embargo, que yo sepa (si me equivoco, pido disculpas por adelantado), no había un psicólogo del deporte para trabajar con Almagro y los demás. ¿Qué le pasó a nuestra laureada pareja de dobles, reciente campeona del Master? ¿También les superó el estrés? ¿Dónde estaba el psicólogo?

El estrés puede manifestarse de diferentes maneras. La más habitual en el deporte es la ansiedad. Cuando ésta es elevada, conlleva una sobreactivación general (física y mental) que rebasa el nivel de activación óptimo para rendir al máximo. La sobreactivación propicia un estrechamiento de la atención y, como consecuencia de éste, una peor toma de decisiones. Además, provoca un aumento de la tensión muscular, una deficiente movilización de energía y una peor coordinación motriz, lo que repercute en la ejecución de los movimientos técnicos. Si un tenista decide mal (por ejemplo: el desplazamiento que hace, el golpe que da o el momento de darlo) y ejecuta mal (mala flexión de piernas, “brazo encogido”, etc.) es obvio que su rendimiento se resiente; y el problema no está en que no domine las decisiones o la ejecución, sino en la activación que le sobra.

En mi opinión, Stepanek también sufrió este problema, y de ahí sus múltiples errores no forzados en muchos momentos decisivos en los que podía cerrar los juegos. Puede ser muy estresante el punto en el que, si lo ganas, cierras el juego, el set o el partido; no es miedo a ganar, como erróneamente se dice a veces, sino una gran sobreactivación provocada, en este caso, por un exceso de motivación o el temor a perder una gran oportunidad.

Básicamente, la sobreactivación puede observarse de dos maneras: impulsividad y agarrotamiento. En el primer caso, el deportista arriesga más de la cuenta o quiere hacer más de lo que debiera, muchas veces a destiempo. En el segundo, se queda como paralizado y tiende a ser más conservador. Aparentemente, cuando más les superó el estrés, Stepanek lo manifestó con impulsividad y Almagro con agarrotamiento. En ambos casos, pudimos observar errores graves. Sin embargo, es probable que el estilo de juego de mayor riesgo de Stepanek, aún siendo a veces impulsivo, le ayudara a soltar mejor parte de la tensión que le sobraba. Se había hablado de su avanzada edad y su mayor desgaste por haber tenido menos descanso que Almagro, apelándose al razonamiento de los físico para explicar un posible resultado. Una vez más, se ignoró la trascendencia de lo mental, de esa poderosa máquina llamada cerebro que, con sus límites, claro, puede mover montañas. Stepanek no hizo el mejor partido de su carrera, ni Almagro el peor, pero aquél fue más capaz que éste de controlar el estrés de un partido muy especial. Además, el ir delante en el marcador probablemente fortaleciera su autoconfianza: el mejor “antídoto” del estrés.

El equipo español de Copa Davis suele presumir de un buen espíritu de equipo que desde mi posición ajena no niego, aunque es probable que en parte se confunda éste con el buen rollito antes de las eliminatorias y cuando se gana. La imagen de Almagro solo en el banquillo  tras la derrota, mientras todos los checos abrazaban a Stepanek, junto a las declaraciones de algunos a destiempo, hacen pensar que quizá no sea todo tan idílico como a veces se pinta. No obstante, aún si lo fuera, resulta insuficiente como sustituto del entrenamiento/asesoramiento psicológico que podría contribuir en los momentos más críticos, tal y como se ha demostrado en esta final. Se dice ahora que el año próximo la Davis será muy difícil porque muchas eliminatorias se jugarán fuera de casa. Mayor razón para prever que volverá a haber partidos similares a este último. ¿Se hará algo al respecto? ¿Se pensará en incorporar a un psicólogo del deporte para trabajar con los jugadores que lo necesiten y asesorar al capitán sobre los aspectos que influyen en lo psicológico (por ejemplo: su desafortunada expresión facial denotando pesimismo, o el exceso de instrucciones en los intervalos)? ¿O se pasará la página y se volverá a confiar en que, por favor, regrese Nadal y haya buen rollito?  Ojalá tengamos la suficiente humildad para comprender que aún habiendo sido campeones muchas veces, es necesario evolucionar. Y un paso adelante sería incorporar al profesional  de la Psicología que pueda ayudar en lo que, precisamente, ha sido la principal causa de nuestra derrota ahora.


Chema Buceta
20-11-2012

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