domingo, 6 de agosto de 2017

EL HÉROE Y EL VILLANO

                                                      Lo cortés no quita lo valiente




La gran noticia del deporte, hoy, más (afortunadamente) que nos sigan dando la tabarra con el fichaje de Neymar o nos cuenten cómo Cristiano Ronaldo se ha cepillado los dientes, es la derrota de Usain Bolt en la final de los 100 metros del campeonato del mundo de Atletismo que se celebra en Londres. Justin Gatlin ha sido el vencedor, el único que, desde 2008, ha sido capaz de batir a Bolt en una competición de este calibre. Pero la noticia es la derrota de Bolt: el héroe; y sólo en relación con esta, la victoria de Gatlin: el villano. Hasta cierto punto es lógico. Bolt es el velocista más grande de la historia, y así lo reconoció el propio Gatlin arrodillándose ante él tras haberlo vencido. ¡El vencedor se arrodilla y venera al derrotado! Un gesto sin par que muestra la grandeza de ambos, del deporte en su más pura esencia y, por supuesto, del atletismo, donde siempre encontramos extraordinarios ejemplos de maridaje entre la más exigente competitividad, el compañerismo entre los rivales y una exquisita deportividad.

Gatlin no es un desconocido. Con solo 22 años, fue campeón olímpico del hectómetro en Atenas-2004 y, al año siguiente, en Helsinki, campeón del mundo en 100 y 200 metros. Después, sancionado por dopaje, no pudo competir hasta 2010, cuando ya Bolt era el rey indiscutible en ambas distancias. Desde entonces, siempre a la sombra del jamaicano, al que derrotó en un encuentro de la Diamond League en 2013, ha sido segundo en casi todos los pódiums importantes. Por tanto, si alguien podía vencer al grandísimo Bolt era él, aunque ya con 35 años, nadie daba un euro por tal hazaña y el acento se ponía en Christian Coleman, de 21 años, como la gran amenaza que, como siempre había ocurrido, acabaría siendo superada por el legendario campeón. Ese era el guión. El que la mayoría, incluidos los gurús del marketing, esperaba ver ¿por última vez?

Bolt anunció que con casi 31 años, esta sería su última participación en un evento de tanta envergadura. ¿Demasiado mayor? Sus marcas en los últimos años indican que ya no es el “extraterrestre” de antaño, pero no justifican una retirada que sólo tiene la explicación del hartazgo, la falta de hambre de más títulos, y/o no querer compartir la victoria, probablemente menos frecuente, con segundos y terceros puestos que decepcionarían a los muchos que esperarían que ganara siempre. No es fácil pasar de ganar siempre a hacerlo sólo de manera intermitente o quedarse cerca. La presión por tener que ganar, porque todo sea como ha sido costumbre, puede ser tremenda; la autoconfianza se resiente, y uno ya no disfruta como lo hacía antes.

En este mismo campeonato del mundo se ha destacado que Bolt no mostraba la misma alegría que otras veces. Sus habituales gestos tan simpáticos antes y después de las carreras, esta vez parecían forzados: parte del guión que no podía faltar, pero carentes de la naturalidad de otras ocasiones. Antes de llegar a Londres, había participado en pocas carreras y sus marcas (para él) habían sido modestas. Ya en el campeonato, se quejó de los tacos de salida y se le notó preocupado y más pendiente de ese elemento externo que de mostrar esa confianza que apabullaba a sus rivales antes del pistoletazo. En la semifinal fue batido por Coleman, algo que nunca sucedía antes por mucho que corriera reservando fuerzas.

No obstante, se esperaba que, a pesar de todo, Bolt cumpliera con el guión de volver a ganar y retirarse en lo más alto: el broche de oro a una excepcional trayectoria que en realidad, ya tan laureada, no queda empequeñecida por esta medalla de bronce. Al revés, lo sucedido demuestra que ganar no era tan fácil como parecía, que por muchas cualidades que se tengan, exige esfuerzo, sacrificio y acierto en la preparación y la puesta a punto; que Bolt es humano; excepcional, pero humano.

Curiosamente, Gatlin, el atleta que ha destronado a Bolt en su última carrera, es aun mayor que él (35 años frente a 31), una prueba más de que, al igual que está demostrando Federer en el tenis, se puede alargar la carrera deportiva, incluso al más alto nivel, siempre que se esté bien físicamente y se siga teniendo la suficiente ambición como para soportar el alto coste en dedicación, esfuerzo, renuncia a otros estímulos y tolerancia a la frustración que estar entre los más grandes, exige ¿Perdió Bolt esa ambición? Es lógico que, si fuera así, no quiera seguir y prefiera dejarnos los buenos recuerdos de esas prodigiosas carreras que será difícil superar. Pero es una lástima, porque todavía podríamos seguir disfrutando de sus espectaculares gestas.

¿Y qué decir de la ambición y el espíritu competitivo de Gatlin? Su pasada relación con el dopaje provoca el justificado rechazo por una práctica intolerable que debe erradicarse sin contemplaciones. Una sombra profunda que le acompañará siempre. Los silbidos del público se lo recordaron en los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro y ahora en Londres, donde ni siquiera dio la vuelta al estadio tras haber batido al dios de los 100 metros. La falta fue muy grave, y lo pagó muy caro con cuatro años de suspensión. Podría haber sido de por vida, como muchos apuntan, pero esos cuatro años le han dado la oportunidad de rectificar e ir por la buena senda. El deporte debe ser implacablemente estricto para sancionar a quienes acuden al dopaje, pero también generoso con quienes, tras cumplir una dura sanción, desean rehabilitarse y lo demuestran. 

Gatlin ha estado limpio en los últimos 11 años, y su oscuro pasado no debería eclipsar el indiscutible mérito de superar esa lacra y perseverar sin desfallecer para ser capaz, a sus 35 años, de ganar a Bolt y proclamarse campeón del mundo: el de más edad en toda la historia de estos campeonatos. El propio Bolt, también campeón en deportividad, ha declarado que Gatlin es un gran competidor y no merece esos abucheos del público. Tampoco merece el desprecio de medios de comunicación que quizá decepcionados con el héroe y enojados con el villano por haber estropeado el guión, destacan lo de su dopaje en el pasado más que los incuestionables méritos deportivos de los últimos siete años que ahora le han llevado a lo más alto del pódium.


Chema Buceta
6-8-2017

Twitter: @chemabuceta

martes, 1 de agosto de 2017

BARCELONA-92: PUNTO DE INFLEXIÓN

Un gran reto que obligó a cambiar mentalidades y viejos hábitos




La semana pasada se conmemoró el vigesimoquinto aniversario de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en los que tuve el honor de participar como seleccionador nacional de baloncesto femenino. Centrándome en lo estrictamente deportivo, estos Juegos supusieron un punto de inflexión en el deporte español, tanto por los buenos resultados que globalmente se alcanzaron, que tanto se han ensalzado estos días, como por los procesos de preparación de los deportistas, de los que nada o muy poco se ha dicho. Gracias a estos, llegaron aquellos; y gracias a todo ello, emergieron y se fortalecieron la ambición por estar arriba y la confianza en que era posible lograrlo si se ponían los medios, el conocimiento y la dedicación.

El gran reto de Barcelona-92 obligó a cambiar mentalidades y viejos hábitos; en cada deporte de forma particular, pero en todos con una consigna  muy clara: no bastaba con participar; sino que había que  competir de verdad y conseguir unos buenos resultados. En muchos casos, partíamos de muy abajo: nosotros, por ejemplo, nunca habíamos participado en una competición de rango mundial salvo la Universiada (de rango menor) y nuestro mejor resultado era el sexto puesto en el Eurobasket del 87, pero había que esforzarse, no conformarse, ser capaces de ambicionar y perseguir el sueño de una gran hazaña con creatividad, dedicación y trabajo. La mayoría de los deportes también partían de un nivel bajo. En Seul-88 sólo se habían conseguido cuatro medallas, y no teníamos el ramillete de campeones y finalistas mundiales y continentales que disfrutamos ahora.

El plan ADO proporcionó recursos económicos, logísticos y humanos que permitieron llevar a cabo planes de preparación innovadores que en aquel momento eran necesarios. Y las federaciones tuvieron que entender que ese dinero que recibían tenía un carácter finalista: la preparación de los deportistas olímpicos, y no podía gastarse en otros asuntos. Este es uno de los principales legados de Barcelona-92. Si se aspira a estar entre los mejores del mundo, el deporte de élite exige muchos recursos que sólo disfrutan unos pocos. Lógicamente, las federaciones deben disponer de un presupuesto para organizar las competiciones internas, atender al deporte de base, ayudar a los clubes, formar entrenadores y árbitros, etc., y cuando el deporte de élite proporciona beneficios o atrae patrocinadores, es razonable que estos, en parte, reviertan en esas necesidades; pero que haya un presupuesto con carácter finalista para la preparación de los deportistas de élite, garantiza que estos puedan someterse a un programa de entrenamiento metódicamente elaborado, sin estar expuestos a los compromisos domésticos de los presidentes y los vaivenes presupuestarios de las federaciones.

Centrándome en el baloncesto femenino, a muchos directivos y ejecutivos de la federación española les costó entender lo del carácter finalista, y quisieron verlo como una fuente más de ingresos que ellos podrían administrar a su antojo. La federación pasaba por un momento delicado en lo económico, y en la miopía de sus urgencias y falta de interés por el baloncesto femenino, no querían aceptar que hubiera un grupo de chicas gastando dinero para preparar unos Juegos que todavía se veían lejanos. En octubre de 1988, cuando hacía un mes que habíamos comenzado, ya con contratos firmados con las jugadoras y los entrenadores, plazas en la residencia Blume, donde residían muchas de las chicas, instalaciones para entrenar, inscripción en competiciones, etc. dos altos ejecutivos de la federación plantearon seriamente que había que disolver el equipo “porque no había dinero”, pensando que el que llegaba y seguiría llegando del plan ADO destinado a ese equipo, quizá haciendo algunos “ajustes”, podrían gastarlo en otros conceptos.

El equipo no se disolvió, pero durante esos cuatro años la lucha interna fue constante. Había quejas porque íbamos de gira a los Estados Unidos o invitábamos a otras selecciones para medirnos con ellas, porque las chicas cobraban puntualmente o por cualquier otra cosa que se quisiera considerar un agravio comparativo. Y cuando los resultados en algunos partidos no eran favorables (lo cual era normal en un trabajo a largo plazo), eran frecuentes los comentarios negativos cuestionando el plan. Afortunadamente, el entonces presidente, Pere Sust, y el vicepresidente Roberto Outeiriño, apoyaron el proyecto y fueron capaces de aguantar la presión de sus detractores, gracias, en gran parte, a que el Consejo Superior de Deportes, el ADO y el Banco Exterior, patrocinador de las selecciones de baloncesto, lo tenían claro y no dejaron que uno de los proyectos más innovadores de la preparación olímpica cayera en picado. Su decidido apoyo fue decisivo, sobre todo en momentos bastante difíciles, cuando por ejemplo, se retrasaban los pagos o se cuestionaban concentraciones o torneos de preparación. En alguna ocasión, la delegada del equipo tuvo que pasar a recoger el dinero de las becas de las jugadoras de manera casi furtiva, sin que este entrara en la cuenta general de la federación. Después, claro está, de múltiples llamadas, aquí y allí, para ver qué pasaba con el dinero y presionar para que las jugadoras cobraran.

Más de 25 años después, podría recordar aquí numerosas anécdotas, pero lo señalado es suficiente para dar una pequeña idea de lo que costó avanzar contra viento y marea en aquellos años. ¿Dinero para las chicas? Algunos pensaban que era tirarlo. El deporte femenino siempre había sido secundario, y el baloncesto no era una excepción dentro de la propia federación; sin embargo, ahora tomaba la iniciativa y marcaba una pauta audaz que, con diferentes matices pero la misma esencia, seguirían otros deportes en su camino ambicioso hacia Barcelona. Para muchos, en lugar de ser motivo de orgullo, lo fue de molestia, de pérdida de tiempo y de dinero, de verse superados por algo en lo que no creían y se interponía (pensaban) en su visión e intereses de aldea pequeña.

Me consta, aunque no recuerdo los detalles, que este tipo de oposición interna estuvo presente en otros deportes. En general, las federaciones estaban acostumbradas a recibir una subvención y, respetando alguna directriz menor, a gastar el dinero según su propio criterio, que en bastantes casos respondía más a repartir el pastel para que todos, sobre todo los más adeptos, estuvieran contentos. Pero ahora había una partida que sólo podían emplear en la preparación olímpica. Además, esa partida sólo la recibían si el Consejo Superior de Deportes y el ADO, a través de sus técnicos en los diferentes seguimientos, daban el visto bueno a los planes de preparación. En mi caso, tuve que participar en varias reuniones para explicar y evaluar nuestros planes en distintas fases, recibir sugerencias y llegar a un acuerdo. Trabajábamos con libertad, pero no valía cualquier cosa. Había dinero si había y se seguía un buen plan.  

Asimismo, sobre todo en los deportes colectivos, pero también en muchos individuales de tradición menor en España, faltaba la comprensión de lo que suponía un plan a largo plazo: un plan en el que la inmediatez del resultado no importaba, sino el crecimiento de los deportistas y los equipos para poder dar un salto de calidad y alcanzar cotas mayores. En nuestro caso, las críticas desde fuera también estuvieron presentes con bastante frecuencia, a pesar de que el proyecto proporcionó beneficios económicos y de visibilidad a los clubes. Por ejemplo: los clubes cuyas jugadoras estaban en el plan, recibieron dinero cada uno de los cuatro años; y televisión española retransmitió un gran número de partidos de la liga femenina, lo cual, en aquel momento, supuso un impulso muy importante para el baloncesto femenino. Ahora existen quejas con fundamento sobre la falta de visibilidad de algunos deportes en la televisión y otros medios de comunicación, pero la situación entonces era mucho peor, y el periodo previo a los Juegos sacó del ostracismo a deportes y deportistas prácticamente desconocidos.

La mayor parte de las jugadoras que participaron en nuestro proyecto eran menores de 20 años. Una gran apuesta. No estaban algunas de las mejores de ese momento, sino las que se preveía que por su edad y condiciones, aun llegando todavía muy jóvenes a un evento como los Juegos Olímpicos, podrían beneficiarse de un entrenamiento muy intenso para elevar el nivel en 1992. En esa selección y en otras muchas decisiones durante ese periodo, cometimos errores. Teníamos poca experiencia en este tipo de plan, y si pudiéramos volver atrás, es evidente que haríamos algunas cosas de otra manera. A pesar de todo, con un gran desgaste de quienes liderábamos el proyecto y un compromiso y esfuerzo tremendos de las jugadoras, fuimos capaces de seguir adelante y tener en Barcelona-92 un equipo muy competitivo que por muy poco no estuvo en los partidos por las medallas, pero consiguió un gran quinto puesto que, a pesar de los muchos avances posteriores, sólo se ha superado en los Juegos de Río de Janeiro, 24 años más tarde.

Cuando en 1988 explicamos que en Barcelona-92 podríamos luchar por una medalla, muchos pensaron que estábamos vendiendo la moto para vivir del cuento; y nos lo siguieron recordando con cada tropiezo en el camino. Finalmente, el sueño no se cumplió; pero estuvimos muy cerca; y ese quinto puesto, también impensable para muchos cuatro años antes, supuso poner el pie, por primera vez, entre los mejores del mundo. Y sobre todo, creció una generación de jugadoras que fue capaz de competir con las mejores del planeta: al año siguiente, ganando la medalla de oro en el Eurobasket (la siguiente llegó 20 años más tarde) y, después, contribuyendo a otros éxitos con la selección y sus clubes. Algunas, incluso, llegaron a jugar en la WNBA, algo de ciencia ficción unos años antes. Pero por encima de estos éxitos, el legado más importante de estas legendarias jugadoras es que fueron el modelo inspirador de las futuras generaciones. Tras ellas aparecieron otras, y tras estas últimas, otras: las que ahora nos representan ganándolo casi todo. Además, se interesaron por el baloncesto femenino entrenadores bien preparados que han sido respetados y han hecho un gran trabajo; y ya no se cuestiona que haya un plan de preparación permanente, aunque con jugadoras más jóvenes, el siglo XXI, que nosotros fundamos en 1987, también con bastantes críticas, y que todavía continua contribuyendo a formar jugadoras de élite.

25 años después, es evidente que Barcelona-92 y todo lo que supuso su preparación en los años anteriores, fueron un punto de inflexión para el baloncesto femenino español: un cambio de mentalidad, de ambición, de estilo de trabajo, de prioridad y apoyo institucional , de buena preparación, de respeto, de reconocimiento. Cómo consecuencia de todo eso, y los avances que se han ido añadiendo, no es casualidad ni el fruto de un esfuerzo aislado, que llevemos ya muchos años estando entre los mejores siempre. Y lo mismo podemos decir de otros deportes. Incluso de algunos, como podría ser el waterpolo femenino, que aun no estando allí, es probable que se hayan impregnado de ese espíritu competitivo, ese no conformarse y hacer las cosas bien, y esa confianza que, desde esos Juegos, predominan en gran parte de nuestros deportistas y sus entornos.

No me gusta recrearme en el pasado. La vida continua y es recomendable no quedarse atrás y seguir avanzando con nuevos retos aunque estos no sean del mismo calado. La importancia debemos dársela nosotros mismos. No hay reto pequeño si el que lo acomete piensa en grande. No obstante, en este caso, mirar un poco hacia atrás nos permite recordar lo que nos hizo dar un paso de gigante, y por eso, es una lástima que este significativo aniversario se haya quedado en una o dos recepciones oficiales y unos cuantos recordatorios periodísticos de las hazañas conseguidas. Habría sido una gran oportunidad para recordar y analizar lo que se hizo hasta llegar allí y, mirando hacia delante, obtener algunas enseñanzas. Evidentemente, no se trata de hacer lo mismo, pues las circunstancias han cambiado; y en el caso del baloncesto y otros deportes, lo que se hace ahora está dando excelentes resultados. Sin embargo, a nivel global, aún no se han superado las medallas de Barcelona-92, a pesar de que ahora hay más preseas en juego y se parte de un nivel mucho más alto. Puede que se disponga de menos medios económicos que entonces, pero tenemos mejores instalaciones para entrenar, entrenadores y científicos del deporte con más conocimientos y experiencia, y deportistas que no están tan lejos de lo más alto como en aquel momento.

¿Qué nos falta? ¿Por qué algunos deportes han sabido aprovechar la estela de Barcelona-92 y otros no?¿Falta ambición? ¿Sacrificio? ¿Capacidad de lucha ante la adversidad y la incomprensión? ¿Acomodamiento? Hace poco, tuve acceso a la frase de un deportista exitoso: “Lo importante no es el deseo de ganar, pues ese lo tenemos casi todos, sino el deseo de prepararse para ganar”. ¿Estamos dispuestos, entrenadores, deportistas y todos los implicados, a pagar el elevado coste personal que supone prepararse para poder ganar? También la semana pasada, el entrenador de Mireia Belmonte ponía el dedo en esta llaga denunciando que cada vez hay menos deportistas que verdaderamente estén dispuestos a comprometerse con objetivos ambiciosos a medio/largo plazo, trabajar duro, renunciar a otros estímulos y llevar una vida dedicada a ganar o conseguir los mejores resultados. En el deporte de base, los resultados deportivos deben ser algo secundario; en el de élite, son el objetivo que lo justifica. No creo que necesitemos un nuevo punto de inflexión, pero sí poner las bases para superar esa barrera de las 22 medallas de Barcelona. Muchos deportistas que contribuirían a ello, ni siquiera habían nacido en el 92, pero es muy probable que a estas alturas, al estar en la élite o cerca de ella, ya tengan el germen de los que lo dieron todo entonces. Sólo falta apuntalarlo. Recuperar los valores y la disciplina que nos acompañaron en esos fantásticos años.


Chema Buceta
1-8-2017

@chemabuceta