sábado, 11 de abril de 2015

YO, YO, YO... Y DESPUÉS, YO

                                                          Tiempos de generosidad



En una de las charlas que recientemente he impartido en algunos colegios, me preguntó un padre cuál era, en mi opinión, la cualidad más importante de un entrenador. Es obvio que hay más de una: sus conocimientos, pasión, capacidad de liderazgo, inteligencia emocional, habilidades de comunicación… pero todas ellas tienen un recorrido corto si el entrenador carece de generosidad. Dar sin esperar nada a cambio; entregar lo mejor de uno mismo; no anteponer el beneficio personal; pensar en el nosotros antes que en el yo; ayudar, ayudar y ayudar a los demás... y no cansarse de ayudar.

Las personas que tienen un actitud generosa y actúan con generosidad activan procesos muy valiosos en sí mismas y en los demás. Según diversos estudios, tienen más emociones positivas, están más satisfechas con el día a día y el sentido de su vida, establecen relaciones más gratificantes, duraderas y productivas, contribuyen a una sinergia y clima muy positivos en los grupos y las organizaciones y, en general, son más felices que aquellos en los que predomina el yo, yo, yo... y después, yo. Además, si dirigen personas, se ganan mejor el respeto, el aprecio, la identificación y la lealtad de sus liderados. La generosidad implica estar dispuesto a comprender y dedicar tiempo a los demás, atender sus necesidades, compartir conocimientos, ayudar a crecer, no poner pegas en aras a la comodidad personal… siempre de manera sincera, no ficticia, con la alegría y el espíritu de servicio que caracteriza a los mejores líderes.

Por principio, la generosidad no puede estar calculada (uno se entrega inicialmente sin condiciones), pero como es lógico, todo tiene un límite; y este lo establecen el abuso de los demás, lo razonable de la situación y el posible paternalismo/sobreprotección. Dar sin esperar recibir, sin mercadear, buscando el beneficio común más que el propio, es una gran cualidad, pero eso no quiere decir que uno se deje pisotear por los que abusan de esa generosidad, que se pase de generoso (más de lo razonable en función de la situación) o que confunda la generosidad con la sobreprotección de otros resolviéndoles todo.  

La generosidad es una gran cualidad no solo de los que dirigen. También de quienes son dirigidos y deben trabajar en equipo. Generosidad con el jefe para aceptar que sus decisiones no siempre pueden ser las que a uno le gustaría y estar dispuesto a acatarlas con el mejor ímpetu. Con los compañeros, para comprender sus necesidades y ayudarlos en lo posible sin medir la reciprocidad. Con el proyecto común, dando lo mejor de uno aún cuando (sobre todo) el viento no sople a favor, adaptándose a las circunstancias en lugar de pretender que sean estas las que se amolden a las preferencias propias. Y con uno mismo, asumiendo las limitaciones personales y el esfuerzo generoso necesario para combatirlas. Los buenos jugadores de equipo son generosos. Dan más de lo que reciben. Y ahí está su principal gratificación.

Además, la generosidad debería ser una cualidad prioritaria de los que, sin dirigir, son líderes sociales por sus logros, ejemplo, fama y, como consecuencia de ello, capacidad de influir en los demás y abrir puertas para otros. Por ejemplo, los deportistas más conocidos o de mayor relevancia en sus respectivos deportes. Hace unos días me hablaron de algunos futbolistas que sistemáticamente se niegan a colaborar en actos solidarios. Lo hacen si sus patrocinadores insisten por ser campañas o eventos de amplia cobertura en los medios de comunicación que reportarán pingües beneficios publicitarios, pero no si se les pide, por ejemplo, que acudan una tarde a un barrio marginal a la modesta presentación de un programa de prevención de la delincuencia juvenil o la drogadicción. Llama la atención que algunos de estos deportistas se han criado en barrios similares o mucho más humildes y con mayores riesgos para los jóvenes, y sin embargo, ahora, en la cresta de la ola, prefieren no colaborar. Como es lógico, no pueden estar yendo a actos extradeportivos todos los días, y seguramente son muchas las peticiones que reciben, pero de vez en cuando… La generosidad no está en participar en eventos solidarios de mucho bombo con una clara contrapartida comercial, sino en contribuir por el hecho de hacerlo, sin esperar que haya un fotógrafo o sabiendo que lo habrá para beneficiar a quien se ayuda, con la única motivación de dedicar unas pocas horas a una buena causa.

Otro ejemplo negativo es el espectáculo que están dando algunos jugadores de tenis y bádminton que renuncian a jugar representando a España. Sin entrar en los detalles de este asunto, lo que trasluce es el egoísmo de unos deportistas privilegiados que van a lo suyo, obviando la repercusión de sus decisiones en un posible beneficio común. Generosidad, cero. Quizá la tuvieron en otras etapas, pero ahora, no. Es posible que la actuación de sus federaciones sea deficiente y se sientan maltratados; y por supuesto, es lógico que defiendan lo que consideran justo y negocien. Ahora bien, se puede negociar con la intención de llegar a un acuerdo o al contrario; y da la impresión de que en este caso, es más lo segundo que lo primero.

¿Dónde está la generosidad? Jugadores a los que se trata como ídolos, renuncian a jugar la Copa Davis y la Copa Federación. En su trayectoria a la élite, muchos de ellos han recibido la ayuda del dinero público para formarse en los centros de alto rendimiento con los mejores medios y disfrutar de becas. Y todos gozan de popularidad y patrocinadores, sobre todo gracias a sus éxitos, pero en gran parte porque estos se difunden de manera generosa. Muchos de los que les siguen se engancharon, precisamente, gracias a lo que en su momento hicieron en la Davis. “Es que esta vez (¿cuántas van ya?) no me viene bien para la preparación de los siguientes torneos” (Yo, yo, yo…) (Después, en algún caso, se ha sabido que alguno de esos jugadores estaba en un torneo de exhibición y no precisamente gratis).

Los deportistas profesionales tienen que ganar dinero, y es lógico que miren por sus intereses, pero deberían mostrar un mínimo de sensibilidad para comprender y satisfacer a quienes les siguen y alimentan el interés de sus patrocinadores: aficionados que esperan de ellos un paso adelante cuando se trata de un objetivo común en el que también quieren implicarse (Copa Davis, Copa Federación…); también, para aceptar la responsabilidad de contribuir a que su deporte avance más allá de sus propias carreras (como en su momento hicieron otros que los precedieron), y para eso no son suficientes sus méritos individuales, sino que hace falta su participación en éxitos colectivos que enganchen al público y generen medios para poder atender las necesidades de quienes empiezan. Dar sin esperar nada a cambio. Sin calcular que ya se ha hecho mucho por los demás, que se ha devuelto lo que se había recibido, que se explota su imagen a cambio de unas habichuelas. 

Sería magnífico, y le haría más grande, que Nadal estuviera siempre dispuesto a jugar la Copa Davis. Ahora es una gran campeón y un ejemplo de superación y fortaleza mental dentro de la pista. Pero si eso ocurriera, sería mucho más: un gran modelo de generosidad: de compartir su éxito, de ayudar a que los jóvenes puedan emularlo, de transmitir un valor de gran trascendencia para que la sociedad funcione mejor. ¿Tiene que hacerlo? ¿Se le puede exigir? ¿Es su obligación? No. Pero precisamente, ahí está el valor de la generosidad. No se hace porque se tenga que hacer, sino porque a uno le place ayudar. 

Chema Buceta
11-4-2015

Twitter: @chemabuceta