domingo, 27 de mayo de 2018

EL PORTERO QUE (SEGURAMENTE) NO HABRÁ PODIDO DORMIR



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¿Errores que podrían evitarse?


Muchos hemos coincidido en que en la final de la Champions el Madrid fue superior al Liverpool y mereció ganar, pero no por eso se ha obviado que fueron de gran ayuda los errores cometidos por el portero del equipo inglés, Karius, quien, como es lógico, terminó el partido muy afectado y (seguramente) no habrá podido dormir esa noche ni lo podrá hacer otras muchas. Errores de ese calibre en partidos tan trascendentes dejan una herida psicológica que tarda en curar, y lo más probable es que la cicatriz resultante no desaparezca nunca, aunque por suerte, el cerebro tiene mecanismos para poder ignorarla razonablemente y, si uno se lo propone, utilizarla para aprender de lo sucedido.

Los errores son parte del juego, y los deportistas, si bien no evitarlos del todo, pueden prepararse para minimizarlos al máximo y reaccionar favorablemente cuando sucedan. Esto último implica aceptar que pueden ocurrir (en lugar de negarlo), controlar la frustración, la rabia o la culpa que provocan y disponer de estrategias que faciliten superarlos con rapidez y eficacia para que no deriven en nuevos errores, ya que es muy probable que estos se produzcan si no se actúa para cortar la dinámica negativa que sigue al primer error.

En este partido, el error de Karius en el primer gol del Madrid podría ser la consecuencia de un exceso de activación, muy probable en partidos de esta trascendencia, que habría propiciado un estrechamiento de su enfoque atencional y, por tanto, que no viera a Benzema tan cerca y no se diera cuenta del riesgo del pase que pretendía dar. Una desgracia para el Liverpool, obvio; pero quedaba mucho partido, y una vez cometido el error, lo importante era superarlo: es decir, olvidarlo y centrarse en el presente como si no hubiera ocurrido. Evidentemente, es fácil decir esto y muy difícil hacerlo, pero precisamente, este es uno de los cometidos del entrenamiento psicológico: empoderar a los deportistas para que sean capaces de autorregular su funcionamiento mental, sobre todo en las circunstancias más adversas. En este caso, al ser bastante grave, es muy probable que incluso un buen entrenamiento psicológico no hubiera logrado el olvido total del error cometido, pero sí lo suficiente como para, de momento, aliviar a Karius de esa carga pesada y ayudarle así a continuar jugando en mejores condiciones de rendir al nivel que exigía el partido.

Sin embargo, lo que pudimos intuir desde la televisión (con el evidente margen de error que esa limitación conlleva) fue que el portero del Liverpool no pudo superar ese primer error. Primero, intentó negarlo protestando por algún factor externo que lo pudiera justificar. Has metido la pata, pero no quieres aceptarlo; y en tu desesperación buscas lo que sea para aliviar tu culpa; pero no lo encuentras, y eso te deja muy alterado. Cuando el Liverpool empató, le vimos como dando las gracias al cielo, probablemente sintiéndose algo aliviado cuando la desventaja que él había provocado se había compensado; pero, no obstante, por sus expresiones en esa y otras imágenes (insisto, con un margen de error), me dio la impresión de que el recuerdo de ese error tan sonado seguía atormentándolo, a pesar de que tuvo dos intervenciones acertadas.

No sé si pudo hacer más en el primer gol de Bale, seguramente no; pero es evidente que en el tercero del Madrid falló estrepitosamente. ¿En qué medida este segundo gran error habrá estado influido por el estado mental negativo que había provocado el primero? No lo sabemos; pero parece bastante probable que el primer error y sus consecuencias psicológicas hayan tenido mucho peso. Sin ese tercer gol, quizá el Madrid habría ganado igualmente, pero lo cierto es que cerró el partido y dejó al Liverpool definitivamente derrotado.¿Podría haberse evitado?

Esto nos lleva a la trascendencia del entrenamiento psicológico para poder controlar emociones adversas en situaciones y momentos críticos. En la mayoría de los casos, los deportistas de élite funcionan bien psicológicamente la mayor parte del tiempo sin necesidad de la ayuda de un psicólogo del deporte, pero muchos no son capaces de hacerlo en situaciones y momentos clave que son pocos en cantidad, pero muy decisivos; y es aquí donde el entrenamiento psicológico tiene un espacio de gran relevancia. ¿Merece la pena si, como en este caso, podría ayudar a ganar una gran competición (o al menos, a no perderla)?

Para el portero que (seguramente) no habrá podido dormir, la vida sigue; y aunque de momento haya quedado marcado por estos errores, lo importante es que, más allá de sufrir, lamentarse, sentirse culpable y desear que el tiempo retroceda, sea capaz de analizar lo sucedido sin echar balones fuera, reflexionando sobre su estado psicológico antes del primer error y como consecuencia de este; sometiéndose al entrenamiento adecuado para adquirir las estrategias que le permitan funcionar mejor en ocasiones futuras.

Chema Buceta
27-5-2018

@chemabuceta

lunes, 14 de mayo de 2018

EMOCIONES: ¿LAS CONTROLO YO, O ME CONTROLAN A MÍ?

                                            ¿Qué emoción propició que tirara la silla al campo?





La semana pasada impartí unas clases en el curso para la titulación de entrenador de fútbol que, en coordinación con la UEFA, organiza la federación española para ex jugadores internacionales. En una de ellas, nos centramos en la importancia de controlar las emociones propias para evitar que interfieran negativamente en el rendimiento del entrenador; es decir, no sólo es importante ayudar a los jugadores a controlar sus emociones, sino que resulta trascendente que el entrenador controle las suyas para poder ejercer su cometido con mayor acierto. De hecho, la experiencia demuestra que, al igual que sucede con los directores en la empresa u otros ámbitos, los principales errores de un entrenador se producen cuando no es capaz de controlar emociones intensas y son estas las que le controlan a él. ¿Si Bobby Knight, el legendario entrenador de Indiana, hubiera estado calmado en lugar de muy enfadado, habría tirado la silla al campo hasta la línea de los tiros libres, propiciando su expulsión? Seguramente, no. ¿Lo hizo aposta? Seguramente, tampoco. Parece obvio que no pudo controlar su enfado; que este le controló a él.

El control de las emociones incluye un proceso de autoconocimiento y autorregulación que el entrenador puede afrontar por su cuenta, aunque sin duda, la ayuda profesional de un psicólogo puede ser fundamental para que ese proceso se lleve a cabo de la manera más eficaz. En una primera fase, el proceso puede incluir los siguientes pasos:

(1)   Detectar las situaciones que provocan emociones intensas que resulta difícil controlar (por ejemplo: un marcador en contra; estar jugando mal; jugadores que no luchan, etc.).

(2)   Concretar qué emoción provoca cada situación (ansiedad, enfado, desilusión, euforia…) y cuantificar su intensidad utilizando una escala de 1-10 (1 intensidad mínima; 10, máxima).

(3)   Determinar las consecuencias de esa emoción: cómo afecta al funcionamiento del entrenador.

Por ejemplo:

(1)    Situación: un jugador pierde el balón en el centro del campo y eso provoca una ocasión de gol del rival.

(2)    Emoción: enfado; de intensidad 8.

(3)    Consecuencia: bronca tremenda a ese jugador, cuyo efecto es que a partir de la bronca, juega peor.

A partir de este análisis, el entrenador ya puede desarrollar algunas estrategias con tres posibles objetivos: 

(1) ¿Se pueden eliminar las situaciones que provocan esas emociones? Algunas se podrán eliminar, y otras no. Si se pueden eliminar, y no son imprescindibles, lo mejor es eliminarlas. Pensemos, por ejemplo, en una charla en el vestuario al terminar un partido que se ha perdido. Si se evita la situación, se elimina la emoción intensa que podría provocar y las consecuencias negativas que podrían derivarse de esta. 
  
(2)   Reducir la intensidad de la emoción, de forma que, con una intensidad menor, esta pueda ser controlada. En el ejemplo, parece que el entrenador no controla una intensidad 8, pero si fuera capaz de reducir ese 8, por ejemplo, a un 5 o un 6, quizá sí podría. Con este objetivo, las técnicas de relajación/respiración de aplicación in situ pueden ser muy útiles. También contar hasta 10, algún autodiálogo u otras que en cada caso particular puedan servir. No se trata de eliminar la emoción del todo, sino de reducir su intensidad para poder controlarla. 

(3) Realizar alguna acción sencilla que sea incompatible con la consecuencia de la emoción. En el ejemplo, algo que sea incompatible con echarle la bronca a jugador. Por ejemplo, dar alguna instrucción sobre la siguiente jugada, animar al equipo u otras.

Evidentemente, la tercera opción será más sencilla de aplicar si, previamente, la emoción ha sido controlada mediante estrategias que reduzcan su intensidad.

Mediante este proceso, cuando se presenten las situaciones críticas que el entrenador haya identificado, estas no le pillarán por sorpresa, y además estará preparado para utilizar las estrategias que haya desarrollado tanto para controlar la intensidad de la emoción como para poner en marcha acciones que sean incompatibles con las consecuencias. 

En una segunda fase, se instruye al entrenador en que, en realidad, la emoción que le controla no deriva directamente de la situación que aparentemente la provoca, sino de la interpretación que él hace de esa situación. Es decir, ¿cómo interpreta él la situación del jugador que pierde el balón? La emoción no será la misma si la interpreta como un error imperdonable que si la interpreta como un error normal que forma parte del juego.

Por tanto, es la interpretación de la situación lo que determina la emoción y su intensidad. ¿De qué depende esa interpretación? De factores como la expectativa que tiene el entrenador respecto a lo que debería pasar, sus creencias, su estado de ánimo, el estrés al que se ve sometido, los recursos disponibles, lo que esperan los demás, etc.  Ahora, los pasos a dar son:

(1)    Identificar cómo suele interpretar las situaciones críticas para que estas provoquen esas emociones intensas que le hacen perder el control y tienen consecuencias negativas en su rendimiento;

(2)    Identificar los factores (expectativas, creencias, etc.) que influyen en esas interpretaciones.

Tras esta reflexión, surgen nuevas posibilidades para controlar la emoción.

(1)   ¿Podría interpretar de otra manera esa situación? ¿De qué manera? ¿Qué sucedería si así fuera?

(2)   ¿Es posible modificar las expectativas, creencias, etc., que determinan esa interpretación?

En el ejemplo, el entrenador podría identificar que está influido por una expectativa como “nunca se puede perder el balón en el centro del campo para darle una oportunidad de gol al equipo rival”, y por eso, cuando el jugador pierde el balón, lo interpreta como algo catastrófico. Sin embargo, al reflexionar sobre esta expectativa, podría darse cuenta de que, en realidad, perder el balón es parte del juego y, por tanto (sobre todo con jugadores jóvenes o menos experimentados), es lógico que eso pueda suceder. 

Si de verdad asume este razonamiento, estará preparado para que cuando un jugador pierda el balón, su interpretación sea otra (“lástima; bueno, es parte del juego”) y, por tanto, esa emoción de enfado no se produzca o su intensidad sea menor, y la consecuencia de echar una bronca que perjudica el rendimiento del jugador, tampoco tenga lugar.

Uniendo todo, podemos ver que el control de la emoción puede incluir estrategias a distintos niveles:

(1) Evitar la situación cuando sea posible y no sea imprescindible.

(2) Reflexionar sobre la interpretación y lo que la provoca; y buscar alternativas que permitan interpretar de otra manera. No se trata de pensar en positivo, sino de buscar alternativas creíbles, que tengan sentido, que convenzan al interesado. Podría no haberlas, en cuyo caso este nivel no serviría.

(3) Técnicas para reducir in situ la intensidad de la emoción cuando esta se produzca.

(4) Acciones alternativas a la consecuencia negativa de la emoción.

El error de muchos entrenadores es pensar que es suficiente conocer el deporte y ser capaz de enseñarlo, olvidando que, sobre todo en algunos deportes, ellos también tienen que rendir. Y puesto que el rendimiento del entrenador está muy vinculado al control de sus emociones, este debería ser uno de los objetivos de mejora de cualquier entrenador, tan importante (y en algunos casos, más) como estar al día sobre los avances técnico-tácticos o de dirección de equipo.

Esto mismo se puede aplicar a cualquier persona en cualquier ámbito, ya sea profesional o personal. ¿Controlo las emociones que perjudican mi funcionamiento, o estas me controlan a mí?


Chema Buceta
14-5-2018

@chemabuceta