lunes, 21 de abril de 2014

SI PIDES EL CAMBIO ERES COBARDE O BLANDITO

                                                      ¿Cobardía o responsabilidad?


A través de twitter, Eloy Ramírez, entrenador de baloncesto, me alerta de lo sucedido en el partido Rayo Vallecano- Betis. Todavía en la primera parte, Paulao, defensa del Betis, cometió dos errores graves: una inocente dejada al portero que provocó el primer gol del Rayo; y poco después, un rechace fallido que supuso un autogol. 2-0 en contra; y más cerca del descenso. La noticia fue que el jugador, visiblemente afectado, pidió el cambio. Varias veces, hasta que el entrenador le sustituyó. ¿Cobarde? ¿Blandito? ¿Falto de compromiso?  

Para muchos es incomprensible que un deportista pida el cambio. Defienden que, pase lo que pase, su obligación es aguantar el tipo, luchar consigo mismo y superarse. Si luchas eres fuerte; si te rindes, débil. Y el deporte es una escuela para endurecerse y ser fuerte. ¿Quién no está de acuerdo? La fortaleza mental es un atributo de incomparable valor que predomina en los que triunfan. Lo vemos en los grandes campeones, sobre todo cuando se crecen en la adversidad. Esta es el escenario en el que destacan los que verdaderamente son mejores, el de las gestas heroicas que dejan la huella más honda, donde con el viento muy en contra, lejos de aceptar rendirse, se persigue la victoria con admirable tesón. Nos emocionan esos deportistas que jamás tiran la toalla, que incluso con el barco hundido se agarran a lo último que flota para seguir vivos y continuar la lucha. Sin vuelta atrás. Los admiramos por su confianza en que, dando lo mejor de sí mismos, cambiará el signo de la contienda. Y si pierden la batalla, aprenden y se levantan de nuevo para afrontar la siguiente y ganar la guerra. A la larga, siempre que tengan el nivel deportivo exigido, son esos los supervivientes de una actividad hermosa que, sin embargo, masacra a los más débiles. No hay lugar para ellos. Por mucho talento que tengas, o eres fuerte o no sobrevives (o te quedas en un nivel inferior del que podrías alcanzar; algo que le sucede a bastantes deportistas con talento).

No obstante, también hay que aceptar que el deportista es una persona de carne y hueso; y así, por muy fuerte que sea, es inevitable que atraviese por momentos de debilidad. A muchos les cuesta reconocerlo, mostrarlo abiertamente. Es lógico: contradice el estereotipo idílico del gran campeón. Por eso, a veces inconscientemente, la debilidad se esconde tras una coraza de aparente invulnerabilidad. Aparece el autoengaño: “el dolor no existe”. Y cuando los deportistas son conscientes, excepto con personas muy próximas, es raro que compartan los síntoma de fragilidad. Están agotados, pero lo niegan. Les duele una pierna, pero no lo dicen. Se desaniman… no lo confesarían ¡ni borrachos! Lo que es virtud, como no rajarse y luchar hasta la saciedad, se convierte en defecto cuando se pisa el terreno de la irresponsabilidad. Una cosa es no rendirse, y otra suicidarse y provocar que con uno mueran todos los suyos. Si un deportista cree honestamente que está mal, ya sea en lo físico o lo psicológico, y que por tanto no está en condiciones de rendir a un bien nivel, hará un favor a su equipo si lo dice. ¿Por qué no se hace? Falta la confianza suficiente, y se teme quedar mal, dar una imagen pésima de uno mismo, quedar como un cobarde o un blandito, perder el apoyo del entrenador… ¿Hacemos algo para crear ese espacio de confianza que permitiría a los deportistas ser más sinceros? ¿O preferimos pensar que si nadie dice nada, es que no pasa nada? Pedir el cambio no es necesariamente de cobardes o blanditos. En ocasiones, sí. También puede delatar a los que tienden a escaquearse cuando las cosas van mal. Pero a veces lo es de valientes que piensan en el equipo, dejando paso a compañeros que puedan hacerlo mejor. Paulao: ¿Cobarde, blandito, caradura, valiente?

¿Qué hace el entrenador si el jugador pide el cambio? Si este es un joven en edad de formación, la oportunidad de educarlo como deportista y persona que no abandona es excelente. Dejándolo en el campo sin posibilidad de escape (eso sí, animándole a seguir y con las instrucciones precisas para que salga adelante), le obligará al sobreesfuerzo mental que la situación requiere, y por esa vía contribuirá a su fortalecimiento mental. ¿Estás incómodo, avergonzado, desanimado, hundido? ¿Quieres escapar? Lo siento, no es posible. Sigue ahí, pelea contigo mismo y vence el deseo de rendirte. Endurécete. Domínate. Crece! Céntrate en hacer esto y aquello (cosas concretas que domine bien). Adelante! Favorecer el escape pensando más en el resultado inmediato, puede perjudicar la formación del jugador. Claro que si no reacciona y baja los brazos, habrá que cambiarlo, porque dejarlo así en el campo puede ser más perjudicial. Se le cambia, y después se habla con él para que entienda que el abandono, salvo que haya riesgo para la salud, no es una opción.

Ahora bien, Paulao es un deportista profesional, y la función del entrenador no es educarlo, sino obtener de él el máximo rendimiento. Una diferencia sustancial; en el deporte de base, se siembra; en el de élite, se recoge. Es difícil ganar un partido con jugadores que piden el cambio. Conviene más pelear con los que no dudan, aquellos que confían en que a pesar de todo se puede vencer. Después habrá que valorar los razonamientos del jugador que solicitó la sustitución, diagnosticar si se trata de una situación aislada o un patrón habitual. Lo aislado se comprende; lo habitual debe preocupar y plantear si el jugador puede cambiar o está sentenciado.  ¿Hacemos algo para ayudar? La fortaleza mental no sólo se consigue a base de aguantar golpes, sino fundamentalmente desarrollando recursos que permitan controlar las situaciones adversas y las propias emociones. ¿Hacemos algo? ¿O damos por perdidos a los que muestran debilidad?

Para ganar hay que contar con los que están mejor, y por eso, la sinceridad de quienes no están bien es un valor a considerar. Otra cosas es que, con el partido perdido, el entrenador acceda a sustituir a las “estrellas” que prefieren no aguantar el chaparrón, dejando que la tempestad caiga sobre los suplentes. Cuando el barco se hunde, salvo lesiones, enfermedades o partidos muy próximos que lo justifiquen, suele ser conveniente que los principales protagonistas estén dentro, dando la cara hasta el pitido final. Una lección de responsabilidad.

No conozco a Paulao, pero no hay que tachar de cobarde o blandito a quien excepcionalmente muestra debilidad mental. Si la tempestad acecha y uno se siente incapaz de manejar el timón, es loable que lo comunique y permita que lo haga un compañero. Trabajar en equipo también implica aceptar que en determinadas circunstancias son otros los que tienen que tirar del barco. Eso sí, aunque se trate de supervivientes, no pensemos que la fortaleza mental de los deportistas de élite es un cheque sin caducidad. Que un jugador de fútbol sepa controlar el balón o dar pases largos, no significa que no lo entrene. El depósito hay que llenarlo y volverlo a llenar. Del mismo modo, hay que alimentar la fortaleza mental. Que al deportista no le falte la gasolina cuando, como Paulao, la necesite más. ¿Hacemos algo?



Chema Buceta
21-4-2014

twitter: @chemabuceta

domingo, 6 de abril de 2014

MIS MENSAJES NO IMPACTAN

                                       Es casi inevitable que quien dirige se desgaste y necesite cambiar                       


Hace unas semanas pudimos leer unas declaraciones de Pep Guardiola en las que manifestaba: “me fui del Barca porque ya no podía motivar a mis jugadores”, “si ya no puedes motivar a tus jugadores como entrenador, sabes que ha llegado el momento de marcharte”, “encontré dificultades para motivarme a mí mismo y al equipo”. Unos días más tarde, Iniesta puntualizó: “Nosotros estamos motivados. Es una cuestión suya”.  Declaraciones que destacan un aspecto muy relevante del liderazgo del entrenador (y de cualquier otra persona que dirija un grupo). ¿Mis mensajes impactan?

El entrenador/director necesita tener una gran capacidad de influir en el equipo. No basta decir a los jugadores qué tienen que hacer o darles charlas con contenidos apropiados para motivarlos, encorajinarlos  o insuflarles confianza. Lo verdaderamente importante es que sus mensajes impacten. Y eso es algo que no sólo depende de lo que el entrenador dice, sino, sobre todo, de la capacidad de influencia que tiene. Si su capacidad es grande, impactará con sus mensajes (siempre que sean apropiados) y conseguirá el sobreesfuerzo físico y mental que, en muchos casos, separa el éxito del fracaso. Pero si carece de esa fuerza, podrá acertar en lo que deba decir, pero no obtendrá el mismo impacto y el rendimiento será más bajo. Eso, entre otras cosas, explica que aunque dos entrenadores hagan lo mismo (por ejemplo, la misma charla), lo más probable es que el efecto sea distinto. Y le puede suceder a un mismo entrenador en diferentes momentos: en unos, un impacto favorable; en otros, “¡mis mensajes no impactan!”

La capacidad de influencia de un entrenador está determinada por diversos factores: entre ellos, su personalidad, prestigio y carisma, pero sobre todo, su credibilidad, la conexión emocional con los deportistas y su desgaste. Este último es el que mejor explica las declaraciones de Guardiola. El desgaste del entrenador es casi inevitable. Su método de trabajo, la exigencia continua, la disciplina y el orden que fomenta, los estímulos que utiliza para motivar, desafiar o dar confianza, los conflictos en los que media, las múltiples decisiones que no satisfacen a todos… cuando el que dirige se implica, el mando desgasta. Una de las habilidades más importantes de un entrenador es saber dosificar el ineludible proceso de desgaste. ¿Cómo? Básicamente, determinando sus prioridades y eligiendo bien las batallas en las que necesita quemarse más, al tiempo que en la medida posible, busca las oportunidades para utilizar un estilo de liderazgo más participativo, con más autonomía para los deportistas. En cualquier caso, el paso del tiempo con los mismos deportistas, desgasta; y los mensajes del entrenador ya no impactan tanto.

Guardiola se da cuenta de que ya no puede motivar a sus jugadores. Iniesta señala que es una cuestión suya.  Ambos tienen razón. El entrenador inteligente percibe si sus mensajes impactan o no, si su capacidad de motivar sigue siendo potente o ha perdido fuerza. A mayor desgaste, menor impacto; pero también influye la motivación del propio entrenador. El que no encuentra retos que le motiven a él, es difícil que pueda motivar a sus deportistas. Ocurre también en la empresa y otros ámbitos. Y como en el caso de Pep, suele sucederle a entrenadores/directores que han logrado éxitos importantes con ese mismo equipo. Necesitan cambiar. Hallar nuevos desafíos que les obliguen a salir de su zona de confort; entre ellos, volver a impactar: implantar sus ideas con otro equipo, dejar otra vez su sello, volver a sentir que sus estímulos funcionan, que no son la rutina en la que se han ido convirtiendo con el paso del tiempo junto a los mismos. “¡Mis mensajes impactan de nuevo!”.

Se trata de dos aspectos diferentes que se complementan: la propia motivación de quien dirige, y su desgaste respecto a los que dirige. Conozco a entrenadores/directores muy motivados que, sin embargo, han perdido fuerza y ya no impactan; y el rendimiento del grupo se resiente. De hecho, la motivación del que dirige, mal controlada, puede conducir a un desgaste más rápido. Saber cuando hay que irse, tal y como señala Guardiola, no es fácil. Nos gusta mucho lo que hacemos; nos acostumbramos; nos acomodamos; nos da pereza cambiar; y además, no todos podemos permitirnos cerrar una etapa para cargar las pilas y esperar nuevos proyectos. Aunque a veces quizá podríamos, y sin embargo nos aferramos al puesto aún a costa de ser menos eficaces. ¿Perdemos impacto? ¡Cambio!

Chema Buceta
6-4-2014

twitter: @chemabuceta