domingo, 24 de julio de 2016

LA HORA DE LOS "ANÓNIMOS"

                                       La proximidad de los Juegos aumenta el riesgo de lesiones   




La semana pasada, a falta de tres para comenzar los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro, se supo que el pentacampeón del mundo de triatlón, Javier Gómez Noya, no participará debido a una lesión por caída de la bicicleta en un entrenamiento. En los Juegos de Pekín (2008), Gómez Noya se quedó a las puertas de una medalla que a tenor de su trayectoria triunfante parecía “segura”, y en Londres (2012) consiguió una meritoria plata que, sin embargo, siendo el mejor triatleta del mundo, seguramente no colmó todas sus aspiraciones . Ahora, tras una olimpiada con muy buenos resultados (aprovecho para recordar que la olimpiada es el periodo de cuatro años entre dos Juegos Olímpicos; no, los propios Juegos), su objetivo para Rio no podía ser otro que la medalla de oro; por su edad, la última oportunidad de ser campeón olímpico y completar así una magnífica carrera.

Conocí la noticia cuando me faltaba poco para terminar el interesante libro de Paulo Alonso y Antón Bruquetas “A pulso”, que precisamente relata la historia de Javier Gómez Noya, el mejor triatleta de la historia y uno de los más grandes deportistas españoles de siempre. Si fuera futbolista, tenista o jugara en la NBA, se ensalzarían sus logros a todas horas y se hablaría más de su encomiable ejemplo, pero al practicar un deporte minoritario, la repercusión de sus sobresalientes méritos está lejos de lo que estos merecen.  Si Ronaldo cambia de gel o se corta mientras se afeita, es noticia en el telediario y tema de encrespadas tertulias. Para solo mencionar a Gómez Noya, tiene que haber ganado una carrera de la copa del mundo; si queda segundo, es como si no existiera. Un caso parecido al del piragüista David Cal, ya retirado, el deportista español con más medallas olímpicas. Gómez y Cal son dos grandes estrellas mundiales que en España el gran público apenas conoce, cuando en sus respectivos deportes son auténticos ídolos en los cinco continentes y su listado de títulos internacionales es interminable.  Como ellos, aunque no sean tan grandes, otros deportistas que destacan en sus especialidades apenas existen para los medios de comunicación, y para poder seguirlos mínimamente, hay que bucear profundo en las páginas digitales. Son deportistas “anónimos”,  ejemplos de superación y excelencia eclipsados por el fútbol, la superficialidad que rodea a este y el mayor peso de deportes con más arraigo y patrocinadores poderosos.

Ahora bien, llegan los Juegos Olímpicos y, durante unos días, estos deportistas que han sido ignorados o apenas destacados, copan la máxima atención de los medios. Las expectativas de medallas y grandes gestas pasan por ellos, y por tanto son los héroes que se necesitan para estimular al espectador y vender los Juegos. En ausencia del fútbol de alto nivel,  y teniendo en cuenta que lo que importa ahora es el medallero, estos deportistas “anónimos” son los protagonistas. Su hora ha llegado. Se hablará de ellos, de cómo se preparan, de sus posibles triunfos, de sus éxitos y fracasos, de la aportación que hacen (o no hacen) al sobrevalorado medallero, y hasta de detalles personales si finalmente suben al podio. Evidentemente, este protagonismo efímero no solo interesa a los medios; también a las federaciones y los patrocinadores de estos deportistas que así disfrutan de una exposición mayor, y por supuesto a ellos mismos, pues de eso también dependen su prestigio y los futuros apoyos económicos.

Eres el campeón del mundo o uno de los mejores y casi nadie lo sabe; pero compites en los Juegos Olímpicos con opción de ganar una medalla, y todo el mundo está pendiente de ti. Y tus patrocinadores, encantados. Aunque sea solo por unos días, es una ventaja salir del anonimato y tener acceso a más recursos, pero eso a la vez conlleva diversos riesgos que pueden interferir negativamente en el funcionamiento deportivo, por lo que una parte importante de la preparación final debe incluir, precisamente, la prevención de tales riesgos.

Uno de ellos es que el deportista se distraiga en exceso y no pueda preparase bien.  He conocido deportistas que cambian significativamente sus planes de entrenamiento y descanso para atender compromisos publicitarios o entrevistas en los medios de comunicación. Tener claras las prioridades, restringir lo extradeportivo al máximo, y organizar bien el plan diario para compatibilizarlo todo sin que el deportista salga perjudicado, son aspectos fundamentales en los que no solo el deportista, sino todo su entorno, debe estar implicado.

Otro riesgo es la presión a la que estos deportistas “anónimos” no están acostumbrados. Los que son medallistas mundiales, continentales o nacionales, se han enfrentado exitosamente a la obligación de ganar en sus respectivos deportes, pero ahora, la obligación se extiende a un espectro más amplio y bajo la mirada de mucha más gente. “Mañana, nuestras esperanzas de medalla son…”. Esta es una frase habitual que induce a asumir una responsabilidad global que en realidad no le corresponde al deportista, pero que muchos aceptan consciente o inconscientemente, y eso ha pasado factura a un gran número de campeones “anónimos” de los que ahora se espera que contribuyan al éxito colectivo de su país. El deportista carga piedras en la mochila que en realidad no le corresponden, y estas pueden pesar demasiado.

Para casi todos los que participan en unos Juegos Olímpicos, estos son algo especial, pero no en la misma medida. Para algunos, no son lo más importante de su carrera y su calendario, como sucede con algunos jugadores de tenis o de la  NBA. Aunque por razones comerciales obvias, sus patrocinadores propician que estén en la gran cita de los cinco aros, el interés de estos deportistas suele ser pasajero. Casi anecdótico. Muy diferente de lo que sucede con aquellos otros para quienes los Juegos son lo máximo, el objetivo principal de sus carreras deportivas, el evento que determina la mayor parte de sus ingresos e influye más en su prestigio y satisfacción personal. Para todos, la grandeza de los Juegos es un factor común que les puede afectar emocionalmente, pero lógicamente el impacto es mayor para estos últimos. Además, se trata de una oportunidad única que solo se presenta cada cuatro años, por lo que la presión para los que más se juegan es aun mayor. El que participa en unos Juegos Olímpicos nunca sabe si volverá a hacerlo cuatro años más tarde. La olimpiada es un periodo largo en el que pueden pasar muchas cosas, y la mayoría solo participa una vez, quizá dos, con verdaderas posibilidades de éxito. Los Juegos Olímpicos son el aquí y ahora, la meta final, la oportunidad que quizá no se presente más.

Todos estos factores propician que los Juegos constituyan una situación muy motivante y a la vez muy estresante, sobre todo para los deportistas “anónimos”.  Y la sobreactivación que la motivación y el estrés provocan, favorece el sobreentrenamiento, el riesgo de lesiones y un rendimiento inferior al esperado. En la historia de los Juegos Olímpicos existen bastantes casos de deportistas que llegan pasados de forma, rinden peor que habitualmente o se lesionan en las semanas previas. A veces son los entrenadores, y otras los propios deportistas, quienes para mitigar la ansiedad, exigen o se autoexigen más de lo que se debería en un periodo en el que más que “añadir” hay que “quitar”. Algunas lesiones tienen su explicación en haber forzado la máquina más de la cuenta y/o no haber tenido el suficiente descanso tanto por escasez de horas como por no poder dormir. Pueden contribuir también el exceso de tensión muscular, los movimientos inapropiados y una atención deficiente como consecuencia de la sobreactivación. Lógicamente, la vulnerabilidad es mayor si además se añaden problemas personales. Te puedes caer de la bicicleta por diversas causas ajenas, pero quizá también por alguna propia. No digo que la lesión de Gómez Noya tenga que ver con todo esto, pues no conozco los detalles, pero en casos similares no sería descartable. Según he leído, su año no ha sido del todo bueno y ha tenido o tiene problemas personales. En Pekín no respondió a lo que se esperaba de él. En Londres, solo parcialmente. En los Juegos de Rio todos esperaban el oro, un objetivo ineludible, la última oportunidad de ser campeón olímpico, el broche a su brillante carrera. ¿Estrés? Sin duda, mucho. ¿Capacidad para manejarlo? Sin duda, mucha también. Pero los Juegos son los Juegos, e incluso el más grande puede sucumbir  a la presión que generan.

Es la hora de los deportistas “anónimos”, a los que confieso que admiro profundamente por su compromiso, dedicación y afán de superación. Y no solo a los posibles medallistas, sino a todos los que se han ganado a pulso estar ahí para dar lo mejor de sí mismos. Con medallas o no, son los grandes protagonistas, los que hacen de los Juegos Olímpicos ese escenario incomparable. Para ellos, la prioridad ahora es no lesionarse y llegar a la gran cita en las mejores condiciones. Después, gestionar bien lo que les rodea, no aceptar la responsabilidad global que no les corresponde y centrarse solo en lo que depende de ellos. Siendo así, sus posibilidades de éxito, cualquiera que este sea, serán mayores, y estarán más cerca de ese sueño por el que tanto han luchado. ¡Suerte a todos!

(Con toda mi admiración a Javier Gómez Noya, y el deseo de su pronta recuperación y futuros éxitos)

Chema Buceta
24-7-2016

Twitter: @chemabuceta