sábado, 30 de marzo de 2013

AUTOCONFIANZA: ¿BUENA O MALA?

                        Los indiscutible éxitos de España han fortalecido su autoconfianza 


En el primer artículo de este blog (julio, 2012) me referí a la selección española de fútbol como los “campeones en autoconfianza”.  Señalé entonces, que los excelentes resultados de los últimos años y el dominio de las acciones concretas (el estilo de juego) que habían conducido a ellos, habían fortalecido la cualidad psicológica que más trascendencia tiene en los grandes partidos: la autoconfianza colectiva; y que ésta parecía haber contribuido notablemente al éxito en la Eurocopa. Apunté también, que asimismo, el éxito conlleva el riesgo de un exceso de confianza que puede perjudicar el rendimiento, y de ahí la importancia de no infravalorar a ningún rival por modesto que sea. Los dos últimos partidos de la selección española frente a Finlandia y Francia, constituyen dos buenos ejemplos sobre la autoconfianza: ¿buena o mala?
      Contra Francia, una vez más, la autoconfianza fue el valor psicológico de la selección española

Desde la perspectiva psicológica, el máximo rendimiento de un equipo se produce cuando éste, en su conjunto, se encuentra en lo que se denomina “nivel de activación óptimo”. En ese nivel óptimo, el equipo juega con fluidez y desarrolla lo mejor de sí mismo. Sin embargo, si la activación colectiva se encuentra por debajo o por encima de dicho nivel, el rendimiento empeora. En los grandes partidos, la motivación y/o el estrés propician estados de activación que suelen estar por encima del nivel óptimo deseado; y es entonces cuando una autoconfianza fuerte contribuye a contrarrestar este problema, situando la activación en el nivel apropiado. Es lo que parece haberle ocurrido a la selección española en tantos partidos trascendentes de los últimos años, incluyendo el último contra Francia. ¿Autoconfianza buena?
 Nadie esperaba que los campeones del mundo no pudieran ganar a Finlandia. ¿Exceso de confianza?


Por el contrario, en los partidos aparentemente fáciles (los partidos “trampa”) la motivación y el estrés tienen menos presencia, y entonces una autoconfianza fuerte puede contribuir, todavía más, a un nivel de activación por debajo del que se considera óptimo. Es decir, puede potenciar un estado de relajación que podría perjudicar el rendimiento. No es que los jugadores salgan relajados en su sentido más estricto; pero sí menos activados de lo que deberían para estar alerta, anticiparse, reaccionar a tiempo, medir bien los riesgos, movilizar la energía necesaria, mostrarse ambiciosos, tomar las decisiones correctas… Esto es lo que, probablemente, aún habiendo ganado por ser muy superior, ha sucedido en algunos partidos de la selección frente a rivales inferiores. También ante Finlandia; aunque esta vez  sin la victoria ¿Autoconfianza mala?

Tras el partido contra Finlandia, el propio Del Bosque reconoció que no se esperaban lo sucedido. En realidad, nadie lo esperaba. Se hablaba del trascendente partido contra Francia, y el de Finlandia se consideraba un mero trámite en el que lo más destacado eran los cien partidos de Sergio Ramos y el regreso de Villa a Asturias. El seleccionador advirtió en sus declaraciones, y estoy seguro de que también en las reuniones con los jugadores, que se trataba de un partido trampa que había que ganar, pero por otro lado su mensaje fue claro: reservó a los jugadores tocados para el partido contra Francia. ¿Hizo mal? No soy quien para juzgarlo, pero desde un punto de vista global (lo psicológico no lo es todo) creo que la decisión fue acertada: objetivamente, el partido contra Francia era mucho más difícil y más trascendente, esos jugadores clave tenían algunos días más de recuperación, y los que los sustituían no eran precisamente cojos, sino grandes futbolistas, y desde luego mucho mejores que los de Finlandia, último en la clasificación del grupo. Después, con 1-0, el equipo se encuentra cómodo. Es lógico.  ¿Cuántos partidos ha ganado la selección con ese resultado? Muchos. Y encima, ahora, frente a un rival bastante inferior que apenas pasa del centro del campo. Los jugadores intentan marcar otro gol, claro; ¿pero lo hacen con la ambición e intensidad que predominarían si de verdad pensaran que lo necesitan? Es algo inconsciente, pero que está ahí, influyendo en la actitud general y el comportamiento en cada jugada. ¿Autoconfianza mala? Y en una jugada ¿desgraciada? Finlandia empata. ¿Mala suerte?


                             Del Bosque mantuvo la calma tras el traspié contra Finlandia

Acaba el partido y aparecen las críticas. Muchos se dan cuenta de que la cosa se ha puesto fea, que ya no sirve empatar contra Francia (antes quizá tampoco, pero ahora menos). ¿Cómo lo gestiona Del Bosque? Comenté en twitter antes del partido en París que, pasara lo que pasara, consideraba que el seleccionador, en su línea de gran maestro, había manejado muy bien el traspié contra Finlandia. Quedaban tres días para un trascendental y muy difícil partido, y lo único importante en ese crítico momento era llegar al mismo en las mejores condiciones. Del Bosque no critica a nadie por lo de Finlandia, no busca culpables, no se pone nervioso, mantiene la calma y encaja el golpe con naturalidad. Y a pesar de que se dice que el estilo de España está agotado (?), el seleccionador fortalece la autoconfianza colectiva manteniendo lo que tantos éxitos ha dado en el pasado. Sabía decisión. En los partidos grandes se debe apostar por lo que se ha hecho y se hace bien; no es momento de grandes cambios. Del Bosque lo sabe y lo aplica. Y así jugó España en Francia: mostrando una sólida autoconfianza; sin precipitarse a pesar de no marcar en toda la primera parte. Con esa convicción y ese autocontrol que proporciona el nivel de activación óptimo, tarde o temprano llegaría el gol; ¡y llegó! Podría no haber llegado, porque así es el fútbol, o podría haber marcado Francia (estuvo a punto), pero el estado psicológico que mostró la selección española fue el adecuado para conseguir la hazaña. ¿Autoconfianza buena?


Del Bosque ha sido ensalzado en estos días como corresponde al emotivo triunfo de la selección y a sus indiscutibles méritos. El mayor, en mi opinión, es haber sabido estar a gran altura en esos días difíciles entre ambos partidos. Cuando las cosas van bien, son muchos los que pueden liderar, pero es en esos momentos críticos, con tan poco tiempo de reacción, cuando se observa a los verdaderos maestros. Trasladémoslo a cualquier otro campo: la empresa, las relaciones personales… ¿Cuántos se habrían puesto nerviosos, hecho críticas inoportunas y planteado cambios significativos, en lugar de mantener la calma y atenerse a los planes previos?  (Del Bosque cambió a algunos jugadores, pero no por el mal resultado contra Finlandia, sino porque lo tenía previsto). ¿Autoconfianza buena?








                                    No hay enemigo pequeño. ¿Aprenderemos la lección?

Tras el éxito contra Francia, se alaba a la selección española y del partido contra Finlandia ya nadie parece acordarse: un accidente intrascendente; fútbol es fútbol. Incluso se habla ya de clasificación asegurada, cuando aún quedan tres partidos. Claro, son frente a rivales muy inferiores… uno de ellos, ¡Finlandia! ¿Habremos aprendido la lección?  ¿O nos arriesgaremos a tropezar en la misma piedra del exceso de confianza, la autoconfianza mala?


La humildad y la capacidad de aprender de los errores propios, son virtudes que ningún gran campeón, si pretende seguir siéndolo, debería despreciar. La selección debe seguir apoyándose en una sólida autoconfianza cuando lleguen los partidos grandes, pero a corto plazo, al afrontar los más fáciles, conviene asumir que nadie regala nada, y que lo de Finlandia puede repetirse si no se respeta al contrario por modesto que sea.


Chema Buceta
30-3-2013

twitter: @chemabuceta

domingo, 24 de marzo de 2013

LES SUELTO EL ROLLO Y YA HE CUMPLIDO

No por gritar más y mostrar más gráficos, se transmite mejor



En el ámbito laboral, hablar con otra persona es una ocasión para conocerse, compartir, transmitir y recibir mensajes que tengan un impacto favorable. Una gran oportunidad que a menudo se desaprovecha por falta de habilidad. Pensemos en el director que se reúne con uno de sus subordinados para comentar un nuevo proyecto o pedirle un mayor esfuerzo; el entrenador que habla con uno de sus jugadores para transmitirle que confía en él; o el que va a una entrevista de trabajo y, en pocos minutos, debe lograr el mejor impacto en su interlocutor. En casos como estos, no basta con ir allí y decir cosas; se trata de actuar de la manera más eficaz para conseguir el objetivo que perseguía la conversación.  

Cuando se habla en público, sucede lo mismo. Presentaciones, conferencias, ponencias, reuniones de equipo, lanzamiento de productos, discursos, exámenes, charlas y otra situaciones similares, exigen un rendimiento notable para impactar a quienes escuchan. Bastante a menudo, el orador asume que tal rendimiento consiste en “soltar el rollo”, decir muchas cosas y no dejarse nada en el tintero. "Les suelto el rollo y ya he cumplido". Grave error; pues por muy interesante que sea, eso no garantiza, incluso aleja, el impacto perseguido.  

Los buenos oradores no son los que siguen fielmente un guión rígido de principio a fin, caiga quien caiga; ni los que se empeñan en exponer todo lo que les gustaría, abusando de la intervención; o los que leen para no perder detalle, sin importarles si cansan o aburren; sino aquellos que se preparan y actúan de forma que sus mensajes tengan el mayor calado posible en la audiencia. Asumir que el protagonista no es el orador, sino el público que le escucha, es el punto de partida de una presentación eficaz. Después, consecuentemente, el orador debe exponer con habilidad para que el impacto deseado se produzca.


                               Lo importante no es soltar el rollo, sino impactar a la audiencia


Algunos errores habituales de las presentaciones en público, entre otros, son: la mala ubicación del orador, el abuso y mal uso de los medios técnicos (power point, video…), leer, no establecer un buen contacto visual con la audiencia, utilizar un volumen, un ritmo y un tono monótonos o inadecuados, no hacer pausas o no aprovechar sus ventajas, emplear muletillas que entorpecen la fluidez, usar deficientemente el lenguaje no verbal, transmitir sin emoción, perder el tiempo con introducciones superfluas, extenderse demasiado, repetir lo mismo, no entender lo que necesita la audiencia, errar en los contenidos y la forma de exponerlos, distraer con asuntos secundarios que eclipsan a los centrales…  En definitiva, errores que minimizan el impacto de la intervención porque interfieren negativamente con el aspecto más determinante: lograr la sintonía apropiada con el público para captar y mantener su atención, su interés y su esfuerzo mental; involucrarlo en la elaboración de los contenidos; hacer que se sienta partícipe, protagonista; provocar que perciba emociones que lo enganchen; favorecer que abra su mente para asimilar los mensajes… y aunque parezca paradójico, respetar su libertad de implicación. En general, la persona que se siente libre, abre su mente; la que se ve intimidada, la cierra. 




                                       Leer es uno de los principales errores de un orador


En el ámbito de la empresa, por ejemplo, es frecuente que se preparen presentaciones en power point que, posteriormente, pueden exponer personas diferentes. Se confunde lo que podría ser un documento homogéneo con información relevante (información general sobre la empresa, listados de productos y precios, etc.) de lo que consiste presentar en público. Es lógico que los folletos, videos y otros documentos corporativos sean homogéneos, pero una presentación oral no es eso. Lo escrito, lo audiovisual y lo oral son complementarios, pero el gran valor añadido del orador está en el qué y el cómo transmite sus mensajes para lograr el impacto que no tienen esas otras herramientas. Ese valor de la oratoria, único y tan especial, se pierde si lo importante de una presentación es preparar y seguir (a veces, leer) unas transparencias o un video, en lugar de aprovechar la oportunidad de impactar mediante la palabra. 

Hay personas que presumen de haber preparado una buena presentación aludiendo a los colores de los gráficos, las imágenes que los acompañan o la forma en que situaron el logo de la empresa… pero ¿qué importancia tiene todo eso si los que escuchan se aburren con la lectura monótona y soporífera de quien tiene la palabra?  ¿Para qué sirve que haya un orador, si se limita a leer o a comentar unas imágenes, algo que en muchos casos podría hacer el propio público por su cuenta? ¿Dónde está el valor añadido de la presentación? 

En la misma línea, ¿qué decir de un entrenador cuando se reúne con sus deportistas antes de un partido? Si domina las habilidades pertinentes, lo que puede transmitir con la oratoria tendrá mucha más fuerza que cualquier otro recurso alternativo (más que los videos que están tan de moda): sus mensajes impactarán más a sus jugadores y, por tanto, serán más eficaces. En otros ámbitos sucede lo mismo: el abogado en un juicio, el profesor en clase, el consultor en un curso, el directivo en una reunión de equipo o en un discurso… Sus intervenciones orales serán mucho más productivas si aceptan que el protagonista es la audiencia, personas a las que debe llegar, involucrar y cautivar. 



                                           Hay que procurar que el público no se duerma


Obvio, que esta poderosa herramienta que es hablar bien, en público y en privado, hay que desarrollarla. En principio, algunas personas tienen más cualidades que otras; pero todos podemos mejorar mucho. Es cuestión de entrenamiento: a veces más amplio e intenso, y otras para modificar pequeños pero relevantes detalles. Básicamente, el entrenamiento incluye el desarrollo de habilidades para controlar el miedo escénico y otras emociones, y conseguir el nivel de activación óptimo; habilidades no verbales (ubicación, posturas, contacto visual, gestos…); habilidades paralingüísticas (volumen, tono, fluidez, pausas…); habilidades organizativas (condiciones de la sala…); habilidades relacionadas con la preparación de la exposición (estructura de la presentación, prioridades, adaptación al tiempo…) y el uso de los medios técnicos (si procede utilizarlos); y habilidades verbales (contenidos apropiados, uso de ejemplos, anécdotas y metáforas, preguntas retóricas…). Todas estas habilidades deben estar al servicio de los objetivos del orador, quien debe aprender a incorporar las diferentes técnicas con la mayor naturalidad y autenticidad (es decir: no fingir), valiéndose de ellas para conectar emocionalmente con el público, ya sean muchos o uno solo, y conseguir el mayor impacto.


Chema Buceta
24-3-2013


domingo, 10 de marzo de 2013

¿QUIÉN LLEVA EL TIMÓN?

                             La provisionalidad indefinida puede minimizar la influencia de quien lidera


Escribo este artículo dos días antes del decisivo partido de vuelta de la Champions entre el Barcelona y el Milan. Tras perder 2-0 en la ida y caer eliminado en la Copa del Rey por el Real Madrid, el Barca afronta este trascendente reto en uno de los peores momentos en su brillantísima trayectoria. Según Puyol, su carismático capitán, el equipo necesita una gran hazaña: esa que, al ser una situación tan infrecuente y con intentos fallidos en el pasado, de momento no tiene en su laureado palmarés.


Hasta el partido en Milán, los resultados del equipo habían sido más que muy buenos, y se alababa su capacidad para mantener ese altísimo nivel a pesar de la enfermedad de su entrenador, Tito Vilanova, que obligó a su ayudante, Jordi Roura, a tomar el mando. Durante este tiempo, una impresión extendida coincidía en que para liderar un equipo con esas estrellas maduras, comprometidas y unidas por una espectacular sinergia en lo deportivo y lo humano, prácticamente daba lo mismo Vilanova que Roura. Bastaba con dejar hacer a esos grandes maestros siguiendo el modelo de autogestión desarrollado en la etapa de Guardiola con su liderazgo participativo. Para muchos “gurús”, un ejemplo de liderazgo moderno: la situación ideal en la que todos son líderes que asumen esa responsabilidad y quien manda permite un espacio amplio para la iniciativa de sus subordinados. Sin embargo, cuando han llegado los malos resultados, muchos denuncian que Roura no está a la altura de las circunstancias y en el equipo falta liderazgo. ¿En qué quedamos?

Como se ha comprobado en otros muchos casos dentro y fuera del deporte, favorecer la iniciativa y la participación activa en los procesos de toma de decisiones, y propiciar que se desarrolle una responsabilidad individual y colectiva sin necesidad de decir siempre lo que hay que hacer, son elementos muy positivos que, bien administrados, contribuyen a optimizar el rendimiento de los equipos. Ahora bien, la autogestión colectiva sin una jerarquía es una utopía en el alto rendimiento. Éste exige que haya alguien al timón: un referente que puede aceptar las ideas de sus subordinados, consultarlos a menudo y delegar en ellos muchas de las decisiones, pero que está ahí (y todos saben que está ahí) velando por el buen funcionamiento del grupo y asumiendo la responsabilidad de mando cuando, como en los momentos más críticos, resulta necesario que quien tiene el poder lo ejerza. ¿Quién lleva el timón? De hecho, la autogestión es más eficaz cuando los que se autogestionan saben que lo hacen con red: es decir, habiendo un director que avala y está al tanto de lo que se está haciendo, que tiene la posibilidad de reconducirlo y, en definitiva, que asume la responsabilidad última. Muy probablemente, así ha sido en el Barca de Guardiola y su continuador Vilanova. ¿También en el de Roura?

El grave contratiempo de la enfermedad de Tito Vilanova, ha sido manejado por el club mediante decisiones aparentemente sensatas que han favorecido un clima de normalidad. Una de ellas, apostar por la continuidad en la dirección del equipo, dejándolo en manos de su ayudante; la misma pauta que cuando se marchó Guardiola y Vilanova lo sustituyó. La diferencia es que entonces le dieron a éste los galones con todos los honores, mientras que ahora el bastón de mando de Roura es provisional. Oficialmente, el entrenador sigue siendo Vilanova. Roura es un sustituto por un plazo indefinido. La continuidad pretendía aportar estabilidad e inicialmente lo logró; pero transcurrido un tiempo razonable, la provisionalidad sin fecha límite cercana parece propiciar justo lo contrario. ¿Quién lleva el timón?

¿Se puede relacionar esta circunstancia, con los malos resultados ante el Milan y el Madrid? Lo fácil es decir que sí: señalar que Roura carece del liderazgo apropiado para conducir a una plantilla plagada de estrellas. Sin embargo, a pesar de lo expuesto anteriormente, no parece que se pueda establecer esa relación tan sencilla entre causa y efecto. A menudo, se acude a lo psicológico para explicar el bajo rendimiento de un equipo, pero muchas veces, son otros factores los que tienen el mayor peso. En este caso, mi impresión es que el Barcelona afrontó el partido de Milán con la misma motivación, autoconfianza, sinergia colectiva y capacidad de autogestión que en otras grandes citas en el pasado, y que como en algunas de estas (Inter y Chelsea en semifinales de Champions; Real Madrid en algunos partidos), con Guardiola pilotando, el rival encontró el antídoto táctico para entorpecer ese preciso fútbol que tantos éxitos le ha dado. Si a eso unimos que los años y las lesiones hacen mella en algunos jugadores clave, que otros quizá no han llegado en su mejor forma física, y que, no hay que olvidarlo, el deporte no son las matemáticas y cualquier equipo puede tener un mal día, encontramos explicaciones contundentes que minimizan la de apelar a la falta de liderazgo.

Desde la distancia, Roura parece estar haciendo una buena labor en un papel muy difícil, contribuyendo a que esa sinergia tan positiva que caracteriza a este gran equipo, siga funcionando. Lo de Milán podría haber ocurrido igualmente con Pep o con Tito (como de hecho ha pasado otras veces). Ahora bien, lo que se vislumbra es que esa derrota ha tenido en el equipo, y en su entorno, un impacto anímico negativo que se ha acentuado con la eliminación de la Copa ante el gran rival. Y en este momento, ante el trascendente partido de vuelta de la Champions, la robusta autoconfianza de antaño podría estar debilitada. Un momento crítico, sin duda, en el que, ahora sí, el papel de un líder con capacidad para tirar del carro adquiere una gran importancia. ¿Quién lleva el timón?

La cuestión no es tanto si está Vilanova o está Roura, sino que quien esté debe poder ejercer un liderazgo verdaderamente influyente. Y para eso, la provisionalidad no ayuda a Roura. El presidente del club ha señalado que lo importante en este momento, más que los triunfos, es la recuperación de Vilanova (seguramente, con el propósito de reducir la presión del partido ante el Milan); añadiendo que Tito, pase lo que pase, es y seguirá siendo el entrenador del equipo. También ha dicho que Roura es un héroe al que hay que agradecer lo que está haciendo. Un detalle de humanidad hacia Vilanova, pero flaco favor a Roura acentuando su papel de actor secundario en lugar de apuntalarlo como principal. Habría sido más acertado reconocer el mérito del primero y comentar que en el futuro se contará con él, pero dejar muy claro que el entrenador del equipo, con mando absoluto, es Jordi Roura. 

Los jugadores perciben el poder, la confianza y el apoyo que el club concede a quien les dirige, y eso, sobre todo en los momentos más críticos, influye en la capacidad de éste para liderar con eficacia. En este caso, parece claro que la voluntad de todos es superar la eliminatoria y seguir cosechando triunfos; y es evidente que este gran equipo está sobrado de recursos para poder hacerlo. Pero aún siendo respetado por la plantilla, la fragilidad del entrenador, ¿quién lleva el timón?, hasta ahora intrascendente, podría debilitar la autoconfianza y sinergia colectivas que han repercutido tanto en los grandes éxitos.

Chema Buceta
10-3-2013

twitter: @chemabuceta