La maratón es un gran reto personal de disciplina y superación
En la última semana, la
maratón ha sido noticia por el desgraciado suceso de Boston. Un acto repugnante
contra deportistas y espectadores indefensos que lógicamente ha causado gran
indignación y rechazo. La maratón es un espacio de libertad que se ha visto
invadido por el terrorismo más cobarde, y ha ocurrido, precisamente, en la de
Boston, celebrada por primera vez en 1897, la más antigua de una tradición
consolidada en otras ciudades del mundo. En la actualidad, son muchas las que
organizan esta prueba de 42,195 kilómetros. En ella participan atletas
profesionales y, mayoritariamente, miles de corredores populares de edades,
experiencia y registros muy variados. Ayer mismo, que yo sepa (quizá haya
habido alguna más), se celebraron maratones en Londres, Hamburgo, La Coruña y
Belén (primera edición de la maratón de Cisjordania), y el próximo domingo (28
de abril) tendrá lugar la 36 edición de la de Madrid.
La maratón es un gran reto
personal de disciplina y superación. Es prácticamente imposible
afrontarla sin una preparación prolongada que exige un alto compromiso,
múltiples sobreesfuerzos y sobreponerse a la pereza, el cansancio, el desánimo
y otras adversidades. La motivación de logro es fundamental, así como
organizarse bien para poder dedicar mucho tiempo a entrenar, seguir un buen
plan, cuidar la alimentación, respetar los descansos, evitar los excesos y
luchar con uno mismo para vencer la tentación de no entrenar o abandonar. ¿Reto de locos? Hay quien lo piensa; y es cierto que, como le sucede
a algunos, no es sano obsesionarse convirtiéndolo en la máxima prioridad; pero
para la mayoría es una gran oportunidad de ponerse las pilas de los hábitos
saludables, mejorar la forma física y plantearse un desafío estimulante respecto a uno mismo. ¿Reto de héroes?
Tampoco. Sólo gente normal que disfruta haciendo deporte en su más pura
esencia.
Existen retos análogos en
otros ámbitos que, como la maratón, nos muestran la importancia de los
objetivos ambiciosos para estimular los grandes esfuerzos. Comprometerse con un
objetivo ambicioso que realmente se desea y se considera alcanzable, favorece
que se activen recursos que, de otra forma, permanecerían latentes o
infrautilizados. Esa es una de las grandezas de la maratón: durante varios
meses se trabaja duro para ensanchar los propios límites y poder dar lo mejor
de uno mismo en ese gran día. Aún así, llegado el momento, el corredor no las
tiene todas consigo, pero se centra en sus fortalezas para superar la
adversidad (cansancio, dolor, sufrimiento) y alcanzar el deseado objetivo. Sin
éste, todo ese sobreesfuerzo no se produciría. La fuerza del objetivo como reto
atractivo y alcanzable, no como amenaza, es el elemento clave que mueve a la
acción. Muchas veces, directores y entrenadores no son capaces de conseguir que sus liderados se esfuercen lo necesario
para rendir a un nivel elevado. ¿Qué sucede? En bastantes casos, el problema
parte de la ausencia de un reto suficientemente ambicioso que impulse la
implicación deseada.
Un buen objetivo señala la
meta a alcanzar y, por tanto, determina el rumbo que para conseguirla debe
seguir el comportamiento. Si no lo hubiera en la maratón, los corredores
avanzarían sin saber a dónde ir, y pronto se detendrían. Sucede en las largas
sesiones de entrenamiento. Tener claro el objetivo de cada sesión contribuye a
completarla; correr sin más, desgasta y disminuye el esfuerzo. ¿Ejemplos en
otros ámbitos? Muchos: en el trabajo, las relaciones interpersonales... ¿Qué
tengo que conseguir? (el objetivo). ¿Qué camino sigo? (el plan). ¿Cómo avanzo?
(la estrategia). ¿Qué dificultades me puedo encontrar? (prevención de la adversidad).
¿Qué haré si surgen tales dificultades? (estar siempre preparado).
¿Cualquier objetivo es válido?
Evidentemente, no. En primer lugar, debe ser un objetivo suficientemente atractivo
para el interesado. Un error de directores y entrenadores es plantear objetivos
que resultan atractivos para ellos o la institución que representan, sin
valorar si también lo son para los “soldados de a pie”, que deben alcanzarlos.
Precisamente, entre los cometidos de un buen líder está el de hallar objetivos
que atraigan a sus liderados; o bien partiendo de los objetivos deseados por la
organización, encontrar el vínculo entre éstos y el interés individual de cada
persona implicada. A nivel personal es igual. Conviene plantearse objetivos que
en verdad le cautiven a uno, no los que se marcan otros o son políticamente
correctos; y si no hay más remedio que asumir objetivos impuestos, encontrar
intereses individuales relacionados. En la maratón es clave que el corredor
establezca un objetivo que le motive mucho (acabar la carrera, hacerlo en un
determinado tiempo…) sin ocuparse del objetivo de los restantes participantes.
En otras facetas, lo mismo. Si no se acierta en este primer paso (que el
objetivo ambicioso sea suficientemente atractivo), lo demás sobra.
El siguiente paso incluye no
caer en el grave error, frecuente entre vendedores de humo y motivadores de
feria, de plantear retos aparentemente ambiciosos sin más, pensando que cuánto
más ambiciosos, mejor. (¡Piensa en grande! ¡Cumple tus sueños! ¡Tú puedes! bla,
bla, bla…). Esta mala práctica suele ser poco eficaz para consolidar los
comportamientos de esfuerzo continuado que exige el afrontamiento de retos
ambiciosos. Además, se trata de una estrategia ¿motivadora? irresponsable que
puede causar un gran daño psicológico. En un principio, las personas se
entusiasman con la aparente grandeza del objetivo y la ilusión de alcanzarlo,
pero en muchos casos, tarde o temprano (más bien temprano), se dan cuenta de lo
elevado del coste y la imposibilidad o falta de interés real por
asumirlo. Es decir, la motivación inicial por el beneficio decae
cuando se presenta el enorme coste que exige o se percibe la propia incapacidad
para afrontar el reto asumido. Llegado este punto, alcanzar el objetivo deja de
ser un reto desafiante que motiva, para convertirse en una pesada carga
amenazante que estresa; y lo habitual es que se abandone el proyecto (¿Cuántos
proyectos ilusionantes no pasan de un inicio?). En muchos casos, el
protagonista se siente frustrado, fracasado y culpable por no haber respondido
a las expectativas que se había creado y haber tirado la toalla. La confianza
en uno mismo se debilita; también, la autoestima; pudiendo dar lugar a estados
depresivos y una vulnerabilidad psicológica que podrá determinar el funcionamiento
futuro. ¿Quién se hace responsable?
Por tanto, es clave que los
objetivos ambiciosos, además de resultar suficientemente atractivos, sean
realistas; sobre todo, que los interesados los perciban como tales. Puede haber
objetivos objetivamente realistas que, sin embargo, no sean considerados así
por quienes tienen que afrontarlos; en cuyo caso, lo prioritario será trabajar
para que esa percepción errónea cambie (señalando hechos que muestren la
viabilidad de los objetivos, estableciendo plazos razonables, previniendo
dificultades…). Si el interesado no percibe el objetivo como realista, su
confianza en alcanzarlo será mínima, el objetivo será amenazante en vez de
desafiante y la motivación inicial disminuirá muy pronto.
Por este mismo motivo, es
fundamental analizar los costes. Es decir, concretar y valorar el esfuerzo que
se debe realizar para poder alcanzar el objetivo. Un error habitual es hablar
del objetivo (el beneficio) pero no de los costes que conducen a lograrlo. Se
destaca lo bueno y se evitan las malas noticias pensando que la motivación será
mayor. Pero en general, no es así. La clave de la motivación, una vez alta, es
su estabilidad; y ésta no se consigue sin anticipar los costes y disponer de un
plan razonable para afrontarlos con éxito, minimizar su impacto y, en
definitiva, decidir asumirlos con conocimiento de causa. Si el corredor no
analiza bien lo que le supondrá su extensa preparación de la maratón, lo más
probable es que abandone en cuánto los costes aparezcan y le superen. Y lo
mismo ocurre en otros proyectos ambiciosos: por ejemplo, cuando un emprendedor
se embarca en su negocio muy motivado por el beneficio, pero sin contemplar en
profundidad los costes ni diseñar un plan para controlarlos. ¿Cuántos proyectos
fracasan muy pronto por este motivo?
La disciplina, la
perseverancia, el sobreesfuerzo, la resistencia al cansancio, la pereza y la
frustración, y la energía positiva que acompañan al intento de cualquier reto
ambicioso, dependen de una motivación superior que se alimenta de objetivos muy
atractivos, la confianza en lograrlos (objetivos considerados realistas) y las
satisfacciones de controlar/superar el coste necesario e ir consiguiendo
objetivos menores que se acerquen al objetivo final (lo que a su vez, fortalece
la confianza). Por tanto, además de plantear objetivos atractivos y realistas y
considerar sus costes, es necesario establecer objetivos cercanos que se
aproximen progresivamente al objetivo más ambicioso. Y aquí, básicamente,
existen dos caminos. Uno, para aquellos que parten de experiencias exitosas,
con un mayor énfasis en el objetivo ambicioso final (sin olvidar los objetivos
intermedios). Otro, para aquellos que necesitan fortalecer la confianza, con el
acento en los objetivos más cercanos (sin olvidar el objetivo final, aunque en
muchos casos, obviándolo durante un tiempo). Por ambos caminos se puede llegar
a Roma, pero hay que acertar en el más apropiado para cada caso concreto.
El dominio del
establecimiento de objetivos es una habilidad fundamental para aquellos que
dirigen a personas, tanto individualmente como en grupo, y por supuesto, para
cualquier persona que desee plantearse y conseguir retos. El entusiasmo y los
buenos propósitos de cualquier comienzo, pronto se esfuman en ausencia de los
objetivos, planes y estrategias apropiados; algo a tener muy en cuenta para correr
la maratón, adquirir hábitos saludables, dirigir equipos exitosos o emprender
cualquier proyecto que exija un coste elevado.
(Suerte a todos los
participantes en la maratón de Madrid del próximo domingo día 28).
Chema Buceta
22-4-2013
twitter: @chemabuceta