En las últimas semanas hemos conocido varios casos de violencia física contra árbitros en competiciones menores. Por desgracia, no es algo nuevo. Y no digamos las amenazas, los insultos, las vejaciones… Algo habitual. Preguntada en la televisión sobre uno de estos casos, una señora de unos cuarenta y cinco años, a la que acompañaban dos niños de entre diez y quince, justificó estas acciones “porque muchas veces se lo merecen”. Nada nuevo, tampoco. ¿Cuántas personas adultas, aparentemente responsables, se desgañitan en los estadios insultando o amenazando al árbitro? No actúan así en otros ámbitos; pero en el estadio, sí. Es algo aceptado, que incluso se aplaude o se ríe. Forma parte de ese entorno desinhibido en el que, bajo la protección del anonimato y la masa, se puede vilipendiar a quien no puede defenderse. Un acto cobarde al que nos hemos acostumbrado. Evidentemente, el público puede discrepar de la decisión de un árbitro y manifestarlo, pero debería hacerlo con respeto: sin insultos ni amenazas. Sería lo correcto. Pero…
Dice un refrán español que “de aquellos polvos vienen estos
lodos”. La violencia verbal y física de los espectadores, los entrenadores y
dirigentes de deportistas jóvenes, y otros actores anónimos, se alimenta de los
malos ejemplos que estos observan en el deporte profesional y los que lo
rodean. Éste es un escenario con un gran impacto social. Lo que aquí sucede, lo
que dicen o hacen sus protagonistas, tiene una enorme influencia en una gran
parte de la población. Por supuesto en los niños, que aprenden lo bueno y lo
malo; y también en un gran número de adultos, muchos de ellos padres que transmiten
a sus hijos tales enseñanzas. Por desgracia, lo que a menudo se enseña es que
existe barra libre para ir contra los árbitros. Se olvida que para muchos, niños y adultos, el deporte es
algo muy especial que capta su interés como ninguna otra actividad, por lo que puede
ser un poderoso instrumento educativo si se utiliza bien, pero muy nocivo si
en lugar de propiciar valores, favorece malos hábitos. Por eso, nos guste o no,
lo aceptemos o no, los que estamos involucrados en el deporte profesional tenemos
una gran responsabilidad. Y cuando alguien pega o maltrata a un árbitro, deberíamos preguntarnos si en algún momento hemos sembrado
una semilla, aunque sea pequeña, que haya podido fomentar un comportamiento tan
bárbaro.
Que un presidente, entrenador, deportista o periodista, acuse
al árbitro de una derrota, además de ser injusto, puesto que seguramente existen
otros factores, como los errores de los propios deportistas, que la explicarían
con un peso mayor, constituye una enorme
falta de responsabilidad, pues además de inducir el hábito de buscar
culpables ajenos (algo muy poco educativo), es un germen que puede instigar futuras
conductas violentas de quienes escuchan y asimilan el mensaje. Está claro, que
los errores de un árbitro pueden tener su trascendencia, pero el árbitro es
humano y, al igual que los jugadores y los entrenadores, puede cometer errores
(muchísimos menos que éstos cuando se le culpa de una derrota). Es algo que
forma parte del juego. Si no se acepta y se transmite este mensaje desde la
posición privilegiada que proporciona el deporte profesional, ¿qué podemos
esperar de quienes ven en éste a sus grandes ídolos a imitar?
Entrenadores que dicen no querer hablar de los árbitros,
pero que tras la derrota los critican; presidentes que ven conjuras arbitrales
contra su equipo; comentaristas de televisión o radio que cuando pierde el
equipo español repiten el argumento de que los árbitros
nos perjudican… Se trata de declaraciones que se realizan desde lo emocional.
Nos va mal y no somos objetivos. La emoción adversa hace ver la realidad
deformada o de manera desproporcionada. Y a veces, a esto se añade la búsqueda
de una justificación que eclipse los errores propios, o conectar con la emoción
de seguidores frustrados que necesitan un culpable. Y por supuesto, todo esto
da mucho juego en los medios de comunicación. ¿Qué sería de muchas tertulias o
páginas de periódico, si se eliminara el fuera de juego, se utilizara el video
para decidir las jugadas dudosas o hubiera un criterio más objetivo para sacar las
tarjetas?
Por supuesto, debe existir el espacio para la crítica constructiva y, si procede, la denuncia objetiva (no en caliente) de los comportamientos abusivos que en base a su poder pueda realizar un árbitro; que a veces sucede. Pero en privado, y con el rigor adecuado. Hacerlo en público, sin un análisis objetivo, y por personas cuyas opiniones tienen un gran impacto social, es una gran irresponsabilidad que, lamentablemente, tiende a generar actitudes y conductas maleducadas y violentas.
En la última década se intenta erradicar el racismo y el
fanatismo ideológico de los escenarios deportivos. Se han hecho campañas en
este sentido, se han tomado ciertas medidas preventivas y se ha
sancionado a
infractores y clubes que los acogían. ¿Por qué no se hace lo mismo
respeto a las quejas, las acusaciones, los insultos y la amenazas a los
árbitros? ¿Es que la humillación a quienes juzgan, con la grave repercusión
social que puede llegar a tener, no merece el mismo esfuerzo? ¿Por qué no se
hace una campaña para fomentar el respeto a los árbitros? ¿Por qué no se
sanciona a quienes hablan de conspiraciones o levantan sospechas infundadas
sobre su integridad, a quienes hacen declaraciones echándoles la culpa de las
derrotas, a los comentaristas fanáticos que echan leña al fuego cebándose con
ellos? Si un árbitro actúa deshonestamente se le debe sancionar, pero para eso
deben existir los jueces apropiados que investiguen y decidan con objetividad.
Sobran las acusaciones públicas cargadas de emotividad, habitualmente sin más
prueba que unas cuantas coincidencias adversas que se destacan sobre hechos favorables
que se obvian.
Y en cuanto al público, ¿por qué no se sanciona al
espectador que insulta al árbitro? En estadios grandes puede resultar más
difícil, pero si se conciencia a las personas, éstas acabarán señalando a los
que actúen sin educación. Y en las competiciones de deportistas jóvenes, sería
un avance fundamental. ¡Qué grave es, desde el punto de vista educativo, que en
un partido de niños se insulte a los árbitros! ¿Por qué lo permitimos? ¿Es
menos grave que un comentario racista? Si un espectador manifiesta su
desacuerdo con el árbitro sin faltarle al respeto, perfecto; pero si le insulta
o le amenaza, debería ser expulsado del recinto. Tolerancia cero para quienes
manchan el deporte con su mala educación.
A punto de publicar el artículo, leo la noticia de ese niño
de cinco años que se interpuso en la discusión entre el entrenador del equipo
contrario y el árbitro “porque quería jugar”. Al parecer, gente del público
había estado insultando al árbitro; y la gota que colmó el vaso fue cuando ese
entrenador entró en el campo para increparlo. ¡En un partido de niños de cinco
años! A esto hemos llegado. Y no pasa nada. Ni siquiera nos hace reaccionar, más allá de lo anecdótico, la vergüenza de que sea un niño de cinco años quien
demuestre más sensatez y nos recuerde que lo importante es jugar, que los
protagonistas son ellos, que no son un video juego que se pueda manipular a
nuestro antojo, que los demás debemos estar al servicio del deporte que ellos
hacen y no al revés. ¿Cómo se puede permitir que ese “entrenador” (no merece
que se le llame así) siga ejerciendo, o que esos espectadores insulten sin
ninguna sanción?¿Qué hacen las autoridades deportivas?
Hemos llegado a un punto en el que es urgente realizar una
gran campaña educativa para fomentar el respeto a los árbitros. Pero además,
son necesarias medidas sancionadoras. Y las autoridades se tienen que mojar. No
basta hablar de filosofía barata y poner paños calientes. La situación empeora.
O se actúa con contundencia o cada vez será más difícil detener esta ascendente
tendencia de agresividad. Podemos disertar en las aulas, los despachos o las
tertulias sobre los grandes beneficios del deporte, pero si no se pasa a la acción éste dejará
de ser ese escenario educativo donde, entre otros, se fomentan valores de
convivencia, respeto, fair-play y
autocontrol. ¿Lo permitimos?
Chema Buceta
15-5-2013
twitter: @chemabuceta