Los resultados habían empeorado, y él, Germán, consejero
delegado de esa empresa de productos lácteos, si bien comprendía que la crisis influía,
lo achacaba en gran parte a una falta de motivación de los empleados. ¿Por qué?
No lo sabía; pero sí tenía claro que era necesario reaccionar, por lo que dio vía libre al departamento de recursos humanos. Necesitaba empleados muy motivados, y no se escatimaron medios. Contrataron a un medallista olímpico que explicó
como había conseguido su sueño a base de desearlo mucho, entrenar muy duro y
convertirse en casi un ermitaño que había renunciado a cualquier tipo de placer
terreno. Y a un explorador del Polo Sur que relató como había sobrevivido más
de setenta días aislado por bloques de hielo, sin ningún contacto, y
sobreponiéndose a las ganas de comerse a sus dos perros, todo gracias a la voluntad
de vivir, ejercicios de yoga que había aprendido en el Tibet y el poder mental
que compartía ahora en un libro de autoayuda: “Vive y deja vivir: si quieres,
puedes”. Pero el efecto no fue el esperado. Se admiraban las hazañas de estos
héroes, pero se percibían como algo muy lejano: historias de ficción cuyo
impacto finaliza cuando la realidad regresa. Además, los empleados no parecían dispuestos a pagar precio tan alto para que la empresa ganara más dinero. Y
también los había que se sentían culpables, o poca cosa, por no tener esas
voluntades de hierro.
Germán no se desanimó, y buscó armas más poderosas. Una de
ellas, el famoso gurú de Oklahoma City, Dream Winning, socio fundador de “Winning
Dreams Associates”. Rodeado de bellas cheerleaders que no paraban de
saltar y gritar, música a todo trapo y mensajes motivadores en grandes
pantallas digitales, Winning aplicó uno de sus métodos más vanguardistas: el exclusivo programa de choque, PUTEO (Planning, Understanding, Thinking,
Executing and Outstanding) para fortalecer la voluntad de los empleados y
permitir que emergiera el ganador latente que llevaban dentro. El programa hizo
honor a su nombre: ocasionó grandes frustraciones, numerosas reacciones agresivas, múltiples
disputas internas que pasados varios meses seguían sin cicatrizar, varias bajas
voluntarias por depresión y, aunque no se dijo abiertamente, un intento de
suicidio de un repartidor de leche que se sintió una verdadera mierda.
Tampoco funcionó muy bien un maratón de cine en el que Braveheart,
Rocky, Ben-Hur, Jungla de Cristal y Lo verde empieza en los Pirineos se
sucedieron ininterrumpidamente durante cuarenta y ocho horas. Según el
extrovertido coach Joe McMorro, certificado por la MOCO (Minnesota Optimistic
Coaching Organization) y conductor de la actividad, se trataba de inundar a los
participantes en un clima de emociones intensas con grandes enseñanzas para
estimular su motivación. Fundamental: no podían abandonar la sala para nada. A
la entrada se les repartieron bolsas de comida, botellas de leche, mantas, orinales
y otros elementos básicos. No tardaron mucho en estar de morros a pesar del
entusiasmo de McMorro, siempre sonriente, insistiendo en las moralejas de ese destacado elenco cinematográfico.
El climax llegó cuando la tercera vez que pasaron Braveheart, en la escena en que
los escoceses se dan la vuelta, levantan sus kilt y enseñan el culo a los adversarios ingleses antes de una
batalla, algunos hicieron lo propio bajándose los pantalones frente a McMorro.
--- Bravooo, good initiative… it shows courage, great
attitude, big balls! --- reaccionó el gurú, mostrando la importancia de ver siempre la parte llena del
vaso --- This is what we need: big balls to succeed!
El admirable optimismo de McMorro, a prueba de gente
bostezando, cuchicheando, durmiéndose o buscando excusas para abandonar (madres en el hospital, hijos desaparecidos, ataques de apendicitis, coches en doble fila, fiebres contagiosas y otras por el estilo), no pudo impedir que,
curiosamente, se estropeara el proyector (!!!) y hubiera que suspender la actividad antes de tiempo. Quizá por eso, la motivación no mejoró en absoluto. Eso
sí, algunos dejaron de ir al cine, y otros tuvieron pesadillas encadenados en
las galeras romanas o recibiendo mamporros en el cuadrilátero.
Otros intentos: jornadas de supervivencia en la Sierra de
Gredos, simulación de batallas con pinturas de guerra, carreras de karts,
saltos en paracaídas, viajes a Euro Disney, estancias en el Castillo de la Mota, narices de payaso… ¡Nada!
Agotadas todas las iniciativas del mundo mundial, Germán estaba
desesperado. Los resultados eran los peores de la última década, y la
motivación se situaba bajo mínimos. Sin una solución, ya de noche, salió a dar
un paseo; y observando las primeras luces de la Navidad, se le ocurrió la idea.
Sin perder tiempo, regresó a la oficina, entró en Google, anotó la dirección que
buscaba y escribió un email pidiendo ayuda. Pensó que lo más probable era el
silencio por respuesta, pero quien no lo intenta… ¡Sorpresa! A la mañana siguiente,
allí estaba… y la contestación, ¡¡¡afirmativa!!! Aunque esta vez, la actividad
que el reconocido maestro le proponía no era para sus empleados, sino para él
(???). No lo entendió. Pero no iba a ponerle pegas a alguien tan insigne, así
que, sin rechistar, siguió las instrucciones que éste le había dado y de
inmediato partió.
--- Sólo tienes que venir conmigo y fijarte muy bien en lo
que yo hago --- le dijo Papá Noel tras un breve saludo.
Atenazado y a la vez honrado por tan alto privilegio, subió
al trineo del gran padre de la Navidad, y en poco tiempo, pues los renos eran
increíblemente rápidos, ambos estaban sentados a la entrada de unos grandes
almacenes. A pesar del frío, decenas de niños esperaban turno en una
interminable fila que casi rodeaba el edificio.
--- ¿Cómo te llamas? --- preguntó el viejo Noel.
--- María --- contestó la niña que se le había acercado,
visiblemente emocionada.
--- María --- repitió él, recreándose en la pronunciación
--- Es un nombre muy bonito, María. ¿Cuántos años tienes?
--- Siete --- respondió ella, sin levantar los ojos del
suelo.
--- ¡Siete! ¡Hohohoho!
--- exclamó Papa Noel --- Ya eres una niña mayor… (la niña se mostró
encantada). Dime ¿qué cosas buenas has hecho este año?
María no encontraba la respuesta. Su mirada seguía siendo
baja, y su cuerpo se balanceaba. No sabía qué decir. El experto Papa Noel no se
inmutó: guardó silencio, la abrazó con ternura… y ella, sintiéndose más segura,
habló. Él se limitó a repetir lo que la niña decía, aunque acentuándolo mucho
para darle la gran importancia que para ella tenía; cuando terminó, le dijo:
--- María, eso ha estado muy bien., pero que muy bien (la niña mostró su satisfacción). ¿Crees
que lo puedes volver a hacer el año que viene?
La niña, sintiéndose reconocida, asintió con la cabeza
mientras sonreía.
--- ¡Estupendo, María! --- se alegró él --- ¿Qué otra
cosa buena crees que podrías hacer este próximo año?
El siguiente niño era más hablador, y Papá Noel le escuchó
con mucho respeto, destacando con sus Hohohohos las cosas buenas que decía. Un
tercero le pidió muchos juguetes, y el viejo sabio, tras escucharle muy atento,
le preguntó:
--- ¿Qué crees que puedes hacer tú para conseguir esos
regalos?
--- No sé… sólo sé que quiero esos regalos --- contestó el
niño.
--- Me parece bien, Alberto --- dijo Papá Noel --- pero
todos tenemos que ganarnos las cosas que deseamos ¿no te parece? (el niño dudó, pero asintió) Por eso te
preguntaba qué vas a hacer tú para merecer esos regalos.
Después llegó una niña que también le pidió muchas cosas, y
Papá Noel, tras la paciente escucha activa, le comentó:
--- Si te doy a ti todos esos regalos, habrá otras niñas que
se quedarán sin nada.
La pequeña se quedó pensativa. Él guardó silencio. Ella
reaccionó señalando algunos regalos a los que estaba dispuesta a renunciar.
La jornada fue exhaustiva. Y también la siguiente. Y la
otra. Así, durante siete interminables días en los que Papá Noel, por muy
cansado que estuviera, jamás perdía la sonrisa, escuchaba con mucho respeto a
cada niño que se le acercaba, valoraba las aportaciones que estos hacían,
destacaba sus acciones buenas, y sin intimidarlos, hacía preguntas oportunas
que les ayudaban a reflexionar. Lo que hacía no era exótico ni espectacular. Sin
la parafernalia de Dream Winning, Joe McMorro y otros encantadores de
serpientes, para el espectador no avezado se trataba de algo monótono y
aburrido. Así fue para Germán. Niñerías. Estúpidas conversaciones que le hacían
perder el tiempo. Sorprendentemente, poco a poco se dio cuenta de que había
mucho más que eso. Algo en principio invisible, pero que constituía la
auténtica esencia. Y llegó a comprobar que la motivación de los niños cuando se
marchaban, más que por los regalos en sí mismos, que también, respondía a cómo
habían sido tratados por Papá Noel. ¡Un crack! concluyó.
Sonó el móvil. Una, dos, varias veces. Por fin lo oyó, lo
buscó y lo pulsó para contestar: no llegó a tiempo. Seguía medio dormido, pero
enseguida se dio cuenta de que había pasado la noche en la oficina. Comenzaba a
clarear, y pronto llegarían todos. Comprobó el calendario: 23 de diciembre: último día laboral antes de las vacaciones. El
ordenador estaba encendido. El email, abierto. Pero sin mensajes pendientes. Entró
en "enviados" y tampoco encontró el que había mandado a Papá Noel (???).
Aprovechó la camisa y la muda que siempre tenía limpias como emergencia, y se
aseó antes de que los demás arribaran. Después, asombrando a todos, dedicó el día a
hablar con cada uno de ellos. De algunos ni siquiera conocía el nombre, pero se
esforzó por aprenderlo. Se interesó por sus familias, sus planes… preguntó por
las que creían que habían sido sus fortalezas en ese año, y pidió sugerencias
para el siguiente. Escuchó con atención y respeto como nunca antes; y con la
mente abierta, pudo recoger ideas bastante interesantes. Con sinceridad, les
dio las gracias. ¡Una jornada agotadora!
Pasadas las siete, muy satisfecho, abandonó la oficina con
una energía especial que hab
ía olvidado. Sentía
que confiaba en su gente y estaba motivado. Sabía que no era suficiente, que habría que poner en marcha planes estratégicos eficaces, pero
había dado un gran paso para que estos funcionaran. La llave que necesitaba. En su recorrido, vio a un Papá Noel sentado a la
puerta de unos grandes almacenes. Se acercó, y permaneció allí observándolo.
Cuando se fue el niño al que estaba atendiendo, el tripudo hombre vestido de rojo
y larga barba blanca, se giró hacia él y le guiñó un ojo.
Lo esencial es invisible a los ojos (El Principito). Pero sólo
a los que no saben verlo.
¡Feliz Navidad!
Chema Buceta
25-12-2013
Twitter: @chemabuceta
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