martes, 25 de febrero de 2014

¿SUMAR O RESTAR?

                                                  ¿Es ahora el mejor momento para rotar?


Es fácil opinar a toro pasado. Lo oímos habitualmente sobre el asunto de las rotaciones en la alineación de los equipos de fútbol. Si el equipo gana, se habla del maestro que sabe dosificar a los futbolistas para que el conjunto llegue en su mejor momento a los partidos más trascendentes. Si pierde, se critica el desacierto defendiendo que siempre deben jugar los mejores. ¿Las rotaciones suman, o restan?

Cuando se rota, si no es por necesidad (tarjetas, lesiones), el criterio que determina la decisión suele ser de carácter físico o táctico. Se quita a un jugador para que descanse, o se pone a otro porque se adecua mejor a un planteamiento concreto. Las rotaciones también tienen ventajas psicológicas. Gracias a ellas, son más los jugadores de la plantilla que pueden sentirse verdaderamente involucrados en el proyecto deportivo del equipo. Algo muy difícil para un futbolista que nunca juega, salvo que sea muy joven y por poco tiempo. Asimismo, favorecen una cierta rivalidad interna que en determinados momentos de la temporada puede ser beneficiosa para que los titulares no se duerman y los demás alimenten la ambición de superar la suplencia. Contribuye a la motivación individual y colectiva que el mayor número de jugadores de la plantilla (todos es prácticamente imposible en un equipo de fútbol) sepan que, si hacen su trabajo, tienen la oportunidad de jugar, que el equipo los necesita, que desempeñan un rol que quizá no sea el que más les guste, pero que se valora. 

El efecto psicológico de las rotaciones también puede ser negativo, sobre todo en los momentos clave de la temporada. ¿Cómo se lo toma el jugador que sale de la alineación en partidos trascendentes? ¿Cómo lo percibe el que juega en su lugar y qué presión añadida le crea? ¿Qué ajustes provoca la rotación en el resto del equipo? ¿Realmente descansa el jugador que no juega pero está en el banquillo? Se puede argumentar que los jugadores son profesionales y no tienen más remedio que aceptar lo que el entrenador decida, y así es, pero otra cosa es cómo lo asimilan, si la rotación les hace sentirse inseguros individualmente y como equipo, si afecta a la cohesión que el grupo necesita para afrontar sus principales retos. Además, cuando acompaña el viento a favor de las victorias, todos contentos; pero cuando sopla en contra… ¿Suman o restan?

La habilidad del entrenador radica en decidir cuándo deben predominar la dosificación del esfuerzo, la participación más amplia y la rivalidad interna, y cuándo la autoconfianza y la cohesión grupal. En el primer caso, tiene sentido inclinarse por las rotaciones; en el segundo, es más conveniente determinar con claridad el rol de cada jugador y apostar por la continuidad de los mejores (salvo en casos excepcionales), logrando que éstos se sientan seguros y cohesionados, y los demás comprendan y valoren su rol secundario, y estén listos para salir al campo en cualquier momento. Lo que en unas circunstancias, suma; en otras, resta.

En el baloncesto, donde se hacen muchas rotaciones (de otro tipo, pero rotaciones) es una norma no escrita que en los minutos finales, debe estar en la cancha el mejor quinteto. Se rota más en los tres primeros cuartos para que los mejores lleguen en buenas condiciones al momento clave del partido. Hay excepciones, claro. En el fútbol, salvando las diferencias, la misma tendencia parece razonable: un mayor número de rotaciones en los dos primeros tercios de la temporada, y en pequeñas dosis en el tramo final. Ahora, cuando sólo quedan tres meses y los equipos se lo juegan todo, si se valora lo psicológico, no es el mejor momento para las rotaciones frecuentes, y menos aún, masivas. Todavía quedan muchos partidos, y es lógico que haya algunos descansos obligados o por decisión del entrenador, pero conviene que sean pocos para que no afecten a la autoconfianza y la cohesión de equipo del mejor once (doce/trece/catorce); preferiblemente, con sustitutos que actúen en las mismas posiciones que los sustituidos y no alteren los roles de otros. 

Además, cuando se da descanso, no sólo se debe considerar lo físico; también, lo psicológico. A estas alturas de la temporada, el descanso mental es bastante importante. Si un jugador necesita descansar, lo mejor es que se quede en casa. ¿Qué sentido tiene que un futbolista de gran experiencia, titular indiscutible, viaje para no jugar o salir sólo unos minutos? ¿Es eso descanso? ¿Qué confianza se le transmite al compañero que juega por él? (“¿traigo a éste por si tu fallas?”). Ni el titular descansa de verdad, e incluso está molesto, ni el suplente percibe la confianza plena del entrenador. Se pretende sumar, pero...

En la misma línea se sitúa otro tema de actualidad. Un equipo que está funcionando bien, extraordinariamente bien, y ficha a un jugador estrella con el ambicioso y loable propósito de mejorar y tener más opciones. Sumar. Perfecto. El esperado llega, y sin entrenar, juega. La decisión se basa en que ya conoce al equipo, que viene en buena forma física y que cuanto antes se adapte, mejor. Razonamientos impecables. Pero el fútbol es un deporte de equipo, y hay que tener en cuenta que las decisiones respecto a un jugador pueden afectar a los demás. ¿Qué mensaje se les ha dado a los que tan estupendamente lo estaban haciendo, en un momento en que lo más importante es la confianza y la cohesión? Este equipo ha presumido de una excepcional motivación/autoconfianza y un extraordinario espíritu de equipo como dos de los principales pilares de su admirable trayectoria. ¿Por qué arriesgarlo? ¿Por qué tanta prisa? La forma es tan importante, o más, que el fondo.

¿Sumar o restar? Se suele valorar lo que un nuevo jugador puede sumar, y sin duda, este fichaje rojiblanco puede sumar mucho; pero a menudo no se contempla lo que, paralelamente, ese mismo jugador podría restar. No, a propósito, claro. Pero si para encontrarle el hueco, el entrenador tiene que hacer encaje de bolillos para situar a los compañeros, minimizar el rol de algunos de ellos y quizá adaptar el estilo de juego, como parece ser el caso, la confianza de algunos jugadores y del equipo como conjunto corren el riesgo de debilitarse. La cohesión de equipo, también. Y así, aunque todos lo intenten, el nuevo refuerzo no rinde como se esperaba de él y los demás empeoran. Encima, las derrotas pueden acrecentar el malestar de quienes se sienten perjudicados… ¿Suma? ¿O resta?

Existen otras razones que en parte pueden explicar los últimos malos resultados de este equipo: lesiones, tarjetas, cansancio, calidad del banquillo, vértigo de la altura… pero no hay que despreciar el posible peso de una decisión de tanto riesgo. Esto no quita el enorme mérito de este gran equipo y del trabajo de su excelente entrenador, peleando en primera línea con los mejores de España y Europa a pesar de disponer de menos medios, y todavía con posibilidades de hacer algo grande; pero permite reflexionar sobre aspectos psicológicos que pueden ser decisivos, y más en un equipo que al tener menos potencial, debe aprovecharlo todo para sumar, sumar, sumar... y no restar.


Chema Buceta
25-2-2014

twitter: @chemabuceta

sábado, 15 de febrero de 2014

FUERON LOS NERVIOS: ¡UNA TONTERÍA!

                                    Cientos de horas repitiendo y el día D se tergiversa el guión


Vaya por delante mi más sincera felicitación a Javier Fernández por el cuarto puesto en los Juegos Olímpicos de Sochi. Emigró a Canadá, se sacrificó, desarrolló su talento, perseveró en el esfuerzo... y hoy es uno de los mejores patinadores del mundo. Sus éxitos anteriores y este meritorio diploma olímpico, muy cerca de las medallas, así lo corroboran. ¡Enhorabuena!

Sin embargo, se esperaba más de Javier; él también, y de ahí su expresiva decepción incluso antes de terminar los ejercicios. La trayectoria exitosa que le precedía, presagiaba un puesto en el podio, Y así habría sido si hubiera actuado como otras veces. Pero no sucedió. En deportes como el fútbol o el tenis, el rendimiento no depende únicamente de lo que uno hace, ya que las acciones de los compañeros y los rivales también influyen. Si no te pasan bien el balón, no te ayudan en defensa, o el contrario pega un golpe extraordinario, es probable que falles. En el patinaje, no. Salvo el estado del hielo, lo demás depende del patinador. Nadie más interfiere. Después está la interpretación de los jueces, claro; pero en la ejecución del programa sólo interviene el interesado. Si se desequilibra o se cae, no es porque el rival le cierre un espacio o le empuje; si se equivoca de movimiento, no se debe a la finta de otro; si hace un gran ejercicio, no depende de los bloqueos de sus compañeros. El único actor en el escenario es él. Su rendimiento es lo que él hace.

Esta circunstancia otorga a la repetición del guión un peso decisivo. ¿Cuántas veces habrá repetido Javier Fernández la secuencia exacta de movimientos que componían su programa? ¿Cientos? ¿Miles? Sin embargo, llega el momento de la verdad y no rinde como en los innumerables ensayos. “Estaba nervioso” declaró tras el primer día de competición. Un pequeño detalle. ¿Pequeño? En su segunda actuación, un salto cuádruple lo ejecutó como un triple… y después tuvo que modificar otros saltos para ajustarse a las reglas. Es decir, a pesar de haberlo ensayado cientos y cientos de veces, ¡tergiversó el guión! Otra vez los nervios. Esta vez, con un mayor impacto: ya  que afectó a la rutina que durante tantas y tantas horas se había automatizado. ¿Tanta fuerza tiene la ansiedad (los nervios) como para provocar que un gran deportista que sólo depende de él, se equivoque en seguir la rutina que ha repetido hasta la saciedad? “He perdido por una tontería” señaló. ¿Qué es una tontería? ¿Tergiversar el guión tras cientos de repeticiones? ¿No controlar la ansiedad?

En esa misma competición, otros grandes campeones también cometieron errores graves. Yuzuru Hanyu, de Japón, que impresionó en la primera sesión con un impecable ejercicio que le valió más de cien puntos (al parecer, la puntuación más alta jamás concedida), se cayó dos veces el día definitivo, y ganó la medalla de oro gracias a la gran ventaja que llevaba. Reconoció que la noche anterior había sido una de las peores de su vida: muy nervioso, sin poder dormir, con una enorme presión que antes no había sentido; y que eso le afectó físicamente. Patrick Chan, medalla de plata, también tuvo dos caídas (!!!). La ansiedad estuvo allí como gran protagonista, disminuyendo las excepcionales capacidades de todos ellos. No es una sorpresa en el deporte de alta competición, y sobre todo en los Juegos Olímpicos. La historia de grandes campeones que a pesar de sus títulos internacionales no pueden manejar la extraordinaria presión que conllevan los Juegos. Sobre todo, cuando se trata de deportes minoritarios en los que los Juegos Olímpicos son lo máximo, de trascendencia incomparable a los mundiales o continentales. Además, y este es quizá el factor más destacado, se trata de deportes sin apenas seguimiento mediático. Como mucho, nos enteramos mnimamente  ser uno de los mejorenista, arecer, la puntuaci no depende de los bloqueos de sus compañeros. a ser uno de los mejoreínimamente si se produce un buen resultado, y siempre que ese día algún futbolista famoso no haya cogido la gripe o Mourinho esté de vacaciones. Sin embargo, durante los Juegos, esos deportistas casi anónimos se convierten en el foco de atención de televisiones, radios, periódicos, redes sociales… y entonces perciben que les siguen millones de espectadores que habitualmente los ignoran (y seguirán ignorándolos). Se les encumbra a la categoría de ídolos de los que se espera mucho… a algunos se les carga la responsabilidad añadida de ser la gran esperanza de su deporte, o la alegría de todo un país que desea desesperadamente una medalla.

Desde siempre, muchos deportistas han manifestado sentir en los Juegos una presión que no habían conocido antes, de tener esos nervios que les impidieron dormir y llegar en buenas condiciones a la prueba, esa ansiedad que les provocó un bloqueo mental y una tensión excesiva que perjudicó sus decisiones y sus movimientos. En bastantes casos, los deportistas no están preparados para enfrentarse a esa presión, y la ansiedad se apodera de ellos. Miles de horas entrenando, repitiendo hasta la extenuación las rutinas de los ejercicios; un cuidado exhaustivo de la alimentación, el peso y los suplementos vitamínicos; controles y cuidados médicos; fisioterapeutas y preparadores físicos; entrenadores experimentados; instalaciones de alto nivel y el mejor equipamiento; un detallado plan de preparación…  ¿Y la ansiedad? ¿Qué han hecho para combatirla? ¡Upss! ¡Se nos ha olvidado!

Por ignorancia, desconfianza o falta de costumbre, muchos entrenadores asumen que la ansiedad se puede combatir a través de la confianza que se consigue entrenando bien, dominando los ejercicios a realizar y alcanzando buenos resultados en competiciones previas; también, gracias al apoyo y protección del entorno cercano al deportista. Sin duda, estos elementos juegan un papel importante, pero en ocasiones son insuficientes. En los grandes deportistas, son pocas veces; pero se presentan en competiciones de la máxima trascendencia. En estos casos, el trabajo psicológico específico con los deportistas, conducido por un psicólogo del deporte, es un ingrediente insustituible si se pretende minimizar el impacto perjudicial que puede tener la ansiedad. No es una garantía, como tampoco lo es ensayar miles de veces, pero es lo que ataca el problema de la manera más directa y eficaz; y así, en los momentos más críticos, las posibilidades de rendimiento de los deportistas aumentan. ¿Imagináis a Javier Fernández sin esos nervios que tanto le perjudicaron? ¿Oro? ¿Plata? ¿Una tontería?

Tras la decepción de Sochi, se desprende de las declaraciones del patinador español que lo ocurrido ha sido un accidente, una tontería, y que ahora lo importante es pasar página y seguir entrenando duro para las siguientes competiciones. ¿Entrenar duro es lo que Javier Fernández necesita? ¿Más duro aún que hasta ahora? Es lo que ha hechos siempre, lo que le ha encumbrado a ser uno de los mejores del mundo, pero a la vista de lo sucedido sería inteligente que además se planteara incorporar otros ingredientes. Porque si hace lo mismo… Claro que está la esperanza de que el día que compita en los siguientes Juegos la ansiedad esté perezosa y decida dejarle tranquilo. Mientras tanto, a seguir repitiendo y repitiendo para no equivocarse de nuevo. ¿Se trata de repetir otras cientos y cientos de veces la secuencia del programa para ver si así, la próxima vez, el cuádruple que estaba previsto no se queda en un triple?  ¿O sería mejor atacar el verdadero problema con las armas apropiadas?

Quedar cuarto en unos Juegos Olímpicos es para quitarse el sombrero, pero cuando un deportista puede llegar todavía más lejos, es una lástima que no lo consiga por ponerse nervioso y no estar convenientemente preparado para controlar esos nervios.  ¿Una tontería?

Chema Buceta
16-2-2014

twitter: @chemabuceta