Es fácil opinar a toro pasado. Lo oímos habitualmente sobre el asunto de las rotaciones en la alineación de los equipos de fútbol. Si el equipo gana, se habla del maestro que sabe dosificar a los futbolistas para que el conjunto llegue en su mejor momento a los partidos más trascendentes. Si pierde, se critica el desacierto defendiendo que siempre deben jugar los mejores. ¿Las rotaciones suman, o restan?
Cuando se rota, si no es por necesidad (tarjetas, lesiones), el criterio que determina la decisión suele ser de carácter físico o táctico. Se quita a un jugador para que descanse,
o se pone a otro porque se adecua mejor a un planteamiento concreto. Las
rotaciones también tienen ventajas psicológicas. Gracias a ellas, son más los
jugadores de la plantilla que pueden sentirse verdaderamente involucrados en el
proyecto deportivo del equipo. Algo muy difícil para un futbolista que nunca
juega, salvo que sea muy joven y por poco tiempo. Asimismo, favorecen una
cierta rivalidad interna que en determinados momentos de la temporada puede ser
beneficiosa para que los titulares no se duerman y los demás alimenten la ambición de superar la suplencia. Contribuye a la motivación individual y colectiva que el mayor número de jugadores de la plantilla (todos es
prácticamente imposible en un equipo de fútbol) sepan que, si hacen su trabajo, tienen la oportunidad de jugar, que el equipo los necesita, que desempeñan un
rol que quizá no sea el que más les guste, pero que se valora.
El efecto psicológico de las rotaciones también puede ser
negativo, sobre todo en los momentos clave de la temporada. ¿Cómo se lo toma el
jugador que sale de la alineación en partidos trascendentes? ¿Cómo lo percibe el que juega en su lugar y qué presión añadida le crea? ¿Qué ajustes
provoca la rotación en el resto del equipo? ¿Realmente descansa el jugador que
no juega pero está en el banquillo? Se puede argumentar que los jugadores son
profesionales y no tienen más remedio que aceptar lo que el entrenador decida,
y así es, pero otra cosa es cómo lo asimilan, si la rotación les hace sentirse
inseguros individualmente y como equipo, si afecta a la cohesión que el grupo
necesita para afrontar sus principales retos. Además, cuando acompaña el viento
a favor de las victorias, todos contentos; pero cuando sopla en contra… ¿Suman o restan?
La habilidad del entrenador radica en decidir cuándo deben
predominar la dosificación del esfuerzo, la participación más amplia y la
rivalidad interna, y cuándo la autoconfianza y la cohesión grupal. En el primer
caso, tiene sentido inclinarse por las rotaciones; en el segundo, es más conveniente determinar con claridad el rol de cada jugador y apostar por la continuidad de los mejores
(salvo en casos excepcionales), logrando que éstos se sientan seguros y cohesionados,
y los demás comprendan y valoren su rol secundario, y estén listos para salir
al campo en cualquier momento. Lo que en unas circunstancias, suma; en otras, resta.
En el baloncesto, donde se hacen muchas rotaciones (de otro
tipo, pero rotaciones) es una norma no escrita que en los minutos finales, debe
estar en la cancha el mejor quinteto. Se rota más en los tres primeros cuartos
para que los mejores lleguen en buenas condiciones al momento clave del partido. Hay
excepciones, claro. En el fútbol, salvando las diferencias, la misma tendencia parece razonable: un mayor número de rotaciones en los dos primeros tercios de la temporada, y en pequeñas dosis en el tramo final. Ahora, cuando sólo quedan
tres meses y los equipos se lo juegan todo, si se valora lo psicológico, no es el mejor momento para las rotaciones frecuentes, y menos aún, masivas. Todavía quedan muchos partidos, y es
lógico que haya algunos descansos obligados o por decisión del entrenador, pero
conviene que sean pocos para que no afecten a la autoconfianza y la cohesión de
equipo del mejor once (doce/trece/catorce); preferiblemente, con sustitutos que
actúen en las mismas posiciones que los sustituidos y no alteren los roles de
otros.
Además, cuando se da descanso, no sólo se debe considerar lo físico; también, lo
psicológico. A estas alturas de la temporada, el descanso mental es bastante importante. Si un jugador necesita descansar, lo mejor es que se quede en casa.
¿Qué sentido tiene que un futbolista de gran experiencia, titular indiscutible,
viaje para no jugar o salir sólo unos minutos? ¿Es eso descanso? ¿Qué confianza
se le transmite al compañero que juega por él? (“¿traigo a éste por si tu fallas?”).
Ni el titular descansa de verdad, e incluso está molesto, ni el suplente
percibe la confianza plena del entrenador. Se pretende sumar, pero...
En la misma línea se sitúa otro tema de actualidad. Un
equipo que está funcionando bien, extraordinariamente bien, y ficha a un
jugador estrella con el ambicioso y loable propósito de mejorar y tener más
opciones. Sumar. Perfecto. El esperado llega, y sin entrenar, juega. La decisión se
basa en que ya conoce al equipo, que viene en buena forma física y que cuanto
antes se adapte, mejor. Razonamientos impecables. Pero el fútbol es un deporte
de equipo, y hay que tener en cuenta que las decisiones respecto a un jugador
pueden afectar a los demás. ¿Qué mensaje se les ha dado a los que tan
estupendamente lo estaban haciendo, en un momento en que lo más
importante es la confianza y la cohesión? Este equipo ha presumido de una excepcional motivación/autoconfianza y un extraordinario espíritu de equipo
como dos de los principales pilares de su admirable trayectoria. ¿Por qué
arriesgarlo? ¿Por qué tanta prisa? La forma es tan importante, o más, que el
fondo.
¿Sumar o restar? Se suele valorar lo que un nuevo jugador puede sumar, y sin
duda, este fichaje rojiblanco puede sumar mucho; pero a menudo no se contempla lo que, paralelamente, ese
mismo jugador podría restar. No, a propósito, claro. Pero si para encontrarle
el hueco, el entrenador tiene que hacer encaje de bolillos para situar a los compañeros, minimizar el rol de algunos de ellos y quizá adaptar el estilo de juego, como parece ser el caso, la confianza de algunos
jugadores y del equipo como conjunto corren el riesgo de debilitarse. La
cohesión de equipo, también. Y así, aunque todos lo intenten, el nuevo refuerzo
no rinde como se esperaba de él y los demás empeoran. Encima, las derrotas
pueden acrecentar el malestar de quienes se sienten perjudicados… ¿Suma? ¿O resta?
Existen otras
razones que en parte pueden explicar los últimos malos resultados de este equipo: lesiones,
tarjetas, cansancio, calidad del banquillo, vértigo de la altura… pero no hay que despreciar el
posible peso de una decisión de tanto riesgo. Esto no quita el enorme mérito de
este gran equipo y del trabajo de su excelente entrenador, peleando en primera línea con los
mejores de España y Europa a pesar de disponer de menos medios, y todavía con
posibilidades de hacer algo grande; pero permite reflexionar sobre aspectos
psicológicos que pueden ser decisivos, y más en un equipo que al tener menos
potencial, debe aprovecharlo todo para sumar, sumar, sumar... y no restar.
Chema Buceta
25-2-2014
twitter: @chemabuceta