El pasado fin de semana, contra todo pronóstico al ser muy
superior, el equipo de España fue derrotado por el de Rusia en la Copa Davis.
En la primera jornada, nuestros jugadores (21 y 32 del ranking mundial) impusieron
con claridad su mayor talento, venciendo en tres sets a los rusos (de 17 y 19
años; 194 y 187 del ranking). 0-2. Atendiendo al curriculum de los contendientes y lo que había sucedido en la
cancha, predominó la creencia de que la eliminatoria estaba prácticamente
resuelta. Al día siguiente, en un partido igualado, España perdió el doble.
Para algunos, sorpresa por la diferencia entre los contendientes. Para otros,
“lo normal”, pues se acepta que España suele pinchar en este partido. 1-2. No
obstante, nadie dudaba de que en la tercera jornada se conseguiría el punto definitivo en uno de los dos partidos: el 21 contra el 178, y el 32 frente al 194. Se
aduce que la Copa Davis es diferente y que el ranking puede ser engañoso.
Cierto. Pero con esa enorme distancia y lo visto en la primera jornada… El
desenlace ya lo conocemos. Los rusos ganaron los dos partidos y la
eliminatoria: 3-2. Un mal resultado, sin
duda, pero en el deporte nada está asegurado y los deportistas son de carne y
hueso. Por eso, antes de continuar, mi máximo respeto y agradecimiento a los
tenistas españoles que a diferencia de otros faltos de generosidad y sentido de
lo colectivo, tuvieron la valentía de aceptar el reto y dar la cara.
¿Cómo se puede explicar que jugadores tan superiores a sus
rivales pinchen en un momento tan decisivo? Lo más probable es que en cualquier
otro torneo, al igual que en la primera jornada, los españoles hubieran ganado
con holgura. Sin embargo, este
domingo apareció otro factor con el que al parecer no se había contado, a pesar
de que no es infrecuente en el deporte y en concreto en las eliminatorias de la
Copa Davis: la presión psicológica. Muchos lo han destacado: “A nuestros
jugadores les pudo la presión”.
La presión suele aparecer cuando (1) existe una situación
trascendente (en este caso: un partido decisivo, en el que además de la
eliminatoria, el deportista se juega su prestigio ante la opinión pública); (2)
hay una obligación respecto al resultado en dicha situación (el rival es peor,
y existe la obligación de ganar sí o sí);
y (3) existe la preocupación o el miedo de no ser capaz de cumplir con
esa obligación, de no responder a lo que uno mismo u otras personas relevantes
esperan. La presión es mayor si el jugador siente que aún siendo un deporte
individual, como es el caso, no juega solo para él, sino para un equipo y, más
aún, para todo un país que lo vive como algo suyo. Esta es una diferencia
importante entre la Copa Davis y cualquier torneo del circuito profesional. En
estos, el jugador juega para él y los suyos. En la Davis, defiende el pabellón
de un equipo, un deporte y un país. Se asuma o no conscientemente, guste o
no, es así, y de ahí el elevado nivel de presión psicológica a la que muchos no
están acostumbrados.
La presión conlleva una sobreactivación que puede
beneficiar el rendimiento si ayuda a ponerse las pilas, prepararse bien, no
confiarse y superarse para rendir mejor, pero para eso el desafío debe ser
realista (aquí, lo era) y el deportista debe dominar los recursos necesarios
para gestionar la situación y lograr el objetivo (aquí, los recursos tenísticos
existían, pero al parecer faltaban los recursos psicológicos). En ausencia de
estos elementos, la presión genera una elevada ansiedad, y la sobreactivación que acompaña a esta se escapa al control del deportista y juega en contra de él, entorpeciendo su
funcionamiento. Así, el jugador atrapado en la presión lee peor el partido y toma
malas decisiones; se agarrota muscularmente y ejecuta sus golpes peor; se cansa
antes y percibe el cansancio, y el dolor, como algo difícil de superar; pierde
autoconfianza y juega más a no fallar que a ganar, o juega sin la convicción de
que puede vencer, sobre todo si va detrás en el marcador; y en los puntos más
decisivos, su nivel baja todavía más. ¿Nos suena? No es algo nuevo; sucede con
cierta frecuencia en el deporte de competición. Los errores son
técnico-tácticos o de déficit físico, pero su causa es esa presión psicológica
que puede con todo lo demás. ¿Se pone algún remedio? Si la explicación de
muchos fracasos deportivos es psicológica, ¿dónde está el psicólogo del
deporte? Algunos lo han entendido y lo han incorporado como uno más. Otros aún se resisten.
A menudo se confunde la preparación psicológica con el buen
rollo. En el caso del equipo de Copa Davis, se reúnen los jugadores y un montón de acompañantes
(entrenadores, preparadores físicos, médico, fisioterapeutas, directivos… ¿y el
psicólogo?) y entre todos se esfuerzan por crear un buen ambiente en el grupo, asumiendo
que así los jugadores rendirán mejor. También sucede en otros deportes. Evidentemente, un buen ambiente favorece que los deportistas estén a gusto y se
sientan apoyados, y eso propicia que entrenen mejor y lleguen a los partidos
con ganas de hacerlo bien y en mejores condiciones de rendir. Suele ser
suficiente si el viento sopla a favor o los jugadores tienen los recursos para
controlar la presión, pero en muchos casos es insuficiente: hace falta algo
más. Y ese valor añadido es lo que puede aportar el especialista de la mente: el psicólogo del deporte. Por un
lado, asesorando al entrenador (en este caso, a la capitana) sobre las
decisiones y acciones que pueden ayudar a los jugadores en lo psicológico. Por
otro lado, trabajando individualmente con los deportistas para que gestionen
bien la presión y esta no los atrape.
Se puede alegar que España ha ganado cinco Copas Davis sin
tener a un psicólogo del deporte en el equipo. Es cierto. Eran tiempos de
bonanza, con grandes jugadores que sabían gestionar la presión. Pero ahora, la
situación ha cambiado, y no se trata de mirar atrás sino adelante, pensando en
lo que se necesita para salir del pozo y construir una nueva etapa de éxitos
deportivos. Incluso nuestro todavía mejor jugador, gran ausente en la Davis desde
2011, parece necesitar algo diferente a lo que hasta ahora había hecho para ser
el número uno. ¿Un psicólogo del deporte? Parece obvio ¿no? En la Copa Davis,
la necesidad es todavía mayor. En Rusia, la presencia del psicólogo no habría
asegurado el éxito, pero este habría sido mucho más probable. El banquillo
estaba lleno de acompañantes, todos ellos, sin duda, con un cometido necesario. Y el psicólogo ¿dónde estaba?
Chema Buceta
21-7-2015
Twitter: @chemabuceta