En el día del libro, me piden que recomiende uno. La
decisión es difícil, pero hay que decantarse, y esta vez elijo “El poder de los introvertidos (en un mundo incapaz de callarse)” de
Susan Cain. El libro denuncia, e ilustra con diferentes ejemplos, la sobrevaloración de la extroversión sobre la introversión en el mundo occidental
actual. No es un manual técnico de Psicología, pero aporta explicaciones
fundamentadas sobre cómo se estimula y prefiere el comportamiento extrovertido aún
cuándo los introvertidos suelen ser más fiables y eficaces en múltiples situaciones.
Estos dos tipos de personalidad, extroversión e
introversión, son clásicos en Psicología: objeto de numerosos estudios
científicos. Existen pocas personas que sean extrovertidos o introvertidos
puros, moviéndose la mayoría entre los dos extremos, por lo que al etiquetar a unos u otros, solo se hace referencia al polo que más se aproximan. Además, es
frecuente que personas predominantemente extrovertidas se comporten como
introvertidas en determinadas situaciones, y al contrario, que personas con una
mayor tendencia a la introversión, actúen en ocasiones como extrovertidas. Por suerte, las personas podemos aprender a
compensar la tendencia predominante y tener así un mayor equilibrio entre extroversión e introversión que nos ayude a funcionar mejor según aconsejen las
circunstancias.
En líneas generales, los que están más próximos a la
introversión tienen una mayor estimulación interna, y por eso, la estimulación
externa a menudo les resulta incómoda y huyen de ella. No sucede siempre, y de
hecho pueden ser personas sociables, pero con frecuencia necesitan aislarse de
lo externo y disfrutar de su vida interior. Pensar, reflexionar, centrarse en
la esencia de las cosas en lugar de su fachada, disfrutar con una conversación
tranquila más que en una fiesta multitudinaria, evitar discusiones banales con
interlocutores que no escuchan, prescindir de “fuegos artificiales” y no
depender del reconocimiento de los demás, son algunas características propias de una
persona introvertida. Los extrovertidos, sin embargo, necesitan la estimulación
externa, y por eso disfrutan más en entornos bulliciosos, con actividades que no les
obliguen a pensar mucho y en compañía de otras personas. Asimismo, suelen ser más
impulsivos en la toma de decisiones y bastante activos dispensando estimulación externa
para otros; por eso son más habladores, halagadores y propensos a proponer
planes aunque a veces no prosperen o tengan un recorrido corto. Para los
extrovertidos la aprobación de los demás tiene mucho peso, y de ahí el postureo y la parafernalia exagerada por
agradar que con frecuencia manifiestan.
No hay que confundir introversión con timidez, aunque coincidan
en algunos síntomas y puedan parecer lo mismo. A los tímidos les gustaría ser
más abiertos en su relación con los demás, pero carecen de habilidades y/o
tienen miedo al rechazo de los demás, lo que provoca una falta de autoconfianza que los inhibe en las situaciones sociales. Los introvertidos no tienen este problema. Pueden tener habilidades muy eficaces para relacionarse y no temen la desaprobación de otros; hasta se ha demostrado que pueden ser buenos líderes. Si en general no les gusta la exageración social es porque
la intensidad de su actividad interior así lo requiere.
El marketing actual se dirige sobre todo a la parte
extrovertida de las personas. Es mucho más fácil. Y por eso, la estimulación externa en grandes dosis a menudo está presente en cualquier actividad social que se precie. Por ejemplo, en
muchos eventos deportivos hay locutores y hasta DJs que alientan al público, dirigen la ola, ponen música… y hasta llegan a eclipsar lo que sucede en la arena. Se trata de pasarlo
bien, y lo deportivo es casi lo de menos. Tu equipo puede perder, pero tu
tienes que pasártelo bien de cualquier manera, y para eso está toda esa
parafernalia superflua. ¿En quién se está pensando? En alguien extrovertido o
que, aunque no lo sea habitualmente, tiene que serlo ahora porque así lo dispone el guión. Se
margina así al espectador que disfrutaría más sin toda esa estimulación añadida
que le impide atender y pensar sobre lo que ocurre en la cancha y comentarlo
tranquilamente con su vecino de localidad. Hay que pasarlo bien, sí o sí, y
pasarlo bien, sí o sí, es incorporarse al bullicio.
Cuenta el libro cómo una persona que acude a una
presentación comercial se encuentra con sonrientes cheerleaders que dan saltos y fomentan los aplausos, música marchosa, un orador
entusiasta y otros elementos que estimulan a los asistentes y obligan al
introvertido a seguir la onda para no ser el rarito. Lo mismo sucede en equipos
deportivos y actividades de empresa en los que si no te comportas como un
entusiasta extrovertido, enseguida se asume que no estás motivado o no eres
jugador de equipo. En muchos contextos, en principio se suele valorar más a
quienes responden a la estimulación externa o son transmisores de la misma. Por
ejemplo, a los vendedores de humo más que a los que reflexionan,
están en silencio o comunican sin extravagancias. A veces no importa que las
cosas se hagan bien o respondan a un conocimiento sólido, sino el maquillaje
que las rodea, y eso fomenta que emerjan encantadores de serpientes,
adoctrinadores de medio pelo que obligan a ser positivos, escritos con píldoras para ponerse las pilas y, en definitiva, múltiples estímulos que encajan en el estilo de
quienes no quieren pensar y se encuentran cómodos siguiendo las pautas que los
demás aprueban.
Esta claro que en casi todas las actividades y facetas de la
vida hay que familiarizarse con las condiciones del entorno y conectar con los demás, y eso exige una dosis de extroversión que
facilite el conocimiento de lo que sucede fuera y propicie una buena sintonía con otras personas. Pero eso no justifica que se sobrevalore el
comportamiento extrovertido en beneficio de la superficialidad. Y ojo, porque
un grave error es pensar que así se conecta con todo el mundo, cuando en
realidad se excluye a los introvertidos, pues como es lógico conectan peor con un
estilo que no va con ellos. Por tanto, el exceso de estimulación externa puede
entusiasmar a quienes la transmiten y agradar a los extrovertidos, pero suele
tener un impacto negativo en quienes tienden a la introversión. Evidentemente, no
se trata de cercenar el acercamiento a los demás, sino de eliminar el exceso de
parafernalia, respetar la privacidad interior y dar valor a la reflexión, el
compromiso más duradero y la eficacia que los más introvertidos suelen aportar cuando se les da la oportunidad.
(Nos recuerda el día del libro que sigamos comprando libros. Leemos blogs, webs y mensajes en Twitter y Facebook, pero la magia del libro es insustituible).
Chema Buceta
23-4-2016
@chemabuceta