La semana pasada, a falta de tres para comenzar los Juegos
Olímpicos de Rio de Janeiro, se supo que el pentacampeón del mundo de triatlón,
Javier Gómez Noya, no participará debido a una lesión por caída de la bicicleta
en un entrenamiento. En los Juegos de Pekín (2008), Gómez Noya se quedó a las
puertas de una medalla que a tenor de su trayectoria triunfante parecía “segura”,
y en Londres (2012) consiguió una meritoria plata que, sin embargo, siendo el
mejor triatleta del mundo, seguramente no colmó todas sus aspiraciones . Ahora,
tras una olimpiada con muy buenos resultados (aprovecho para recordar que la
olimpiada es el periodo de cuatro años entre dos Juegos Olímpicos; no, los
propios Juegos), su objetivo para Rio no podía ser otro que la medalla de oro;
por su edad, la última oportunidad de ser campeón olímpico y completar así una
magnífica carrera.
Conocí la noticia cuando me faltaba poco para terminar el
interesante libro de Paulo Alonso y Antón Bruquetas “A pulso”, que precisamente
relata la historia de Javier Gómez Noya, el mejor triatleta de la historia y
uno de los más grandes deportistas españoles de siempre. Si fuera futbolista,
tenista o jugara en la NBA, se ensalzarían sus logros a todas horas y se
hablaría más de su encomiable ejemplo, pero al practicar un deporte
minoritario, la repercusión de sus sobresalientes méritos está lejos de lo que
estos merecen. Si Ronaldo cambia de gel
o se corta mientras se afeita, es noticia en el telediario y tema de
encrespadas tertulias. Para solo mencionar a Gómez Noya, tiene que haber ganado
una carrera de la copa del mundo; si queda segundo, es como si no existiera. Un
caso parecido al del piragüista David Cal, ya retirado, el deportista español
con más medallas olímpicas. Gómez y Cal son dos grandes estrellas mundiales que
en España el gran público apenas conoce, cuando en sus respectivos deportes son
auténticos ídolos en los cinco continentes y su listado de títulos
internacionales es interminable. Como
ellos, aunque no sean tan grandes, otros deportistas que destacan en sus
especialidades apenas existen para los medios de comunicación, y para poder seguirlos
mínimamente, hay que bucear profundo en las páginas digitales. Son deportistas
“anónimos”, ejemplos de superación y
excelencia eclipsados por el fútbol, la superficialidad que rodea a este y el mayor
peso de deportes con más arraigo y patrocinadores poderosos.
Ahora bien, llegan los Juegos Olímpicos y, durante unos días, estos
deportistas que han sido ignorados o apenas destacados, copan la máxima
atención de los medios. Las expectativas de medallas y grandes gestas pasan por
ellos, y por tanto son los héroes que se necesitan para estimular al espectador
y vender los Juegos. En ausencia del fútbol de alto nivel, y teniendo en cuenta que lo que importa ahora
es el medallero, estos deportistas “anónimos” son los protagonistas. Su hora ha
llegado. Se hablará de ellos, de cómo se preparan, de sus posibles triunfos, de
sus éxitos y fracasos, de la aportación que hacen (o no hacen) al sobrevalorado
medallero, y hasta de detalles personales si finalmente suben al podio. Evidentemente,
este protagonismo efímero no solo interesa a los medios; también a las
federaciones y los patrocinadores de estos deportistas que así disfrutan de una
exposición mayor, y por supuesto a ellos mismos, pues de eso también dependen
su prestigio y los futuros apoyos económicos.
Eres el campeón del mundo o uno de los mejores y casi
nadie lo sabe; pero compites en los Juegos Olímpicos con opción de ganar una
medalla, y todo el mundo está pendiente de ti. Y tus patrocinadores,
encantados. Aunque sea solo por unos días, es una ventaja salir del
anonimato y tener acceso a más recursos, pero eso a la vez conlleva diversos
riesgos que pueden interferir negativamente en el funcionamiento deportivo, por lo que una parte importante de la preparación final debe incluir, precisamente, la prevención de
tales riesgos.
Uno de ellos es que el deportista se distraiga en exceso y
no pueda preparase bien. He conocido
deportistas que cambian significativamente sus planes de entrenamiento y
descanso para atender compromisos publicitarios o entrevistas en los medios de
comunicación. Tener claras las prioridades, restringir lo extradeportivo al
máximo, y organizar bien el plan diario para compatibilizarlo todo sin que el
deportista salga perjudicado, son aspectos fundamentales en los que no solo el
deportista, sino todo su entorno, debe estar implicado.
Otro riesgo es la presión a la que estos deportistas
“anónimos” no están acostumbrados. Los que son medallistas mundiales, continentales
o nacionales, se han enfrentado exitosamente a la obligación de ganar en sus
respectivos deportes, pero ahora, la obligación se extiende a un espectro más
amplio y bajo la mirada de mucha más gente. “Mañana, nuestras esperanzas de
medalla son…”. Esta es una frase habitual que induce a asumir una
responsabilidad global que en realidad no le corresponde al deportista, pero
que muchos aceptan consciente o inconscientemente, y eso ha pasado factura a un
gran número de campeones “anónimos” de los que ahora se espera que contribuyan
al éxito colectivo de su país. El deportista carga piedras en la mochila que en
realidad no le corresponden, y estas pueden pesar demasiado.
Para casi todos los que participan en unos Juegos Olímpicos,
estos son algo especial, pero no en la misma medida. Para algunos, no son lo
más importante de su carrera y su calendario, como sucede con algunos jugadores
de tenis o de la NBA. Aunque por razones
comerciales obvias, sus patrocinadores propician que estén en la gran cita de
los cinco aros, el interés de estos deportistas suele ser pasajero. Casi
anecdótico. Muy diferente de lo que sucede con aquellos otros para quienes los
Juegos son lo máximo, el objetivo principal de sus carreras deportivas, el
evento que determina la mayor parte de sus ingresos e influye más en su
prestigio y satisfacción personal. Para todos, la grandeza de los Juegos es un
factor común que les puede afectar emocionalmente, pero lógicamente el impacto
es mayor para estos últimos. Además, se trata de una oportunidad única que solo
se presenta cada cuatro años, por lo que la presión para los que más se juegan es
aun mayor. El que participa en unos Juegos Olímpicos nunca sabe si volverá a
hacerlo cuatro años más tarde. La olimpiada es un periodo largo en el que
pueden pasar muchas cosas, y la mayoría solo participa una vez, quizá dos, con
verdaderas posibilidades de éxito. Los Juegos Olímpicos son el aquí y ahora, la
meta final, la oportunidad que quizá no se presente más.
Todos estos factores propician que los Juegos constituyan
una situación muy motivante y a la vez muy estresante, sobre todo para los
deportistas “anónimos”. Y la sobreactivación
que la motivación y el estrés provocan, favorece el sobreentrenamiento, el riesgo
de lesiones y un rendimiento inferior al esperado. En la historia de los Juegos Olímpicos existen bastantes casos de deportistas
que llegan pasados de forma, rinden peor que habitualmente o se lesionan en las semanas previas. A veces son
los entrenadores, y otras los propios deportistas, quienes para mitigar la ansiedad,
exigen o se autoexigen más de lo que se debería en un periodo en el que más que
“añadir” hay que “quitar”. Algunas lesiones tienen su explicación en haber
forzado la máquina más de la cuenta y/o no haber tenido el suficiente descanso tanto
por escasez de horas como por no poder dormir. Pueden contribuir también el exceso
de tensión muscular, los movimientos inapropiados y una atención deficiente
como consecuencia de la sobreactivación. Lógicamente, la vulnerabilidad es
mayor si además se añaden problemas personales. Te puedes caer de la bicicleta
por diversas causas ajenas, pero quizá también por alguna propia. No digo que
la lesión de Gómez Noya tenga que ver con todo esto, pues no conozco los
detalles, pero en casos similares no sería descartable. Según he leído, su año
no ha sido del todo bueno y ha tenido o tiene problemas personales. En Pekín no
respondió a lo que se esperaba de él. En Londres, solo parcialmente. En los
Juegos de Rio todos esperaban el oro, un objetivo ineludible, la última oportunidad
de ser campeón olímpico, el broche a su brillante carrera. ¿Estrés? Sin duda,
mucho. ¿Capacidad para manejarlo? Sin duda, mucha también. Pero los Juegos son
los Juegos, e incluso el más grande puede sucumbir a la presión que generan.
Es la hora de los deportistas “anónimos”, a los que confieso
que admiro profundamente por su compromiso, dedicación y afán de superación. Y
no solo a los posibles medallistas, sino a todos los que se han ganado a pulso
estar ahí para dar lo mejor de sí mismos. Con medallas o no, son los grandes
protagonistas, los que hacen de los Juegos Olímpicos ese escenario incomparable.
Para ellos, la prioridad ahora es no lesionarse y llegar a la gran cita en las
mejores condiciones. Después, gestionar bien lo que les rodea, no aceptar la
responsabilidad global que no les corresponde y centrarse solo en lo que
depende de ellos. Siendo así, sus posibilidades de éxito, cualquiera que este
sea, serán mayores, y estarán más cerca de ese sueño por el que tanto han
luchado. ¡Suerte a todos!
(Con toda mi
admiración a Javier Gómez Noya, y el deseo de su pronta recuperación y futuros
éxitos)
Chema Buceta
24-7-2016
Twitter: @chemabuceta