Un gran reto que obligó a cambiar mentalidades y viejos hábitos
La semana pasada se conmemoró el vigesimoquinto aniversario
de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en los que tuve el honor de participar
como seleccionador nacional de baloncesto femenino. Centrándome en lo
estrictamente deportivo, estos Juegos supusieron un punto de inflexión en el
deporte español, tanto por los buenos resultados que globalmente se alcanzaron,
que tanto se han ensalzado estos días, como por los procesos de preparación de
los deportistas, de los que nada o muy poco se ha dicho. Gracias a estos,
llegaron aquellos; y gracias a todo ello, emergieron y se fortalecieron la
ambición por estar arriba y la confianza en que era posible lograrlo si se
ponían los medios, el conocimiento y la dedicación.
El gran reto de Barcelona-92 obligó a cambiar mentalidades y
viejos hábitos; en cada deporte de forma particular, pero en todos con una
consigna muy clara: no bastaba con
participar; sino que había que competir
de verdad y conseguir unos buenos resultados. En muchos casos, partíamos de muy
abajo: nosotros, por ejemplo, nunca habíamos participado en una competición de
rango mundial salvo la Universiada (de rango menor) y nuestro mejor resultado
era el sexto puesto en el Eurobasket del 87, pero había que esforzarse, no
conformarse, ser capaces de ambicionar y perseguir el sueño de una gran hazaña con
creatividad, dedicación y trabajo. La mayoría de los deportes también partían
de un nivel bajo. En Seul-88 sólo se habían conseguido cuatro medallas, y no teníamos
el ramillete de campeones y finalistas mundiales y continentales que
disfrutamos ahora.
El plan ADO proporcionó recursos económicos, logísticos y
humanos que permitieron llevar a cabo planes de preparación innovadores que en
aquel momento eran necesarios. Y las federaciones tuvieron que entender que ese
dinero que recibían tenía un carácter finalista: la preparación de los deportistas
olímpicos, y no podía gastarse en otros asuntos. Este es uno de los principales
legados de Barcelona-92. Si se aspira a estar entre los mejores del mundo, el
deporte de élite exige muchos recursos que sólo disfrutan unos pocos.
Lógicamente, las federaciones deben disponer de un presupuesto para organizar
las competiciones internas, atender al deporte de base, ayudar a los clubes,
formar entrenadores y árbitros, etc., y cuando el deporte de élite proporciona
beneficios o atrae patrocinadores, es razonable que estos, en parte, reviertan
en esas necesidades; pero que haya un presupuesto con carácter finalista para
la preparación de los deportistas de élite, garantiza que estos puedan
someterse a un programa de entrenamiento metódicamente elaborado, sin estar
expuestos a los compromisos domésticos de los presidentes y los vaivenes
presupuestarios de las federaciones.
Centrándome en el baloncesto femenino, a muchos directivos y
ejecutivos de la federación española les costó entender lo del carácter
finalista, y quisieron verlo como una fuente más de ingresos que ellos podrían
administrar a su antojo. La federación pasaba por un momento delicado en lo
económico, y en la miopía de sus urgencias y falta de interés por el baloncesto
femenino, no querían aceptar que hubiera un grupo de chicas gastando dinero
para preparar unos Juegos que todavía se veían lejanos. En octubre de 1988,
cuando hacía un mes que habíamos comenzado, ya con contratos firmados con las
jugadoras y los entrenadores, plazas en la residencia Blume, donde residían
muchas de las chicas, instalaciones para entrenar, inscripción en
competiciones, etc. dos altos ejecutivos de la federación plantearon seriamente
que había que disolver el equipo “porque no había dinero”, pensando que el que
llegaba y seguiría llegando del plan ADO destinado a ese equipo, quizá haciendo
algunos “ajustes”, podrían gastarlo en otros conceptos.
El equipo no se disolvió, pero durante esos cuatro años la
lucha interna fue constante. Había quejas porque íbamos de gira a los Estados
Unidos o invitábamos a otras selecciones para medirnos con ellas, porque las
chicas cobraban puntualmente o por cualquier otra cosa que se quisiera
considerar un agravio comparativo. Y cuando los resultados en algunos partidos
no eran favorables (lo cual era normal en un trabajo a largo plazo), eran
frecuentes los comentarios negativos cuestionando el plan. Afortunadamente, el
entonces presidente, Pere Sust, y el vicepresidente Roberto Outeiriño, apoyaron
el proyecto y fueron capaces de aguantar la presión de sus detractores, gracias,
en gran parte, a que el Consejo Superior de Deportes, el ADO y el Banco
Exterior, patrocinador de las selecciones de baloncesto, lo tenían claro y no
dejaron que uno de los proyectos más innovadores de la preparación olímpica
cayera en picado. Su decidido apoyo fue decisivo, sobre todo en momentos bastante
difíciles, cuando por ejemplo, se retrasaban los pagos o se cuestionaban concentraciones
o torneos de preparación. En alguna ocasión, la delegada del equipo tuvo que
pasar a recoger el dinero de las becas de las jugadoras de manera casi furtiva,
sin que este entrara en la cuenta general de la federación. Después, claro
está, de múltiples llamadas, aquí y allí, para ver qué pasaba con el dinero y
presionar para que las jugadoras cobraran.
Más de 25 años después, podría recordar aquí numerosas
anécdotas, pero lo señalado es suficiente para dar una pequeña idea de lo que
costó avanzar contra viento y marea en aquellos años. ¿Dinero para las chicas?
Algunos pensaban que era tirarlo. El deporte femenino siempre había sido
secundario, y el baloncesto no era una excepción dentro de la propia federación;
sin embargo, ahora tomaba la iniciativa y marcaba una pauta audaz que, con
diferentes matices pero la misma esencia, seguirían otros deportes en su camino
ambicioso hacia Barcelona. Para muchos, en lugar de ser motivo de orgullo, lo
fue de molestia, de pérdida de tiempo y de dinero, de verse superados por algo
en lo que no creían y se interponía (pensaban) en su visión e intereses de
aldea pequeña.
Me consta, aunque no recuerdo los detalles, que este tipo de
oposición interna estuvo presente en otros deportes. En general, las
federaciones estaban acostumbradas a recibir una subvención y, respetando
alguna directriz menor, a gastar el dinero según su propio criterio, que en
bastantes casos respondía más a repartir el pastel para que todos, sobre todo
los más adeptos, estuvieran contentos. Pero ahora había una partida que sólo
podían emplear en la preparación olímpica. Además, esa partida sólo la recibían
si el Consejo Superior de Deportes y el ADO, a través de sus técnicos en los
diferentes seguimientos, daban el visto bueno a los planes de preparación. En
mi caso, tuve que participar en varias reuniones para explicar y evaluar nuestros
planes en distintas fases, recibir sugerencias y llegar a un acuerdo.
Trabajábamos con libertad, pero no valía cualquier cosa. Había dinero si había y
se seguía un buen plan.
Asimismo, sobre todo en los deportes colectivos, pero
también en muchos individuales de tradición menor en España, faltaba la
comprensión de lo que suponía un plan a largo plazo: un plan en el que la
inmediatez del resultado no importaba, sino el crecimiento de los deportistas y
los equipos para poder dar un salto de calidad y alcanzar cotas mayores. En
nuestro caso, las críticas desde fuera también estuvieron presentes con
bastante frecuencia, a pesar de que el proyecto proporcionó beneficios económicos
y de visibilidad a los clubes. Por ejemplo: los clubes cuyas jugadoras estaban
en el plan, recibieron dinero cada uno de los cuatro años; y televisión
española retransmitió un gran número de partidos de la liga femenina, lo cual,
en aquel momento, supuso un impulso muy importante para el baloncesto femenino.
Ahora existen quejas con fundamento sobre la falta de visibilidad de algunos
deportes en la televisión y otros medios de comunicación, pero la situación entonces
era mucho peor, y el periodo previo a los Juegos sacó del ostracismo a deportes
y deportistas prácticamente desconocidos.
La mayor parte de las jugadoras que participaron en nuestro proyecto
eran menores de 20 años. Una gran apuesta. No estaban algunas de las mejores de
ese momento, sino las que se preveía que por su edad y condiciones, aun llegando
todavía muy jóvenes a un evento como los Juegos Olímpicos, podrían beneficiarse
de un entrenamiento muy intenso para elevar el nivel en 1992. En esa selección
y en otras muchas decisiones durante ese periodo, cometimos errores. Teníamos
poca experiencia en este tipo de plan, y si pudiéramos volver atrás, es
evidente que haríamos algunas cosas de otra manera. A pesar de todo, con un
gran desgaste de quienes liderábamos el proyecto y un compromiso y esfuerzo
tremendos de las jugadoras, fuimos capaces de seguir adelante y tener en Barcelona-92
un equipo muy competitivo que por muy poco no estuvo en los partidos por las
medallas, pero consiguió un gran quinto puesto que, a pesar de los muchos
avances posteriores, sólo se ha superado en los Juegos de Río de Janeiro, 24
años más tarde.
Cuando en 1988 explicamos que en Barcelona-92 podríamos
luchar por una medalla, muchos pensaron que estábamos vendiendo la moto para
vivir del cuento; y nos lo siguieron recordando con cada tropiezo en el camino.
Finalmente, el sueño no se cumplió; pero estuvimos muy cerca; y ese quinto
puesto, también impensable para muchos cuatro años antes, supuso poner el pie,
por primera vez, entre los mejores del mundo. Y sobre todo, creció una
generación de jugadoras que fue capaz de competir con las mejores del planeta:
al año siguiente, ganando la medalla de oro en el Eurobasket (la siguiente
llegó 20 años más tarde) y, después, contribuyendo a otros éxitos con la
selección y sus clubes. Algunas, incluso, llegaron a jugar en la WNBA, algo de
ciencia ficción unos años antes. Pero por encima de estos éxitos, el legado más
importante de estas legendarias jugadoras es que fueron el modelo inspirador de
las futuras generaciones. Tras ellas aparecieron otras, y tras estas últimas,
otras: las que ahora nos representan ganándolo casi todo. Además, se
interesaron por el baloncesto femenino entrenadores bien preparados que han
sido respetados y han hecho un gran trabajo; y ya no se cuestiona que haya un
plan de preparación permanente, aunque con jugadoras más jóvenes, el siglo XXI,
que nosotros fundamos en 1987, también con bastantes críticas, y que todavía
continua contribuyendo a formar jugadoras de élite.
25 años después, es evidente que Barcelona-92 y todo lo que
supuso su preparación en los años anteriores, fueron un punto de inflexión para
el baloncesto femenino español: un cambio de mentalidad, de ambición, de estilo
de trabajo, de prioridad y apoyo institucional , de buena preparación, de respeto,
de reconocimiento. Cómo consecuencia de todo eso, y los avances que se han ido
añadiendo, no es casualidad ni el fruto de un esfuerzo aislado, que llevemos ya
muchos años estando entre los mejores siempre. Y lo mismo podemos decir de
otros deportes. Incluso de algunos, como podría ser el waterpolo femenino, que
aun no estando allí, es probable que se hayan impregnado de ese espíritu
competitivo, ese no conformarse y hacer las cosas bien, y esa confianza que, desde esos Juegos,
predominan en gran parte de nuestros deportistas y sus entornos.
No me gusta recrearme en el pasado. La vida continua y es
recomendable no quedarse atrás y seguir avanzando con nuevos retos aunque estos
no sean del mismo calado. La importancia debemos dársela nosotros mismos. No
hay reto pequeño si el que lo acomete piensa en grande. No obstante, en este
caso, mirar un poco hacia atrás nos permite recordar lo que nos hizo dar un
paso de gigante, y por eso, es una lástima que este significativo aniversario
se haya quedado en una o dos recepciones oficiales y unos cuantos recordatorios
periodísticos de las hazañas conseguidas. Habría sido una gran oportunidad para
recordar y analizar lo que se hizo hasta llegar allí y, mirando hacia delante,
obtener algunas enseñanzas. Evidentemente, no se trata de hacer lo mismo, pues
las circunstancias han cambiado; y en el caso del baloncesto y otros deportes,
lo que se hace ahora está dando excelentes resultados. Sin embargo, a nivel
global, aún no se han superado las medallas de Barcelona-92, a pesar de que
ahora hay más preseas en juego y se parte de un nivel mucho más alto. Puede que
se disponga de menos medios económicos que entonces, pero tenemos mejores
instalaciones para entrenar, entrenadores y científicos del deporte con más
conocimientos y experiencia, y deportistas que no están tan lejos de lo más
alto como en aquel momento.
¿Qué nos falta? ¿Por qué algunos deportes han sabido
aprovechar la estela de Barcelona-92 y otros no?¿Falta ambición? ¿Sacrificio?
¿Capacidad de lucha ante la adversidad y la incomprensión? ¿Acomodamiento? Hace poco, tuve acceso a la frase de un deportista exitoso: “Lo importante no
es el deseo de ganar, pues ese lo tenemos casi todos, sino el deseo de
prepararse para ganar”. ¿Estamos dispuestos, entrenadores, deportistas y todos
los implicados, a pagar el elevado coste personal que supone prepararse para poder
ganar? También la semana pasada, el entrenador de Mireia Belmonte ponía el dedo
en esta llaga denunciando que cada vez hay menos deportistas que verdaderamente
estén dispuestos a comprometerse con objetivos ambiciosos a medio/largo plazo, trabajar
duro, renunciar a otros estímulos y llevar una vida dedicada a ganar o
conseguir los mejores resultados. En el deporte de base, los resultados
deportivos deben ser algo secundario; en el de élite, son el objetivo que lo
justifica. No creo que necesitemos un nuevo punto de inflexión, pero sí poner
las bases para superar esa barrera de las 22 medallas de Barcelona. Muchos
deportistas que contribuirían a ello, ni siquiera habían nacido en el 92, pero
es muy probable que a estas alturas, al estar en la élite o cerca de ella, ya
tengan el germen de los que lo dieron todo entonces. Sólo falta apuntalarlo.
Recuperar los valores y la disciplina que nos acompañaron en esos fantásticos
años.
Chema Buceta
1-8-2017
@chemabuceta