"Si acierto seré un héroe; si fallo, un villano"
Avanza el mundial de fútbol
y, más allá del muy cansino monotema de Messi, Ronaldo y alguno más, y la
absurda insistencia en destacar actores individuales en un deporte colectivo, sobresale,
antes de lo habitual, un protagonista del que apenas se habla, como si fuera un insignificante
personaje de reparto que pinta mucho menos que, por ejemplo, el soporífero tiki-taka
o las infranqueables barreras defensivas que hacen insoportables algunos
partidos. Gracias al VAR, gran enemigo de los acalorados debates en el bar, el penalti
está saliendo a escena en casi todos los partidos; y sin que nadie lo discuta. En
el bar se podía discrepar de la decisión del árbitro, pero si lo dice el VAR eso
“va a misa (a la mezquita o a donde sea, según proceda)”.
En los mundiales, al
igual que en las fases finales de los torneos continentales para selecciones
nacionales, a partir de los octavos de final, los penaltis suelen ser decisivos
en muchos partidos. Más de un equipo abandona la liza por no estar tan fino
como su adversario desde los 11 metros, y raro es que el campeón no haya pasado
alguna eliminatoria gracias a su mayor acierto desde ese botón que adorna las áreas
o (el portero) entre los tres palos. Por eso suele extrañar que, como a veces
se sabe después, los equipos no preparen esta suerte según su trascendencia
merece, como dando por hecho que tener en el equipo a varios especialistas
es suficiente para salir victorioso, a pesar de que, mundial tras mundial, la realidad muestra lo
contrario.
En primer lugar, la
trascendencia de los penaltis que deciden un partido finalizado en empate es
mucho mayor que la de un penalti durante el tiempo de juego. Además, mientras
este último, aun produciéndose varias veces, lo puede tirar el mismo jugador,
en la tanda de cinco o más penaltis tienen que intervenir varios, lo que
supone, en bastantes casos, que futbolistas que incluso pueden llevar toda la
temporada sin haber tirado una sola pena máxima, tienen que asumir ahora esa
responsabilidad. No es extraño que, con bastante frecuencia veamos a jugadores
que, llegado el momento, se “esconden” para no ser elegidos o alegan alguna razón
que justifique su ausencia; y por supuesto, no faltan las caras pálidas y
agarrotadas que transmiten la enorme tensión de quien se dispone a ejecutar ese
lanzamiento decisivo. No es el caso de todos los que lanzan; incluso hay algunos a los que esto los estimula y agranda; pero sí de muchos;
y entre estos no es difícil explicar, en base a ese exceso de tensión, los
disparos defectuosos que facilitan la intervención del portero o envían el balón
fuera de la diana. Los porteros también juegan, por supuesto, y muchas veces el
mérito es sobre todo suyo, pero, obviamente, la calidad del lanzamiento influye
en la probabilidad que tiene el portero de acertar, ya que es el lanzador quien
tiene la iniciativa y toda la ventaja.
Mundial tras mundial,
todos estos argumentos sugieren la necesidad de tomarse más en serio la
preparación de los penaltis, incorporando estrategias psicológicas para que los
elegidos puedan gestionar el gigantesco impacto emocional que provoca esta
situación, favoreciendo, así, que la probabilidad de acertar sea mayor. ¿Por qué no se hace, salvo en alguna excepción? Una razón
puede
ser ignorar o no querer ver la necesidad de un tipo de entrenamiento que no es
habitual, así como la participación de un profesional, el psicólogo del deporte, que
tendría que asesorar a los entrenadores para diseñar los ejercicios apropiados
y, a su vez, trabajar directamente con los futbolistas (lanzadores y porteros)
para desarrollar habilidades eficaces de autocontrol emocional. Otra razón
puede ser que, guiados por el partido a partido, los equipos se centren en la
primera fase y no piensen más allá, aplazando el asunto de los penaltis en beneficio
de otras prioridades; aunque, claro, cuando llegan esos partidos, quizá ya sea tarde.
Es discutible si el “partido
a partido” debe ser siempre el criterio a seguir, y en cualquier caso, no
es incompatible con una estrategia global de la competición que también tenga
en cuenta las posibles necesidades tras la primera fase, sobre todo si tu
equipo aspira a ganar el mundial o a llegar lejos. Pero, además, la presencia del
VAR ha concedido al penalti un protagonismo inesperado ya desde el primer
momento. Creo que no ha habido un solo día sin penaltis, algunos en más de un
partido. El penalti ha encontrado en el VAR a un fiel aliado que le hace
justicia, situándole en el papel de actor principal que injustamente se le había
negado; y parece que a más de uno le ha pillado por sorpresa.
Es innecesario señalar
que el penalti es la forma más probable de marcar un gol, y más aún, cuando el
abuso del tiki-taka y las murallas defensivas numantinas propician que haya muchos
partidos en los que apenas se tira entre los tres palos. Por eso, si bien durante
un partido no tiene la trascendencia decisiva que en una tanda tras un empate, se
ha convertido en una oportunidad muy valiosa, más probable que antaño, que se
debería aprovechar. Es decir, hay que tomárselo más en serio; prepararlo bien;
no escatimar esfuerzo ni conocimiento para que los lanzadores y los porteros
ejecuten esta jugada con la máxima eficacia.
La mayor trascendencia
del penalti en esta primera fase conlleva una mayor responsabilidad de los
lanzadores. Esta es la única jugada en la que al portero se le perdona que no
acierte, pero no así al lanzador, de quien se asume que, gracias a su evidente
ventaja, tiene la obligación de marcar. El futbolista lo sabe, y aunque después
se le pueda disculpar por haber errado, esa “obligación” genera una presión que
a muchos les atenaza, favoreciendo una mala decisión sobre el lanzamiento y/o una
ejecución deficiente. En realidad, en este campeonato, la trascendencia
del penalti convierte a este en un “marrón”. Si se consigue el gol, es lo que
había que hacer; si se falla, es un error muy grave que puede afectar al
resultado final no sólo por haber perdido esa oportunidad, que quizá sea la
mejor o casi la única en todo el partido, sino por lo que afecta negativamente
al funcionamiento posterior del que lo lanzó y falló, y en ocasiones a la moral del
conjunto del equipo, sobre todo si, a pesar de correr, pelear, tocar el balón,
etc., no ve puerta ni aunque el partido durara tres días.
Tres casos interesantes.
En la primera parte de su primer partido, Perú dominó a Dinamarca, y antes del
descanso llegó su gran oportunidad. Cuevas lanzó el penalti fuera de la portería.
Se retiró al vestuario llorando, y en la segunda parte, él y el equipo fueron
otros. Dinamarca ganó 1-0. En el segundo partido, perdieron contra Francia,
también 1-0. Francia es superior, y a Perú no se le puede negar su espíritu de
lucha, pero en dos partidos no ha marcado un solo gol. Su mejor oportunidad pasó,
y lo que es peor, es muy probable que ese error les haya afectado. Desde luego, Cuevas no
ha vuelto a jugar bien. Otra razón para trabajar psicológicamente. El error se
puede producir, pero hay que superarlo y seguir adelante. La prepración psicológica es la clave.
Segundo caso .Messi también falló
un penalti en el primer partido de Argentina, y se le culpó del empate contra
Islandia. De momento, sigue desaparecido en combate, y eso que se trata de un
jugador acostumbrado a tirar penaltis. Pero estos penaltis no son lo mismo. El
tercer caso es el del jugador de Túnez (no recuerdo su nombre) que tiró el
penalti contra Inglaterra. Estaba lívido antes de lanzar, pero a pesar de todo,
marcó. Cuando vio que la pelota entraba su expresión reflejó que sentía un gran
alivio, más que por marcar (esto es una mera especulación) por el hecho de
haberse quitado de encima el “marrón”. El miedo a fallar puede ser terrible, y,
aunque ambos vayan de la mano, para algunos jugadores la satisfacción es mayor por
no haber fallado que por haber acertado.
Chema Buceta
23-6-2018
@chemabuceta