A través de twitter, Eloy Ramírez, entrenador de baloncesto, me alerta de lo sucedido en el partido Rayo Vallecano- Betis. Todavía en la primera parte, Paulao, defensa del Betis, cometió dos errores graves: una inocente dejada al portero que provocó el primer gol del Rayo; y poco después, un rechace fallido que supuso un autogol. 2-0 en contra; y más cerca del descenso. La noticia fue que el jugador, visiblemente afectado, pidió el cambio. Varias veces, hasta que el entrenador le sustituyó. ¿Cobarde? ¿Blandito? ¿Falto de compromiso?
Para muchos es incomprensible que un deportista pida el cambio. Defienden que, pase lo que pase, su obligación es aguantar el tipo, luchar
consigo mismo y superarse. Si luchas eres fuerte; si te rindes, débil. Y el
deporte es una escuela para endurecerse y ser fuerte. ¿Quién no está de
acuerdo? La fortaleza mental es un atributo de incomparable valor que predomina
en los que triunfan. Lo vemos en los grandes campeones, sobre todo cuando se
crecen en la adversidad. Esta es el escenario en el que destacan los que
verdaderamente son mejores, el de las gestas heroicas que dejan la huella más
honda, donde con el viento muy en contra, lejos de aceptar rendirse, se
persigue la victoria con admirable tesón. Nos emocionan esos deportistas que
jamás tiran la toalla, que incluso con el barco hundido se agarran a lo último
que flota para seguir vivos y continuar la lucha. Sin vuelta atrás. Los admiramos por su confianza en que, dando lo mejor de sí mismos, cambiará el signo
de la contienda. Y si pierden la batalla, aprenden y se levantan de nuevo para
afrontar la siguiente y ganar la guerra. A la larga, siempre que tengan el
nivel deportivo exigido, son esos los supervivientes de una actividad hermosa que,
sin embargo, masacra a los más débiles. No hay lugar para ellos. Por mucho
talento que tengas, o eres fuerte o no sobrevives (o te quedas en un nivel
inferior del que podrías alcanzar; algo que le sucede a bastantes deportistas con talento).
No obstante, también hay que aceptar que el deportista es una
persona de carne y hueso; y así, por muy fuerte que sea, es inevitable que
atraviese por momentos de debilidad. A muchos les cuesta reconocerlo, mostrarlo
abiertamente. Es lógico: contradice el estereotipo idílico del gran campeón.
Por eso, a veces inconscientemente, la debilidad se esconde tras una coraza de
aparente invulnerabilidad. Aparece el autoengaño: “el dolor no existe”. Y cuando
los deportistas son conscientes, excepto con personas muy próximas, es raro que compartan los síntoma de fragilidad. Están agotados, pero lo niegan. Les duele
una pierna, pero no lo dicen. Se desaniman… no lo confesarían ¡ni borrachos! Lo
que es virtud, como no rajarse y luchar hasta la saciedad, se convierte en
defecto cuando se pisa el terreno de la irresponsabilidad. Una cosa es no
rendirse, y otra suicidarse y provocar que con uno mueran todos los suyos. Si
un deportista cree honestamente que está mal, ya sea en lo físico o lo
psicológico, y que por tanto no está en condiciones de rendir a un bien nivel,
hará un favor a su equipo si lo dice. ¿Por qué no se hace? Falta la
confianza suficiente, y se teme quedar mal, dar una imagen pésima de uno mismo,
quedar como un cobarde o un blandito, perder el apoyo del entrenador… ¿Hacemos
algo para crear ese espacio de confianza que permitiría a los deportistas ser
más sinceros? ¿O preferimos pensar que si nadie dice nada, es que no pasa nada? Pedir el cambio no es necesariamente de cobardes o blanditos. En
ocasiones, sí. También puede delatar a los que tienden a escaquearse cuando las
cosas van mal. Pero a veces lo es de valientes que piensan en el equipo, dejando
paso a compañeros que puedan hacerlo mejor. Paulao: ¿Cobarde, blandito,
caradura, valiente?
¿Qué hace el entrenador si el jugador pide el cambio? Si
este es un joven en edad de formación, la oportunidad de educarlo como deportista
y persona que no abandona es excelente. Dejándolo en el campo sin posibilidad de
escape (eso sí, animándole a seguir y con las instrucciones precisas para que
salga adelante), le obligará al sobreesfuerzo mental que la situación requiere,
y por esa vía contribuirá a su fortalecimiento mental. ¿Estás incómodo,
avergonzado, desanimado, hundido? ¿Quieres escapar? Lo siento, no es posible. Sigue
ahí, pelea contigo mismo y vence el deseo de rendirte. Endurécete. Domínate.
Crece! Céntrate en hacer esto y aquello (cosas concretas que domine bien). Adelante! Favorecer el escape pensando más en el resultado inmediato, puede
perjudicar la formación del jugador. Claro que si no reacciona y baja los
brazos, habrá que cambiarlo, porque dejarlo así en el campo puede ser más
perjudicial. Se le cambia, y después se habla con él para que entienda que el
abandono, salvo que haya riesgo para la salud, no es una opción.
Ahora bien, Paulao es un deportista profesional, y la
función del entrenador no es educarlo, sino obtener de él el máximo
rendimiento. Una diferencia sustancial; en el deporte de base, se siembra; en
el de élite, se recoge. Es difícil ganar un partido con jugadores que piden el
cambio. Conviene más pelear con los que no dudan, aquellos que confían en que a
pesar de todo se puede vencer. Después habrá que valorar los razonamientos del
jugador que solicitó la sustitución, diagnosticar si se trata de una situación aislada
o un patrón habitual. Lo aislado se comprende; lo habitual debe preocupar y
plantear si el jugador puede cambiar o está sentenciado. ¿Hacemos algo para ayudar? La fortaleza mental
no sólo se consigue a base de aguantar golpes, sino fundamentalmente
desarrollando recursos que permitan controlar las situaciones adversas y las
propias emociones. ¿Hacemos algo? ¿O damos por perdidos a los que muestran debilidad?
Para ganar hay que contar con los que están mejor, y por
eso, la sinceridad de quienes no están bien es un valor a considerar. Otra
cosas es que, con el partido perdido, el entrenador acceda a sustituir a las
“estrellas” que prefieren no aguantar el chaparrón, dejando que la tempestad
caiga sobre los suplentes. Cuando el barco se hunde, salvo lesiones,
enfermedades o partidos muy próximos que lo justifiquen, suele ser conveniente
que los principales protagonistas estén dentro, dando la cara hasta el pitido
final. Una lección de responsabilidad.
No conozco a Paulao, pero no hay que tachar de cobarde o
blandito a quien excepcionalmente muestra debilidad mental. Si la tempestad
acecha y uno se siente incapaz de manejar el timón, es loable que lo comunique
y permita que lo haga un compañero. Trabajar en equipo también implica aceptar
que en determinadas circunstancias son otros los que tienen que tirar del
barco. Eso sí, aunque se trate de supervivientes, no pensemos que la fortaleza
mental de los deportistas de élite es un cheque sin caducidad. Que un jugador
de fútbol sepa controlar el balón o dar pases largos, no significa que no lo
entrene. El depósito hay que llenarlo y volverlo a llenar. Del mismo modo, hay
que alimentar la fortaleza mental. Que al deportista no le falte la gasolina
cuando, como Paulao, la necesite más. ¿Hacemos algo?
Chema Buceta
21-4-2014
twitter: @chemabuceta