jueves, 19 de marzo de 2015

QUIERO DEPORTISTAS HUÉRFANOS

                                             
                                                Los padres no son meros espectadores



En épocas pasadas, la cuestión de los padres de los deportistas jóvenes apenas existía. El deporte no tenía la misma dimensión que ahora ni en lo profesional ni en lo participativo, y salvo excepciones, despertaba mucho menos interés. Además, las familias eran más numerosas, y los padres no podían dedicarse tanto a la individualidad de cada uno de sus hijos, por lo que se involucraban lo justo. También se percibía una mayor seguridad en las calles y los transportes públicos, y muchos chicos se desplazaban solos. Extraña era la presencia de padres en los entrenamientos, y la mayoría tampoco acudía a las competiciones. Y en casa se hablaba poco del deporte de los hijos. Una actividad más. Punto.

Sin embargo, aunque algunos se nieguen a aceptarlo, los tiempos han cambiado, y el interés y la participación de los padres han crecido significativamente. Sus motivaciones son variadas. Muchos consideran el deporte como una actividad beneficiosa para el desarrollo corporal, la salud, la educación, las relaciones sociales y el tiempo de ocio: algo ineludible en el repertorio de actividades extraescolares. Otros lo quieren ver como la antesala del deporte de élite, de llegar a lo más alto, de una posible profesión futura. Y algunos lo viven en primera persona, como si fueran ellos los protagonistas. En cualquier caso, los padres se exponen a las emociones intensas que de por sí estimula el deporte; más aún, al ser su propio hijo quien está en la arena. Es evidente que no pueden ser espectadores indiferentes, y eso ocasiona que algunas veces pierdan el control y no actúen de la mejor manera. ¿Culpables? Decía un conocido directivo, y muchos otros lo piensan, que lo mejor es tener deportistas huérfanos, sin padres que se entrometan. Pero hoy en día, los padres quieren estar involucrados, y guste o no, lo están. La cuestión es si su influencia suma o resta. ¿Deportistas huérfanos, o padres preparados?

Los padres son imprescindibles en numerosos casos. No solo es necesaria su autorización para que los menores de edad practiquen deporte, sino que habitualmente, salvo en los clubes y organizaciones más poderosos, tienen que poner dinero: cuotas mensuales, sueldos de entrenadores, material deportivo, gastos de desplazamientos, etc. Asimismo, es frecuente que tengan que llevar y recoger a los chicos a los entrenamientos y las competiciones, a veces viajar con ellos y, en algunos casos, colaborar en tareas organizativas. También deben ocuparse de los muchachos cuando están lesionados y hay que buscar un médico o un fisioterapeuta y llevarlos a los tratamientos. Todo este trajín supone renunciar a proyectos propios y adaptar el plan personal y familiar a la actividad deportiva de los hijos. Sin la generosa aportación de los padres, la gran mayoría de los jóvenes no harían deporte. ¿Son meros espectadores?

De manera paralela al esfuerzo que hacen, es lógico que los padres asuman una mayor responsabilidad. Si se esfuerzan tanto es porque consideran que el deporte es importante, y por eso se interesan por la actividad deportiva de sus hijos, observan lo que sucede, aprenden, desarrollan un criterio propio y opinan. El deporte afecta al hijo, y muchos padres quieren asegurarse de que cumple su función. Por eso, unido a lo atractivo y estimulante que es el deporte, se trata de un tema de interés común en la familia, de conversación en la mesa y en el coche, de preocupación y alegría compartidas. Una gran oportunidad de comunicación y empatía con el hijo. Se habla de las competiciones del chico y del deporte en general, y cuando por ejemplo el muchacho está triste tras un mal partido, sus padres saben por qué y le pueden comprender y animar. La trascendencia del deporte rebasa los límites del terreno de juego. Es un elemento relevante en la sinergia familiar.

Por tanto, los padres no son solo quienes proporcionan la logística, sino que están involucrados en el día a día de sus hijos y su influencia es enorme: quieren saber qué sucede, cómo lo hace el chico, si avanza por el buen camino, cómo puede mejorar y superar los malos momentos, si ellos pueden hacer algo para ayudar… y sus comentarios y comportamientos no pasan desapercibidos. Además, deben tomar decisiones, algunas muy trascendentes. ¿Está nuestra hija en el lugar adecuado? ¿Debería cambiar de equipo, de grupo de entrenamiento? ¿Debemos dejar al chico de catorce años que vaya a vivir a otra ciudad? ¿Qué hacemos cuando nuestro hijo no quiere ir a entrenar?  ¿Y cuando la niña sale desanimada de los entrenamientos? (¿Seguimos pensando que pueden ser meros espectadores?).

En mayor o menor medida, según cada caso, existen preocupaciones y decisiones de los padres respecto al deporte de sus hijos. ¿Es lógico que se interesen por ellos? ¿O deberían tomarse la actividad deportiva como si solo fueran los que patrocinan y transportan a los chavales? Algunos entrenadores y directivos que se quejan a menudo de los padres piensan que estos deberían actuar como si se tratara de chicos que no son sus hijos (???). Con mucha distancia. Como si no estuvieran en su derecho de interesarse e involucrarse en lo que sus hijos hacen. “Queremos deportistas huérfanos”.  Es lo más cómodo para quienes no aceptan que los tiempos han cambiado y, muy probablemente, carecen de habilidades para interactuar con los padres. Quieren un cheque en blanco. "Prohibida la entrada a perros y padres".(me cuentan que así lo expresó un conocido entrenador de tenis).  ¿Y cuando los padres observan, por ejemplo, que el entrenador suele llegar tarde, se limita a cumplir de cualquier manera, no enseña, no estimula, insulta o minimiza a los chicos a su capricho? ¿Deben quedarse callados y permitirlo? ¿Son padres conflictivos quienes con educación reclaman respeto, piden que el club y el entrenador se esfuercen y exigen que los técnicos deportivos actúen con la responsabilidad formativa que su trabajo requiere?

La realidad hoy, se quiera o no, se acepte o se ignore, es que muchos padres quieren participar y lo hacen. Le dan importancia al deporte y asumen su participación como una función más de su responsabilidad de padres. Y por supuesto, para bien o para mal, influyen en sus hijos. ¿Es su actuación la adecuada? Aquí es dónde muchos padres no aciertan y, en algunos casos, cometen errores graves interfiriendo en las labores del entrenador, presionando a los chicos, comportándose mal, etc. Pero… ¿Cómo se preparan los padres para gestionar el deporte de sus hijos? ¿Qué referentes tienen? ¿Quién les informa y les asesora?¿Reciben algún tipo de ayuda, de orientación, de entrenamiento? ¿O se buscan la vida como pueden? Normalmente, esto último. Si encima añadimos su habitual falta de habilidad para controlar la motivación y las emociones intensas que provoca el deporte, no es extraño que haya padres que obsesionados, nerviosos y desinformados, actúen como en los malos ejemplos que todos conocemos. ¿Los damos por imposibles, o los ayudamos? ¿Seguimos quejándonos, o los aceptamos como miembros del equipo y los entrenamos?

Arrinconar a los padres, ignorarlos, pensar que se soluciona el “problema” prohibiéndoles el paso o evitándolos, es algo tan ridículo como querer creer que el sol no ha salido porque te has puesto unas gafas oscuras. Un autoengaño para no salir de la zona de confort y eludir el esfuerzo de desarrollar habilidades y programas que favorezcan la participación de los padres. ¿Estamos preparados para este gran reto, o perdemos el partido antes de jugarlo? ¿Deportistas huérfanos o padres preparados?

Chema Buceta
19-3-2015
(Día del padre en España)

Twitter: @chemabuceta

lunes, 2 de marzo de 2015

USAR Y TIRAR

                                La carrera deportiva no debe ser incompatible con la carrera de la vida



Me cuentan en México que el Comité Olímpico Mexicano ha conseguido un acuerdo con una prestigiosa universidad para que los deportistas de élite puedan estudiar una carrera con una beca compaginándolo con el deporte. Un plan estupendo que con diferentes fórmulas ya existe en otros países. Lo increíble en este caso, es que una de las federaciones a las que se habían asignado plazas, las rechazó aludiendo que “ya habían llegado a un acuerdo con los padres de los deportistas para que estos dejen los estudios durante cuatro años y se dediquen solo al deporte” (!!!). Aberrante. ¿Cómo se puede ser tan irresponsable? Dirigentes que proponen tal acuerdo a unos padres, demuestran que los deportistas les importan un pimiento más allá de lo que puedan extraer de ellos en lo deportivo. Una forma de explotación en el siglo XXI. Usar y tirar. ¿Y los padres que lo aceptan? Es probable que se trate de personas poco preparadas que se habrán dejado llevar por el entusiasmo de sus hijos, unas becas deportivas modestas pero que suponen ingresos en el corto plazo y las exigencias de esos directivos desalmados que los sitúan entre la espada y la pared; quizá deslumbrados también por el posible éxito, la fama, las medallas y el orgullo que supone para ellos (su propio ego); pero en cualquier caso, es triste que sean cómplices de una decisión tan nefasta para los chicos.  

No es necesario destacar los beneficios obvios que aporta estudiar y relacionarse con otros estudiantes. Más aún, como es el caso, si se trata de un deporte sin salidas profesionales, por lo que estos muchachos, incluso consiguiendo medallas olímpicas, cuando se retiren no tendrán nada. Habrán dedicado sus mejores años a entrenar en el gimnasio y viajar como maletas de competición en competición, y eso les habrá servido para desarrollar algunos valores, pero les faltará la preparación que otros jóvenes habrán adquirido y estarán en desventaja para competir con ellos. Por eso, gracias a este tipo de iniciativas, el deporte les brinda la oportunidad de compaginar su esfuerzo en la arena deportiva con la formación en una buena universidad, ¡y los directivos y sus padres la rechazan! En los años sesenta del siglo pasado, un conocido directivo al parecer sentenció: “Prefiero campeones analfabetos que segundones muy leídos”. Por desgracia, cincuenta años después todavía hay directivos con esa mentalidad obsoleta, en lugar de pensar que puede haber campeones cultos y preparados también para la carrera de la vida. ¿Usar y tirar? ¿O asumir que el deporte debe ayudar, y no destruir, a los jóvenes que con entusiasmo a él se entregan?

Además de aberrantes e irresponsables, este tipo de decisiones parten de supuestos que en gran parte son erróneos. Asumen que si el deportista no estudia, tiene más tiempo para entrenar, viajar y competir, descansa más y puede estar más concentrado en su actividad deportiva, resultando todo ello en un rendimiento mejor. En teoría, puede tener sentido que dedicándose solo al deporte se rinda más; sin embargo, no necesariamente es así; y de hecho, en bastantes casos, la dedicación exclusiva es perjudicial. No por entrenar más y no pensar en otra cosa, se rinde más. Es evidente que un deportista de élite debe dedicarse mucho a entrenar y competir, pero cuando se dispone de todo el tiempo del mundo, es fácil caer en un sobreentrenamiento que provoca lesiones, agotamiento físico y mental y estar pasado de forma, lo que perjudica el rendimiento. El abuso del tiempo de entrenamiento no es algo infrecuente cuando los deportistas están solo para eso, y son muchos los jóvenes que sufren sus consecuencias negativas.

Asimismo, dedicarse únicamente al deporte, con la alta exigencia de responder a las becas que se reciben y las demandas de los entrenadores y los directivos que también se juegan lo suyo según sean los resultados de los deportistas, contribuye a una enorme presión que acaba destruyendo a muchos jóvenes. Se puede aceptar que para triunfar en el deporte de élite es necesario saber manejar la presión, pero ese “saber” no quiere decir que haya que nacer sabiendo, sino que al igual que sucede con las habilidades deportivas, debe existir un periodo de aprendizaje. Esto es algo que muchos entrenadores, directivos y padres ignoran, y por eso a muchos chicos se les expone prematuramente a una presión injustificada que les impide avanzar según su talento. Hay grandes "supervivientes" que aparentemente lo soportan todo, aunque algunos lo pagan años después, incluso ya retirados, pero muchos deportistas jóvenes que fracasan, llevados de otra manera, habrían podido triunfar, y sin embargo, se les corta el camino sin haberles dado una verdadera oportunidad. “Si me dedico solo a esto, y me dan una beca, no puedo fracasar… y menos aún decepcionar a quienes confían en mí… sobre todo a mi familia… y menos aún a mí mismo”. Fracaso casi seguro. Usar y tirar. 

Vincular el éxito deportivo al valor que uno se da a sí mismo como persona (la autoestima) es algo bastante probable en un deportista joven que solo se dedica al deporte, y eso conlleva un riesgo muy alto de sentirse fracasado como persona y, eventualmente, desarrollar trastornos psicopatológicos como la depresión. El joven que se lo juega todo a la carta del deporte puede sentirse muy amenazado ante la posibilidad de perder la única fuente que nutre su autoestima y el cariño que percibe de los demás, y eso es algo muy estresante que tarde o temprano suele minimizar su rendimiento. Sin embargo, el joven que compagina el deporte con los estudios, aunque aquel sea prioritario ya en una etapa avanzada (tras la etapa escolar, cuando el deportista destaca) y estos avancen más despacio que si no fuera deportista de élite o promesa, puede conseguir un equilibrio emocional que le ayudará a rendir mejor.

Me contaba un exjugador internacional de fútbol que estudió una carrera universitaria, que en un viaje a un partido de la Copa de Europa, el entrenador le llamó la atención por estar estudiando en el avión (!!!). Según le dijo, “así no se concentraba en el partido del día siguiente (!!!).  Sin embargo, a este jugador, estudiar le ayudaba a distraerse y jugar mejor. Es cierto que antes de una competición importante, a algunos deportistas les puede estorbar tener que estudiar, pero para otros, los que tienen el hábito de hacerlo y saben compaginarlo con el descanso y la preparación para competir,  suele ser una buena medicina para no obsesionarse con la competición y llegar a esta en las mejores condiciones de rendir al máximo. También, tras una derrota o un mal entrenamiento, estos deportistas tienen los estudios para refugiarse en ellos y recuperarse antes. Y saben que el deporte, aunque muy importante, no lo es todo; que su valor como persona puede nutrirse de otras fuentes. Además, el día es largo, y no es infrecuente ver a deportistas que se convierten en perezosos fuera de sus horas de entrenamiento, frente a otros que al tener otra obligación, no tienen más remedio que aprender a administrar su tiempo y desarrollar una mayor disciplina que, en bastantes casos, repercute favorablemente también en le deporte.

El día en que los padres de los deportistas jóvenes estén mejor informados, es posible que no permitan que el deporte cercene las posibilidades de sus hijos renunciando a estudiar, más aún cuando gracias al propio deporte se les presenten buenas oportunidades que sin este no estarían a su alcance. Por eso, quizá algunos directivos siguen pensando que lo mejor es mantener ignorantes a los padres. Así pueden hacer lo que les da la gana. Se explota al joven que puede servir para alimentar sus egos, y cuando lo haya dado todo que pase el siguiente. Usar y tirar.


Chema Buceta
2-3-2015

Twitter: @chemabuceta