Los padres no son meros espectadores
En épocas pasadas, la cuestión de los padres de los
deportistas jóvenes apenas existía. El deporte no tenía la misma dimensión que
ahora ni en lo profesional ni en lo participativo, y salvo excepciones,
despertaba mucho menos interés. Además, las familias eran más numerosas, y los
padres no podían dedicarse tanto a la individualidad de cada uno de sus hijos,
por lo que se involucraban lo justo. También se percibía una mayor seguridad en
las calles y los transportes públicos, y muchos chicos se desplazaban solos. Extraña
era la presencia de padres en los entrenamientos, y la mayoría tampoco acudía a
las competiciones. Y en casa se hablaba poco del deporte de los hijos. Una
actividad más. Punto.
Sin embargo, aunque algunos se nieguen a aceptarlo, los
tiempos han cambiado, y el interés y la participación de los padres han crecido
significativamente. Sus motivaciones son variadas. Muchos
consideran el deporte como una actividad beneficiosa para el desarrollo
corporal, la salud, la educación, las relaciones sociales y el tiempo de ocio:
algo ineludible en el repertorio de actividades extraescolares. Otros lo
quieren ver como la antesala del deporte de élite, de llegar a lo más alto, de
una posible profesión futura. Y algunos lo viven en primera persona, como si fueran
ellos los protagonistas. En cualquier caso, los padres se exponen a las
emociones intensas que de por sí estimula el deporte; más aún, al ser su propio
hijo quien está en la arena. Es evidente que no pueden ser espectadores
indiferentes, y eso ocasiona que algunas veces pierdan el control y no actúen
de la mejor manera. ¿Culpables? Decía un conocido directivo, y muchos otros lo
piensan, que lo mejor es tener deportistas huérfanos, sin padres que se entrometan.
Pero hoy en día, los padres quieren estar involucrados, y guste o no, lo están.
La cuestión es si su influencia suma o resta. ¿Deportistas huérfanos, o padres
preparados?
Los padres son imprescindibles en numerosos casos. No solo
es necesaria su autorización para que los menores de edad practiquen deporte,
sino que habitualmente, salvo en los clubes y organizaciones más poderosos,
tienen que poner dinero: cuotas mensuales, sueldos de entrenadores, material
deportivo, gastos de desplazamientos, etc. Asimismo, es frecuente que tengan
que llevar y recoger a los chicos a los entrenamientos y las competiciones, a
veces viajar con ellos y, en algunos casos, colaborar en tareas organizativas.
También deben ocuparse de los muchachos cuando están lesionados y hay que buscar
un médico o un fisioterapeuta y llevarlos a los tratamientos. Todo este trajín
supone renunciar a proyectos propios y adaptar el plan personal y familiar a la
actividad deportiva de los hijos. Sin la generosa aportación de los padres, la
gran mayoría de los jóvenes no harían deporte. ¿Son meros espectadores?
De manera paralela al esfuerzo que hacen, es lógico que los
padres asuman una mayor responsabilidad. Si se esfuerzan tanto es porque
consideran que el deporte es importante, y por eso se interesan por la
actividad deportiva de sus hijos, observan lo que sucede, aprenden, desarrollan
un criterio propio y opinan. El deporte afecta al hijo, y muchos padres quieren
asegurarse de que cumple su función. Por eso, unido a lo atractivo y
estimulante que es el deporte, se trata de un tema de interés común en la familia, de
conversación en la mesa y en el coche, de preocupación y alegría compartidas. Una
gran oportunidad de comunicación y empatía con el hijo. Se habla de las competiciones
del chico y del deporte en general, y cuando por ejemplo el muchacho está
triste tras un mal partido, sus padres saben por qué y le pueden comprender y
animar. La trascendencia del deporte rebasa los límites del terreno de juego.
Es un elemento relevante en la sinergia familiar.
Por tanto, los padres no son solo quienes proporcionan la
logística, sino que están involucrados en el día a día de sus hijos y su
influencia es enorme: quieren saber qué sucede, cómo lo hace el chico, si avanza por el buen camino, cómo puede mejorar y superar los malos momentos, si
ellos pueden hacer algo para ayudar… y sus comentarios y comportamientos no
pasan desapercibidos. Además, deben tomar decisiones, algunas muy
trascendentes. ¿Está nuestra hija en el lugar adecuado? ¿Debería cambiar de
equipo, de grupo de entrenamiento? ¿Debemos dejar al chico de catorce años que
vaya a vivir a otra ciudad? ¿Qué hacemos cuando nuestro hijo no quiere ir a
entrenar? ¿Y cuando la niña sale
desanimada de los entrenamientos? (¿Seguimos pensando que pueden ser meros
espectadores?).
En mayor o menor medida, según cada caso, existen preocupaciones
y decisiones de los padres respecto al deporte de sus hijos. ¿Es lógico que se
interesen por ellos? ¿O deberían tomarse la actividad deportiva como si solo fueran los que patrocinan y transportan a los chavales? Algunos
entrenadores y directivos que se quejan a menudo de los padres piensan que
estos deberían actuar como si se tratara de chicos que no son sus hijos (???). Con mucha distancia. Como si no estuvieran en su derecho de interesarse e involucrarse en lo que sus
hijos hacen. “Queremos deportistas huérfanos”. Es lo más cómodo para quienes no aceptan que los tiempos han cambiado y, muy probablemente, carecen de habilidades para interactuar con los padres. Quieren un cheque en blanco. "Prohibida la entrada a perros y padres".(me cuentan que así lo expresó un conocido entrenador de tenis). ¿Y cuando los padres observan, por ejemplo, que el entrenador suele llegar
tarde, se limita a cumplir de cualquier manera, no enseña, no estimula, insulta
o minimiza a los chicos a su capricho? ¿Deben quedarse callados y permitirlo?
¿Son padres conflictivos quienes con educación reclaman respeto, piden que el
club y el entrenador se esfuercen y exigen que los técnicos deportivos actúen
con la responsabilidad formativa que su trabajo requiere?
La realidad hoy, se quiera o no, se acepte o se ignore, es
que muchos padres quieren participar y lo hacen. Le dan importancia al deporte
y asumen su participación como una función más de su responsabilidad de padres.
Y por supuesto, para bien o para mal, influyen en sus hijos. ¿Es su actuación
la adecuada? Aquí es dónde muchos padres no aciertan y, en algunos casos,
cometen errores graves interfiriendo en las labores del entrenador, presionando
a los chicos, comportándose mal, etc. Pero… ¿Cómo se preparan los padres para
gestionar el deporte de sus hijos? ¿Qué referentes tienen? ¿Quién les informa y
les asesora?¿Reciben algún tipo de ayuda, de orientación, de entrenamiento? ¿O
se buscan la vida como pueden? Normalmente, esto último. Si encima añadimos su
habitual falta de habilidad para controlar la motivación y las emociones
intensas que provoca el deporte, no es extraño que haya padres que
obsesionados, nerviosos y desinformados, actúen como en los malos ejemplos que
todos conocemos. ¿Los damos por imposibles, o los ayudamos? ¿Seguimos
quejándonos, o los aceptamos como miembros del equipo y los entrenamos?
Arrinconar a los padres, ignorarlos, pensar que se soluciona
el “problema” prohibiéndoles el paso o evitándolos, es algo tan ridículo como
querer creer que el sol no ha salido porque te has puesto unas gafas oscuras.
Un autoengaño para no salir de la zona de confort y eludir el esfuerzo de
desarrollar habilidades y programas que favorezcan la participación de los
padres. ¿Estamos preparados para este gran reto, o perdemos el partido antes de
jugarlo? ¿Deportistas huérfanos o padres preparados?
Chema Buceta
19-3-2015
(Día del padre en España)
Twitter: @chemabuceta