Llegó octubre, y con él la cuenta atrás: tres meses escasos
para ese día tan especial que merecía el esfuerzo de todo el año. Momento
que aprovechaba para reunir a su gente y comprobar cómo marchaba
el trabajo, todavía a tiempo de organizar los últimos detalles y enderezar lo
que hiciera falta. En los últimos cien años, la actividad había
aumentado formidablemente, y aquella logística sencilla en el garaje de sus
trineos, que antaño le había bastado, se había transformado en una gran
multinacional con filiales y socios en numerosos países de los cinco
continentes. Aunque le había costado, había aprendido a delegar, a no
controlarlo todo, a confiar en quienes le rodeaban, pues entendió a tiempo que
de otra manera habría sido imposible esa fantástica cita anual que millones de
beneficiarios ansiaban, pero eso sí, tenía claro que no podía perder ese sello
de identidad que le hacía único, y eso le exigía estar pendiente.
En esta reunión, entre otros puntos de la agenda, había que
distribuir los países en los que el 25 de diciembre se entregarían los
encargos. Algunos estaban decididos, pero otros tenían que ser asignados, y él
alentó que los candidatos hablaran y se pusieran de acuerdo. Tras más de una
hora de discusión, seguían sin estarlo.
--- A mí me viene mal Paraguay, porque tengo una prima en
Nueva Zelanda que quiere que vaya a visitarla…
--- Ya, pero es que yo ya estuve en Paraguay el año pasado,
y nunca he visitado Nueva Zelanda… Y además soy más antiguo que tú…
--- A Nueva Zelanda quiero ir yo este año. Como todo empieza
más pronto, puedo acabar antes y salir con mis perros a pasear por el Polo…
--- Lo siento, pero a ti te toca España y Portugal que ya te
has librado diez años seguidos, y allí siempre hay mucho trabajo…
--- Yo a España no voy, y a México tampoco… Iría a Paraguay,
pero este año me viene mal…
Quedó horrorizado. Predominaba la comodidad individual sobre
la generosidad que ineludiblemente debe fluir para que los equipos de alto
rendimiento funcionen y cumplan sus objetivos. ¿Dónde estaba ese espíritu de
equipo que consideraba imprescindible? Durante cientos de años, duendes, renos,
humanos y otros colaboradores ocasionales, habían formado un extraordinario
equipo capaz de conseguir resultados asombrosos que ni siquiera sus principales competidores, los Reyes Magos de Oriente, muy meritorios pero presentes en muchos
menos lugares, habían podido emular. Trabajar en equipo era básico, y para eso,
pensaba él, la primera piedra era la generosidad.
--- En las entrevistas que hacemos a quienes quieren entrar
en nuestra empresa, todos los candidatos dicen que saben trabajar en equipo y que lo consideran fundamental --- solía explicar
en las conferencias que impartía en las mejores universidades de
duendes--- pero lo importante es valorar su generosidad: hasta qué punto son
capaces de poner en un segundo plano su comodidad para adaptarse con el mejor
talante a las necesidades del grupo: si están dispuestos a ceder, a contribuir
a que las cosas funcionen en lugar de entorpecerlas pensando en uno mismo... Y ahí es dónde muchos fallan: se quejan, ponen pegas, anteponen lo suyo al interés general...
--- Disculpe, Papá Noel – recordaba que había levantado la mano uno de los asistentes a una conferencia en Western
North Pole Iceberg University --- ¿Quiere decir que no hay que pensar en uno mismo,
en los intereses individuales?
--- No es eso, querido amigo --- contestó él --- Claro que
hay que pensar en uno mismo, y de hecho se debe buscar el beneficio individual,
ya sea material, emocional o espiritual, allí donde se esté; pero siempre bien
entrelazado con el beneficio colectivo. “Si ayudo al equipo, si contribuyo a
sus logros, también me beneficio a mí”. Y para eso es importante comprender lo
que el equipo necesita y tener una actitud positiva y generosa para adaptarse a las necesidades del grupo sin esperar nada a
cambio, dejando en segundo plano la propia comodidad. Esa generosidad es
clave!
Recordando esta anécdota se sintió todavía peor. Él predicaba
todo eso y, precisamente en su propio equipo, ¡sucedía lo contrario! Tremendo. “Delegar
está bien”, pensó, “pero quizá me he pasado”. “No”, rectificó. “Seguramente no
he acentuado y fomentado lo suficiente la unidad del equipo, la interacción positiva de todos y la
trascendencia del objetivo común; quizá he descuidado la comunicación con los míos: escucharlos más, transmitirles más, atender sus necesidades individuales; y también es probable que nos hayamos
acomodado: como siempre sale bien…”.
Detuvo
la reunión para un cacao-break y lo
aprovechó para meditar sobre la estrategia a seguir. La cuestión, ahora, no era
lamentarse, quejarse de los demás o de uno mismo, sino centrarse en lo que podía hacer para reconducir la situación. Y cuando pasara todo, tendría que reflexionar y tomar medidas para que no volviera a suceder: empezando por él mismo, por su liderazgo. No era importante quien iba a
Paraguay, Nueva Zelanda o España, pues todos estaban perfectamente cualificados
y entrenados para hacerlo bien, pero sí era un grave obstáculo esa falta de
generosidad, de saber estar en un equipo, de espíritu colectivo, ya que eso podía derivar en limitarse simplemente a cumplir, algo totalmente incompatible con la
excelencia que su exigente atención al cliente y sus excepcionales servicios requerían.
Como suele indicar el guión del día de Navidad, amaneció
nublado. Un leve rayo de luz entró por la única rendija que se lo permitía y se posó en sus ojos hasta despertarlo. Sorprendentemente, había descansado
bien tras una cena copiosa, algunas copas y pocas horas. Y hasta se sintió
contento sin ningún motivo. Más tarde, en la comida en casa de su madre, a diferencia de otros años, sus hermanos y cuñados le notaron especialmente simpático. Y llegó
la hora de abrir los regalos que yacían junto al árbol. Un pijama (¡uno más!); una corbata (¡otra más!);
un jersey (!!!); y ¡Oh! un sobre cerrado. Expectante, lo abrió; y desplegó un
papel con un mensaje que le sobrecogió: “¿Paraguay, Nueva
Zelanda o España? ¿Tú que vas a hacer?”. Recordó algo que había
soñado y reflexionó sobre lo secundario que a menudo eclipsa lo
fundamental, la falta de generosidad que con frecuencia interfiere en el buen
funcionamiento de los equipos y cómo él, a partir de este momento, podría mejorar.
Hohohoho!
¡Feliz Navidad!
Chema Buceta
24-12-2015
Twitter: @chemabuceta
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