Jackson Martínez, delantero centro internacional colombiano,
fue fichado por el Atlético de Madrid con la expectativa de que marcaría muchos
goles, pues ese era el bagaje que le precedía. Sin embargo, a día de hoy lleva
solo tres dianas, y eso ha encendido las alarmas. La prensa lo destaca: “la
pantera no ruge”, la televisión lo señala: “ocho partidos sin marcar; a ver si
hoy…”, y la afición se impacienta y duda que sea el fichaje adecuado, aunque es
cierto que en el último partido, con la lealtad generosa que caracteriza a los
seguidores atléticos, recibió aplausos de apoyo que seguramente agradecería. Jugó 10 minutos y apenas tocó
el balón. Así es difícil marcar, obvio. En otros partidos juega más tiempo, incluso sale como titular, y tiene más oportunidades (tampoco muchas, la verdad), pero tampoco marca. Según dicen, físicamente está que se
sale, y su entrenador y sus compañeros le apoyan a muerte. Él mismo ha
declarado: “entreno más duro que nunca y (no obstante) juego peor que nunca”. Conclusión:
no es un paquete, entrena duro, físicamente está como una moto, dispone de minutos de juego (aunque no siempre muchos) y tiene el
cariño de quienes le rodean… Pero el gol no llega (???).
Al igual que otros deportistas y entrenadores, Jackson Martínez
y quizá su entorno parecen asumir que la solución al bajo rendimiento en los
partidos es entrenar más duro, por lo que no sorprende que les cueste
comprender que aplicando esta poderosa medicina el resultado no llegue. Le
ocurre también a Rafa Nadal y a otros muchos. El error está en que la medicina,
siendo muy buena, no es la que corresponde al problema. Pero insisten… “me va
mal; tengo que entrenar más duro”; “si no metes goles, entrena más duro”.
El caso es típico de los delanteros: el “síndrome del
delantero centro”. Se asume que su principal contribución es el gol, y aunque
hagan otras muchas cosas bien (por ejemplo: Jackson ha dado pases de gol muy buenos), si el gol no llega la ansiedad aumenta.
Entonces, el jugador (en muchos casos estimulado por quienes le rodean, la
prensa y la afición) se autoimpone el objetivo prioritario de marcar y sale al
campo cada vez más obsesionado con eso, lo que paradójicamente empeora su
rendimiento, ya que la ansiedad le paraliza o le hace impulsivo, provoca que
tome decisiones erróneas y aumenta su tensión muscular en el momento de
definir, provocando errores que sin estar tan tenso no cometería. El goleador
depende de estar en el lugar adecuado, decidir correctamente y definir con
precisión, y la ansiedad elevada perjudica estas tres facetas.
Por tanto, cuando la ansiedad es muy elevada y se apodera
del jugador, la probabilidad de marcar es menor; y el futbolista entra en un
círculo negativo: como no marca, sale frustrado y se debilita su autoconfianza;
y en el siguiente partido su obsesión por el gol aumenta: siente la presión de
tener que marcar y sale al campo poseído por esa idea; más aún si los que le
rodean, con su mejor intención, no hacen más que decirle: “hoy seguro que
marcas, ya verás, etc.”. Esa obsesión, junto a la falta de confianza que se va
cociendo, favorece que la ansiedad aumente todavía más, y cada partido sin
marcar, peor aún. El jugador intenta resolverlo entrenando más duro, pero la
medicina no funciona.
Marcar un gol no es una acción, sino la consecuencia de una
o varias acciones del futbolista, sus compañeros y los adversarios. Por tanto,
el jugador no puede controlar directamente el hecho de marcar, sino que debe
centrarse en realizar las acciones apropiadas para poder lograrlo (situarse
bien, desmarcarse, controlar el balón, chutar bien…). Mediante esas acciones,
el gol será más probable; pero aún así, todavía dependerá, en cierta medida,
del acierto de sus compañeros y el desacierto de los contrarios. Es decir, el
delantero que quiere marcar goles no debe obsesionarse con marcar, sino
centrarse en lo que depende de él: las acciones propias que hacen más probable
el gol, sabiendo, no obstante, que no todo depende de él, y que, por tanto, aún
haciendo la cosas bien, el gol puede no llegar; aunque así, tarde o temprano llegará. Además, para aliviar la presión
es conveniente que el jugador salga al campo con otros objetivos diferentes a
marcar (presionar, pasar…). Es importante entender que desviar la atención del gol favorece que este
llegue más que obsesionarse con él.
En el caso de Jackson Martínez, como en el de tantos otros
delanteros que han sufrido o sufren este “síndrome”, se suele confiar en que
pasará la mala racha… y en fin, es cierto que no hay mal que cien años dure,
pero… También se apela al cariño y el apoyo de la familia y los compañeros. Algo
similar se dice respecto al problema emocional que al parecer afecta a Nadal:
“tiene el apoyo de su entorno cercano…”, asumiéndose que con eso, el paso del
tiempo y un poco de suerte, bastará. Y por supuesto no puede faltar la confianza
de los entrenadores, sin duda algo esencial, pero en bastantes casos también insuficiente,
sobre todo si la estrategia consiste en asegurar que “hoy llega el gol”; “ya verás como mañana
ganamos con un gol tuyo”; etc. (no digo que se haga así con Martínez, pero a
menudo sucede). Este tipo de predicciones, en lugar de ayudar, potencian una
expectativa que contribuye a la obsesión por marcar y, si el gol no llega,
favorecen la frustración, la pérdida de confianza y hasta la culpabilidad (“por
lo que me dice el Míster, debería marcar; pero no soy capaz de hacerlo; la culpa es mía”).
La confianza del entrenador puede ser eficaz si tiene
paciencia, le da tiempo al jugador a la vez que le orienta sobre lo que debe hacer (las acciones, no las consecuencias) y le demuestra que, aunque no
marque, sigue contando con él y no solo para meter goles, por lo que es
importante que le señale otros objetivos. Ahora bien, como es lógico, en el deporte
profesional esa confianza no puede ser ilimitada, y si un jugador no rinde
llega un momento en que el entrenador tiene que poner a otro que pueda hacerlo mejor
(el futbolista lo sabe, y eso puede aumentar su ansiedad por el gol todavía
más).
No deja de ser curioso por muchos ejemplos que lo confirmen,
que se gasten 35 millones de euros en un jugador y que cuando este no funciona
se confíe en remedios de medio pelo, medidas insuficientes o, simplemente, en
que pasará la mala racha: “en cuanto marque un par de goles, se soluciona el
problema” (¿Hasta cuando hay que esperar que lleguen los ansiados goles?). Es
lamentable, producto de la ignorancia y quizá del miedo a lo desconocido o de una
mala experiencia anterior, que (por mucho menos dinero) no se cuente con el
especialista del problema en cuestión: el psicólogo del deporte. Este puede
trabajar con el jugador y orientar al entrenador para elaborar una estrategia
conjunta que reduzca la ansiedad y favorezca que el futbolista juegue sin la
presión de tener, sí o sí, que marcar un gol. Y así, será mucho más probable la deseada diana.
¿Vale la pena esa pequeña inversión para rentabilizar un fichaje tan caro? No
se trata de entrenar más duro, sino de hacerlo mejor; y en este y casos similares,
lo apropiado no es insistir en el trabajo físico, técnico o táctico, ni en el
buen rollo, pues estos ya funcionan bien o su peso es menor, sino de
entrenamiento mental y asesoramiento psicológico al entrenador para que la
ansiedad del delantero sea menor y pueda rendir como él sabe.
Chema Buceta
26-1-2016
@chemabuceta