lunes, 25 de diciembre de 2017

CUENTO DE NAVIDAD

                     Cuando escucho a los niños, noto en ellos más alegría que al recibir sus regalos”
                       Santa Claus


La empresa había crecido mucho, y él, su director general desde hacía bastantes años, era consciente de que los nuevos tiempos exigían nuevas formas de liderar. Antes, él llegaba a todo, pero ahora necesitaba directores que aportaran ideas, tomaran decisiones y, a su vez, fueran capaces de empoderar a sus propios subordinados. Lo tenía claro, pero otra cosa era ponerlo en práctica. Su costumbre raramente incluía escuchar y tener en cuenta ideas que no fueran las suyas, y además solía minimizar a quienes planteaban algo que no concordaba con lo que él pensaba, por lo que el hábito de no opinar se había instalado en esos directores que gestionaban los diferentes departamentos y filiales de la compañía, así como en los que sufrían el liderazgo mimético de estos, pues tendían a dirigir como a ellos los dirigían.

Había leído interesantes libros sobre liderazgo y trabajado con un coach que le había ayudado mucho, pero no era suficiente. Faltaba algo. Y él y los suyos necesitaban cambiar su estilo de dirección lo antes posible. Hablando con el director general de otra empresa surgió el tema, y este le recomendó una estrategia que él mismo había utilizado.

“Necesitas un modelo que te permita observar cómo puedes poner en práctica todos esos conocimientos”, le dijo su amigo.

“¿Un modelo?”, se sorprendió él. “Ya he visto muchos de esos role-playing, si es eso a lo que te refieres, y me ha venido bien, pero en la situación real es otra cosa”.

“No, no. Lo que yo te digo es que contrates a alguien que te sustituya en una situación real, por ejemplo, en una reunión; sin que nadie más lo sepa, claro; y así tu podrás observarle y verás el efecto que tiene”, explicó el otro director.

Germán, así se llamaba él, se quedó atónito. Pensó que su amigo le estaba tomando el pelo o se había vuelto majara, pero sabía que era un hombre con mucha experiencia, cuyo criterio respetaba, que no gastaba bromas cuando se trataba del trabajo.

“¿Y quién puede hacer eso?”, preguntó. ¿Y cómo no se van a dar cuenta de que no soy yo?, siguió preguntando. “Y cómo voy a observarlo si se supone que soy el que habla?”, no dejó de preguntar.

Fabio, así se llamaba el amigo, le puso en contacto con la prestigiosa agencia “El Sustituto S.L.”, y esta diseñó un plan muy innovador que Germán, con dudas respecto a su eficacia, esa es la verdad, aceptó poner en práctica. Y llegó el día D. Como estaba cerca la Navidad, todos los directores y el propio Germán (su sustituto) acudieron a una reunión vestidos de Papá Noel. La empresa les proporcionó el vestuario apropiado, incluidos la barba, la peluca y un almohadón para simular la gran panza de Santa Claus, y contrató a un especialista en vestir a actores para que los asistentes no fueran simples personas graciosamente disfrazadas, sino personajes auténticos. Un gran montaje. Aprovechando esta circunstancia, el sustituto pudo aparecer como si fuera Germán y este como uno más de los directores, pues allí, salvo en unos pocos, el anonimato era total.

Comenzó el sustituto la reunión dando las gracias por colaborar con la iniciativa y, sobre todo, por el esfuerzo realizado durante el año, lo cual sorprendió a la mayoría de los presentes, poco acostumbrados al agradecimiento de Germán. Después, siguiendo la información que previamente le había dado el verdadero director, planteó la necesidad de tomar una decisión estratégica y poner en práctica un plan de acción, para lo cual pidió a los directores que aportaran sus opiniones. El silencio fue la respuesta. Nadie se atrevió a hablar. Germán, parapetado en su disfraz, se puso tenso, al igual que estaban los demás soportando ese silencio que parecía infinito. El sustituto había preguntado con cordialidad, pero a pesar de eso, nadie levantaba la mano. Como ahora era uno más, nuestro amigo se puso en la piel de esos directores que no opinaban y se dio cuenta de su miedo a meter la pata, a no agradar, a caer en desgracia. 

El sustituto no perdió la calma. Sin acelerarse, ni alentar o rogar que participaran, pidió a los directores que lo comentaran en parejas con el Papá Noel que tenían al lado. Los directores se miraron extrañados, pues nunca habían hecho algo así, pero pronto comenzaron a interactuar y se involucraron mucho. Pasados unos minutos, el sustituto reunió de nuevo a todos y preguntó sobre lo que habían hablado. Nadie levantó la mano, pero él tuvo claro que su disposición era mejor, y aprovechándolo se dirigió a dos de ellos:

“¿Os parece bien empezar vosotros?”.

Respondieron afirmativamente y comenzaron a hablar, y el que hacía de director general se limitó a escuchar con atención y repetir lo que decían, pero sin valorarlo; después, preguntó a los demás si habían pensado lo mismo o algo diferente. Así, poco a poco, fuero hablando muchos de ellos, cada vez con más soltura, y durante todo el tiempo el sustituto se centró en escuchar y dar la palabra a unos y oros, repitiendo, resumiendo, señalando las coincidencias en lo que decían y también las discrepancias, pero sin posicionarse ni menospreciar ninguna idea. 

En su atalaya, Germán estaba impresionado. En el ejercicio por parejas había coincidido con el director de una filial que, curiosamente, no le había reconocido, y se dio cuenta del entusiasmo de este por compartir sus ideas con un compañero. Después, durante el debate colectivo, le impactó que los directores participaran tanto. Nunca había ocurrido antes. ¿Qué poder tenía ese sustituto? Quizá era por el anonimato de quienes hablaban, aunque es cierto que a algunos se les reconocía, pero también podía ser por la forma en la que el que dirigía facilitaba que participaran sintiéndose respetados. ¿Era este el gran secreto?

En un descanso, Germán y su sustituto se reunieron aparte del grupo. Este le preguntó en qué se había fijado, y siendo sus respuestas bastante apropiadas, le planteó que en la continuación fuera él quien dirigiera la reunión. Germán estaba asustado ante un desafío que no sabía si podría afrontar con éxito, pero el sustituto, con oportunas preguntas y alguna sugerencia, le ayudó a centrarse en lo más importante que tenía que hacer: acciones concretas que dependían de él, y, así, su autoconfianza se fortaleció. Además, utilizó un ejercicio de respiración que había aprendido, y eso le ayudó a rebajar la tensión. 

De nuevo en la sala, nadie notó el cambio. Germán siguió la pauta de su sustituto y los directores continuaron participando hasta alcanzar entre todos valiosas conclusiones. Finalizando la reunión, el director general se quitó el gorro, la barba y la peluca y pidió a los demás que también lo hicieran. Fue un momento muy divertido; algunos se habían caracterizado muy bien y sólo entonces se supo quiénes eran; y por supuesto, nadie supo del cambio de director. Aprovechando el buen ambiente, Germán les felicitó por haber participado tan activamente y les propuso que, a partir de ahora, habría reuniones participativas como esta, aunque sin los disfraces, y les alentó a que hicieran lo mismo con sus respectivos equipos.

“Tenemos que crear un clima no amenazante para que todo vosotros y quienes dependen de vosotros, puedan expresarse libremente; y para eso, tenemos que aprender a escuchar con interés sincero y respeto; ese será uno de los principales objetivos para el próximo año. ¿Os parece bien?”.

Cuando la reunión finalizó, el sustituto había desaparecido. Germán quiso darle las gracias por su decisiva aportación, pero no lo encontró, y nadie supo decirle cuándo se había ido. Pensó en llamar a la agencia al día siguiente, pero por la tarde esta se adelantó.

“Llaman de la agencia El Sustituto”, le informó su secretaria, muy extrañada, pues era la única que además de Germán, conocía lo sucedido. “Preguntan cuándo tienen que mandar a ese sustituto que habíamos pedido”.

“¿Cómo?” se sorprendió él. “¡Pero si ya ha estado aquí esta mañana!”.

“Eso les he dicho yo”, respondió la mujer. “Pero insisten en que ellos no han mandado a nadie, y menos con un traje de Papá Noel”.



¡Felices fiestas, y que el espíritu de la Navidad permanezca todo el año!

Chema Buceta
25-12-2018

@chemabuceta






 


domingo, 24 de diciembre de 2017

CHILDREN HUMILIATED

                                         Should he allow the weaker opponent to score?


(Adapted upon request from the Spanish version written on 20-12-2018)


I have written a lot about this subject, and I thought I would not do it again. However, I find hard to ignore so many absurd overprotective comments that often appear when a team wins by many goals or points in a children football or basketball game. This time it was in Las Palmas (Gran Canaria, Spain), where in a 10-year-old children's football match, the Unión Deportiva team (from the club whose professional team is in the top division of Spanish football) defeated a modest team by 47-0. Two days later, most probably there were not news about Ronaldo`s or Messi´s issues, and surprisingly, the sports section of a powerful national television network opened with the news of this "scandalous" result illustrated with a strong label: "Children humiliated”. Then, the usual: that in these ages the important thing is education (what education?), that the values ​​of sport… (without saying which values), that something must be done to avoid children having traumas (sic) , that from 5 or 10 goals difference no more goals should be registered in the score sheet…

The coach of the Union Deportiva (the winning team), who was considered by the media and the social networks as guilty for this "abuse", defended himself by saying that he had instructed his players to focus on different objectives rather than to score goals (!); obviously, seeing what happened, to play a football game without trying to score was something that these 10-year-old lads did not understand well; and furthermore, taking into account that the opponent is the last at the competition standing with no wins and neither draws, and has been heavily defeated by many other teams, the difficult thing was not to score unless the goal would had been removed!, an idea that I would not be surprised if soon is suggested by an illuminated "educator" or "psychologist". An adult linked to the defeated team, asked about how the children felt, said that they felt bad "because all the noise in the media and the social networks about their heavy defeat”. Not due to the defeat itself, but because the noise in the media and the social networks!


In these ages, children may participate either in non-competitive physical activity or competitive sport without giving importance to results, standings, etc., which usually is the most appropriate to  benefit from the experience; but if they compete, they compete; and then they have to learn to compete with dignity and accept any result. Losing by many goals or points is not humiliating, neither the kids usually perceive it like this in first place. We, the adults, through our comments in the media and social networks or expressing this in front of the kids, are the ones who encourage the idea that it is humiliating. On the contrary, losing by many goals or points is a great opportunity to become stronger and begin to understand life better. Obviously, if this happen every weekend it would be something very frustrating which will provoke that children feel discouraged and may want to quite from sport, so it is not good that this happen very often, although in no case will it cause traumas that impede the healthy development of children involved in sport. Please, do not invent!

The best situation is that a team that competes, play most of the games against opponents of similar level, but nothing happens if from time to time it loses or wins by a big score difference. And if a team receives heavy loses every week, this means that it is not participating in the competition that corresponds to its level. That being the case, the responsibility of the repeated abrupt imbalance in the scoreboard is not of those stronger opponents who put their effort into scoring goals (which is the purpose of the game), but of the adults who have registered that very weak team in the wrong league. Is there only that league? In football it is unusual that there are no other options, but being the only league available it would be more reasonable to find other alternatives to play football, such as for example, training to improve and playing games among themselves until the players have the proper level to compete against external opponents. 

It is questionable whether powerful clubs like the Union Deportiva or others, should have 10-year-old teams. Probably, they should not. They gather the best players of their environment weakening their opponents, and also have better means to prepare, so, usually, their competitive experience every week is killing very inferior rivals. Is that the best way to improve for those children who stand out now? Evidently, no; and in fact, the vast majority does not go very far. But this is another issue that should not deviate us. Whether being superior, similar or inferior to the adversary, participating in a competition match is, as the name indicates, competing; and in football that means trying your best to score goals and avoid that the other team scores. We talk about developing values ​​and education over sports performance in youth sport. Agree; but what values ​​are those? Don´t do the best effort? Is that educational? Respecting the weaker opponents is not to make it easy for them, but to act with sportsmanship, without mocking neither exceeding external signs of euphoria when the team is winning widely. With that respect, the inferior team is not humiliated. However, it is very humiliating to know yourself inferior and to see that the superior rivals don´t want to shoot to score because they feel pity about you. What about the dignity of those who lose? Is it related to a not bulky score, or to the fact that the opponent respects you as an equal? Children humiliated because they lose heavily, or because they are treated like low category poor boys who need a charity treatment?


About stopping the registration of goals or points in the official score sheet when the difference is very wide (for example, just after 10 goals in football or 50 points in basketball, as it is ruled in some regions of Spain), with all my respect to those who support this, it is one of the most aberrant and humiliating measures that I've heard in my life. The officials may stop registering goals or baskets achieved, but as currently happens, these will continue to be covertly counted by parents, coaches and the own children, so everyone will know what the real result is. Why this overprotection? We defend that sports should serve to educate children, and nevertheless, we teach them to ignore reality and believe in a lie to feel better. Educational? Values? It is much more humiliating to have to explain that the score sheet had to be closed because the other team had 10 goals of advantage in the 20th minute, than saying that the other team was much better and then won by many goals or points. Moreover, as I pinpointed above, the latter is not humiliating, but part of a competition game. And the experience of many years in sport is that, regardless how hard it is, children learn to assume defeat when adults around them accept it naturally. Those who speak of humiliation are coaches, managers, organizers and parents. They are the ones who feel humiliated or interpret that children are humiliated. It is the ego of adults that suffers, and that is coupled with the tendency to overprotect children: always have to have fun; always have to be happy; never have to feel the slightest disappointment or frustration. Is this education for life?

In "Alice in Wonderland", there is a race in which the participants leave and arrive from and to where they want, and in the end, the verdict of the dodo bird is that all have won and, therefore, all must get the prize. When sport becomes this, it may continue to be a source of entertainment, but it loses its strength as an educational and value development tool. The sport competition is a very valuable instrument to learn to tolerate frustration, overcome difficulties, persevere to improve, seek excellence and become mentally stronger, always respecting colleagues, opponents and rules. A powerful tool that teaches to accept that sometimes you win and others you lose,  and offers the opportunity to learn to manage both "impostors": victory and defeat; the joy and the disappointment. Obviously, the competitive dose should be appropriate according to the age and level of the participants, but this does not mean that absurd norms must distort which in reality means competing. Following the aberrant contradiction of  “doing competitive sport but without competing”, why not to establish that all the teams, necessarily, have to score a minimum of goals so that the children leave happy and have no “traumas”? In the last part of the game, the goalkeeper of the team winning by many goals would have to let the opponent to score (educational?). And even if those goals were not scored, the score sheet of the game would reflect that they were achieved (educational?). It could be also established that those who are much better should play just with one leg, or to remove from the pitch the goal of the team that is losing, so the superior opponent can´t get more goals. More ideas to enhance the "educational" values of sport?


The problem is not in the competition, neither the solution in adulterating its essence, but in how we adults handle such a powerful tool. There are coaches who are obsessed with winning at all costs; parents who press and overprotect their children; organizers who invent rules to justify their presence; and media that take advantage of striking results to denounce alleged grievances that are soon forgotten. Luckily, there are also many adults who act responsibly and understand that the protagonists are the children and not their own egos, disruptive ideas or changing emotions. These adults understand, and act accordingly, that truly competing, with better and worse days, joys and frustrations, help young athletes to become stronger to face life, and that both inappropriate demands and overprotection nullify or minimize this valuable effect.

"We lost 47-0 and we go with our heads up because we did what we could and the rivals were much better. Congratulations to them. And thank you for treating us with respect, without feeling pity for us. Now we are somewhat discouraged, a little low. It is normal. But on Tuesday we will train and have fun playing football again. And next week we have another game. Let's see if we do it better than today”.


In order to take advantage of sport to develop mental strength and promote key values ​​to cope with life, it would be more appropriate that adults help children to react more or less like above, instead of insisting on the absurdity of being humiliated or supporting that the score sheet of the game should reflect a lie. Children humiliated, or adults who miss the opportunity to educate them?

Chema Buceta
Basketball Coach and Sport Psychologist
(English version: 24-12-2017)
 @chemabuceta

miércoles, 20 de diciembre de 2017

NIÑOS HUMILLADOS

                                    ¿Debería dejarse meter el gol por ser el rival inferior?

He escrito mucho sobre esto y pensaba no volver a hacerlo porque ya no sé cómo expresarlo mejor, pero me pueden los comentarios sobreprotectores que se escuchan cada vez que hay un resultado abultado en el fútbol benjamín o alevín. Esta vez ha sido en Las Palmas, donde en un partido de niños de 10 años, el equipo de la Unión Deportiva (del club cuyo equipo profesional está en la primera división del fútbol español) ha vencido a un equipo modesto por 47-0. En la mañana de ayer, lo más probable es que Cristiano hubiera defecado sin ningún problema y a Messi le hubiesen funcionado bien todos los electrodomésticos, porque sorprendentemente, el espacio de deportes del telediario de una destacada cadena nacional abrió con la noticia de este "escandaloso" resultado ilustrada con un contundente rótulo: “Niños humillados”. Después, lo de siempre: que en estas edades lo importante es la educación (¿qué educación?), que si los valores del deporte (sin decir cuáles son), que hay que hacer algo para que los niños no tengan traumas (sic), que a partir de 5 o 10 goles de diferencia no se deberían anotar más goles en el acta del partido… 

El entrenador de la Unión Deportiva, al que al parecer algunos medios han culpado de tan grave afrenta, se defendió diciendo que había dado instrucciones a sus jugadores para que se centraran en objetivos diferentes a meter goles (!); sin embargo, visto lo visto, lo de jugar un partido de fútbol sin intentar meter el balón en la portería contraria fue algo que estos chavales de 10 años no comprendieron; además, teniendo en cuenta que el adversario es el último de la clasificación y ha recibido palizas de otros muchos equipos, lo difícil era no marcar; salvo que hubieran quitado la portería, idea que no tardará en aportar algún insigne “pedagogo” o “psicólogo”. Un adulto vinculado al equipo derrotado, preguntado por cómo estaban los niños, dijo que se sentían mal “por todo lo que se estaba hablando en los medios de su derrota”. No por la derrota en sí, sino por toda la bola que se le estaba dando.

¿Qué puedo añadir que no haya dicho otras veces? Nada nuevo; sólo insistir. En estas edades, se puede practicar actividad física no competitiva o deporte de competición sin darle trascendencia a los resultados, la clasificación, etc., pero si se compite, se compite; y los niños tienen que aprender a competir con dignidad y aceptar cualquier resultado. Perder de paliza no es humillante. Somos los adultos quienes fomentamos que pueda serlo a través de nuestros comentarios en los medios de comunicación y las redes sociales o presentándoselo así a los chicos. Perder de paliza es una gran oportunidad para fortalecerse y empezar a comprender mejor la vida. Obviamente, si eso sucede todos los fines de semana será muy frustrante y repercutirá en que los niños se desanimen y quizá quieran abandonar, por lo que no es aconsejable que acontezca como norma, pero en ningún caso ocasionará traumas que impidan el desarrollo saludable de los participantes. Por favor, ¡no inventemos chorradas!

Lo mejor es que un equipo que compite, lo haga la mayoría de los partidos contra adversarios de nivel similar, pero no pasa nada porque de vez en cuando reciba o dé una paliza. Y si un equipo, como sucede en este y otros casos, recibe palizas todas las semanas, es que no está participando en la competición que le correspondería. Siendo así, la responsabilidad del repetido desequilibrio brusco en el marcador no es de quienes ponen su empeño en marcar goles (que es el objetivo de un partido), sino de aquellos adultos que han inscrito a ese equipo muy débil donde no debían. ¿Es que sólo existe esa liga? En fútbol es raro que no haya otras opciones, pero si no las hubiera, sería más razonable que hasta tener el nivel que les permita competir con cierta igualdad frente a rivales que ahora son superiores, la actividad deportiva de esos chicos se organizara de otra manera: por ejemplo, con entrenamientos para mejorar y una competición interna.

Es cuestionable si los clubes grandes como la Unión Deportiva u otros, deben tener equipos de niños de 10 años. Probablemente, no. Reúnen a los mejores jugadores de su entorno debilitando a sus adversarios, y disponen de mejores medios para prepararse, por lo que, habitualmente, su experiencia competitiva es dar paliza tras paliza a rivales muy inferiores. ¿Es eso lo mejor para que esos niños que ahora destacan se superen? Evidentemente, no; y de hecho, la gran mayoría no llega muy lejos. Pero esta es otra cuestión que no debe desviarnos del tema que hoy nos ocupa. Ya sea siendo superior, similar o inferior al adversario, si se participa en un partido de competición es, como su nombre indica, para competir; y en el fútbol, eso supone esforzarse al máximo para meter goles y que no te los metan. Se habla de los valores y de la educación por encima del rendimiento deportivo. De acuerdo; pero ¿qué valores son esos? ¿no esforzarse al máximo? ¿es eso educativo? Respetar al adversario no es darle facilidades, sino actuar con deportividad, sin mofarse ni excederse en los signos externos cuando se le está ganando ampliamente. Con ese respeto no se le humilla. Sin embargo, es muy humillante saberte inferior y ver que el rival superior no quiere tirar a gol porque le das pena. ¿Dónde está la dignidad de los que pierden? ¿Está en que el resultado no sea abultado, o en que el rival te haya respetado de igual a igual? ¿Niños humillados porque les golean, o porque les tratan como pobres futbolistas de categoría ínfima que necesitan un trato de caridad?

Y lo de parar el marcador, algo que por lo visto se extiende en esta contradicción de deporte de competición pero sin competir, es de lo más aberrante y humillante que he oído en mi vida. Por mucho que se dejen de anotar oficialmente los goles o las canastas, se seguirán contando de forma encubierta y todos sabrán cuál es el verdadero resultado. ¿Por qué esa sobreprotección?  Hablamos de que el deporte debe educar y, sin embargo, enseñamos a los niños a ignorar la realidad y creer en una mentira para que se sientan mejor. ¿Educativo? ¿Valores? Es mucho más humillante tener que explicar que se tuvo que cerrar el acta porque el otro equipo llevaba 10 goles de ventaja en el minuto 20, que decir que se jugaba contra un equipo muy bueno y nos metieron un palizón. Es más, como señalé antes, esto último no es humillante, sino parte del juego de un partido de competición. Y la experiencia de muchos años en el deporte es que, por muy abultada que sea, los chicos aprenden a asumir la derrota siempre que los adultos que los rodean la acepten con naturalidad. Los que hablan de humillación son los entrenadores, los directivos y los padres. Ellos son los que se sienten humillados o interpretan que los chicos lo están. Es el ego de los adultos el que sufre, y a eso se une la tendencia a sobreproteger a los niños. Qué siempre se diviertan; qué siempre estén contentos; qué no tengan la más mínima contrariedad, decepción o frustración.¿Es esta la educación para la vida?

En “Alicia en el País de las Maravillas”, hay una carrera en la que los participantes salen y llegan desde y hasta donde mejor les parece, y al final, el veredicto del pájaro dodo es que todos han ganado y, por tanto, todos deben obtener el premio. Cuando el deporte se convierte en esto, puede seguir siendo fuente de entretenimiento, pero pierde su fuerza como herramienta educativa y de desarrollo de valores. La competición es un instrumento muy valioso para aprender a superarse, tolerar la frustración, perseverar, endurecerse y buscar la excelencia respetando a los compañeros, los adversarios y las reglas. Una herramienta poderosa que enseña a aceptar que unos ganan y otros pierden y ofrece la oportunidad de aprender a gestionar a ambos “impostores”: la victoria y la derrota; la alegría y la decepción. Evidentemente, la dosis competitiva debe ser la adecuada en función de la edad y el nivel de los participantes, pero eso no quiere decir que haya que tergiversar con normas absurdas lo que en realidad supone competir. ¿Por qué no exigir que todos los equipos, obligatoriamente, tengan que marcar un mínimo de goles para que así los chicos se vayan contentos y no tengan traumas? En la última parte del partido, el portero del equipo que vaya ganando por muchos goles se tendría que dejar meter un par de ellos (¿educativo?). Y aunque no se metieran esos goles, el acta del partido podría reflejar que sí se consiguieron (¿educativo?). También se podría obligar a los que son mejores a jugar a la pata coja, o quitar la portería del equipo que vaya perdiendo para que no le metan más goles. ¿Más ideas para potenciar el valor "educativo" del deporte?

El problema no está en la competición ni la solución en adulterar su esencia, sino en cómo manejamos los adultos una herramienta tan potente. Hay entrenadores que se obsesionan con ganar a toda costa; padres que presionan y sobreprotegen a sus hijos deportistas; organizadores que inventan reglas para justificar su presencia; y medios de comunicación que aprovechan resultados llamativos para denunciar supuestos agravios de los que pronto se olvidan. Por suerte, hay muchos adultos que actúan con responsabilidad y entienden que los protagonistas son los niños y no sus propios egos, ideas disruptivas o emociones cambiantes. Estos comprenden, y obran en consecuencia, que compitiendo de verdad, con días mejores y peores, alegrías y frustraciones, los deportistas jóvenes se hacen más fuertes para afrontar la vida, y que tanto la exposición y exigencia inapropiadas como la sobreprotección anulan o minimizan este valioso efecto.  

“Hemos perdido 47-0 y nos vamos con la cabeza alta porque hemos hecho lo que hemos podido y los rivales eran mucho mejores. Enhorabuena a ellos. Y gracias por habernos tratado con respeto, sin que les diéramos pena. Ahora estamos algo desanimados, un poco hundidos. Es lo lógico. Pero el martes volveremos a entrenar y a pasarlo bien jugando al fútbol. Y la semana que viene tenemos otro partido. A ver si lo hacemos mejor que hoy”. Con el propósito de aprovechar el deporte para desarrollar la fortaleza mental y fomentar valores clave para afrontar la vida, sería más coherente que los adultos ayudáramos a que los chicos reaccionasen más o menos así, en lugar de insistir en el absurdo de que se les ha humillado o plantear que el acta del partido debería reflejar una mentira. ¿Niños humillados, o adultos que perdemos la oportunidad de educarlos?

Chema Buceta
20-12-2017

@chemabuceta