Santa Claus
La empresa había
crecido mucho, y él, su director general desde hacía bastantes años, era consciente
de que los nuevos tiempos exigían nuevas formas de liderar. Antes, él llegaba a
todo, pero ahora necesitaba directores que aportaran ideas, tomaran decisiones
y, a su vez, fueran capaces de empoderar a sus propios subordinados. Lo tenía
claro, pero otra cosa era ponerlo en práctica. Su costumbre raramente incluía
escuchar y tener en cuenta ideas que no fueran las suyas, y además solía
minimizar a quienes planteaban algo que no concordaba con lo que él pensaba, por
lo que el hábito de no opinar se había instalado en esos directores que gestionaban
los diferentes departamentos y filiales de la compañía, así como en los que sufrían
el liderazgo mimético de estos, pues tendían a dirigir como a ellos los dirigían.
Había leído interesantes
libros sobre liderazgo y trabajado con un coach que le había ayudado mucho,
pero no era suficiente. Faltaba algo. Y él y los suyos necesitaban cambiar su
estilo de dirección lo antes posible. Hablando con el director general de otra
empresa surgió el tema, y este le recomendó una estrategia que él mismo había
utilizado.
“Necesitas un
modelo que te permita observar cómo puedes poner en práctica todos esos
conocimientos”, le dijo su amigo.
“¿Un modelo?”, se
sorprendió él. “Ya he visto muchos de esos role-playing,
si es eso a lo que te refieres, y me ha venido bien, pero en la situación
real es otra cosa”.
“No, no. Lo que
yo te digo es que contrates a alguien que te sustituya en una situación real, por
ejemplo, en una reunión; sin que nadie más lo sepa, claro; y así tu podrás
observarle y verás el efecto que tiene”, explicó el otro director.
Germán, así se
llamaba él, se quedó atónito. Pensó que su amigo le estaba tomando el pelo o se había
vuelto majara, pero sabía que era un hombre con mucha experiencia, cuyo
criterio respetaba, que no gastaba bromas cuando se trataba del trabajo.
“¿Y quién puede
hacer eso?”, preguntó. ¿Y cómo no se van a dar cuenta de que no soy yo?, siguió
preguntando. “Y cómo voy a observarlo si se supone que soy el que habla?”, no
dejó de preguntar.
Fabio, así se
llamaba el amigo, le puso en contacto con la prestigiosa agencia “El Sustituto
S.L.”, y esta diseñó un plan muy innovador que Germán, con dudas respecto a su
eficacia, esa es la verdad, aceptó poner en práctica. Y llegó el día D. Como
estaba cerca la Navidad, todos los directores y el propio Germán (su sustituto)
acudieron a una reunión vestidos de Papá Noel. La empresa les proporcionó el
vestuario apropiado, incluidos la barba, la peluca y un almohadón para simular la gran panza de Santa Claus, y contrató a un especialista en vestir a actores para que los
asistentes no fueran simples personas graciosamente disfrazadas, sino personajes
auténticos. Un gran montaje. Aprovechando esta circunstancia, el sustituto pudo
aparecer como si fuera Germán y este como uno más de los directores, pues allí, salvo en unos pocos, el anonimato era total.
Comenzó el
sustituto la reunión dando las gracias por colaborar con la iniciativa y, sobre
todo, por el esfuerzo realizado durante el año, lo cual sorprendió a la mayoría
de los presentes, poco acostumbrados al agradecimiento de Germán. Después, siguiendo
la información que previamente le había dado el verdadero director, planteó la
necesidad de tomar una decisión estratégica y poner en práctica un plan de
acción, para lo cual pidió a los directores que aportaran sus opiniones. El
silencio fue la respuesta. Nadie se atrevió a hablar. Germán, parapetado en su
disfraz, se puso tenso, al igual que estaban los demás soportando ese silencio
que parecía infinito. El sustituto había preguntado con cordialidad, pero a
pesar de eso, nadie levantaba la mano. Como ahora era uno más, nuestro amigo se puso en la
piel de esos directores que no opinaban y se dio cuenta de su miedo a meter la
pata, a no agradar, a caer en desgracia.
El sustituto no perdió la calma. Sin
acelerarse, ni alentar o rogar que participaran, pidió a los directores que lo
comentaran en parejas con el Papá Noel que tenían al lado. Los directores se
miraron extrañados, pues nunca habían hecho algo así, pero pronto comenzaron a interactuar y se involucraron mucho. Pasados unos minutos, el sustituto reunió de nuevo a todos y preguntó sobre
lo que habían hablado. Nadie levantó la mano, pero él tuvo claro que su
disposición era mejor, y aprovechándolo se dirigió a dos de ellos:
“¿Os parece bien
empezar vosotros?”.
Respondieron afirmativamente y comenzaron a hablar, y el que hacía de director general se limitó a escuchar con atención y
repetir lo que decían, pero sin valorarlo; después, preguntó a los demás si
habían pensado lo mismo o algo diferente. Así, poco a poco, fuero hablando
muchos de ellos, cada vez con más soltura, y durante todo el tiempo el
sustituto se centró en escuchar y dar la palabra a unos y oros, repitiendo,
resumiendo, señalando las coincidencias en lo que decían y también las discrepancias,
pero sin posicionarse ni menospreciar ninguna idea.
En su atalaya, Germán
estaba impresionado. En el ejercicio por parejas había coincidido con el
director de una filial que, curiosamente, no le había reconocido, y se dio
cuenta del entusiasmo de este por compartir sus ideas con un compañero. Después,
durante el debate colectivo, le impactó que los directores participaran tanto.
Nunca había ocurrido antes. ¿Qué poder tenía ese sustituto? Quizá era por el
anonimato de quienes hablaban, aunque es cierto que a algunos se les reconocía,
pero también podía ser por la forma en la que el que dirigía facilitaba que
participaran sintiéndose respetados. ¿Era este el gran secreto?
En un descanso,
Germán y su sustituto se reunieron aparte del grupo. Este le preguntó en qué se
había fijado, y siendo sus respuestas bastante apropiadas, le planteó que en la
continuación fuera él quien dirigiera la reunión. Germán estaba asustado ante
un desafío que no sabía si podría afrontar con éxito, pero el sustituto, con oportunas preguntas y alguna sugerencia, le
ayudó a centrarse en lo más importante que tenía que hacer: acciones concretas
que dependían de él, y, así, su autoconfianza se fortaleció. Además, utilizó un ejercicio de
respiración que había aprendido, y eso le ayudó a rebajar la tensión.
De nuevo
en la sala, nadie notó el cambio. Germán siguió la pauta de su sustituto y los
directores continuaron participando hasta alcanzar entre todos valiosas conclusiones. Finalizando la reunión, el director general se quitó el gorro, la
barba y la peluca y pidió a los demás que también lo hicieran. Fue un momento
muy divertido; algunos se habían caracterizado muy bien y sólo entonces se supo
quiénes eran; y por supuesto, nadie supo del cambio de director. Aprovechando el buen ambiente, Germán les felicitó por haber
participado tan activamente y les propuso que, a partir de ahora, habría
reuniones participativas como esta, aunque sin los disfraces, y les alentó a
que hicieran lo mismo con sus respectivos equipos.
“Tenemos que
crear un clima no amenazante para que todo vosotros y quienes dependen de
vosotros, puedan expresarse libremente; y para eso, tenemos que aprender a escuchar con interés sincero y respeto;
ese será uno de los principales objetivos para el próximo año.
¿Os parece bien?”.
Cuando la reunión
finalizó, el sustituto había desaparecido. Germán quiso darle las gracias por su decisiva aportación, pero
no lo encontró, y nadie supo decirle cuándo se había ido. Pensó en llamar a la
agencia al día siguiente, pero por la tarde esta se adelantó.
“Llaman de la
agencia El Sustituto”, le informó su secretaria, muy extrañada, pues era la única que además de Germán, conocía lo sucedido. “Preguntan cuándo
tienen que mandar a ese sustituto que habíamos pedido”.
“¿Cómo?” se
sorprendió él. “¡Pero si ya ha estado aquí esta mañana!”.
“Eso les he dicho
yo”, respondió la mujer. “Pero insisten en que ellos no han mandado a nadie, y
menos con un traje de Papá Noel”.
¡Felices fiestas, y
que el espíritu de la Navidad permanezca todo el año!
Chema Buceta
25-12-2018
@chemabuceta